Lenin y Trotsky qué defendieron realmente [II] - Introducción y De La historia del Bolchevismo (I)

Escrito por: 

Alan Woods y Ted Grant

INTRODUCCIÓN

lenin-trotsky3.jpg“Desde hace mucho tiempo, los marxistas esperaban un debate a fondo sobre las posturas políticas y el papel político tanto de Stalin como de Trotsky. Y con él la valoración de las principales políticas y acontecimientos del movimiento obrero ruso e internacional durante cuatro décadas. Este debate será trascendental, complejo, pero profundamente instructivo” (Cogito, p. 2).
 
Esta es la promesa que Monty Johnstone hace a los lectores de Cogito, el periódico de la Liga Juvenil Comunista (YCL). Es una promesa que será bienvenida por todos los militantes sinceros de la YCL y del Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB), la mayoría de los cuales también se preguntan por qué un debate tan importante llega con tanto “retraso”. Para ser exactos, con un retraso superior a cuatro décadas.
 
Hasta hace poco era impensable un debate sobre el trotskismo en la YCL o el CPGB. Durante cuarenta años, a los militantes comunistas se les “prohibió” leer las obras de León Trotsky, y sus dudas y preguntas tropezaban con una constante sucesión de “denuncias” antitrotskistas basadas en falsas consideraciones de la historia del bolchevismo y de la Revolución Rusa. La última tentativa de tratar en público la cuestión del trotskismo fue el artículo de Betty Reid* publicado hace cuatro años en Marxism Today, que entre otras perlas afirmaba que los juicios de Moscú son ¡un tema destinado estrictamente a la investigación histórica soviética! Este tipo de material no puede satisfacer las exigencias de los comunistas que quieren informes veraces y un análisis riguroso de los acontecimientos. A estos compañeros les podemos decir, como hace Johnstone, que “esperamos (...) que no se contentarán sólo con aprender y sacar a relucir la resumida y muy selectiva historia del movimiento obrero internacional y la parcial información del comunismo utilizada en sus periódicos y charlas de formación política” (Cogito, p. 3).
 
Junto con el compañero Johnstone, podemos citar las palabras de Lenin a la Unión de Juventudes Comunistas de Rusia, insistiendo en la necesidad de considerar “toda la suma de conocimientos humanos (...) de tal modo que vuestro comunismo no sea algo aprendido de memoria, sino algo pensado por vosotros mismos, como una conclusión que se impone necesariamente desde el punto de vista de la instrucción moderna” (Lenin, Tareas de las organizaciones juveniles, p. 12. Ed. Progreso, 1979).
Un debate siempre presupone dos puntos de vista. Veremos hasta qué punto Johnstone y los dirigentes del CPGB y la YCL están dispuestos a permitir un debate “a fondo” y que las cuestiones teóricas básicas implícitas en él lleguen a la base de estas organizaciones.
 
A primera vista, la forma en que Monty Johnstone aborda el tema parece muy razonable y objetiva. Se esfuerza mucho en subrayar que él no tiene intereses “personales”, y para ello se sitúa entre los dos polos:
 
“Semejante tarea sería totalmente estéril si se lleva a cabo desde las antiguas e inamovibles posturas de adhesión a Stalin o Trotsky. Ni apología ni demonios; para conseguir hacer una valoración equilibrada es necesario aplicar el método marxista de la crítica objetiva y el análisis autocrítico a la luz de la experiencia histórica” (Cogito, p. 2).
 
Así de objetivo se nos presenta Monty Johnstone. Promete no sostener “las antiguas e inamovibles posturas de adhesión” a Stalin, de modo que, ¿por qué sus adversarios se empeñan en defender las ideas de Trotsky? Si seguimos la lógica del argumento de Johnstone llegaremos a la siguiente conclusión: si hoy nadie es partidario de las “antiguas ideas” de Dühring, ¿para qué apoyar las de Engels? Si nadie piensa que Dios creó el mundo en siete días, ¿para qué perpetuar el “culto” a Einstein o Darwin?
 
Lo cierto es que Johnstone aborda el tema de una forma totalmente antimarxista. La cuestión no es si nos “adherimos” a Trotsky, a Stalin o a cualquier otro individuo, sino si todavía defendemos las ideas fundamentales del marxismo, ideas elaboradas científicamente y enriquecidas con la experiencia histórica, pero que en sus principios permanecen hoy igual que en tiempos de Marx, Engels, Lenin o Trotsky. Aunque implícita en todos los argumentos que utiliza, el compañero Johnstone evita tocar la cuestión central, que no es otra que la de si siguen vigentes las “antiguas ideas” del marxismo: el internacionalismo, el papel de la clase obrera en la lucha por el socialismo, la naturaleza del capitalismo, etc. Todos los grandes marxistas defendieron estas ideas frente al intento de los oportunistas, disfrazados de “socialistas y “comunistas”, de diluirlas, revisarlas y dejarlas reducidas a un reformismo estéril. Bajo el disfraz de “moderno”, “científico” y “objetivo”, Monty Johnstone intenta presentar todas estas ideas como “trotskismo”, algo ajeno a las tradiciones y concepciones clásicas del marxismo. Pero al hacerlo sólo consigue regresar a las antiguas posiciones defendidas por Bernstein, Kautsky y los mencheviques.
 
La apelación que hace Monty Johnstone al método marxista carece de valor. El marxismo se basa ante todo en una sinceridad y veracidad escrupulosas, sobre todo en las polémicas con los adversarios. Marx, Engels, Lenin y Trotsky eran muy cuidadosos y precisos en sus polémicas, no utilizaban citas sacadas de contexto ni deformaciones. Para ellos la polémica siempre era una forma de sacar a la luz las cuestiones ideológicas básicas para, así, elevar el nivel político de la militancia. Por eso nunca se centraron en los aspectos insignificantes, ni sustituyeron los argumentos por las descalificaciones personales, aunque tampoco rehuyeron llamar a las cosas por su nombre porque no intentaban dar a sus escritos un halo de “imparcialidad” profesional.
 
En su artículo, Monty Johnstone escribe lo siguiente: “La motivación sólo es política. No hay lugar para la injuria personal directa o indirecta” (Cogito, p. 3. El subrayado es nuestro). La verdad es que no encontramos ningún rastro de la antigua inmundicia que durante décadas los colegas de Johnstone fabricaron en serie —trotsko-fascistas, degenerados políticos, agentes de Hitler y otras lindezas por el estilo—, pero veamos sólo algunos ejemplos de su olímpica objetividad:
 
“Los polémicos trabajos de Trotsky, magníficamente escritos pero sumamente parciales”, “los vuelos de la imaginación y la retórica bravucona [en vez de] un examen tranquilo de la postura de sus adversarios”, “añadiendo paternalmente”, “injuriando desde la barrera”, “razonamiento superficialmente verosímil”, “ilusiones y encaprichamiento con la fraseología revolucionaria”, “generalizaciones exageradas y ampulosas [en vez de un] balance equilibrado”, “el santo y seña dogmático de Trotsky”, etc.
 
El compañero Johnstone ha progresado desde los días del “análisis marxista equilibrado” sobre el trotsko-fascismo de Palme Dutt, Pollitt, Gollan y Campbell*. El avance consiste en sustituir el lenguaje del arroyo por la injuria empalagosa e indirecta del seminario.
 
 

El culto a la personalidad

 
“El XX Congreso acaba con el culto a Stalin, abre el camino para acercarse al movimiento comunista mundial (...) las antiguas costumbres sectarias, la actitud y la resistencia burocrática lo estimulaban, pero las cosas están cambiando ya en muchos partidos comunistas” (Cogito, p. 2).
 
Con estas pocas palabras, el compañero Johnstone “explica” el salto mortal que los dirigentes del movimiento “comunista” mundial dieron por encima de Stalin, al que durante treinta años defendieron fervientemente, exaltándolo y haciendo de él un objeto de culto y la piedra de toque para distinguir a un comunista de un “trotsko-fascista”. Una vez que Johnstone ha admitido que durante décadas se ahogó el debate en el movimiento, sin ningún tipo de rubor presenta el XX Congreso como una especie de llave mágica que abre todas las puertas que cerraban el camino al conocimiento.
 
Un momento, compañero Johnstone, ¿qué ocurre con el “método marxista, la crítica objetiva y el análisis autocrítico a la luz de la experiencia histórica”? ¿Y con las palabras de Lenin sobre la suma de conocimientos humanos y el aprendizaje memorístico? El XX Congreso sirvió para revelar al movimiento “comunista” mundial que durante treinta años —todo un período histórico— sus dirigentes, sus teóricos más destacados, sus periodistas más talentosos defendieron una posición que no sólo era incorrecta, sino criminal desde el punto de vista de la clase obrera rusa e internacional. ¿Y ahora pide a los comunistas que lo acepten todo sin protestar y sin hacer preguntas? ¿Es éste el método marxista? Es el error del que precavía Lenin hace cincuenta años a la Unión de Juventudes Comunistas de Rusia.
 
Las primeras preguntas que vendrán a la mente de cualquier comunista son: ¿Por qué ocurrió? ¿Cómo pudo ser? Sabemos que nadie es perfecto, incluso los más grandes marxistas en algún momento cometieron errores, pero cometer ese tipo de “errores” durante tanto tiempo es una monstruosidad. No sólo requiere, sino que exige una explicación.
Monty Johnstone no nos da ninguna. En su lugar nos remite al texto del discurso sobre Stalin que pronunció Jruschev en el XX Congreso. Pero no se puede encontrar en ruso. El discurso se pronunció a puerta cerrada y nunca se publicó en Rusia. Johnstone se ve obligado a tomar las citas de... ¡The Manchester Guardian!*
 
¿Qué tipo de “análisis” del estalinismo es posible encontrar en el material publicado por Moscú? La famosa “teoría” del culto a la personalidad. Da la impresión de que, durante toda una época histórica, el “Estado socialista” estuvo dominado por un dictador bonapartista que condenó a millones de personas a trabajos forzados en Siberia, liquidó pueblos enteros y exterminó a toda la vieja dirección bolchevique —después de poner en práctica la maquinación judicial más monstruosa de la historia— simplemente gracias a su personalidad. ¡Qué parodia del marxismo y del método de análisis marxista! Los militantes de la YCL y del CPGB no son niños. El compañero Johnstone piensa que todavía creen en cuentos de hadas aunque se inventen en el Kremlin o en King Street**.
 
Un marxista nunca abordaría el tema así. El marxismo no explica la historia en función del genio, la maldad o bondad, los caprichos o la “personalidad” de los individuos, sino por los intereses y relaciones entre los grupos y clases sociales. Es totalmente inconcebible que un hombre pueda imponer sus ideas a toda la sociedad. Marx ya explicó hace mucho tiempo que si una idea, aunque sea incorrecta, consigue apoyo, avanza y llega a convertirse en una fuerza social es porque representa el interés de una parte de la sociedad. Si las referencias de Johnstone al método marxista son algo más que un simple truco estilístico o una expresión amable, entonces debe responder a una pregunta concreta: ¿Qué intereses representaba Stalin? ¿Los suyos?
 
Ya hemos dicho que todo comunista sincero va a dar la bienvenida a un debate a fondo sobre el estalinismo y el trotskismo. Por esa razón también damos la bienvenida a la contribución que hace el compañero Johnstone. Pero, ¿qué clase de análisis marxista es aquél que, mientras hace pomposas referencias al método marxista, evita cualquier intento de analizar los procesos sociales fundamentales, que son los que podrían arrojar luz sobre las ideas de Lenin y Trotsky? Si no se explican estos procesos históricos, todo quedará reducido a algo completamente arbitrario, a una serie de citas aisladas —y sacadas de contexto— de las obras de Trotsky y Lenin yuxtapuestas artificialmente con la intención de “demostrar” tal aspecto o tal otro. Compañero Johnstone, esa esencia es la del “método marxista”, pero del que durante décadas usaron los estalinistas para justificar sus giros con la frase apropiada de Lenin. Este método guarda poca relación con el marxismo, aunque sí tiene una gran deuda con los métodos de... los jesuitas.
 
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* En el momento de escribir este trabajo observamos que la señora Reid está ocupada una vez más con el “enriquecimiento creativo” del pensamiento marxista. Su último ataque al trotskismo es menos perverso que el del “razonable” Monty Johnstone, pero lo supera en ignorancia. * Dirigentes del Partido Comunista de Gran Bretaña (N. de la E.).
 
* Periódico liberal británico (N. de la E.).
** Por aquel entonces, sede central del Partido Comunista de Gran Bretaña (N. de la E.).
 
 

II DE LA HISTORIA DEL BOLCHEVISMO (I)

“Cuando los trotskistas presentan a Trotsky como el compañero de armas de Lenin y el auténtico representante del leninismo tras su muerte, es importante saber que Trotsky sólo trabajó con Lenin en el Partido Bolchevique seis años” (Cogito, p. 4).
 
La aritmética que utiliza Johnstone en su exposición parece intachable. Pero vamos a ver qué seis años. Ese lapso de tiempo incluye la Revolución de Octubre, en la que Trotsky fue el lugarteniente de Lenin; la guerra civil, en la que fue Comisario de Guerra (equivalente a ministro, cargo que ocupó hasta 1925), creando prácticamente de la nada el Ejército Rojo; la formación de la Tercera Internacional, de la que redactó los manifiestos de sus cuatro primeros congresos y muchas de las declaraciones políticas más importantes; y el período de reconstrucción económica, durante el que volvió a poner en pie el destrozado sistema ferroviario. Estos ejemplos son sólo una pequeña muestra de las tareas que Trotsky llevó a cabo durante su breve permanencia en el Partido Bolchevique.
 
Monty Johnstone no se sonroja lo más mínimo ante estas trivialidades. Prefiere centrarse en el período, para él más interesante, de 1903 a 1917 (nada menos que trece o catorce años), en el que Trotsky estuvo (“no por casualidad”) fuera del Partido Bolchevique. Pero Monty Johnstone no dice que el Partido Bolchevique no se formó en 1903, sino en 1912. Hasta este momento, tanto bolcheviques como mencheviques eran considerados dos alas del mismo partido, el Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR). Utilizando una redacción ambigua y omitiendo las fechas de varias citas, Johnstone intenta dar la impresión de que el Partido Bolchevique surgió en 1903 completamente formado, al igual que Minerva surgió de la cabeza de Zeus. En la página 5 de su artículo, el compañero Johnstone escribe: “En 1904 [Trotsky] abandonó a los mencheviques y, aunque continuaba escribiendo en su prensa e incluso tuvo ocasión en el extranjero de actuar en su nombre, desde ese momento y hasta 1917 estuvo formalmente fuera de ambos partidos” (Cogito, p. 5. El subrayado es nuestro). Sin embargo, en la siguiente página se ocupa de la escisión entre bolcheviques y mencheviques, y dice que en 1912 “finalmente los bolcheviques se separan de los mencheviques y forman su propio partido independiente”.
 
El lector se rascará la cabeza desconcertado. ¿Cómo es posible, entonces, que Trotsky estuviera entre 1904 y 1912 formalmente fuera de ambos partidos? Más tarde nos ocuparemos de este período y demostraremos el motivo de esta extraña reserva del compañero Johnstone.
 
“El origen de este antagonismo era la violenta oposición de Trotsky a la lucha de Lenin por construir un partido marxista estable, centralizado y disciplinado. Cuando en el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia surge la escisión entre los bolcheviques, (...) que estaban a favor de este modelo de partido, y los mencheviques, (...) que deseaban una forma de organización más relajada, Trotsky tomó partido por estos últimos”.
 
La forma en que Johnstone presenta el tema es una grave distorsión de la historia del bolchevismo. El motivo de la división en el Congreso de Londres de 1903 no fue la concepción del partido como él afirma, sino la composición de los órganos centrales y el primer artículo de los estatutos del partido. Las diferencias no salieron a la luz hasta la vigésima segunda sesión. Anteriormente no existía ninguna diferencia táctica o política entre Lenin y la “minoría” de Mártov.
 
Atribuir la división, como hace Johnstone, a las pretensiones “centralistas” de los bolcheviques —frente a los “anticentralistas” mencheviques— es una invención que tiene su origen en las difamaciones que estos últimos dirigieron contra los primeros después del Congreso. Sobre el famoso primer artículo de los estatutos, Lenin hizo el siguiente comentario: “Respondería con mucho gusto a este llamamiento [un acuerdo con los mencheviques] pero no considero en absoluto que nuestras diferencias sean tan críticas como para representar una cuestión de vida o muerte del partido. No vamos a perecer por un desafortunado artículo de los estatutos” (Vtoroy S’yezd RSDRP Protokoly, p. 275).
 
Tras el congreso, Mártov y sus seguidores se negaron a participar en las tareas del Comité de Redacción de Iskra, y Lenin escribió lo siguiente:
 
“Al examinar el comportamiento de los martovistas después del Congreso, su negativa a colaborar en el órgano central (...) su negativa a trabajar en el Comité Central, además de hacer propaganda a favor del boicot, lo único que puedo decir es que se trata de un ataque insensato, indigno de militantes del Partido, ¡perturbar al Partido! Y ¿por qué? Sólo porque no están de acuerdo con la composición de los órganos centrales; hablando objetivamente, nuestros caminos se separaron sólo por esto” (Works, vol. 7, p. 34).
 
Lenin subrayó una y otra vez que entre él y la minoría de Mártov no existían diferencias ni de principios ni tan importantes que pudieran provocar una escisión. Cuando Plejánov se inclinó por Mártov, Lenin escribió: “Debo decir que en primer lugar creo que el autor del artículo [Plejánov] está mil veces en lo correcto al insistir en que es esencial salvaguardar la unidad del Partido y evitar nuevas divisiones en especial por diferencias que en la práctica no son tan importantes. Apelar a la calma, la tranquilidad y la buena disposición a hacer concesiones siempre es sumamente loable en un dirigente, y en particular en el momento actual” (Ibíd., p. 115). Lenin se oponía a la expulsión de grupos del partido y era partidario de utilizar la prensa partidista para sacar a la luz las diferencias: “Permitir que estos grupos se expliquen y que todo el partido tenga la oportunidad de calibrar la importancia o no de estas diferencias y decidir dónde, cómo y cuál de las partes es la menos consecuente” (Ibíd., p. 116).
 
Lenin siempre abordó así las diferencias dentro del partido: disposición al debate, flexibilidad, tolerancia y sobre todo una escrupulosa honradez con sus adversarios. ¡Desgraciadamente, hoy no se puede decir lo mismo de los dirigentes del Partido “Comunista” de Gran Bretaña!
 
Monty Johnstone distorsiona conscientemente la división entre las dos alas de los marxistas rusos. Para conseguirlo no duda en elegir citas de las Obras Escogidas de Lenin (los doce volúmenes de la antigua edición estalinista) que omiten la mayoría del material sobre ésta y otras cuestiones. ¿Por qué el compañero Johnstone no nos remite a la edición moscovita completa? ¿Sobrepasa los recursos de King Street? ¿O quizá es que quiere impresionar al militante de la YCL que no dispone de tiempo para consultar los originales? El compañero Johnstone, tanto aquí como en el resto de trabajo, se nos presenta como un incansable escrutador, al elegir frases y sentencias aisladas de Un paso adelante, dos atrás. Pero basta echar una simple hojeada a las Obras Completas de Lenin para comprobar que la exposición de Johnstone es totalmente falsa. Por ejemplo, en la página 474 del séptimo volumen se puede leer lo siguiente:
 
“La compañera Luxemburgo dice (...) que mi libro [Un paso adelante, dos atrás] es una expresión clara y detallada del ‘centralismo intransigente’. La compañera Luxemburgo cree que yo defiendo un sistema organizativo frente a otro, cuando en realidad no es así. Desde la primera hasta la última página de mi libro defiendo los principios elementales de un sistema organizativo del Partido. Mi libro no trata de las divergencias entre un sistema organizativo y otro, sino de cómo mantener, criticar y rectificar cualquier sistema de una manera consecuente con las ideas del Partido”. 
 
La verdad es que en 1903 no estaban nada claras las diferencias entre bolchevismo y menchevismo, aunque el debate reveló tendencias hacia la conciliación entre los mencheviques (o “suaves”, como se les conocía). Las dos tendencias cristalizaron más tarde debido al impacto de los acontecimientos, aunque la ruptura final no llegaría hasta 1912. Los famosos trece o catorce años de Monty Johnstone no se caracterizaron ni mucho menos por la separación real de ambos partidos. Hasta 1912, la historia del bolchevismo fue la historia de numerosos y repetidos intentos de unir el POSDR sobre unos principios básicos. Además, las diferencias entre bolcheviques y mencheviques no se limitaban —como se desprende del texto de Monty Johnstone— a cuestiones organizativas; también estaban implícitas cuestiones políticas básicas derivadas del análisis de la propia naturaleza de la revolución rusa.
 
Los intentos de Monty Johnstone de crear diferencias donde no las hay no alcanzan ni el aprobado. Con una asombrosa confianza en sí mismo, llega a afirmar que las ideas expresadas por Lenin en ¿Qué hacer? eran una respuesta a Trotsky. En ese libro, Lenin afirma que la clase obrera por sí misma sólo es capaz de adquirir “conciencia sindical”, es decir, conciencia de la necesidad de luchar por reivindicaciones económicas bajo el capitalismo. Monty Johnstone, al igual que los dirigentes del CPGB, parece ignorar que el propio Lenin más tarde rechazó esta idea porque la consideró una exageración surgida al calor de su polémica con los economistas, una tendencia que deseaba limitar la lucha de los trabajadores a demandas puramente económicas. De ellos dijo Lenin: “Los economistas torcían el palo hacia un lado. Para enderezarlo, era necesario torcerlo hacia el otro”. Lenin estaba muy alejado de la opinión —habitual entre los estalinistas— de que la clase obrera es una masa moldeable al gusto de la dirección “intelectual”. 
 
¿Qué objetivo se esconde detrás de la distorsión que Monty Johnstone hace de la historia del bolchevismo? La respuesta se desprende del resto de su trabajo. Johnstone desea perpetuar el mito estalinista de un Partido Bolchevique monolítico que existía como tal desde 1903. Una vez establecido esto, sitúa a Trotsky “fuera” del mismo, para caracterizarlo como un intelectual indisciplinado aunque con talento. Y después viene la falsificación más importante: presentar el “trotskismo” como una ideología política distinta, extraña y hostil al leninismo.
 
Es verdad que en el Congreso de 1903 Trotsky estuvo del lado de los rivales de Lenin. También lo es que Plejánov, el futuro socialpatriota, apoyó a Lenin. Las diferencias cogieron a todos por sorpresa, entre ellos al propio Lenin, que al principio no comprendió su trascendencia. El auténtico tema de fondo del II Congreso fue la transición de un pequeño grupo propagandístico a un partido de masas, y no cabe duda de que Lenin adoptó la posición correcta. Trotsky, que siempre fue sincero al reconocer sus errores, después lo admitiría sin ningún tipo de reservas y afirmó que Lenin siempre tuvo razón. Monty Johnstone señala que Trotsky reconoció su error, aunque en otra parte de su trabajo afirma que siempre se caracterizó por su poca disposición a admitir errores pasados.
 
Johnstone se equivoca doblemente al presentar la cuestión como si Trotsky fuera el único que no comprendía la postura de Lenin. En 1903, e incluso después, los activistas del partido en Rusia veían la división como una simple lucha de emigrados sin apenas importancia práctica, “una tormenta en una taza de té” por citar la inimitable frase de Stalin. Reproduzcamos un pasaje de una obra que también cita el compañero Johnstone, Revolutionary Silhouettes, de Lunacharsky:
 
“Las noticias de la división cayeron como una bomba. Ya sabíamos que el II Congreso fue testigo de los movimientos finales en la lucha con Causa Obrera [los economistas], pero que el cisma tomaría el rumbo de situar a Mártov y Lenin en campos contrarios y que Plejánov se mantuviese equidistante entre los dos, de ninguna manera nos entraba en la cabeza. (...). El artículo primero de los estatutos del Partido (...). ¿Era realmente algo que justificaba una escisión? Una reorganización de las tareas en el comité de redacción (...). ¿Qué pasa con esa gente del extranjero, se han vuelto locos?” (Revolutionary Silhouettes, p. 36).
 
La correspondencia de Lenin durante ese período demuestra que la mayoría del partido no sólo no comprendió la escisión, sino que se opuso a la misma. Sólo Monty Johnstone, sesenta y cinco años más tarde, es capaz de ver todo tan claro como el agua. Respecto al II Congreso, ¡incluso supera al propio Lenin! Monty Johnstone, desde las elevadas alturas del segundo volumen de sus obras escogidas, pronuncia un veredicto de culpabilidad contra Trotsky: “Ocultó (...) cambió la fecha del surgimiento del bolchevismo y menchevismo como tendencias separadas de 1903 a 1904, para presentarse como si nunca hubiera pertenecido a los mencheviques, añadiendo que su línea había ‘coincidido en todo lo fundamental con Lenin”.
 
En primer lugar, el lector puede observar que, al haber afirmado anteriormente Johnstone que de 1904 a 1917 Trotsky estuvo formalmente fuera de ambos partidos, como quien no quiere la cosa traslada la fecha del surgimiento del bolchevismo —no como tendencia, sino como partido— ¡de 1912 a 1904!
 
¿Qué significa la afirmación de Trotsky de que en todo lo fundamental había coincidido con Lenin? El lector de la “historia sumamente selectiva y resumida” del bolchevismo escrita por Monty Johnstone debe estar perplejo al leer esta afirmación. Pero esta perplejidad no se le puede atribuir a Trotsky, sino a Monty Johnstone, que utiliza deliberadamente citas sacadas de contexto para insinuar que Trotsky intenta dar una imagen distorsionada de sus relaciones con Lenin. Aquí la única distorsión es la que hace el compañero Johnstone que, como vamos a demostrar, oculta al lector las auténticas diferencias políticas entre bolchevismo y menchevismo, y que son a las que se refiere Trotsky en la cita anterior.
 
La información de Johnstone sobre el Congreso de Londres de 1903 no tiene valor. Decir que bolchevismo y menchevismo en el sentido político surgieron ese año como tendencias separadas carece totalmente de fundamento. Si esto fuera cierto, entonces el propio Lenin sería culpable del “pecado trotskista” del conciliacionismo, ya que en más de una ocasión, en los meses siguientes al Congreso, intentó conseguir que los mencheviques cooperasen en el funcionamiento del POSDR. Sólo a finales de 1904 admitió Lenin la existencia de dos tendencias dentro del partido, y se creó el Buró de los Comités de la Mayoría (“bolcheviques”).
 
La diferencia crucial entre bolchevismo y menchevismo la actitud hacia la burguesía liberal* sólo quedó en evidencia en 1904. Y fue esta cuestión política, no una disputa en torno a los estatutos, la que marcó la evolución de ambas tendencias hacia la escisión definitiva, que culminó en el apoyo menchevique a los ejércitos blancos* en 1918. Y precisamente por esta cuestión, Trotsky rompió con los mencheviques en 1904. Veremos el motivo de su silencio en el último capítulo de esta obra.
 
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* Ejércitos contrarrevolucionarios formados por los partidarios del zar, a los que se enfrentó el Ejército Rojo en la guerra civil (N. de la E.).

Teoría Marxista: