El “comunismo primitivo” de ayer y hoy

Escrito por: 

David Rodrigo García Colín Carrillo

“Cuando Richard Lee preguntó a los ¡Kung san si tenían cabecillas , en sentido de un poderoso jefe, éstos le dijeron ¡por supuesto que tenemos cabecillas¡ De hecho todos somos cabecillas […]”

300px DragonWoman Bushmen kids 1[1].jpgEn general los fundadores de la filosofía política burguesa clásica consideraban al Estado –junto con una división social en líneas de clase- como el producto de un contrato social entre propietarios orientado a preservar la propiedad privada y acabar con la guerra de todos contra todos propia de las sociedades sin Estado. La totalidad de los teóricos políticos burgueses consideran al Estado como un árbitro imparcial ineludible a las sociedades humanas y lo dan por sentado así como damos por sentada la respiración. Es un prejuicio generalizado pensar que sin el Estado, sin las instituciones estatales, sin ejército, sin policía, sin tribunales, sin cárceles la vida del hombre en sociedad sería imposible debido a la “naturaleza humana” egoísta, abusiva, avariciosa, etc. Es probable que si hiciéramos un catálogo de lugares comunes éste último estaría entre los primeros. Entonces debemos aceptar al monstruoso Leviatán como nuestro eterno compañero y limitarnos a maquillarle el rostro de la manera más amigable posible, mantener sus dientes lo más blancos y brillantes que se pueda, evitar su fétido aliento y condenar las ideas sobre sociedades igualitarias o comunistas como locuras infantiles. ¿Pero en realidad es así?

El estudio de las sociedades anteriores a la revolución neolítica nos dice que quizá no exista otro prejuicio más mezquino y estrecho que aquél que ve en el Estado y las clases sociales instituciones eternas. Aunque no les guste a los teóricos burgueses y aunque resulte increíble para la mayoría de las personas, las sociedades humanas se las arreglaron bastante bien sin presidentes, reyes, faraones, monarcas; sin cárceles, policías, ejercito; tribunales, ministerios, iglesias. Las guerras sólo se daban ante crisis ecológicas en relación con la densidad de población (en función de fuerzas productivas muy limitadas). Este estado de cosas imperó desde que el Homo sapiens-sapiens apareció sobre la faz de la tierra -hace unos 200 mil años- hasta hace uno 10 mil años, mucho más si incluimos a las primeras especies del género Homo. Marvin Harris señaló:

El observador que hubiera contemplado la vida humana al poco de arrancar el despegue cultural habría concluido fácilmente que nuestra especie estaba irremediablemente destinada al igualitarismo salvo en las distinciones de sexo y edad. Que un día el mundo iba a verse dividido en aristócratas y plebeyos, amos y esclavos, millonarios y mendigos, le hubiera parecido algo totalmente contrario a la naturaleza humana a juzgar por el estado de cosas imperantes en las sociedades humanas que por aquel entonces poblaban la Tierra.[1]

En un periodo que comprende la mayor parte de la historia del hombre sobre la faz de la tierra –desde hace unos 200,000 años hasta apenas unos 12 mil años o más de 2 millones de años si partimos desde el Homo habilis- el modo de producción básico de la humanidad se basó en la caza, la pesca y la recolección; en general los hombres eran nómadas, vivían en bandas, clanes y tribus de un máximo de unos cuantos cientos de personas; su modo de pensar se ajustaba a lo que conocemos como pensamiento mágico. No había clases sociales, ni ricos, ni pobres, ni existía Estado, ni familia nuclear; el individuo se encontraba subsumido a la colectividad de la misma forma en que una abeja se subsume a la colmena, destacando individualmente en función de necesidades colectivas, religiosas, bélicas o de otra índole bajo la soberanía de la asamblea comunal. No existían ni podían existir desigualdades sociales, todos son igualmente pobres o ricos porque todos están sometidos a la naturaleza. Incluso en las sociedades recolectoras que penosamente sobreviven en nuestros días y que aún no son disueltas o totalmente deformadas por las fuerzas corrosivas y corruptoras del capitalismo nos encontramos con relaciones igualitarias; al respecto nos dice Marvin Harris que:

Las sociedades cazadoras-recolectoras como los Esquimales, los ¡kung san del Kalahari y los aborígenes  australianos gozan de un alto grado de seguridad personal sin necesidad de tener soberanos o especialistas en la ley y el orden. Carecen de reyes, reinas, dictadores, presidentes, gobernadores o comandantes; de fuerzas policiales, soldados, marineros o marines; de CIA, FBI, inspectores de hacienda o jefes de la policía federal. No hay códigos de leyes escritas ni tribunales de justicia formales; ni abogados, alguaciles, jueces, fiscales, jurados o funcionarios de tribunales; ni tampoco coches patrulla, tanques, cárceles o penitenciarias. Esto también es así en muchas sociedades de aldeas.[2]

El monstruo estatal es inviable en sociedades basadas en la caza pesca y recolección porque no existe un excedente sobre las necesidades elementales susceptible de ser acumulado y usado para explotar a otros seres humanos, por eso son imposibles las clases sociales o privilegios basados en el trabajo ajeno. Incluso en el periodo de mayor esplendor del comunismo primitivo (durante el paleolítico superior) los excedentes y el tiempo libre que efectivamente se obtenían no eran susceptibles de ser usados para explotar a otros y obligarlos a trabajar para uno; se trataba, en la mayoría de los casos, de un excedente no acumulable (la carne de mamut se echa a perder) y la recolección de semillas no daba para crear excedentes considerables. Las herramientas de caza y adornos personales susceptibles de atesoramiento podían ser obtenidos por cualquiera puesto que las materias primas, los bosques, las rocas, etc., no eran propiedad privada y cualquiera podía aprender a hacerse su propios adornos y armas, además no tiene sentido atesorar objetos que sólo serán un estorbo en sociedades nómadas. Las sociedades de este periodo eran numéricamente reducidas (alrededor desde unas 30 hasta 150 personas) todos se conocían y se trataban como una gran familia (con lo bueno y lo malo que esto implica).

Algunos antropólogos consideran que es imposible establecer comparaciones entre los pueblos cazadores recolectores actuales y los pueblos del paleolítico superior, ya que aquéllos son tan modernos como nosotros y debemos evitar llamarles “primitivos”. Es obvio que una persona que vive en el 2015 es tan “moderna” como cualquier otra, es obvio que los pueblos cazadores actuales tienen costumbres diversas y se han adaptado lo mejor que han podido a un mundo donde domina el capitalismo, es seguro que si una máquina del tiempo nos regresara al paleolítico hace más de 13 mil años, encontraríamos muchas más diferencias entre las cazadores actuales y los del paleolítico. Sin embargo, sí es posible establecer relaciones que derivan de formas de producción similares: las evidencias arqueológicas revelan que en el paleolítico, como sucede en los cazadores recolectores modernos, no existía la desigualdad, no existían excedentes considerables, se practicaba un acentuado colectivismo, se practicaba algún tipo de pensamiento mágico, era más frecuente la trashumancia, no se conocía el Estado, etc. Estas coincidencias son muy importantes para relacionar el modo de producción con el modo de vida, las costumbres y diversos aspectos culturales; aspectos que la ciencia histórica no debe omitir so pena de liquidarse a sí misma. Es verdad que el posmodernismo –de donde provienen muchos de los prejuicios contra las búsqueda de patrones y leyes históricas- es la negación del pensamiento científico, pero el marxismo no comparte sus prejuicios y no se somete a sus dictados. Así pues, no renunciamos a establecer ciertas comparaciones, advirtiendo que se trata de rasgos generales que no anulan la diversidad que hubo en el pasado y que persiste hoy en día, aún entre los pueblos cazadores recolectores.

De los cinco mil pueblos que habitan nuestro planeta sólo una decena continúa viviendo de la caza y la recolección.[3] Los Pigmeos del África Central, los ¡Kung San del desierto del Kalahari,[4] los Khoisán en África Austral, los Hadza del África Oriental, los Aborígenes australianos, los Onge de las islas Andamán, los Inuit del Ártico, los Semais de Malasia, algunas tribus del Amazonas; no conocen las desigualdades sociales, sus patrones de conducta se basan en el igualitarismo, la reciprocidad y la generosidad; por si fuera poco ¡trabajan un promedio de dos horas diarias! Ningún despreciable capataz les dice cuándo deben dejar de descansar y reincorporarse al trabajo, ningún “cerdo” policía les hace respetar la moral pública –una moral que está muy por encima de la de la sociedad de mercado-.

La “impartición de justicia” no se realiza por medios estatales burocráticos, sino directamente, por mediación de la asamblea comunitaria –o por intermediación del jefe tribal-. El objetivo no es la imposición de medidas legales abstractas separadas de la comunidad misma, sino compensar o recomponer los lazos sociales entre individuos o entre clanes, lazos necesarios para mantener la estabilidad social, en un contexto donde todo mundo se conoce, existen lazos de parentesco o en donde las alianzas entre clanes son necesarias para toda la comunidad –porque intercambian objetos y personas, porque comparten cotos de caza, etc.-por ello las normas jurídicas abstractas no tienen sentido –no existen-, lo que importa es el sentido de agravio –el sentimiento de las personas- que debe quedar compensado por medio de banquetes o regalos pero sobre todo por medio del reconocimiento de que se ha hecho algo que ha lastimado a la persona –y por ende a su núcleo familiar que suele ser el clan completo- que se reconoce el dolor que se ha causado. Sólo en casos extremos donde la compensación no es suficiente o no se da, se llega al recurso del enfrentamiento físico y del “ojo por ojo, diente por diente”. “Para los papúes [en el ejemplo que nos da Jared Diamond] el elemento clave para reparar una relación dañada es reconocer y respetar los sentimientos del otro, de modo que ambas partes puedan atemperar lo mejor posible su ira dadas las circunstancias y seguir adelante con su relación o no relación”.[5]

Jared Diamond –en su magnífico libro “Armas, gérmenes y acero” así como también en “Colapso”- ha subrayado sobre todo las tareas administrativas y de coordinación social que se requieren en toda sociedad compleja y numerosa para explicar el surgimiento del Estado –como si el Estado fuera un árbitro imparcial que cuida del interés común- , pero se le escapa (aunque no del todo, dado que en repetidas ocasiones señala los intereses de casta de sociedades como la maya), la función clasista del Estado que es aún más importante al garantizar a la clase dominante la subordinación y la explotación de la mayoría del pueblo, el control y apropiación del excedente; factor que pesa mucho más que la necesidad de gestionar el papeleo, mediar conflictos de poca monta y manejar archivos por parte de una burocracia. Diamond ha subrayado correctamente el papel del excedente en el surgimiento de las civilizaciones, pero ha soslayado las formas de producción y apropiación de este excedente, es decir, los modos de producción que definió Marx. Esta limitación del análisis de Jared Diamond hace que conciba a la sociedad de forma abstracta (suele hablar de “sociedades tradicionales” y de “sociedades estatales”) y al Estado como una institución inevitable sin imaginar que las funciones administrativas inevitables de las sociedades complejas y numerosas pueden ser absorbidas por organismos democráticos vinculados: locales, regionales, nacionales y mundiales –y no por esa mole de burócratas separados del pueblo-; una vez que la propiedad privada sobre los medios de producción sociales –capaces de alimentar a toda la humanidad, generar un excedente comunal y permitir el tiempo libre necesario para una verdadera democracia de los productores- sea abolida. Jared sostiene que es imposible establecer organismos comunales que puedan gestionar eficientemente a sociedades civilizadas. Dice que “20 personas pueden sentarse en torno a una hoguera y llegar a un consenso, pero 20 millones no"-, eso es verdad, pero Jared nos concederá que es perfectamente posible que 20 millones de personas, una vez que la gran burguesía sea expropiada, elijan directamente a sus representantes mandatados desde asambleas en sus fábricas, barrios y escuelas –incluso con fogata de por medio si se quiere- sin la necesidad de los inútiles diputados, ministros y presidentes del Estado burgués. Si las “armas y el acero” –como ha explicado Jared Diamond- han transformado las relaciones sociales humanas ¿qué le hace pensar que la industria capitalista moderna –más bien los obreros organizados- no terminará por derribar el actual estado de cosas? En este punto Jared Diamond no sólo se muestra políticamente conservador, sino falto de imaginación y un mínimo de audacia. Lo que sucede es que este autor no cuestiona el capitalismo y lo da por sentado, ahí se detiene su materialismo.

Si aceptamos la máxima de Fourier según la cual el barómetro de la desigualdad en una sociedad se mide por el trato que se dispensa a mujeres y niños, la inexistencia generalizada de castigos físicos entre cazadores recolectores – golpes que tienden a presentarse desde sociedades agricultoras y ganaderas hasta las sociedades urbanas, todas las cuales presentan desigualdades sociales- es una evidencia adicional de que no practican la guerra –al menos de forma sistemática, ya que si los recursos escasean pueden verse obligados a pelear por cotos de caza y pesca limitados -, la violencia, las jerarquías e imposiciones. Cuando un visitante occidental que vivió con los cazadores amazónicos piraha intentó reprender físicamente a su hija malcriada con una vara “Niños y adultos piraha salieron detrás [del padre] cuando se disponía a llevar a cabo la barbaridad de pegar a un niño. Finalmente se rindió, y dejó que su engreída hija celebrara su triunfo. Los padres piraha hablan a sus hijos con respeto, rara vez los castigan y no emplean la violencia”.[7] Estos ejemplos proporcionados por Jared Diamond demuestran el complejo de Jekyll y mister Hyde que padece su último libro,[8] que pretende convencer a sus lectores que el Estado y la desigualdad son inevitables y que la guerra entre cazadores recolectores fue generalizada hasta la “bondadosa” intervención del Estado burgués y los misioneros “piadosos”.

En estas sociedades no existen bases materiales para generar un sentimiento tan mezquino como el egoísmo, los miembros del clan o la banda obtienen más siendo generosos o igualitarios que intentando la locura de atesorar e imponerse como reyes. “La gente ofrecía porque esperaba recibir y recibía porque esperaba ofrecer. Dado que el azar intervenía de forma tan importante en la captura de animales, en la recolecta de alimentos silvestres y en el éxito de las rudimentarias formas de agricultura, los individuos que estaban de suerte un día, al día siguiente necesitaban pedir. Así, la mejor manera de asegurarse contra el inevitable día adverso consistía en ser generoso”.[9] Si algún miembro lunático de algún clan se le hubiera ocurrido comportarse como se supone debería hacerlo alguien que tiene la naturaleza humana que nos atribuyen los pensadores burgueses, reproduciendo la ridícula representación teatral que se supone creó al Estado cuando alguien dijo “¡esto es mío!” o “les propongo un contrato para crear al Estado”, seguramente le habría sucedido algo similar o peor a lo que nos cuenta Marvin Harris:

Supongamos que un ¡Kung con ansia de poder como la descrita por Hobbes se levantara un buen día y le dijera al campamento: a partir de ahora, todas estas tierras y todo lo que hay en ellas es mío. Os, dejaré usarlo, pero sólo con mi permiso y a condición de que yo reciba lo más selecto de todo cuanto capturéis, recolectéis. Sus compañeros, seguramente pensando que se habría vuelto loco, recogerían sus escasas pertenencias, se pondrían en camino y, cuarenta o cincuenta kilómetros más allá, erigirían un nuevo campamento para reanudar su vida habitual de reciprocidad igualitaria, dejando al hombre que quería ser rey ejercer su inútil soberanía a solas.[10]

Los cabecillas y jefes de la Tribu no tenían  poder sobre los medios de producción, su autoridad se fundaba en el ejemplo y en habilidades sobresalientes en alguna esfera de importancia para el clan; se trataba de individuos con autoridad moral que tenían capacidad de persuadir pero nunca de imponer, dicho reconocimiento no les daba poder para obligar y explotar a otros y, salvo las cualidades en las que se destacaban los cabecillas, en todo lo demás eran como cualquier otro miembro sometido a la colectividad, al juicio “popular” y a revocabilidad inmediata. Frecuentemente el poder de los cabecillas o jefes de la tribu (la mayoría de las veces los ancianos) se limitaba a presidir las ceremonias religiosas. Su función era expresar de mejor manera la voluntad colectiva, si actuaban de otra manera eran ya revocados, ya aislados, expulsados o incluso asesinados. Los ¡Kung san del Kalahari son un ejemplo notable del tipo de liderazgo propio del comunismo primitivo: “Cuando Richard Lee preguntó a los ¡Kung san si tenían cabecillas , en el sentido de un poderoso jefe, éstos le dijeron ¡por supuesto que tenemos cabecillas¡ De hecho todos somos cabecillas(…)[11]¡Qué asombrosa lección de lo que significa la verdadera democracia comunista¡ Uno pensaría que los ¡Kung san leyeron “El Estado y la revolución” de Lenin si no fuera porque esta es la esencia democrática del comunismo. De la misma forma Lenin describió el régimen político que debía imperar ya en la primea fase de la revolución socialista (la dictadura de los trabajadores) diciendo que cuando todo mundo es burócrata nadie es burócrata. Si los ¡Kung san logran esto con la tecnología de la edad de piedra imaginemos lo que se podría lograr con las fuerzas productivas modernas dentro de una sociedad socialista.

Todavía hoy los pueblos cazadores y recolectores comunistas detestan cualquier tipo de ostentación y muestra de lujo, los esquimales expresan su temor a aquellos que hacen ostentación de lujo de la siguiente manera: “Los regalos hacen esclavos como los latigazos hacen perros”.[12] Los bosquimanos ven con desconfianza a todo aquel que hace regalos ostentosos (sobre todo los forasteros que son los únicos que pueden hacer algo así) por temor a que el que regala se sienta jefe, Marvin Harris cuenta un caso llamativo en el que un antropólogo quiso agradecer a los bosquimanos regalándoles un buey excepcionalmente grande y gordo, para su sorpresa el profesor de Toronto se encontró ante la siguiente respuesta:

¿Has comprado este animal sin ningún valor? Naturalmente nos lo comeremos pero no nos saciará. Comeremos y nos iremos a casa a dormir con las tripas rugiendo”, [más tarde un nativo le confesó lo siguiente] “Sí, claro supimos desde el principio cómo era realmente el buey. Pero cuando un joven sacrifica mucha carne llega a creerse un hombre importante o un Jefe, y considera a todos los demás como sus servidores o sus inferiores. No podemos aceptar esto. Rechazamos al que se jacta porque algún día su orgullo le llevará a matar a alguien. De allí que siempre hablemos de la carne que aporta como si fuera despreciable. De esta manera ablandamos su corazón y lo hacemos amable.[13]

Por esta razón en los pueblos cazadores recolectores, a diferencia de nuestra sociedad de “libre empresa”, es de mala educación dar la gracias pues el cazador que comparte la presa sabe que lo que obtiene es común y no hay que agradecer por la generosidad ni sorprenderse con el hecho de compartir. Dar las gracias implica un cálculo, que se ha recibido más de lo que se esperaba y que el que recibe le debe algo al que dona; en las sociedades comunistas es de mala educación calcular lo que se da y lo que se recibe.

Los códigos morales que se desprenden del colectivismo son reforzados por los juegos infantiles en donde la competitividad y el individualismo brillan por su ausencia. Jared Diamond ha referido ejemplos: a un grupo de niños se les reparte a cada uno un plátano y el juego consiste en dividirlo a la mitad, comer una mitad y repartir la otra con un compañero del grupo, luego las mitades se dividen y se reparten sucesivamente hasta que cada niño termina con una treintaidosava parte del plátano. “Este ritual formaba parte de la práctica con la cual los niños de Nueva Guinea aprenden a compartir y a no buscar provecho para sí mismos”.[14] Otro ejemplo llamativo: “Cuando los misioneros occidentales que han vivido en Nueva Guinea con sus hijos pequeños regresan a Australia o Estados Unidos […] los niños me dicen que su mayor problema de adaptación es aceptar y adoptar las costumbres individualistas y egoístas de Occidente y dejar de cooperar y compartir, tal como han aprendido entre los pequeños papúes. Según afirman, se sienten avergonzados si participan en juegos competitivos para ganar, si tratan de destacar en el colegio o si buscan una ventaja u oportunidad que sus compañeros no consiguen”.[15] “[…] los cazadores recolectores son ferozmente igualitarios […] no le piden a nadie, ni siquiera a un niño que haga algo”.[16] Así, pues, la moral egoísta e individualista nos está impresa en el alma humana, es construida es impuesta por nuestra sociedad burguesa.

Las excepciones en cuanto a igualitarismo, como los Kwakiult de Vancouver, confirman la regla: se trata de sociedades recolectoras que por la naturaleza de lo que cazan o recolectan pueden darse el lujo de acumular excedentes y, en virtud de ello, presentar cierta estratificación parecida a la de las jefaturas. Los individuos destacados en las bandas igualitarias son conocidos por los antropólogos como “cabecillas”, éstos no gozan de ningún privilegio y, como saben algunos dirigentes sindicales o sociales de movimientos democráticos y de base,  muchas veces ser el representante o “cabecilla” no acarrea más que mayores responsabilidades y trabajos, Marvin Harris lo ha explicado bastante bien:

Ser cabecilla puede resultar una responsabilidad frustrante y tediosa. Los cabecillas de los grupos indios brasileños como los mehinacus del Parque Nacional Xingu nos traen a la memoria la fervorosa actuación de los jefes de tropa de los boy-scouts durante una acampada de fin de semana. El primero en levantarse por la mañana, el cabecilla intenta despabilar a sus compañeros gritándoles desde la plaza de la aldea. Si hay que hacer algo, es él quien acomete la tarea y trabaja en ella con más ahínco que nadie. Da ejemplo no sólo de trabajador infatigable, sino también de generosidad. A la vuelta de una expedición de pesca o de caza, cede una mayor porción de la captura que cualquier otro, y cuando comercia con otros grupos, pone gran cuidado en no quedarse con lo mejor.  Al anochecer reúne a la gente en el centro de la aldea y les exhorta a ser buenos. Hace llamamientos para que controlen sus apetitos sexuales, se esfuercen en el cultivo de sus huertos y tomen frecuentes baños en el río. Le dice que no duerman durante el día y que no sean rencorosos. Y siempre evitará formular acusaciones contra individuos en concreto.[17]

La actitud de los cabecillas del “comunismo primitivo” se parece a la de un Che Guevara trabajando en las plantaciones de caña.

El estudio de pueblos cazadores recolectores como los Bosquimanos (¡Kung san) del Kalahari revela que en promedio trabajan de diez a quince horas por semana, apenas unas dos horas diarias[18] (una jornada semanal equivalente al tiempo de trabajo diario de un obrero del siglo XIX, jornada que la burguesía pretende reimplantar en pleno siglo XXI). Aún más, hay evidencia de que los primeros agricultores “civilizados” en Mesopotamia estaban peor alimentados que los cazadores recolectores que les precedieron. Este descubrimiento notable nos sugiere preguntas interesantes. Constituía una idea común para teóricos marxistas la hipótesis de que los pueblos del comunismo primitivo trabajaban desesperadamente para sobrevivir, que por ello era imposible que surgieran fenómenos como la filosofía y la ciencia.

Nos parece que el tiempo libre no es el factor principal que explica la diversificación de la cultura civilizada frente a la relativa homogeneidad del pensamiento mágico y que la explicación a este enigma sólo se puede encontrar en la forma de vida de los pueblos cazadores recolectores: los bosquimanos no conocen la filosofía, ni la escritura, ni la ciencia porque no la necesitan; su forma de vida, su actividad cotidiana no requiere estas formas de pensamiento. La razón de ello radica en la casi inexistencia de la división del trabajo, en la sorprendente simplicidad de su técnica; el pensamiento mágico basta para explicar su mundo, un pensamiento que nace de su propia actividad. Pero ¿por qué los cazadores recolectores comunistas no trabajan más y aumenta así su producción y su población? Dada su forma de vida, basada en la caza y la recolección, es imposible aumentar la caza y la pesca sin sobrepasar los límites de sustentabilidad de su entorno y arriesgar a toda la comunidad al hambre y la muerte. Sería necesaria una revolución en el modo de producción antes de que el hombre se pudiera dar el lujo de arrancarle a la naturaleza más productos de los que de otra forma lo hubieran llevado a la destrucción de su forma de vida, aunque para ello tuviera que pagar el costo de la esclavización y la explotación de una mayoría obligada a trabajar como nunca antes en la historia. Engels escribió:

El poderío de esas comunidades primitivas tenía que quebrantarse, y así ha sido. Pero se deshizo por influencias que desde un principio se nos aparecen como una degradación, como una caída desde lo alto de la sencillez y de la moralidad de la antigua sociedad de las gentes [clanes]. Los intereses más viles, la baja codicia, la brutal avidez por los goces, la sórdida avaricia, el robo egoísta de la propiedad común, son los que inauguran la nueva sociedad civilizada; los medios más vergonzosos, el robo, la violencia, la perfidia, la traición, son los que minan la antigua sociedad de la gens (donde son desconocidas las clases) y la conducen a su perdición. Y la nueva sociedad […] no ha sido nunca más que el desarrollo de una ínfima minoría a expensas de la gran mayoría de explotados y oprimidos; y eso es hoy más que nunca.[19]

 

Finalmente, aunque los agricultores suelen estar peor alimentados, la producción neolítica permite la existencia de sociedades más complejas y numerosas que las de los recolectores, por lo que la ventaja comparativa de aquéllas se debe medir por sus efectos generales más que por la nutrición de los productores  vistos de forma individual.

No pretendemos decir que los admirables pueblos cazadores recolectores de la actualidad constituyan el “paraíso perdido”. Dada su tecnología primitiva, suelen pasar hambre cuando sus recursos escasean, suelen morir de enfermedades o accidentes que son perfectamente atendibles en un mal hospital –quizá no en el llamado Tercer Mundo-, suelen temer a las fieras y fuerzas de la naturaleza, su esperanza de vida no supera los 50 años –aunque esa esperanza de vida no fue superada durante la mayor parte de la historia-; además de conocimientos valiosos, su mente suele estar poblada de supersticiones y miedos producto del poco control de su entorno. Para regresar a esa época de la humanidad, que muchos podrían considerar “dorada”, tendríamos que prescindir  de más del 90% de la población puesto que la mayoría de la población mundial actual se mantiene con fuerzas productivas legadas por la Revolución industrial. Sin embargo, no necesitamos regresar la rueda del tiempo para aspirar a una vida mejor. Si algo nos enseña la vida igualitaria entre los pueblos cazadores recolectores, es que la naturaleza humana no es eterna y que los valores y modos de vida egoístas e individualistas del capitalismo son relativamente nuevos en nuestra especie. Más importante aún, nos enseña que un trato humano igualitario, solidario y recíproco es imposible con la propiedad privada de los medios de producción, y que si la tecnología de piedra vuelve inviable para la mayoría retornar a ese modo de vida, la tecnología moderna legada por el capitalismo exige un nuevo tipo de comunismo, exige la expropiación de la burguesía para, entonces sí, aspirara a una vida más digna y más humana. El comunismo al que aspiramos es el que debe surgir por la liquidación del capitalismo, la expropiación de la burguesía y el control democrático de la sociedad por parte de los trabajadores. Sólo entonces las lecciones de los admirables pueblos cazadores recolectores podrán cobrar toda su fuerza y sentido para la sociedad moderna e incluso se podrá garantizar la sobrevivencia de los pueblos que decidan mantener su forma de vida de cazadores recolectores.  

 


[1] Harris, Marvin., Nuestra especie,  Madrid, Alianza Editorial, 2004, p. 318.

[2] Harris, Marvin., Introducción a la antropología general, Madrid, Alianza Editorial, 2003, p.451.

[3] Arias, P. Armendáriz, A. El neolítico,  Barcelona, Ediciones Folio, 2006, pp. 18-19.

[4] El nombre de este pueblo se  escribe con el signo de admiración que representa los chasquidos con los que inician las palabras de la lengua bosquimana.

[5] Diamond, Jared; El mundo hasta ayer, México, Debate, 2013, p. 111.

[6] Ibid., p. 414.

[7] Ibid., 2013, p. 231.

[8] Ibid., 2013.

[9]Harris, Marvin, Introducción a la antropología general, p.315.

[10] Ibid., p.317.

[11] Ibid., 2003, p. 458.

[12]  Harris, Marvin., Vacas, cerdos, guerras y brujas, Madrid, Alianza Editorial, 2006, p.119.

[13] Ibid. p.119.

[14] Diamond, Jared; El mundo hasta ayer, México, Debate, 2013,  p. 114.

[15] Ibid. p. 115.

[16] Ibid. p. 233.

[17] Harris, M. Nuestra especie, Madrid, Alianza Editorial, 2004, pp. 318-319.

[18]  Ibid. p.120.

[19] Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado,  México,  Editores Mexicanos Unidos, 1988, pp. 110-111.

 

Fecha: 

10 de agosto de 2015

Teoría Marxista: