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El pasado 9 de agosto, cuando todavía no se habían terminado de digerir los debates de la Conferencia Ideológica Nacional, los militantes del PDA nos enteramos de que la convocatoria al III Congreso Nacional, incluía la exclusión del PCC de sus filas. En una reunión del CEN (Comité Ejecutivo Nacional) a la que asistieron 22 de sus 38 miembros, 16 de ellos aprobaron la expulsión de una de las fuerzas políticas más importantes en la historia del movimiento obrero colombiano. Siguiendo el debate promovido meses antes por Aurelio Suárez, se había resuelto que la participación del PCC en Marcha constituía una doble militancia, prohibida por la legislación colombiana. La noticia generó un gran debate al interior del partido que aún no concluye.
2011 fue un año crítico: una segunda ola invernal con víctimas mortales y miles de damnificados que aún no han recibido atención y se suman a los del 2010, asesinatos a sindicalistas, ataques contra el movimiento obrero por parte del Estado y el narcoparamilitarismo, desplazamiento forzado, derrota electoral del Polo Democrático Alternativo (PDA), etc. Sin embargo, una luz de esperanza nos acompañó desde abril hasta diciembre y fue el movimiento estudiantil que permanentemente ocupó las calles logrando tumbar el proyecto de reforma a la Ley 30 de 1992 que ponía a la educación pública en riesgo de extinción.
El Polo Democrático Alternativo (PDA) recibió el año despidiéndose de la Alcaldía de Bogotá. La derrota electoral del 30 de octubre del año pasado motivó un profundo debate al interior de las diezmadas filas del partido: más que perder cargos públicos, se tomaba consciencia de la cuenta de cobro que las masas habían pasado al Polo.
Hasta hace unos meses Colombia era llamado el Israel de América Latina: tierra conservadora en medio de una región convulsa y aliada fiel del imperio yanqui. Sin embargo, desde hace unos meses vemos a la juventud israelí, inspirada por el proletariado del mundo árabe, alzar la voz en contra de sus opresores.
Claudia Guzmán, camina presurosa entre las calles del centro de la ciudad, sabe que ese día se lo descontarán de su sueldo, pero el tema no le inquieta tanto como el de no participar en la marcha del 10 de noviembre.
Claudia vive en un barrio al sur de la Capital colombiana, junto a su madre y dos hermanas. El próximo año la menor se graduará de bachiller en un colegio público y su otra hermana hace pocos meses obtuvo el título de licenciada en Lenguas de la Universidad Distrital, el mismo al que ella aspira.
Es común que ante la cotidiana corrupción y las injusticias que se cometen en Colombia, la reacción sea preguntar por qué no nos movilizamos. Quienes pretendimos celebrar en Bogotá el Día Internacional de los Trabajadores y conmemorar a los mártires de Chicago, el pasado 1º de mayo, podemos responder a esa pregunta.
A principios de este año fotografías de dos jóvenes bogotanos muy guapos aparecieron en diferentes medios noticiosos. No se trataba de protagonistas de telenovela ni de la última revelación del modelaje sino de Margarita Gómez y Mateo Matamala, estudiantes de la Universidad de los Andes que fueron asesinados por el grupo paramilitar “Los Urabeños” en el departamento de Córdoba.
En la coyuntura de una crisis económica de dimensiones internacionales, el 2010 prometió desde el principio ser un año difícil para Colombia. Una de las pocas noticias positivas que recibimos fue la inexequibilidad del referendo reeleccionista que buscaba un tercer período de gobierno para Álvaro Uribe Vélez. Ese 26 de febrero sentimos el alivio de saber fuera del solio de Bolívar a un personaje nefando para la historia de Colombia. No fue simplemente el resultado de una eficiente democracia burguesa, ni siquiera de la sapiencia de las altas cortes1; más bien una maniobra necesaria para la oligarquía colombiana que contó con el apoyo, a veces inconsciente, de diferentes sectores del proletariado afectados por el régimen uribista.