El sistema de partidos y la crisis capitalista

Escrito por: 

Rubén Rivera

 

El pensamiento capitalista  desconoce la contradicción como motor de cambio, para él, se trata de un parámetro que se considera “lo correcto” y lo demás es buscar mantenerse dentro de él. Así, por ejemplo, si no hay huelgas la situación en buena; si la gente se forma en su fila sin protestar, no hay problema; si la inflación es baja, todo está bien. Los paradigmas del capitalismo son inamovibles para los burgueses, especialmente el afán de máxima ganancia al menor costo.
 
Paradójicamente el sistema capitalista es plenamente contradictorio, incluso no puede vivir sino a condición de desarrollar las contradicciones incluso hasta estallar, como en el caso de las crisis, las guerras, la violencia de todo tipo, etc.
 
images_47.jpgEl conflicto de clase es, aunque maquillado, también permanente. Los partidos políticos como tales son productos directos del sistema capitalista y de su “democracia representativa”. Por supuesto, en otros tiempos de la historia de la humanidad, ha habido diversos tipos de agrupamientos que se disputaron el poder pero es sólo en los marcos del actual sistema cuando se han afinado de tal modo procedimientos y leyes electorales, que los partidos políticos que buscan contender  por el poder político terminan amoldándose a un esquema de proceder que los acerca mucho entre sí.
Un partido por su composición, por la forma en que se creó y por su programa, termina expresando la voluntad de una clase social en particular o en ciertos casos, representando a la los sectores más decididos de la clase social correspondiente.
 
El proceso revolucionario de 1910-1917 en su fase de consolidación, la cual data hasta 1940, gestó un partido político hegemónico, el PRI, que agrupaba a diversas clases bajo la dirección de la burguesía nacional.
 
Dicho partido convivió desde un principio con un agrupamiento político de extrema derecha: el Partido Acción Nacional, representante de la alta burguesía con aires de aristocracia separada del poder político por la revolución. En el otro extremo estaba el Partido Comunista, que al menos en sus inicios representó los intereses del joven proletariado y los campesinos pobres.
 
La economía mexicana creció de 1940 a 1970 por una serie de circunstancias irrepetibles pero llevaron al sistema capitalista a nuevas contradicciones, millones de jóvenes entrando a una mercado de trabajo cada vez más restringido y una demanda cada vez más insatisfecha de bienes de consumo, especialmente debido a que, producto de la crisis, lejos de desarrollar las fuerzas productivas, se cerraban más y más industrias.
 
El viejo PRI basaba su control político en una estructura corporativa, que guardaba muchas semejanzas con los regímenes fascistas, pero el 68 demostró que esa estructura ya no era útil, especialmente cuando fue incapaz de contener la irrupción social desatada. La matanza del 68 es símbolo inequívoco de ese fracaso.
 
La irrupción de obreros y jóvenes en los setentas no pudo ser contendía y de ahí la reforma política de la época de López Portillo, “en política la forma es fondo” decía Jesús Reyes Heroles,  tal vez refiriéndose a que la única salvación del sistema  sería construir un sistema de partidos que bajo diversas formas terminaran siendo lo mismo.
El Partido Comunista, que ya durante los cuarentas perdió su perfil revolucionario, terminó adecuándose a las normas del sistema, no para transformarlo sino para convivir con él. No obstante, ya con su registro legal, fue amalgamando una serie de prácticas siempre en harás de “la unidad de la izquierda”, siempre desdibujándose ideológicamente a cada paso: PSUM, PMS y finalmente PRD.
 
El Partido Acción Nacional, a la defensiva en sus primeros años, fue cobrando cada vez más confianza en sí mismo, especialmente con el desarrollo y fortalecimiento de una burguesía cada vez más independiente de la burocracia del Estado y cada vez más identificada con el sistema político norteamericano.
 
La izquierda electoral y el PRD
 
El movimiento de masas, en sus distintas expresiones, ha tenido una dinámica distinta la cual, de una manera u otra, siempre ha tratado de buscar  una expresión dentro de los partidos legales, sin que ello signifique que alguno los represente realmente. No cabe duda que, por ejemplo en 1988, la coalición PARM, PPS y PMS, encabezada por Cárdenas, canalizó todo el descontento en contra de un régimen cada vez más incapaz de ofrecer un futuro a los trabajadores.
 
El PRD nació de esas tendencias contradictorias, por un lado el afán de lucha de las masas, por otro lado la inacabable búsqueda de la vieja izquierda reformista de un lugar tranquilo donde convivir con el sistema. Por supuesto no era un proceso uniforme, el 90% de los activistas que integraron el PRD lo hacían con el afán de dar la lucha por participar en una revolución democrática que avanzara rumbo a una trasformación social real. 
 
Paradójicamente el acceso del PRD a cargos de administración pública lo fue paulatinamente separando de las masas, paulatinamente su aparato fue sustituyendo a la militancia y se fue fusionando con el Estado. Al final, en el 2012, el apoyo del partido hacia Andrés Manuel López Obrador fue más bien forzado por no tener candidato propio más que por algún tipo de convicción.
 
Su canto del cisne, o más bien de cuervo, fue su firma del pacto por México que lo ha convertido en un partido palero más, una copia pequeña del PRI con un discurso un poco distinto pero con una práctica tan clientelar y corrupta como aquel. Para colmo ahora buscan que los presida un priista de reconocida trayectoria salinista: Agustín Basave.
Su crisis es expresión de que las masas lo han dejado de ver como alternativa, ante la disyuntiva de radicalizarse o acercarse más al Estado para enfrentarla, ha optado por esto último terminado por ser definitivamente un pequeño partido de un sector de la burguesía.
 
La derecha panista
 
El PAN nunca ha sido un partido de masas, su fuerza se centra en el financiamiento de la gran burguesía tan pro imperialista como provinciana, acostumbrada a transportarse en helicóptero, jet o similares, de ahí que, por ejemplo, el dirigente nacional gane, solo por ese simple hecho, 185 mil 669 pesos al mes. Al mismo tiempo son fanáticamente reaccionarios, enemigos de los derechos de la mujer y dueños de una moral hipócrita. No tiene otro programa más que eliminar trabas para incrementar las ganancias de los capitalistas, de hecho para ellos el PAN es más bien un paso intermedio a cargos en diversas empresas privadas o cámaras empresariales. Su crisis básicamente se concentra en el hecho de que la crisis capitalista hace inútil cualquier intento de crecimiento económico serio bajo las normas del “libre mercado”. Su dogma, por tanto, a la hora de gobernar, no tiene más que seguir la lógica del único partido que en forma o en espíritu ha gobernado México desde el fin de la revolución: el PRI.
 
El PRI, partido construido por la burguesía nacional resultante de la burocracia estatal que brotó de la revolución, ha venido mutando a lo largo de los decenios sin perder esa doble función: la de representar a una clase y del aparato del Estado. Pese a que la crisis de los ochentas y noventas lo llevaron a sufrir una separación formal  entre ambos, es un hecho que su forma de hacer política se ha transmitido a todo aquel grupo o partido que ha ejercido el poder político en México.
 
El hombre creó a Dios a su imagen y semejanza, del mismo modo el Estado capitalista mexicano amolda a los partidos que aceptan el juego a su imagen y semejanza. No obstante ahí mismo está la clave de sus crisis. Una de las reglas para integrarse al sistema es defenderlo y ello es una tarea sin éxito.
 
El régimen capitalista está en crisis, sus bajas tasas de crecimiento se acompañan con desempleo, violencia, delincuencia, privatizaciones, eliminación de derechos sociales como el empleo estable o la seguridad social. Tanto así que todos los pactos en el fondo implican alianzas para quitar más y más derechos. Un partido podrá decir lo que quiera pero si acepta las reglas del capitalismo mostrará al final que sus integrantes son mentirosos, cínicos o ambas cosas y ello a la larga generará pedida de credibilidad. 
 
En el gobierno una imagen se desgasta y entra otra y así perdura el juego perverso donde en última instancia los millones de trabajadores, que son los auténticos productores de la riqueza, no deciden más el nombre de aquellos que les apretarán los grilletes cada cierto tiempo.
 
La única alternativa es la construcción de un partido que sea consecuente con el espíritu de lucha de las masas trabajadoras. Todos estos años el PRD tuvo esa oportunidad y la perdió, con ello, siguiendo a José Revueltas, es históricamente un partido sin sentido, inexistente desde el punto de vista de los trabajadores.
 
¿Ese nuevo partido puede surgir de Morena? Sí, a condición de que rompa con el sistema y adopte un programa revolucionario. Es posible, no obstante, que de la experiencia de Morena y de otras luchas sociales surjan bases y cuadros para el partido que las masas necesitan, todo depende de entender que al Estado y al régimen político no hay que adoptarlo, hay que destruirlo.

Fecha: 

14 de septiembre de 2015

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