La Primera Guerra del Siglo XXI

Escrito por: 

Alan Woods y Ted Grand

Los acontecimientos a escala mundial se dirigen rápidamente hacia un fatal desenlace. Después de los hechos del 11 de septiembre, el imperialismo estadounidense parece una bestia herida buscando un enemigo a quien atacar. Sin duda pronto la encontrará y la respuesta será devastadora.

Los imperialistas estadounidenses han amenazado a Afganistán, Irak y otros países. Han presionado a los gobiernos europeos y esperan de ellos un apoyo incondicional a cualquier acción estadounidense. Su consigna es: “quién no esté con nosotros está contra nosotros”.

Washington no ha perdido el tiempo en culpar a Osama Bin Laden y a su organización Al’Qaida de las atrocidades terroristas. Como ya hemos señalado, los recientes ataques estaban exactamente en la línea de los objetivos y métodos de este grupo, aunque los estadounidenses hasta ahora no han presentado ninguna evidencia sólida de su implicación.

En general, los tan cacareados servicios de inteligencia USA han demostrado una completa incompetencia en este asunto. En 1991, se tramó un golpe idéntico contra el Palacio de Oriente durante la conferencia de paz en Madrid y fue abortado por los servicios secretos, pero esta vez no han hecho nada, a pesar de que los estadounidenses fueron avisados por adelantado de la inminencia de un ataque.

Según el Daily Telegraph (16/9/01), la inteligencia israelí avisó a sus homólogos estadounidenses hace un mes de que se estaba planteando un ataque terrorista contra objetivos estadounidenses en EEUU en el que estarían implicados doscientos terroristas. A pesar del aviso, entregado por dos expertos del Mossad tanto a la CIA como al FBI, estos dos organismos hicieron caso omiso. Además parece que algunos de los participantes en el ataque vivían en EEUU desde hace meses o años. Y sin embargo no fueron detectados.

Al principio, consideramos la posibilidad de que un sector de la inteligencia pudiera haber jugado un papel, por perpetración o —más probable— por omisión. Esta hipótesis todavía es posible pero la magnitud del desastre hace difícil creer tal cosa. La asombrosa ineptitud de la CIA podría en parte ser el resultado de una fe equivocada en la tecnología como medio de vigilancia. Los satélites pueden detectar muchas cosas, pero evidentemente han sido incapaces de detectar las actividades de este grupo de saboteadores en suelo estadounidense. Tampoco pueden detectar el paradero de Osama Bin Laden, dicen que está en las montañas afganas, aunque podría estar en cualquier otra parte.

La clase dominante estadounidense ha seguido ciegamente el consejo de su Estado Mayor, creía que sus vastos conocimientos tecnológicos y armas bastarían para garantizar su invulnerabilidad. Ahora todas estas ilusiones han saltado por las nubes. Mientras el presidente Bush está ocupado defendiendo una nueva versión de la “guerra de las galaxias”, que implicará un enorme gasto en tecnología diseñada para proteger a EEUU de los mísiles, un grupo de cincuenta personas armadas con cuchillos han conseguido infligir más daño que cualquier otro incidente aislado desde la Guerra Civil americana.

La estupidez juega un papel más importante en la historia mundial de lo que imaginan la mayoría de las personas. La clase dirigente estadounidense con frecuencia da la impresión de tener una visión provinciana y estrecha de los asuntos que ocurren más allá de sus fronteras. Hay una contradicción dialéctica entre los avances colosales de la ciencia y tecnología estadounidenses con la mediocridad y el atraso de su clase dominante, esta contradicción encuentra su reflejo perfecto en la figura de George W. Bush, un político provinciano con un coeficiente intelectual muy limitado y que ahora tiene en sus manos la maquinaria militar más poderosa del mundo.

En la antigua tragedia griega el personaje central padecía una soberbia imperiosa (hubris) que le preparaba el camino para una terrible caída (nemesis). El poder colosal del imperialismo estadounidense, sus ingentes riquezas y su absoluto dominio del mundo desde la caída de la Unión Soviética, les ha provocado una arrogancia desenfrenada. Washington creía que podría intervenir en cualquier parte del mundo para defender los intereses estadounidenses y bombardear cualquier pueblo que fuera reacio a someterse a sus dictados. Ahora esta arrogancia ha recibido un golpe violento.

El golpe recibido en la confianza de los estadounidenses ha obligado a los círculos dominantes a reconsiderar su comportamiento en todo el mundo. Pero la conclusión no es que EEUU debe retirarse a sus fronteras (esta no es una opción realista en el mundo moderno), más bien todo lo contrario: EEUU debe responder con un despliegue contundente de fuerza y una declaración de guerra contra enemigos no especificados en todo el mundo. Han avisado además que esta guerra será prolongada en el tiempo y sangrienta en sus métodos.

 

La hipocresía de los imperialistas

 

EEUU está ahora imponiendo su poder en todas partes, utilizando la excusa de la llamada guerra contra el terrorismo. En realidad, el imperialismo estadounidense ha utilizado durante décadas el terrorismo como una herramienta política. Mantienen una doble moral en este y otros temas. Es asombroso ver a estos políticos estadounidenses y europeos hablar sobre la lucha de Dios contra el Mal, la civilización contra la barbarie y defender la, supuestamente, “elevada moralidad” de las naciones democráticas occidentales frente a las naciones “incivilizadas”. “Nosotros nunca hemos perpetrado esta clase de actos criminales y atroces contra un pueblo o nación del mundo como ha ocurrido con los últimos ataques terroristas en Nueva York y Washington”.

El imperialismo estadounidense frecuentemente ha sido culpable de la peor clase de terrorismo: Hiroshima, Dresden, Vietnam, Camboya, los últimos diez años de sanciones homicidas contra Irak y la financiación estadounidense a dictaduras abominables, gobiernos y movimientos de extrema derecha en América Latina y en todo el mundo durante las últimas cinco décadas. Estos actos bárbaros han destruido no sólo miles sino millones de vidas de “civiles inocentes”. A su lado palidecen todos los demás ataques terroristas.

La hipocresía de la clase dominante estadounidense es realmente pasmosa. Avisan al mundo que ningún país quedará impune si ayuda a una fuerza terrorista que asesine a civiles estadounidenses, destruía la propiedad y sabotee la economía estadounidense. Pero, precisamente, fueron los EEUU los que organizaron, armaron y financiaron a la Contra nicaragüense para que cometiera actos sangrientos de terrorismo, sabotaje y asesinato de masas para acabar con un régimen que no era de su agrado. Eso, al parecer, está bien. EEUU también respaldo a Noriega en Panamá y a Sadam Hussein en Irak, cuando éste lanzó su ataque contra Irán.

Tony Blair —un cristiano prácticamente y entusiasta defensor de todo tipo de guerras— pedía una “política exterior ética”, pero vende las armas a Israel con las que después asesinan a los palestinos. Gran Bretaña también vendió armas al monstruoso régimen de Suharto que masacró a millón y medio de comunistas en Indonesia, con la participación activa de la CIA que proporcionó las listas de víctimas a los escuadrones de la muerte de Suharto. EEUU libró una guerra despiadada contra el pueblo vietnamita, desestabilizó el gobierno elegido democráticamente de Chile y respaldó la dictadura sangrienta de Argentina. En la actualidad mantienen un bloqueo ilegal contra Cuba. ¡Pero estas señoras y señores todavía tienen el descaro de hablar en nombre de la civilización!

Los medios de comunicación occidentales “libres” siempre son muy selectivos en su cobertura del terrorismo. Dos días antes de los bombardeos en Manhattan y Washington, los aviones estadounidenses y británicos bombardearon el sur de Irak donde murieron ocho personas. En Occidente no se dijo ni una palabra de esto. Tampoco nos debería sorprender. En la guerra del Golfo, 200.000 irakíes fueron asesinados por las tropas de la OTAN. La verdad es que muchos eran soldados. Pero desde entonces, han muerto casi un millón de civiles inocentes —600.000 son niños—debido a las monstruosas sanciones impuestas por el cristiano y civilizado Occidente contra el pueblo de Irak (Sadam Hussein y su camarilla dominante apenas han sufrido sus inconvenientes).

Es verdad que el régimen talibán es un gobierno monstruoso y reaccionario, y que Bin Laden es un contrarrevolucionario y un asesino. Ningún socialista o miembro del movimiento obrero con amor propio tendría nada que ver con esta clase de movimientos. Pero tenemos una gran memoria y recordamos que fue el imperialismo estadounidense , la CIA y sus títeres pakistaníes, los que crearon, organizaron, armaron, financiaron y entrenaron a estos monstruos, como un elemento clave en su lucha contra la URSS, como también armaron y apoyaron a Sadam Hussein para que atacara Irán. Ahora los mismos hipócritas quieren conseguir el apoyo de Irán para su ataque sobre Afganistán, siguiendo el famoso principio cínico: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.

El régimen talibán —ahora contra la pared— ha elegido el camino del desafío. Amenaza con declarar una yihad contra EEUU, mientras al mismo tiempo intenta retrasar la decisión sobre el futuro de Bin Laden. El truco de pasar la decisión sobre su futuro a una conferencia de clérigos obviamente era una táctica dilatoria, como fue la “recomendación” hecha por la conferencia de invitar amablemente a Bin Laden a que dejara voluntariamente (¡) Afganistán. Nadie puede tomar en serio este aviso. Washington respondió, como era de esperar, que Bin Laden debía ser entregado a las “autoridades responsables” —EEUU—. Además el presidente Bush ha exigido que Kabul entregue a todos los terroristas, junto con “los lugartenientes y la infraestructura (sic)”. Como solía decir Marlon Brando en la película El Padrino, “les hice una oferta que no podían rechazar”.

Incluso si Bin Laden decidiera dejar Afganistán (incluso podría haberlo hecho ya), la amenaza contra Afganistán seguiría. Cualquier país que decida acogerle inmediatamente se enfrentaría con la cólera de EEUU. Por lo tanto, la única posibilidad para Bin Laden sería cambiar de identidad e intentar vivir una existencia anónima en Irak o en algún otro país. Los talibanes dirían “él no está aquí, no sabemos dónde está”. Los estadounidenses responderían “no os creemos” y el ataque se produciría de cualquier forma. No se tomarán en serio ninguna oferta de los talibanes para negociar con Washington. Al imponer condiciones como el reconocimiento internacional del régimen talibán, el fin de todas las sanciones y retirar toda la ayuda a la oposición, lo único que han hecho es arrojar el guante a Washington. Es un viejo truco que no engañará a nadie y menos aún a los estadounidenses. El imperialismo USA no está interesado en negociaciones, sólo en el despliegue masivo de su fuerza.

En este momento, sólo la rendición incondicional del gobierno de Kabul podría evitar una guerra. La entrega de Bin Laden no sería suficiente para conseguir esto. Washington exigirá el derecho a enviar sus tropas a Afganistán para destruir los campamentos de Bin Laden y acabar con sus colaboradores, y también imponer duras condiciones al gobierno de Kabul. Como muchos de los miembros del grupo de Bin Laden son estrechos colaboradores de los talibanes, esto sería impensable. Sólo una escisión abierta en la dirección talibán podría llevar a una capitulación abierta ante los estadounidenses. Esto no se podría conseguir sin una lucha interna sangrienta, en la cual, la facción dirigente tendría la mayoría de las cartas. Por lo tanto, la lógica de la situación lleva a una conclusión: la cuestión se debe decidir por la fuerza de las armas.

 

¿Y ahora qué?

 

¿Qué forma adoptará el conflicto? EEUU tiene en sus manos las armas de destrucción más terroríficas conocidas por la humanidad. La desafortunada Kabul ya destruida por décadas de guerra, rápidamente quedaría reducida a escombros. Pero el problema es que esto no resolvería nada para los estadounidenses. El significado militar de este objetivo es cero. Los talibanes habrán utilizado el retraso para retirar todas sus fuerzas de Kabul. Cuando los estadounidenses y sus aliados al final decidan atacar, se encontrarán con que bombardean una ciudad vacía, donde las únicas víctimas serán los pobres, ancianos y enfermos que no hayan podido huir. Podrían tener la satisfacción de derribar los edificios de los talibanes y destruir algunas bases de Bin Laden, pero sólo a costa de generar más amargura y cólera contra EEUU en Afganistán y en toda la región.

Sólo con los bombardeos, Washington no puede conseguir sus objetivos en Afganistán. Pero la perspectiva de embarcarse en una guerra terrestre en unas condiciones muy difíciles contra un enemigo acostumbrado a la guerra de guerrillas, es un motivo para pensar. Los afganos han expulsado a todos los invasores desde Alejandro Magno. Lo ocurrido a los rusos todavía está fresco en la memoria del ejército estadounidense. Por lo tanto, no quieren permanecer mucho tiempo en Afganistán y menos ocupar el país. Podrían hacer una breve pero devastadora incursión militar, con el objetivo, no de la ocupación, sino de infligir el mayor daño posible al país.

Si Bin Laden puede ser capturado “vivo o muerto” —por citar la célebre frase del principal representante de la cristiana civilización occidental—, por supuesto será una prima. Pero primero ¡tienen que encontrarle! En segundo lugar, la liquidación de Bin Laden, por sí misma, no resolverá nada. La idea inicial del obtuso Bush, que parece haber visto en su juventud demasiadas películas de John Wayne, era efectuar un despliegue de fuerza contundente, bombardear y devastar, sin ninguna consideración por la pérdida de vidas. Pero en realidad esta acción sólo servirá para avivar el fuego de la inestabilidad mundial, exacerbar todas las contradicciones e incrementar, enormemente, el riesgo de nuevos ataques terroristas y nuevas víctimas inocentes en todas partes.

En los últimos días, mentes menos obtusas se han referido a una cuestión compleja: ¿contra quién debe actuar EEUU? y ¿cómo? Se ha producido un cambio evidente en la táctica de Washington. EEUU ha cambiado su plan. Ahora, según algunos informes, sus planes se centran en derribar el régimen talibán y sustituirlo por un “gobierno interino”, posiblemente encabezado por el viejo rey de 86 años, Zahir Shah, actualmente en el exilio en Roma. También se están llevando a cabo negociaciones con la Alianza del Norte, la oposición armada encabezada por el expresidente Rabbani, que ha estado luchando contra los talibanes desde hace años y actualmente controla el cinco por ciento del territorio.

Hasta la fecha, la Alianza del Norte ha estado apoyada por Rusia, Irán, India y las antiguas repúblicas centroasiáticas soviéticas de Uzbekistán y Tayikistán. Ahora los líderes de la Alianza del Norte han ofrecido sus servicios al imperialismo estadounidense. Esta oferta viene muy bien para los intereses de Washington. El Pentágono ha estado reticente a utilizar tropas de tierra desde Vietnam. Pero si utiliza a la Alianza del Norte, en parte pueden evitar la acusación de “infieles” que atacan un estado musulmán. Y también tendría la ventaja adicional de que los no estadounidenses cargarían con el peso de las bajas.

La imagen talibán de indestructibilidad es un mito. En realidad, los estudiantes religiosos de Pakistán, escasamente entrenados, nunca habrían podido tomar Kabul sin la ayuda de los servicios secretos pakistaníes —el célebre ISS— y la CIA. El propio movimiento talibán está formado por grupos e individuos que se puede hacer pedazos cuando se enfrente a un enemigo serio. Al principio podrían conseguir el control debido a la escasa popularidad de los señores de la guerra y bandidos que, bajo el nombre de “muyahidines”, se instalaron en el poder después de la caída de Najibullah y se dedicaron a saquear el país como una recompensa indicada para los “luchadores de la libertad”.

Al principio, los talibanes parecían garantizar un elemento de estabilidad y respeto por la ley —aunque se trate de la ley cruel de la sharía [legislación coránica]—. Pero ahora, la mayoría de la población de Afganistán está asqueada de ellos. Se han mantenido en poder, en parte, debido a la inercia y agotamiento de las masas, pero principalmente, gracias al apoyo de Pakistán. Cuando este apoyo desaparezca colapsarán como un castillo de naipes. Este es el cálculo de Washington y probablemente es bastante acertado.

Sin embargo, en esta ecuación hay varias complicaciones. La Alianza del Norte se basa en minorías nacionales —principalmente tayikos—, mientras que los talibanes se basan en la mayoría pashtun. Al colocar la figura del rey, Washington espera conseguir el apoyo de los pashtun y otros grupos. Con la combinación de amenazas, fuerza y sobornos, podrían conseguir separar a muchos líderes tribales pashtun que anteriormente apoyaban a los talibanes a cambio de licencia para saquear. Los líderes talibanes rápidamente se encontrarán aislados y sin perspectiva. Sólo les quedará el recurso de confiar en Dios porque nadie más les ayudará.

¿Esto es bueno para el pueblo de Afganistán? La caída de la camarilla homicida de los contrarrevolucionarios talibanes sólo será llorada por los elementos no socialistas o no progresistas. Pero el regreso de los señores de la guerra de la Alianza del Norte no va a ser mejor. Debemos recordar que los talibanes consiguieron llegar al poder sólo porque las masas estaban cansadas de los continuos robos y violaciones de estos “luchadores por la libertad”. Para empeorar las cosas ahora serán agentes abiertos del imperialismo estadounidense, que detrás de bambalinas, dirigirá el país para sus propios intereses.

Los talibanes no van a desaparecer inmediatamente de la escena. Pueden hacer una guerra de guerrillas en las montañas que podría durar años, con la ayuda financiera de los círculos reaccionarios y fundamentalistas de Pakistán, aunque se mantendría en el bandidaje. Por otro lado, a pesar de su apoyo verbal a EEUU en su “cruzada antiterrorista” (con un ojo para conseguir el apoyo de Washington para su aventura chechenia), Moscú no estará muy contenta al ver a EEUU tomando el control de Afganistán y como fortalece su influencia en Asia Central. Hay muchos intereses aquí, relacionados con el gas y el petróleo, y la cuestión espinosa de la construcción del oleoducto a través de Afganistán y el océano Índico.

Los acontecimientos en Afganistán tendrán serias consecuencias para todos los estados vecinos, especialmente para Uzbekistán y Tayikistán, ya amenazados por la insurgencia fundamentalista islámica. Este conflicto provocará guerras aún más sangrientas en el futuro. Los pueblos de esta desafortunada región no van a tener respiro.

 

Los efectos en Pakistán

 

Los efectos en Pakistán de cualquier ataque sobre Afganistán serán inmediatos y dramáticos. Hasta el momento, las manifestaciones de los fundamentalistas pakistaníes han sido y esporádicas y no demasiado grandes. El ala estudiantil del Jamaat-e-Islami organizó una de las mayores protestas, los ulemas [clérigos] en Lahore llevaban pancartas con la consigna: “Osama es nuestro heroe”. Pero las autoridades, con los estadounidenses respirando en su nuca, se han resquebrajado. En una manifestación en Karachi fueron asesinados dos manifestantes y varios más heridos. La policía ha atacado las manifestaciones con gas lacrimógeno y palos.

El fermento refleja la extensión del ambiente de descontento que podría desbordar las calles en caso de un ataque estadounidense. Es incluso posible que pueda ser derrocado el gobierno de Musharraf. A pesar de los riesgos indudables, sin embargo, Musharraf no tiene otra alternativa sino apoyar a los estadounidenses. Lo mismo ocurre con la mayoría de la casta de oficiales que tienen intereses en EEUU y Europa.

Pero la situación es extremadamente frágil. Una minoría de los oficiales —especialmente los relacionados con el ISS— tiene estrechos contactos con los talibanes. Apoyan la reacción fundamentalista y son hostiles a EEUU —no tanto por convicciones religiosas como por intereses financieros—: tienen una gran cantidad de dinero en la economía negra que sustenta Pakistán. Este dinero procede del tráfico de drogas que tiene su base en Afganistán —el mayor productor de opio del mundo—. Existen conexiones entre el sombrío mundo de los barones de la droga pakistaníes, los fundamentalistas y los servicios secretos pakistaníes.

Sin embargo, el imperialismo estadounidense fortalecerá su asidero en Pakistán. No puede tomar Afganistán y ver a Pakistán caer en manos de sus enemigos. Washington utilizará el palo y la zanahoria para controlar la situación. Ya ha recompensado a Musharraf con un regalo de 600 millones de dólares en reducción de la deuda, mientras levantan las sanciones impuestas hace tres años a India y Pakistán por sus pruebas de armas nucleares.

No satisfecho con atacar Afganistán, el imperialismo estadounidense ya está poniendo el ojo en otra víctima. Se han puesto en circulación informes que intentan asociar Irak con los ataques terroristas. El hecho de que la fuente fuera el Mossad —la policía secreta israelí— inmediatamente pareció una provocación. A Tel Aviv le gustaría que los estadounidenses reiniciaran el bombardeo de Irak porque eso le favorecería, ya que los estadounidenses necesitan apoyarse en la inteligencia y el apoyo logístico israelíes. El eje israelí-estadounidense se fortalecería, en detrimento de los palestinos.

Un nuevo ataque a Irak hundiría todo Oriente Próximo en el caos. El precio del petróleo se dispararía agudizando aún más la crisis económica mundial. Las masas árabes tomarían las calles, amenazando con desestabilizar un régimen árabe tras otro. Las embajadas estadounidenses y los intereses económicos serían otra vez blanco de los ataques en todas partes. No se podría excluir el derrocamiento del saudí pro-estadounidense. Los EEUU se verían succionados irremediablemente por un conflicto militar mayor. En estas circunstancias no se puede descartar nuevos ataques terroristas —incluso dentro de EEUU—.

Los marxistas condenamos enérgicamente los ataques terroristas en EEUU. Ahora condenamos con igual energía el terrorismo de estado que busca vengarse en hombres, mujeres y niños inocentes. Por este camino, sólo se puede esperar más sangre y lágrimas. Los perdedores, como siempre, serán los pobres. La catástrofe humana que provocará tendrá un efecto importante en la conciencia del mundo —incluido en EEUU—. Se cuestionarán muchas cosas. La mente, la actitud y las opiniones comenzarán a cambiar.

 

El mundo se enfrenta a la recesión

 

El lunes 17 de septiembre, cuando la Bolsa de Nueva York reabrió después del cierre más largo desde la Gran Depresión, el Dow Jones sufrió una caída de 620 puntos —la mayor caída en un día de su historia—. De la noche a la mañana, los valores de las acciones perdieron 370.000 millones de dólares, un escalofrío recorrió la columna vertebral de los inversores de todo el mundo. En lugar de toda la retórica edulcorada de los últimos años, ahora hay temor y pesimismo ante el futuro. El sistema capitalista mundial ha entrado en aguas turbulentas.

Todos los llamamientos patrióticos no han podido disipar el profundo sentido de ansiedad que aflige a la fraternidad inversora. En todas partes hay nerviosismo, que se traduce en una caída de las Bolsas de todo el mundo, empezando por EEUU. Igual que cuando se lanza una piedra a un lago la economía estadounidense está provocando ondas. Éstas reverberarán por todo el planeta, provocando nuevas caída de las Bolsas.

Esto en absoluto es una sorpresa, ya que lo único que en el último período ha mantenido la economía mundial a flote ha sido el auge del consumo en EEUU. Esto es lo que dio un respiro temporal a las economías asiáticas después de la crisis de 1997. EEUU las salvó al absorber todas sus exportaciones, en particular, las relacionadas con la nueva tecnología: microchips, ordenadores, etc., Ahora este proceso ha llegado a sus límites. La caída de la bolsa, el aumento del desempleo y la acumulación de deudas, terminarán por minar la confianza del consumidor en EEUU. La caída de la demanda en EEUU afectará a todos los países exportadores —ya sea en Asia o en Europa—.

La caída ha sido particularmente severa en los llamados mercados emergentes de Asia y América Latina. La moneda brasileña —el real— ha vuelto a caer, lo que a su vez, presionará más a Argentina. La recesión en Japón se ha agravado más y sin solución a la vista. Se pronostica una nueva oleada de bancarrotas que pondrá más presión sobre el ya frágil sector financiero japonés.

En la mañana del 21 de septiembre, cuando escribimos estas líneas, en media hora se han esfumado 50.000 millones de dólares de los valores de las acciones de la bolsa de Londres. Por primera vez en años no ha subido ninguna acción en el mercado londinense; todos estaban en números rojos, incluidas las compañías de seguros y aerolíneas (es natural), pero también las telecomunicaciones y las grandes empresas como EMI. Los inversores huyen del riesgo —ahora se encuentra en la bolsa—. Otros mercados —Francfort, parís, Tokio— experimentaron caídas mayores.

El Dow Jones ha caído un 12% desde el 11 de septiembre, ahora está en su nivel más bajo en tres años, con perspectiva de nuevas caídas. Y nadie sabe donde está el mínimo. Un comentarista económico observaba que “si ha comprado acciones de Nortel Networks hace un año por valor de 1.000 dólares, ahora valen 49 dólares. Si ha comprado acciones de Budweiser por valor de 1.000 dólares hace un año (...) ahora tendrá 79 dólares”.

Evidentemente el movimiento descendente no es uniforme, no afecta a todas las acciones. Algunas acciones han experimentado una importante subida. ¿Qué acciones han subido? Las relacionadas con la industria de armas, seguridad y defensa: empresas como Lockheed están funcionando muy bien. En sus preparativos de guerra contra los “enemigos de la civilización” el Congreso ha aprobado 40.000 millones de dólares para “seguridad”. Esta generosidad pública generará jugosos beneficios para las grandes compañías eléctricas vinculadas a la defensa. Como Lenin señaló una vez cuando alguien le comentaba que la guerra es algo terrible: “¡Sí, terriblemente rentable!” Mientras que la aviación militar va muy bien, la civil se enfrenta a una profunda recesión. Virgin Atlantic ha anunciado el despido de 1.200 trabajadores, British Airways estudia la posibilidad de despedir 6.000. Pero esto no es nada comparado con la catástrofe de la industria de aviación civil estadounidense, que se enfrenta al despido inmediato de 50.000 empleos. Los efectos acumulativos provocarán un declive profundo en la actividad empresarial, los beneficios y la inversión.

Enfrentada al colapso general de la confianza empresarial, la Reserva Federal ha reaccionado con un nuevo recorte de los tipos de interés —el octavo de este año—. El nuevo recorte de medio punto tenía la intención de desviar la crisis de Wall Street. Pero no dio resultado. Alan Greenspan parecía un hombre intentado vacia el océano con una cucharita. Esta crisis no se limita a la bolsa. Todo el mundo está dirigiéndose al unísono hacia una recesión —por primera vez desde los años treinta—. El ambiente ha cambiado de la “exhuberancia irracional” a un pesimismo profundo. En lugar de hablar del “ritmo de los dividendos” y el nuevo paradigma económico, ahora se habla de sólo dos tópicos: la guerra y la recesión económica. La globalización ha revelado su verdadera naturaleza: la crisis global del capitalismo.

 

Cómo defender la “civilización”

 

Como siempre, el terrorismo individual ha tenido las consecuencias más negativas y ha hecho retroceder la conciencia. La acción del 11 de septiembre fue una locura. Aparte de asesinar a muchos civiles inocentes, ¿qué más se ha conseguido? Sólo dar una excusa al imperialismo estadounidense para destrozar todo a su paso y poner a una parte importante de la población estadounidense detrás de Bush y de los círculos más reaccionarios y agresivos de la clase dominante y el ejército.

No hace mucho George W. Bush —la extrema derecha republicana— era tan impopular que sólo consiguió llegar a la Casa Blanca gracias al amaño las votaciones. Ahora está muy arriba en las encuestas de opinión. En solo pocos días, su conducta lamentable en el momento del bombardeo se ha olvidado: el hecho de que tardara media hora en reaccionar y después se pasase varias horas volando en círculos antes de aterrizar en el seguro bunker de Nebraska, mientras sus conciudadanos agonizaban.

Como ya dijimos en la declaración del 11 de septiembre, las consecuencias inmediatas del bombardeo han tenido un carácter completamente reaccionario. En cada ciudad y pueblo de EEUU ondean las barras y estrellas y se canta “Dios guarde a América”, mientras que en algunas zonas se atacan mezquitas y los niños árabes tienen miedo de ir a la escuela en la cuna de la democracia y la civilización cristiana.

El ambiente en EEUU antes de estos actos, en general, era contrario a que EEUU se implicara en aventuras militares en el extranjero. Ahora hay poca oposición a la idea de atacar Afganistán o a reanudar el bombardeo de Irak. Si el objetivo de los terroristas era ayudar a los palestinos, entonces han conseguido exactamente lo contrario. Los círculos más reaccionarios en Israel ya se han fortalecido y los palestinos corren un peligro mayor.

Es verdad que temporalmente Washington está presionando a Tel Aviv para que deje de aniquilar a los palestinos, porque sus acciones están poniendo nerviosos a los aliados árabes de EEUU en un momento en que intentan formar una “gran coalición” para que apoyen el ataque de Afganistán. En esta coalición unos pocos árabes “moderados” son muy útiles y no está bien molestarles. Pero en realidad, la dependencia de EEUU del apoyo israelí es mayor que antes y, por lo tanto, el poder de Israel ha aumentado a expensas de los palestinos. La mirada preocupada de Arafat (que también quiere participar de la “coalición antiterrorista” de EEUU) es una expresión gráfica de la verdadera situación.

Después de vengarse de la población de Afganistán, Irak y otros estados por ayudar al terrorismo, la atención del ejército y la inteligencia estadounidenses se dirigirá hacia el “enemigo interno”. Mientras que claman a favor de la democracia, empezarán a recortar los derechos democráticos de sus ciudadanos, todo en nombre de la defensa del terrorismo. Esto ya ha comenzado tanto en EEUU como en Europa.

Una parte importante de esto será el fortalecimiento de los servicios de inteligencia. En recompensa por haber mostrado una incompetencia increíble, la CIA y el FBI tendrá acceso a fondos y poderes ilimitados. Este premio llega en un momento en que la plusvalía presupuestaria de EEUU se ha convertido en déficit y tendrán que hacer recortes de otros temas no considerados esenciales para la civilización, es decir, educación, sanidad y cultura. La población de EEUU —o por lo menos eso cree Bush y compañía— estará más dispuesta a hacer estos “pequeños sacrificios”, y la clase dominante estadounidense intentará poner la carga de la crisis económica sobre los hombros de la clase obrera.

La esencia de la cuestión no tiene nada que ver con la religión o el “choque de dos culturas”, “la lucha entre Dios y el demonio” o cualquier otra tontería de las que dicen los comentaristas superficiales o personas interesadas en confundir y extender ideas reaccionarias y racistas. El problema es que el sistema capitalista —el poder de las multinacionales respaldadas por el imperialismo—, ha provocado caos, desempleo de masas y miseria en todas partes, desencadenando la inestabilidad universal. Y serán las masas, la población normal, ya sea en Mahattan, Karachi o Kabul, las que pagarán el precio más caro.

El verdadero enemigo de la paz y la civilización no es un hombre o una mujer, es el sistema. Y por lo tanto, aquellos que deseen luchar contra los demonios de nuestro tiempo, aquellos que tienen sed de venganza contra las atrocidades, que destruyen la vida humana y hacen este mundo algo insoportable, no deben buscar la destrucción de este o ese individuo, sino que deben unirse a la lucha para destruir el propio sistema —el capitalismo—, el verdadero responsable de estas monstruosidades.

A corto plazo, la marea en EEUU se dirige hacia la reacción. Pero esta marea, como todas las demás, con el tiempo cambiará. Las masas han salido de una forma violenta de su letargo y rutina. En los centros de trabajo el principal tema de conversación ya no es el fútbol sino la política mundial. La atención de las personas se centra en los acontecimientos mundiales y la conducta de sus gobernantes. Tarde o temprano, comprenderán que la política actual sólo provocará nuevas tragedias y desastres para la población de todo el mundo, que nada bueno puede salir de un sistema enfermo que pone los beneficios de un puñado de ricos y grandes empresas antes que la vida y el trabajo de la mayoría.

 

La OTAN y la ONU

 

La guerra siempre somete a toda tendencia política a una dura prueba. Esta no es una excepción. El papel de los dirigentes reformistas de derechas es el que se podría esperar: la capitulación total ante el imperialismo. Los dirigentes obreros europeos de derechas como Tony Blair han dado su apoyo pleno a la OTAN. Pero la OTAN es un bloque armado del imperialismo internacional, dominado por EEUU. Después de la caída de la URSS su poder ha crecido enormemente. En el momento actual la OTAN sólo cuenta con el 12% de la población mundial, pero con el 40% de las armas convencionales del planeta, el 45% de todas las armas nucleares, el 56% del gasto militar y el 90% de todo el gasto en investigación militar.

A pesar de todas las palabras que dicen sobre una “gran coalición” contra el terrorismo, no hay solidaridad real entre Europa y EEUU. Con la excepción de Tony Blair, que nunca pierde la oportunidad de desplegar su adhesión servil al imperialismo estadounidense (que refleja la verdadera posición de Gran Bretaña como potencia mundial de segunda fila y satélite de Washington), las otras potencias europeas han dado un apoyo mudo a EEUU, pero según pasan los días mayores son las reticencias hacia la idea de una represalia militar. Esto se aplica sobre todo a Francia, que, con la reticencia comprensible a ver la torre Eiffel demolida, tiene sus propios intereses en Oriente Próximo y quiere tener buenas relaciones con los países árabes —incluido Irak—. Según pasa el tiempo se producen nuevas fisuras en la “gran coalición” entre Europa Occidental y EEUU. Estas contradicciones aumentarán con la recesión que agravará el conflicto económico ya existente entre los capitalistas europeos y los estadounidenses. La lucha por los mercados a escala mundial se intensificará.

Por su parte, los reformistas de izquierda también han demostrado ser incapaces. En España Izquierda Unida ha apelado al imperialismo estadounidense para que demuestra moderación, que es igual que persuadir a un tigre para que coma lechuga en lugar de carne. En Gran Bretaña, Tony Benn, el más inteligente de los laboristas de izquierda, ha hablado de la necesidad de mantener valores cristianos y exigía la intervención de la ONU. Lo mismo se ha podido ver en los representantes de los verdes franceses (¡los verdes alemanes parecen apoyar a los estadounidenses!).

Las Naciones (des) Unidas sólo apoyarán al imperialismo estadounidense, como hicieron en la guerra del Golfo, proporcionándole una excusa legal conveniente para la agresión a Afganistán y otros países. Después del ataque terrorista en EEUU, el Consejo de Seguridad de la ONU inmediatamente aprobó la resolución 1.638 que permite a todos los estados impartir justicia sobre los perpetradores, organizadores y colaboradores de los ataques, y en la práctica, da mano libre a EEUU para que emprenda las acciones que consideren convenientes. Y podemos dar por sentado que la ONU apoyará a EEUU en todo lo que haga.

Como hemos explicado repetidamente, la ONU sólo es un foro donde las potencias imperialistas pueden, algunas veces, dilucidar disputas menores, pero es completamente incapaz de hacer algo cuando los intereses reales del imperialismo están en juego —como es el caso—. La ONU ahora es completamente irrelevante. Todo el mundo espera escuchar que dirá o hará EEUU, pero nadie presta atención a lo que hace la ONU —básicamente nada—.

 

El nuevo desorden mundial

 

Desde 1945 la población de Europa y Norteamérica ha olvidado lo que es la guerra. EEUU y la Unión Soviética se equilibraban mutuamente y consiguieron una relativa estabilidad mundial. La población occidental se acostumbró y vio la ausencia de una guerra como algo normal. La guerra era algo que ocurría a otras personas: en Asia, África, América Latina u Oriente Próximo. La guerra de Vietnam tuvo consecuencias serias en EEUU pero se libró en un lugar lejano de la jungla asiática. La barbarie era algo reservado para otros.

Ahora todo eso ha cambiado. En el espacio de poco más de doce meses hemos visto los horrores de la guerra en suelo europeo por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, y ahora los horrores de algo parecido a una guerra han llegado al corazón de EEUU. Esto es un serio aviso para la clase obrera en todo el mundo: la crisis del capitalismo ha adquirido ahora un carácter general y convulsivo que amenaza con arrastrar a todos los países —incluidos los países de Europa occidental y Norteamérica— hacia un ambiente de inestabilidad mundial general, con todas las características que acompañan a las guerras, el terrorismo, la crisis económica, el desempleo de masas y la ruptura social. El cuadro general presenta un mundo enloquecido aunque la verdadera fuente de locura no hay que buscarla en la mente trastornada de un fanático como Bin Laden, sino en la locura del propio sistema capitalista que desestabiliza más el mundo que las conspiraciones de Al’Qaida.

El poder colosal va acompañado de la arrogancia colosal. EEUU se está comportando en el mundo como lo hacía el imperialismo británico en los días de la diplomacia cañonera. Pero hay diferencias fundamentales. Gran Bretaña dominó el mundo en un período de ascenso del capitalismo, cuando el sistema capitalista todavía jugaba un papel relativamente progresista. EEUU heredó el papel de Gran Bretaña como policía internacional pero en la época de decadencia capitalista, con resultados completamente diferentes.

Antes de la Segunda Guerra Mundial León Trotsky pronosticó que EEUU emergería como la principal potencial imperialista y que dominaría el mundo, aunque tendría dinamita en sus cimientos. Ahora se ha demostrado de una forma contundente la corrección de esta predicción.

Cuando la Unión Soviética colapsó hace ahora diez años la burguesía estaba pletórica. Decían que instaurarían un nuevo orden mundial caracterizado por la paz universal, la estabilidad, la democracia y la prosperidad, gracias a las maravillas de la economía de mercado. EEUU garantizaría este nuevo orden mundial—la única superpotencia mundial—. Una década después, todos estos sueños han terminado en un montón de ruinas. La visión se ha convertido en una pesadilla para los pueblos de todo el mundo —incluidos los EEUU—.

La realidad del “nuevo orden mundial” quedó expuesta en la guerra del Golfo. El mensaje de este conflicto desigual era evidente: cualquier país que intentara resistirse a EEUU sufriría un ataque armado de proporciones masivas. Sin embargo, hoy, diez años después, EEUU no ha conseguido sus objetivos en Irak y Sadam Hussein todavía está firmemente en el poder. Más tarde la aventura en Kosovo finalizó en una solución confusa que creó muchos más problemas en los Balcanes que siguen amenazados por nuevas guerras, conflictos e inestabilidad. Todo esto demuestra los límites del poder estadounidense.

Bush ha dejado claro que no distinguirá entre los terroristas y los estados que supuestamente les protejan. El significado real de esto —y del nuevo orden mundial en general— es sólo este: los EEUU se conceden a sí mismos el derecho a intervenir militarmente en cualquier país que amenace sus intereses. En el caso de Yugoslavia intervinieron en los asuntos internos de lo que se suponía un estado soberano, una completa violación de todas las normas aceptadas del derecho internacional, incumpliendo la tradición de no-interferencia aceptada (en teoría) por la diplomacia internacional durante los últimos trescientos años. Como dice el refrán: si juegas con fuego es probable que te quemes. La conducta de EEUU ha incrementado la inestabilidad mundial. La creciente turbulencia ahora ha impactado en los propios EEUU. Y no finalizará pronto. No falta material combustible en el mundo. Allá donde se mire, Bush y compañía sólo provocarán más material para las llamas, más desorganización de la economía mundial haciendo inevitable la recesión ,y creará más Osama Bin Laden que organizarán nuevos ataques contra el pueblo de EEUU.

Lejos del cuadro tranquilo de paz y prosperidad, hemos entrado en el período más turbulento y convulsivo de la historia humana. La turbulencia no se limita a un país o incluso un continente: es global. Los imperialistas estadounidenses creen que pueden basarse en el ambiente actual de la opinión pública de su país, todavía desorientada por los recientes atentados. Pero no durará para siempre. El ambiente de las masas estadounidenses cambiará a su contrario, sobre todo, cuando comiencen a llegar las bolsas de cadáveres a casa. La gente se empezará a preguntar: ¿y esto para qué?

La crisis del capitalismo se expresa en la inestabilidad universal: inestabilidad en la bolsa y la economía, inestabilidad en las relaciones entre las naciones e inestabilidad en las relaciones entre las clases. Esto tarde o temprano se reflejará en un cambio profundo de la psicología de las masas que, a través de la experiencia de los grandes acontecimientos, comprenderán la verdadera naturaleza de la crisis y la necesidad de encontrar una salida. El proceso no será fácil o automático e inevitablemente se producirá en el próximo período. Los humos venenosos de la reacción y el chovinismo se disiparán. Se disiparán con un enorme giro a la izquierda en todas partes.

El largo período de relativa paz y estabilidad que caracterizó la historia del mundo occidental durante el último medio siglo después de 1945 ha terminado para siempre.

El sistema capitalista sufrirá una conmoción tras otra y cambiará la psicología de las masas. La etapa estará caracterizada por tremendas batallas entre las clases y en el transcurso de las mismas la clase obrera reaprenderá de todas las lecciones del pasado.

La clase obrera comprenderá la necesidad de un cambio radical de la sociedad. Las ideas que hoy sólo son escuchadas por unos pocos llegarán a las masas. El socialismo y el marxismo una vez más ocuparán su lugar a la cabeza del movimiento obrero. El movimiento obrero se transformará de arriba abajo. Sus organizaciones, armadas con las ideas del marxismo, se convertirán en el instrumento genuino de lucha, dispuestas para dirigir a la clase obrera a la transformación de la sociedad y el orden socialista mundial.

Fecha: 

21 de septiembre de 2001

Teoría Marxista: