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El viernes pasado más de un millón de jóvenes, trabajadores y pobres egipcios se reunieron, una vez más, en la plaza Tahrir. Las masas se han levantado una vez más, en un intento por eliminar los restos del régimen de Mubarak, que sigue en el poder. No muy lejos de Tahrir, en la plaza Abbassiya, no más de un par de miles de personas se reunieron en una manifestación patética en apoyo al CSFA. Para los escépticos que no creían en la revolución, esto debería ser una clara demostración de la verdadera correlación de fuerzas que existe. Pero al mismo tiempo, la revolución claramente se enfrenta a obstáculos, no de fuerzas externas, sino de sus propias contradicciones internas.
Los acontecimientos en Egipto se están desarrollando a gran velocidad. Al igual que en los últimos días de Mubarak en febrero de este año, estamos viendo batallas diarias en las calles de El Cairo y de otros lugares. Las masas egipcias están decididas a llevar la revolución hasta el final. El choque entre la revolución y la contrarrevolución está provocando una crisis dentro de todas las fuerzas políticas, conforme las bases se mueven instintivamente hacia la revolución y los dirigentes vacilan y tratan de contener a las masas.
En el momento de escribir estas líneas la revolución y la contrarrevolución están enfrentándose en las calles de Egipto. La Plaza Tahrir de El Cairo ha vuelto a ser el punto focal de la revolución. El fin de semana se produjeron enfrentamientos, una vez más en la plaza Tahrir cuando la policía trató de dispersar a los activistas que exigían el fin del régimen militar. Impulsados por el látigo de la contrarrevolución decenas de miles de revolucionarios están retomando sus posiciones en la plaza donde la revolución dio sus primeros pasos.
Enfrentados a contradicciones cada vez mayores, los gobernantes militares de Egipto han buscado cortar la reciente oleada de lucha de clases, tratando de dividir a los trabajadores y a la juventud en líneas religiosas. Este es el contexto en el que debe ser visto el reciente asesinato de 24 manifestantes cristianos coptos de Egipto.
Casi siete meses después de la caída de Mubarak, la revolución en Egipto está lejos de terminar. El viejo régimen sigue en el poder y las masas sienten que la revolución se les escapa de las manos. Todo ha cambiado, y sin embargo todo sigue igual. Sin embargo, la ira de los trabajadores y de la juventud no ha desaparecido, como indica la reciente oleada de huelgas.
Decir que una revolución ha comenzado no quiere decir que se haya completado, y mucho menos que la victoria esté asegurada. Es una lucha de fuerzas vivas. La revolución no es un drama de un solo acto. Es un proceso complicado, con muchas alzas y bajas. El derrocamiento de Mubarak, Ben Alí y Gannouchi marca el final de las primeras etapas, pero la Revolución no ha logrado aún completamente el derrocamiento del viejo, mientras que este último aún no ha logrado restablecer el control.
25 de marzo: El 19 de marzo, los egipcios votaron por amplia mayoría en un referéndum a favor de una serie de enmiendas a la Constitución. Sin embargo, sería un error ver los resultados de esta votación como un respaldo a la política del Consejo del Ejército, que busca contener la revolución y volver a la normalidad capitalista con el menor número de cambios posible.
En la fase inicial las reivindicaciones de la revolución son de carácter democrático ¡Por supuesto! Después de 30 años de dictadura brutal, la juventud aspira a la libertad. Evidentemente, sus aspiraciones democráticas pueden ser objeto de abuso por parte de los políticos burgueses, que sólo se interesan por sus futuras carreras en un parlamento “democrático”. Pero nos vemos obligados a asumir las reivindicaciones democráticas y a darles un contenido claramente revolucionario. Esto llevará inevitablemente a la reivindicación de un cambio aún más fundamental en la sociedad.