Lenin y Trotsky qué defendieron realmente [I] - Prólogo y prefacio

Escrito por: 

Alan Woods y Ted Grant
Diego Rivera  La Tercera Internacional  Lenin y Trotsky.jpg
 
Es difícil encontrar otro personaje de la historia donde su labor haya sido tan distorsionada y falsificada como lo es León Trotsky. El día de hoy, en que se cumplen 75 años de su asesinato por los estalinistas, iniciamos la republicación de este libro que fue escrito a finales de los años 60 por Ted Grant y Alan Woods, fundadores y dirigente de la Corriente Marxista Internacional. Aquí el lector podrá encontrar respuesta, basado en un escrupuloso análisis marxista de los hechos, a las muy diversas acusaciones que se han hecho sobre quien fuera presidente de los soviets en la revolución de 1905, dirigente de la revolución rusa de 1917 y fundador del ejército rojo. Dada la extensión de Lenin y Trotsky qué defendieron realmente, lo publicaremos en distintas entregas durante los siguientes días. Esperemos que este material ayude a profundizar sobre el papel de Lenin y Trotsky y anime a profundizar en el estudio de sus ideas y a continuar su labor revolucionaria.
 
Prólogo de Rob Sewell 
Prefacio de los autores a la edición inglesa de 1969 
Capítulo 1.  De la historia del bolchevismo (I) 
Capítulo 2.  De la historia del bolchevismo (II)
Capítulo 3.  La teoría de la revolución permanente
Capítulo 4.  Trotsky y Brest-Litovsk
Capítulo 5.  El surgimiento del estalinismo
Capítulo 6.  La lucha de Lenin contra la burocracia
Capítulo 7.  El socialismo en un solo país
Capítulo 8.  Conclusión
 
 

PRÓLOGO

 
Rob Sewell
 
 
Hace ahora más de treinta años que este libro se publicó por primera vez. Aunque reeditado en 1972 y 1976, lleva años agotado. Fue una respuesta a Monty Johnstone, en aquel entonces un importante teórico del Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB), que en octubre de 1968 publicó una revisión de la figura de León Trotsky en Cogito, el periódico de la Liga Juvenil Comunista (YCL), las juventudes del CPGB. Alan Woods y Ted Grant aprovecharon aquella oportunidad para, en una detallada respuesta, explicar la verdadera relación entre las ideas de Lenin y las de Trotsky, falsificada sistemáticamente por los estalinistas desde que inventaron el “trotskismo” en 1924. Pero este libro no fue un ejercicio académico, sino un llamamiento político a las bases del CPGB y la YCL a descubrir la verdad sobre Trotsky y regresar al programa revolucionario de Lenin: “Es el deber de todos los compañeros de estas organizaciones”, afirman los autores, “prepararse teóricamente para las grandes tareas a las que nos enfrentaremos”.
 

El artículo de Cogito

 
El artículo de Cogito —titulado Trotsky: Sus ideas— fue el primero de una trilogía. El segundo —Trotsky y la revolución mundial— apareció en mayo de 1976. El tercero —que iba a titularse La política trotskista hoy— no llegó a publicarse. El ataque de Monty Johnstone contra Trotsky era una valiosa oportunidad para abrir un debate sobre las cuestiones fundamentales entre la base de la YCL y del CPGB, sobre todo porque hasta ese momento era impensable tener una discusión abierta sobre el trotskismo. Pocos años antes, Betty Reid escribía un artículo vitriólico en Marxism Today (la revista del CPGB) titulado El trotskismo en Gran Bretaña hoy, en el que advertía a la militancia contra cualquier vinculación a grupos trotskistas:
 
“Debemos dejar claro que todos estos grupos, sin excepción, están para destruir el partido, debilitar y confundir al movimiento obrero británico. Tenemos que explicarlo, tenemos que avisar contra esta vinculación. Por último, debemos tener claro que el partido se encuentra unido en su determinación de luchar por el socialismo y no tolerará ningún tipo de vinculación con esta gente, o cuando aparezcan fracasaremos en la lucha por nuestra política” (Marxism Today, septiembre 1964. Subrayado en el original).
 
Incluso Monty Johnstone creía que el debate llegaba “con gran retraso”, a lo que Woods y Grant añadían: “Para ser exactos, con un retraso superior a cuatro décadas”.
 
Los argumentos de Johnstone contra Trotsky no son nada originales. Como veremos, son un refrito de las calumnias del pasado, aunque con una presentación más refinada. Una parte considerable de esta obra se ocupa inevitablemente de la historia del bolchevismo. Por lo tanto, hay que considerar su publicación como un complemento a los libros Bolchevismo: El Camino a la Revolución, de Alan Woods, en el que se tratan en gran profundidad los temas políticos previos a la Revolución de Octubre, y Rusia: De la revolución a la contrarrevolución, de Ted Grant, que analiza los aspectos fundamentales de la historia soviética desde la Revolución hasta nuestros días. La presente obra es una brillante introducción al tema y merece la más amplia audiencia en las filas del movimiento obrero y comunista. Al fin y al cabo, el libro va dirigido en primer lugar a todos los activistas obreros y juveniles. Tras los tormentosos acontecimientos de los últimos treinta años, especialmente el colapso del estalinismo en Rusia y Europa del Este, las ideas que contiene son ahora todavía más relevantes que antes.
 

¿Por qué se escribió el artículo?

 
El debate sobre Trotsky en la YCL no surgió en ese momento por casualidad. 1968 fue un año clave. En mayo había estallado en Francia una huelga general revolucionaria que duró seis semanas la mayor de la historia. Diez millones de trabajadores ocuparon las fábricas. El Estado fuerte de De Gaulle quedó paralizado. Aquel magnífico movimiento podía fácilmente haber terminado con el capitalismo en Francia de no haber sido por la política y la conducta de los dirigentes del Partido Comunista Francés. El a la sazón primer ministro, Pompidou, escribió en sus memorias: “La crisis era mucho más seria y profunda: el régimen estaba al borde del colapso, no se podía salvar con una simple remodelación del gabinete. No era mi opinión lo que estaba en cuestión. Era el general De Gaulle, la V República y, en gran medida, el propio gobierno de la República” (Colin Baker, Revolutionary Rehearsals, p. 24).
 
El 24 de mayo, De Gaulle recurrió de nuevo al plebiscito como voto de confianza en su persona. Pero fue imposible, ninguna imprenta francesa quiso imprimir las papeletas. Después lo intentó en Bélgica, pero los trabajadores belgas se negaron en solidaridad con sus colegas franceses. A los cinco días, De Gaulle desapareció. Había huido a Baden-Baden, en la antigua República Federal Alemana. Según Pompidou, quería retirarse de la vida política “presa de un ataque de desmoralización”. Los esfuerzos del general Massu consiguieron que De Gaulle regresara a París. El desmoralizado De Gaulle le diría al embajador estadounidense: “El juego ha terminado. En pocos días los comunistas tomarán el poder”. El poder estaba en manos de la clase obrera. Por desgracia, el Partido Comunista Francés, cuya influencia entre la clase obrera era decisiva, fue incapaz de aprovechar la oportunidad para llevar adelante la revolución socialista, y en su lugar canalizó el movimiento hacia la derrota.
 
Después del largo período de relativa “armonía” social que siguió a la Segunda Guerra Mundial, el Mayo francés volvía a poner la revolución en el orden del día. Sacudió al movimiento obrero europeo y provocó un debate que afectó a la base de los partidos comunistas y en especial a la juventud. Esto explica en parte el renovado interés por las ideas de Trotsky. Pero los acontecimientos franceses no fueron el único motivo de malestar en las filas comunistas. En agosto, la burocracia rusa enviaba sus tanques a Checoslovaquia para aplastar el intento del gobierno Dubcek de introducir “reformas” democráticas. Una vez más, al igual que cuando en 1956 la URSS invadió Hungría, el movimiento comunista se veía sacudido hasta los cimientos. En sus bases existía una enorme polarización. En todos los partidos aparecieron divisiones, en especial entre las alas estalinista y “eurocomunista”, y una capa importante de los militantes se cuestionaban lo que ocurría en la URSS y la estrategia de su dirección tanto nacional como internacionalmente. En medio de este fermento sale a la superficie la cuestión de Trotsky y su papel en el movimiento obrero.
 
En la otra parte del planeta, el imperialismo norteamericano libraba una brutal guerra en el Sudeste Asiático, encontrándose con la heroica resistencia vietnamita. El año comenzó con la llamada “ofensiva del Tet”, que puso a los norteamericanos a la defensiva. La lucha revolucionaria del pueblo vietnamita hizo estallar una radicalización estudiantil sin precedentes en Inglaterra, Europa y EEUU, donde sectores de jóvenes buscaban una salida en las ideas revolucionarias. La crisis en los partidos comunistas tuvo como consecuencia inevitable que las ideas de Trotsky demonizadas durante mucho tiempo por los estalinistas comenzaran a encontrar cierto eco entre las nuevas capas llegadas a la política y también entre los jóvenes comunistas.
 
Para cortar ese proceso y controlar a las bases de la YCL, se le encomendó a Monty Johnstone escribir una exposición moderna de Trotsky y sus ideas. Era un recurso peligroso, porque hablarle incluso con distorsiones a las bases de la YCL sobre Trotsky y sus ideas generaría un interés mayor por él y su obra. Pero a la dirección del CPGB no le cupo otra alternativa. Monty Johnstone aceptó el desafío y comenzó su serie de tres artículos en Cogito. El debate se abrió, y Alan Woods y Ted Grant le dieron la bienvenida. Este libro sigue siendo la respuesta más clara a las calumnias y falsificaciones de los estalinistas. Por esta razón, no hemos dudado en reeditarlo, como contribución a la conmemoración del 60º aniversario del asesinato de León Trotsky.
 

La reflexión posterior de Monty Johnstone  

 
Últimamente, Monty Johnstone ha modificado su postura sobre Trotsky. El año pasado afirmó: “Hoy escribiría de forma diferente varios aspectos de lo escrito en 1968, en particular sobre el socialismo en un solo país”.
 
En julio de 1992, el compañero Johnstone escribió un nuevo artículo, publicado por la Sociedad de Historia Socialista, con el título Nuestra historia: Una nueva valoración de Trotsky. Aunque éste no es el lugar para una crítica detallada de este artículo, es evidente que su opinión cambió. A la luz de los acontecimientos, consideraba que “es necesario revisar nuestros juicios”.
 
Seríamos los primeros en dar la bienvenida al cambio de postura de Monty Johnstone, pero por desgracia el cambio es más aparente que real. Por ejemplo, todavía recurre a citas fuera de contexto, que sólo sirven para caricaturizar la posición de Trotsky en varias cuestiones fundamentales. Bastarían unos pocos ejemplos. Monty Johnstone todavía persiste en mantener el mito de que en el II Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (1903) “el tema central fue el carácter del partido revolucionario”. Esta falsa idea quedó contundentemente respondida hace más de treinta años en esta obra, y recientemente en Bolchevismo: el camino a la revolución.
 
Lo mismo ocurre con la teoría de la revolución permanente, Brest-Litovsk, el “debate” sobre el socialismo en un solo país, la política industrial soviética y otras importantes cuestiones. Johnstone acusa constantemente a Trotsky de “sobrestimar las perspectivas revolucionarias en Occidente” (Trotsky Reassessed, p. 11. Londres, 1992) o de que “su manera de abordar las cuestiones económicas discrepaba de su defensa de la democracia obrera” (Ibíd., p. 14). Igualmente, afirma que “las propuestas económicas de la Oposición de Izquierdas trotskista, concebidas para financiar la industrialización basándose en el intercambio desigual con el campesinado que el propio Stalin tuvo que aplicar a finales de los años 20 con el impulso de la colectivización, pero de una forma más brutal” (Ibíd., p. 15). Como se puede leer en la respuesta de Woods y Grant, equiparar la propuesta de la Oposición de Izquierdas establecer un impuesto que gravase a los kulaks*  con la locura política de Stalin de “liquidar a los kulaks como clase” y obligarles a la colectivización a punta de pistola es totalmente erróneo.
 
En 1923, la Oposición defendió que la economía soviética necesitaba acelerar el ritmo de industrialización, financiándola con el impuesto sobre los kulaks. Por el contrario, la troika (Stalin, Kámenev y Zinóviev) era partidaria de hacerles concesiones a expensas de los campesinos pobres y los trabajadores. Esta política aumentó dramáticamente las diferencias de clase en el campo y permitió a los kulaks concentrar en sus manos cada vez más riqueza. Más tarde, Bujarin recomendaría a los kulaks: “¡Enriqueceos!”. Las cosechas mejoraban, pero los kulaks se llevaban la parte del león. La industria se quedaba rezagada respecto a la agricultura, y con ello “lo cual socava la unión entre la ciudad y el campo y conduce a una rápida diferenciación de clase entre los campesinos” (Plataforma de la Oposición de Izquierdas, en La oposición de izquierdas en la URSS, p. 51. Ed. Fontamara. Madrid, 1977).
 
Otro ejemplo es el libro de Trotsky Terrorismo y comunismo (1920), que justifica la política del “comunismo de guerra”, dada la situación de guerra civil y aislamiento. Sin explicar su contexto histórico, Johnstone señala: “No es posible ignorar las posiciones autoritarias que defendía Trotsky, en particular a principio de los años 20 (...). Recuerda demasiado a Stalin” (Johnstone, Op. cit., p. 19). Estas líneas son más que suficientes para revelar los límites del cambio de actitud de Monty Johnstone. Al igual que antes, intenta parecer objetivo y razonable con afirmaciones como esta: “Trotsky no siempre estuvo equivocado: algunas veces ambas partes estaban equivocadas” (Ibíd., p. 20). Pero citar los escritos de Trotsky del período de la guerra civil cuando la república de los sóviets luchaba por su supervivencia contra veintiún ejércitos extranjeros agresores para compararlo con el régimen de terror bonapartista de Stalin es una auténtica monstruosidad. La violencia que utilizaron Lenin y Trotsky en la guerra civil iba dirigida directamente contra los enemigos de la revolución: terratenientes, capitalistas e imperialistas. Incluso en los peores momentos de la guerra civil, los bolcheviques mantuvieron la democracia más absoluta. ¿Qué tiene esto que ver con el infame régimen totalitario de Stalin, que dirigió su terror no contra los terratenientes y capitalistas, sino contra los revolucionarios, los trabajadores, los campesinos y los propios bolcheviques?
 

Trotsky en los años 30

 
Según Monty Johnstone, Trotsky “en la mayoría de los casos sobrestimó las posibilidades revolucionarias, especialmente en Occidente, en situaciones como, por ejemplo, la huelga general de 1926 en Inglaterra y en Francia y España en 1936-37. Tenía tendencia a ver este potencial revolucionario a través del prisma de la Revolución de Octubre. En mi opinión, se equivocó particularmente en el Frente Popular, contra la Internacional Comunista, y en el carácter de la Segunda Guerra Mundial en 1939-40, junto con la Internacional Comunista” (Ibíd., p. 20).  
 
Que los años 20 y 30 estuvieron plagados de oportunidades revolucionarias es un hecho evidente con sólo conocer la historia de España, Francia, Alemania o incluso Inglaterra. No se trata de sobrestimar los acontecimientos de ese período, sino de preguntarnos por qué se desperdició todo aquel potencial revolucionario. Una y otra vez la clase obrera intentó cambiar la sociedad; una y otra vez los trabajadores fueron traicionados por su propia dirección. Esto es indiscutible. Como también es innegable que la Internacional Comunista bajo Stalin jugó un papel nefasto en China (1923-27), Gran Bretaña (1926), Alemania (1930-33), Francia (1934-36) y, sobre todo, España (1931-37).
 
En el análisis de Trotsky sobre estos acontecimientos no hay ni un átomo de exageración o sobrestimación del potencial revolucionario de la clase obrera. Ése es el argumento de los que siempre culpan a las masas de las derrotas, para desviar la atención de la responsabilidad de los dirigentes. Los escritos de Trotsky de los años 30 son una explicación gráfica y profunda de la relación entre la clase, el partido y la dirección. Demuestran cómo las direcciones estalinista, socialdemócrata y, en el caso de España, anarquista pudieron, en un país tras otro, frustrar los esfuerzos del proletariado, a pesar de que la situación objetiva en ese período fue bastante más favorable que la que tuvo el Partido Bolchevique en 1917. Stalin refrenó deliberadamente la revolución alemana de 1923, justificándolo con que “los fascistas no están dormidos, pero nos interesa que ataquen primero: eso reunirá a toda la clase obrera alrededor de los comunistas (Alemania no es Bulgaria). Además, según nuestra información, los fascistas en Alemania son débiles. En mi opinión, hay que contener a los alemanes y no animarlos” (Arbeiterpolitik, 9/2/29).
 
La política oportunista de Stalin le llevó a apoyarse en los “izquierdistas” del Consejo General del TUC* y en el Comité Anglo-Ruso, que fue utilizado para respaldar al CPGB en 1925-26. El Comité Anglo-Ruso fue un acuerdo formal entre los sindicatos británicos y soviéticos. El ala de derechas del TUC utilizó el Comité como una cobertura de “izquierdas” para sus propios intereses. La línea oportunista del Partido Comunista de Gran Bretaña se expresaba en su consigna “Todo el poder para el TUC”, que creó ilusiones en que el TUC (dominado por el ala de derechas) sería capaz de llevar adelante una lucha revolucionaria. Después de traicionar la huelga general, Stalin se opuso al llamamiento de Trotsky a romper relaciones con los rompehuelgas del TUC: “Debemos afirmar que esta política es una estupidez, aventurerismo” (Works, vol. 8, p. 191. Moscú). Después serían los burócratas británicos quienes romperían relaciones con los sindicatos soviéticos. La política estalinista estaba acabada. Sin embargo, el CPGB seguía defendiendo su antigua posición: “Hay que intensificar la campaña de ‘más poder para el TUC” (Klugman, History of the CPGB, vol. 2, p. 227. Londres, 1980).
 
En China, la revolución de 1925-27 fue la oportunidad de extender la revolución socialista al Este. El PC chino era el único partido obrero del país con un apoyo de masas. En lugar de adoptar una política bolchevique, como en Rusia en 1917, Stalin le impuso al joven partido la teoría menchevique de las dos etapas. Esto obligó al PCCh a abandonar la política de independencia de clase y unirse al bloque nacionalista burgués del Kuomintang para formar un bloque revolucionario de “cuatro clases”. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir: Chiang Kai-chek el auténtico poder en la sombra de la burguesía nacionalista organizó un golpe en Cantón. Para continuar la lucha contra la Oposición de Izquierdas, que se oponía a la línea estalinista en China, Stalin prohibió todas las noticias de la contrarrevolución. Chiang fue más allá y organizó un nuevo golpe en Shanghai, masacrando a decenas de miles de comunistas.
 
Posteriormente, Stalin apoyó a la “izquierda” —personificada en Wang Ching-wei, que pronto adoptó los métodos de Chiang y se volvió contra sus aliados comunistas en Wuhan—. Pero a pesar de la destrucción del partido y el naufragio de la revolución, Stalin seguía hablando de “derrota parcial y temporal”. Los acontecimientos demostraron que las críticas de la Oposición de Izquierdas estaban totalmente justificadas, pero la derrota en China provocó una nueva desmoralización en la URSS y contribuyó a la victoria del aparato.
 

Los frentes populares

 
La locura política del “tercer período”, adoptada por la Internacional Comunista a partir de 1928, jugó un papel pernicioso. Dividió a la clase obrera alemana (a los trabajadores socialdemócratas se les etiquetaba de “socialfascistas”) y llevó a la victoria de Hitler en 1933, que alcanzó al poder sin romper un plato. A mediados de los años 30, el ultraizquierdismo del “tercer período” fue sustituido por la política oportunista del frentepopulismo. Los frentes populares no suponían el regreso de la Internacional Comunista al leninismo; al contrario, eran un retorno a las ideas mencheviques. Ante la amenaza del fascismo, los partidos comunistas de todo el mundo recibieron instrucciones de buscar alianzas con los partidos liberales burgueses. Esta política de colaboración de clases —la base del menchevismo— sirvió para paralizar al proletariado. En 1917, a su regreso a Rusia, Lenin se opuso precisamente a estas ideas, planteando la total independencia del partido revolucionario y negándole cualquier apoyo al Gobierno Provisional.
 
El frentepopulismo de los años 30 actuó en palabras de Trotsky de “rompehuelgas”. En Francia, en 1936, la clase obrera había tomado las fábricas. Sin embargo, el Partido Comunista Francés, para apaciguar al Gobierno del Frente Popular de León Blum, rompió el movimiento de la clase obrera. El dirigente del PCF Maurice Thorez lo reconocía en sus memorias:
 
“En ese momento un demagogo habría sido capaz de llevar a los trabajadores a los excesos más trágicos. Pero el Frente Popular garantizó el orden, impuso a las masas el avance organizado y sostenido hacia la paz social y el regreso a la prosperidad. Francamente y sopesando todas mis palabras declaré en nombre del Comité Central: ‘Aunque es importante llevar nuestras demandas hasta el final, es igualmente importante saber cuándo parar. Ahora no se trata de tomar el poder. Nuestra tarea ahora es satisfacer nuestras demandas económicas. Debemos por tanto saber cómo parar tan pronto como las hayamos satisfecho. (...). Una y otra vez nos hemos opuesto a la fraseología izquierdista utilizada por individuos exaltados que expresan su impaciencia, y que sólo consigue estrechar el frente de lucha de la clase obrera. Hemos repetido cientos de veces que el frente popular no es la revolución” (Thorez, Son of the People, pp. 131-32. Londres, 1938).
 
En España en 1936, la insurrección de las masas podría haber llevado la revolución a todo el país, de no haber sido por la actuación de los dirigentes estalinistas, reformistas y anarquistas. Lo último que Stalin quería era una revolución en Europa. De haber ocurrido, el espíritu revolucionario habría despertado otra vez entre la clase obrera rusa y llevado al derrocamiento del régimen burocrático. Habiendo abandonado la política internacionalista revolucionaria de Lenin, Stalin buscaba llegar a un acuerdo con las “democracias” occidentales para aislar a Alemania, y para impresionar a sus nuevos “amigos” no dudó en sacrificar la revolución española.
 
Si los dirigentes obreros hubieran defendido una política en consonancia con la de Lenin y Trotsky en 1917-21, podían haber derrotado a Franco. Pero la condición previa para la victoria era arrebatarle la dirección de la guerra a los políticos capitalistas traidores y ponerla en manos de la clase obrera, la única interesada seriamente en luchar hasta el final contra la contrarrevolución fascista. Para derrotar a Franco, los recursos de España la tierra, la banca y las industrias tenían que estar en poder de los trabajadores y campesinos. Era necesario armar a las masas para defender sus conquistas sociales.
 
No se consiguió debido a la actuación de la dirección en particular de la estalinista. Siguiendo ciegamente la teoría de colaboración de clases frentepopulista dictada por Moscú, los dirigentes del PCE se convirtieron en los más fervientes defensores de “la ley y el orden” capitalistas. Con la consigna de “primero ganar la guerra, después hacer la revolución”, sabotearon sistemáticamente cualquier movimiento independiente de los trabajadores y campesinos y siguieron una política de colaboración de clases, como también hicieron los dirigentes de la CNT y del POUM todos se unieron al Frente Popular. Justificaron su política con la lucha contra el fascismo y “por la democracia”. La pregunta era cómo se podía conseguir la victoria. Trotsky respondió: “Tenéis razón al combatir contra Franco. Debemos exterminar a los fascistas, no para tener la misma España que antes de la guerra civil, porque Franco ha surgido de esa España. Debemos extirpar las bases de Franco, las bases sociales de Franco, es decir, el sistema social del capitalismo” (España 1936-39, p. 46. Ed. Akal. Madrid, 1978).
 
Los trabajadores de Cataluña intentaron parar la contrarrevolución y tomar de nuevo el poder en Barcelona en 1937. La derrota del heroico proletariado barcelonés —en la que los estalinistas jugaron un papel protagonista— desató una orgía de reacción que desmoralizó a los trabajadores y preparó el camino para la victoria de Franco. De la noche a la mañana, los comités obreros fueron disueltos y el POUM fue prohibido y sus dirigentes, encarcelados y asesinados. Con la ayuda entusiasta de los estalinistas, el gobierno del ala de derechas de Negrín reconstruyó el viejo aparato estatal capitalista, lo que selló el destino de la República. Sus dirigentes buscaban ahora llegar a un compromiso con Franco, ofreciéndole una coalición. La derrota de la revolución española a su vez preparó el camino para la Segunda Guerra Mundial.
 
A principios de 1931, Trotsky advirtió que la victoria de Hitler prepararía el camino para una nueva guerra mundial. Las terribles derrotas de Alemania, Austria y España condujeron inexorablemente a la Segunda Guerra Mundial, que fue la continuación de la guerra imperialista de 1914-18. Trotsky se opuso a ella y mantuvo una posición de clase firme, como Lenin en 1914. A pesar de las calumnias estalinistas de que Trotsky era un agente de la Gestapo, fue Stalin quien, después de su fracaso con las “democracias” capitalistas, llegó a un pacto con Hitler en agosto de 1939, lo que favoreció a éste y preparó el camino para la invasión de la URSS en el verano de 1941. El resultado fue un nuevo salto mortal de los estalinistas: de oponerse a la guerra, ahora la caracterizaban como una “guerra justa contra el fascismo”, lo que justificaba la alianza con las potencias occidentales. En 1943, Stalin le quiso hacer un favor a sus aliados imperialistas, y sin congreso, ni debate ni votación disolvió la Internacional Comunista. Era evidente que Stalin había utilizado cínicamente como instrumentos de la política exterior soviética a los partidos comunistas, que en Inglaterra y otros países se oponían a las huelgas y se convirtieron en los peores chovinistas —su propaganda equivalía a la idea: “El único alemán bueno es el alemán muerto”—. Por su parte, Trotsky reclamaba la defensa incondicional de la URSS en la guerra, pero continuaba manteniendo la misma posición internacionalista que Lenin en 1914-17. 
 
Inevitablemente la “revisión” de Monty Johnstone finaliza con conclusiones pesimistas, incluso llega a poner un signo de interrogación sobre la mismísima Revolución Rusa: “Con retrospectiva histórica, afirmar que Lenin y los bolcheviques tenían razón en 1917 al aspirar a establecer una dictadura del proletariado en un país predominantemente campesino como Rusia a lo que se oponían hasta que Trotsky lo planteó es un debate en sí mismo correcto, pero el tiempo ya no me permitirá investigarlo” (Johnstone, Op. cit., p. 10).
 
¡Adónde hemos llegado! Después de criticar a Trotsky por discrepar de la teoría antimarxista del socialismo en un solo país, Monty Johnstone cuestiona ahora la toma del poder en 1917 precisamente utilizando el argumento central de los mencheviques, que subordinaban la revolución a la burguesía. Más de ochenta años después de la Revolución de Octubre, ¡Monty Johnstone no está seguro de si todo fue un gran error! Tal vez habría sido mejor dejarle hacer a la burguesía liberal. ¿Y el socialismo? Un sueño utópico, o quedaría para cuando viniesen “mejores tiempos”.
 
Esto no es nuevo. Johnstone simplemente repite los argumentos utilizados por los profesores burgueses durante décadas contra la revolución bolchevique: si Lenin y Trotsky hubieran dejado a la burguesía llevar las riendas, Rusia se habría ahorrado todos los problemas y se hubiera convertido en una floreciente democracia. Pero este argumento choca con la realidad. La única alternativa al poder soviético no era un régimen estable de democracia burguesa, sino la victoria de la reacción burguesa en su forma más feroz. El asunto Kornílov fue sólo un pequeño aviso. Si los bolcheviques, bajo la dirección de Lenin y Trotsky, no hubieran tomado el poder, la burguesía habría apartado a Kerensky e impuesto una dictadura militar. Lo que esto habría significado se pudo ver en los horrores de la guerra civil, cuando los ejércitos blancos perpetraron todo tipo de atrocidades contra los obreros y campesinos. El fascismo hubiera llegado al poder en Rusia antes que en Italia o Alemania, e incomparablemente más brutal que los regímenes de Hitler y Mussolini.
 
Es increíble que personas que se autodenominan comunistas o socialistas cuestionen la validez de la Revolución Rusa. Para nosotros, la Revolución de Octubre fue el acontecimiento más grande de la Historia. Por primera vez, aparte del breve episodio de la Comuna de París, la clase obrera conquistó el poder estatal y tomó el futuro en sus manos. A pesar de la aberración del estalinismo, la URSS, durante todo un período histórico, demostró en la práctica la superioridad de la economía nacionalizada y planificada, dejó entrever el futuro de posibilidades que el socialismo deparará a la humanidad y fue la inspiración para los oprimidos de todo el mundo.
 
En su monumental obra sobre la Revolución Rusa, Trotsky explica: “Incluso suponiendo por un momento que, debido a las circunstancias desfavorables y golpes hostiles, derrocaran temporalmente al régimen soviético, el empuje inquebrantable de la Revolución de Octubre permanecería para el futuro desarrollo de la humanidad”. Rosa Luxemburgo tampoco tenía dudas de Octubre: “Lenin y Trotsky, con sus compañeros, fueron los primeros en dar ejemplo al proletariado mundial. Y todavía siguen siendo los únicos que pueden exclamar con Hutten: ¡Yo me atreví a esto!”. Nosotros defendemos las tradiciones de la Revolución de Octubre, que siguen siendo una inspiración para todos aquellos que luchan por la victoria de la clase obrera sobre el capital.
 

El colapso del estalinismo

 
La puesta en práctica de una teoría equivocada conduce tarde o temprano al desastre. Cuando Monty Johnstone escribió su respuesta a Qué defendieron realmente Lenin y Trotsky, para la mayoría de las personas la URSS era una entidad indestructible. Es verdad que existían algunos problemas, pero se consideraban secundarios. Tres décadas después, ¡qué vacías e imprudentes parecen esas ideas estalinistas y qué profundas y acertadas las advertencias de Trotsky en La revolución traicionada!
 
En los años 60, a pesar de la crisis por la invasión de Checoslovaquia, la URSS parecía estar en la cima de su poder. Después de la Segunda Guerra Mundial, la economía soviética había dado pasos de gigante, convirtiendo a la URSS en una superpotencia. Los comentaristas, tanto del Este como del Oeste, creían que el estalinismo sería eterno. El propio Jruschev, ocho años antes del XXII Congreso del PCUS, tenía la perspectiva de que la URSS sobrepasaría a EEUU en 1980. Nadie excepto los marxistas esperaba ni preveía la crisis del estalinismo. Monty Johnstone cantaba las virtudes del “socialismo” en la Unión Soviética. Para él, era “una sociedad socialista culta, armoniosa, próspera y completamente desarrollada” (Cogito, p. 30. Enfasis en el original).
 
Sin embargo, los autores de la presente obra señalaban: “Los Jruschev, Breznev, Kosiguin, todos pertenecen a la generación de gángsters y lacayos que llegaron al poder en los años 30 sobre el cadáver sangriento del bolchevismo (...) hoy las contradicciones internas del régimen bonapartista soviético cada vez son más evidentes”. Y preguntaban: “Ayer el estalinismo se vio sacudido en Hungría, en Checoslovaquia, en Francia y por la disputa chino-soviética. ¿Qué ocurrirá mañana?”. Y predecían: “Nuevas y terribles batallas de clase a escala internacional (...) una revolución política en el Este”. Las contradicciones en la URSS corroían sus entrañas y preparaban el terreno para una crisis revolucionaria.
 
La oleada revolucionaria de los años 70 en Occidente confirmó la primera parte de aquella perspectiva. La crisis prerrevolucionaria en Chile y Argentina, los choques de clase en Gran Bretaña, la Revolución de los Claveles portuguesa, el derrocamiento de la Junta de los Coroneles griega, el colapso del régimen de Franco, la marea revolucionaria en el subcontinente indio y el Sudeste Asiático y el derrocamiento del capitalismo y los terratenientes en Angola, Mozambique, Guinea-Bissau y Etiopía marcaron el nuevo período. Esta oleada revolucionaria coincidió con la primera recesión mundial de la posguerra (1974), que abrió una nueva y tormentosa época para el capitalismo.
 
Por desgracia, la política criminal de los dirigentes estalinistas y reformistas consiguió descarrilar la mayoría de estos movimientos especialmente en Europa Occidental, preparando el camino para el giro a la derecha de los años 80, que se concretó en las victorias de Thatcher, Reagan y Kohl, que consiguieron mantenerse en el poder gracias al boom económico de esa década. Ese mismo boom reforzó a los dirigentes reformistas occidentales y generó ilusiones en el capitalismo entre sectores de la burocracia estalinista. Aunque hubo importantes luchas de clases, por ejemplo la huelga minera en Gran Bretaña, la situación general se caracterizó por el fortalecimiento de los partidos burgueses y el vaciamiento de las organizaciones tradicionales de la clase obrera. El aumento de la presión del capitalismo sobre los sectores más elevados de los dirigentes reformistas sentó las bases para el giro a la derecha de las direcciones de los partidos obreros, que abrazaron de forma entusiasta el “mercado”. Tony Blair es un ejemplo extremo de este fenómeno.
 
Al mismo tiempo, la economía soviética experimentaba cada vez más dificultades y las tasas de crecimiento económico caían dramáticamente. A finales de los años 70, la economía se paró en seco. Como explicó Marx, la clave para el desarrollo de una sociedad está en el desarrollo de las fuerzas productivas. Las tasas de crecimiento en el bloque del Este ya eran inferiores a las de Occidente. Las economías planificadas se agarrotaron. Este impasse provocó la crisis de los regímenes estalinistas. 
 
La burocracia —que en el pasado había jugado un papel relativamente progresista al defender la economía planificada, a pesar de la mala gestión— fue completamente incapaz de dirigir o planificar una economía compleja y sofisticada como la de la URSS. Su corrupción y su despilfarro atascaban permanentemente las arterias de la economía soviética. De ser un freno relativo, la burocracia se convirtió en un freno absoluto. Mientras que una economía capitalista de mercado se rige por las leyes de la oferta y la demanda, una economía nacionalizada y planificada sólo puede funcionar con la participación democrática de las masas, con el control y la dirección obreros a todos los niveles de la industria y el Estado, bajo un régimen de democracia obrera con auténticos sóviets. Sin estos requisitos, inevitablemente llegaría el momento en que la economía planificada alcanzara sus límites. Es decir, la crisis de Rusia y Europa del Este surge de la ausencia de democracia obrera y del dominio de la economía por una élite burocrática.
 
Pero, a pesar de la crisis, la burocracia se negaba a renunciar a su poder y privilegios, y no dudó en sabotear y socavar la economía planificada. Gorbachov intentó “reformar” el sistema burocrático, en un intento desesperado de encontrar una salida al impasse y que a la vez la casta dominante preservara su poder y sus privilegios. Era el intento de cuadrar el círculo. Los estalinistas y los reformistas de izquierdas veían en Gorbachov a un héroe. Morning Star, Tribune y otros periódicos similares lo elevaron a los altares. Pero, como explicamos en su momento, la perestroika llevaría a nuevas y mayores contradicciones. A finales de los 80, el estalinismo se encontraba en un impasse total. La mayoría de los burócratas, influidos por el boom en Occidente, se inclinó por la restauración capitalista.
 
En noviembre de 1989, cuando cayó el Muro de Berlín, en Alemania Oriental estallaron movimientos de masas en dirección a la revolución política. Estaban instintivamente a favor de la democracia obrera. En las manifestaciones se cantaba La Internacional. Por desgracia, la confusa dirección “liberal”, incapaz de resistir la ofensiva propagandística de la burguesía occidental a favor de la reunificación alemana, abortó ese movimiento. El vacío fue rápidamente ocupado por los partidarios del capitalismo. El colapso del régimen estalinista de la República Democrática Alemana se extendió rápidamente al resto de Europa del Este. Después de la reunificación alemana (1990), la conservadora CDU de Kohl barrió en los lander de la ex RDA. Y en agosto de 1991, Boris Yeltsin llegó al poder en Rusia al frente de un gobierno pro burgués. El estalinismo se había derrumbado como un castillo de naipes.
 
Es irónico que hace treinta años Monty Johnstone se mofara especialmente de la amenaza de restauración capitalista que León Trotsky planteó como posibilidad en La revolución traicionada. “Fuera de la realidad soviética, [Trotsky] escribió que ‘la burocracia soviética se ha encaminado hacia una restauración burguesa’ e ‘inevitablemente en el futuro buscará apoyarse en las relaciones de propiedad’ buscando con ello ‘su conversión en una nueva clase poseedora” (Cogito, p. 33).
 
Los acontecimientos ponen a prueba todas las teorías. Hace más de tres décadas que Monty Johnstone escribió su crítica a Trotsky y más de seis desde la publicación de La revolución traicionada. Los acontecimientos han confirmado la brillante perspectiva de Trotsky. Las burocracias estalinistas de Rusia y Europa del Este se pasaron en su totalidad a la contrarrevolución capitalista. Aquellos que una vez poseyeron carnés del PCUS, hablaban en nombre de Lenin y eran miembros prominentes del gobierno soviético, de la noche a la mañana se convirtieron en agentes de la burguesía. Traicionaron por segunda vez la revolución. Ya Trotsky lo había previsto:
 
“Si por adoptar una segunda hipótesis un partido burgués derrocara a la casta dominante, encontraría un pequeño número de sirvientes preparados entre los actuales burócratas, administradores, técnicos, directores, secretarios del partido y círculos superiores privilegiados en general” (La revolución traicionada).
 
Y esto es precisamente lo que ocurrió. Los Putin, Yeltsin, Chernomirdin y demás burócratas estalinistas se han convertido en los representantes de las mafias capitalistas que hoy dominan Rusia. Por supuesto, incluso la perspectiva más brillante no puede cubrir cada eventualidad. La vida es demasiado rica y variada. Trotsky había previsto que la restauración capitalista iría acompañada de una guerra civil. La clase obrera y un sector de la burocracia (movida por sus propios intereses) lucharían para defender las conquistas de la economía nacionalizada. Eso no ocurrió. Por consiguiente, el proceso de restauración capitalista ha ido demasiado lejos. Las conquistas de Octubre se han reducido a escombros, con consecuencias catastróficas para las masas, algo que también pronosticó Trotsky. La traición de la burocracia alcanza su punto más álgido con el saqueo del Estado y la privatización de la riqueza generada por los trabajadores de Rusia y las demás repúblicas de la Unión Soviética. Aquí está la justificación última del análisis y programa de Trotsky, la condena final y el desenmascaramiento de la burocracia estalinista, sepulturera de Octubre.
 

El reconocimiento tardío de Monty Johnstone

 
Después de considerar que la posibilidad de una restauración capitalista en Rusia era una fantasía, en 1992 Johnstone tuvo que admitir: “No hace mucho tiempo rechazaba categóricamente las opiniones de Trotsky, como hicimos la mayoría durante muchos años. Negamos su perspectiva de una restauración burguesa en la Unión Soviética. Ahora estamos viendo, particularmente en Polonia y Hungría, cómo los burócratas, tanto directores de empresas como funcionarios del partido, están convirtiéndose en los nuevos empresarios capitalistas” (Johnstone, Op. cit., p. 10).
 
Pero este reconocimiento llega un poco tarde. Durante décadas, los dirigentes de los partidos comunistas occidentales defendieron cada crimen de la burocracia, cada giro político de Moscú. Todo en nombre de la defensa de la URSS. Pero ahora vemos a la misma burocracia que ellos defendían convertida en ¡agente de la contrarrevolución! Monty Johnstone admite ahora lo que ya nadie puede negar: que los llamados dirigentes “comunistas” de la URSS y Europa del Este se han puesto a la cabeza de la restauración capitalista.
 
Johnstone hace este asombroso reconocimiento sin inmutarse. ¿Pero qué se está diciendo? ¿Que los hombres y mujeres que estaban al frente de todos los países “socialistas”, a los que Monty Johnstone y otros dirigentes “comunistas” occidentales apoyaban, a los que calificaban de “grandes líderes” de la clase obrera mundial, esos individuos son los mismos que han dirigido la contrarrevolución burguesa que destruyó todo lo que quedaba de Octubre? ¿Que de la noche a la mañana los dirigentes “comunistas” se han convertido en capitalistas? Comparado con esto, la traición de los dirigentes socialdemócratas en agosto de 1914 fue un juego de niños. ¿Cómo se puede explicar? La única explicación seria la dio León Trotsky, pero no en 1992 después de los acontecimientos, sino a principios de 1936, en La revolución traicionada, un análisis que Monty Johnstone rechazaba y del que parece haber aprendido muy poco:
 
“No puede caber duda”, escribe Johnstone, “de que existe mucha oposición popular a la restauración burguesa en la Unión Soviética; deseamos que consiga ganar. Pero mientras, los presagios de Trotsky, en mi opinión, desgraciadamente puede que no sean tan inconcebibles” (Ibíd., p. 18).
 
Quizá todo lo que está ocurriendo en Rusia y Europa del Este hoy ya no sea inconcebible para Monty Johnstone. Pero sí lo es para muchos comunistas que llegaron a creer durante décadas que la URSS y Europa del Este eran el “paraíso socialista” y ahora presencian el espectáculo no sólo de la restauración capitalista, sino de que la contrarrevolución esté encabezada por los antiguos dirigentes de los partidos “comunistas”. ¿Cómo explicar desde un punto de vista marxista esta aberración? En vano buscaremos la respuesta en los escritos y discursos de los líderes “comunistas” occidentales. Pero existe una explicación desde hace más de medio siglo. Se encuentra en los escritos de León Trotsky. Estos trabajos fueron relevantes en el pasado, pero son de vital importancia para el presente y el futuro.
 

El futuro de Rusia

 
Los apologistas modernos del estalinismo culpan del colapso de la URSS no a las contradicciones internas del sistema, sino a la política individual de Gorbachov o Breznev, o incluso de Jruschev. Están desesperados por encontrar un chivo expiatorio. Es el mismo método utilizado por Jruschev en el XX Congreso: culpar de todos los crímenes del estalinismo a un individuo —Stalin— y su monstruoso culto a la personalidad. Esta forma de abordar la cuestión no tiene nada en común con el método marxista, que considera las acciones de los individuos como un reflejo de los intereses materiales de una clase o casta social. Stalin, Jruschev, Breznev y Gorbachov fueron todos representantes de la burocracia dominante en la Unión Soviética. Resulta irónico que los que culpan del colapso a los “grandes” dirigentes del pasado fueran sus más fieles y leales defensores cuando estaban en el poder. No podían equivocarse, y los reverenciaban como depositarios de las esencias del “marxismo-leninismo”. 
 
La caída del estalinismo no fue la caída del comunismo ni del socialismo, como los burgueses, reformistas y ex estalinistas quieren hacernos creer. Todo lo contrario. Fue la muerte de una caricatura totalitaria del socialismo, en la que los trabajadores de los países del Este tenían menos derechos que los occidentales. El estalinismo colapsó ignominiosamente por las contradicciones internas inherentes al régimen burocrático. Carecía de apoyo social. Los burócratas abandonaron el barco como ratas. Sin embargo, el intento de restauración del capitalismo no ha obtenido buenos resultados. La llamada reforma de mercado ha supuesto una brutal caída de la producción, jamás vista en tiempos de paz. A eso se refería Trotsky cuando pronosticó en La revolución traicionada que una contrarrevolución capitalista en la URSS conllevaría el colapso de las fuerzas productivas y de la cultura. Es lo que estamos presenciando en Rusia.
 
Cierto que la contrarrevolución capitalista ha adoptado una forma diferente a la prevista por Trotsky, por dos razones principales: 1) la completa corrupción de la burocracia estalinista, que consiguió generar ilusiones en el capitalismo, y 2) el retroceso del nivel de conciencia del proletariado ruso después de décadas de dominio totalitario. Pero estamos muy lejos del fin de la historia en Rusia. El capitalismo ruso ha demostrado ser totalmente incapaz de desarrollar los medios de producción y hacer avanzar la sociedad. El actual régimen burgués es muy inestable, y si la clase obrera se pusiese en movimiento podría barrerlo sin demasiado esfuerzo. Pero aquí llegamos a la cuestión decisiva: el partido y su dirección.
 
La clase obrera, que está experimentado las “maravillas” del capitalismo —el desempleo, la pobreza, el chovinismo, la guerra, la enfermedad, el hambre— no ha dicho todavía la última palabra. El proceso de restauración capitalista es una calamidad absoluta para las masas rusas. En nuestra opinión, la actual transición “fría” al capitalismo todavía no se ha completado como vimos con el colapso de las “reformas” después de la devaluación del rublo en agosto de 1998 y la alarma de los imperialistas. No faltan estrategas burgueses que temen una nueva revolución. El derechista The Economist espera que el “extraordinario estoicismo ruso” persista sin originar “una explosión social”. Pero el deterioro de la situación no puede durar indefinidamente. El FMI y la burguesía parecen haber perdido toda esperanza: 
 
“Lamentablemente han acumulado un montón de desgracias. La mayoría de la clase media ha sido pulverizada. La economía monetaria apenas representa la mitad de la holandesa. La tasa de mortalidad puede llegar a ser la mayor del mundo. La esperanza de vida masculina ha caído a niveles africanos: 58 años. La población se reduce a un ritmo de 800.000 personas al año” (The Economist, 6/2/99).
 
Evidentemente las cosas no les salieron como ellos querían. Los gobiernos burgueses rusos son un desastre. “En realidad, los resultados fueron sombríos”, continúa The Economist, “los políticos pro occidentales rusos resultaron ser los más ineptos políticamente, los más corruptos. Su fracaso queda demostrado en el colapso del ascendiente moral que Occidente había llegado a conseguir entre los rusos cuando cayó el comunismo”. Y concluye: “En menos de dos décadas, los rusos se han convertido en desconfiados y cínicos”. 
 
Como siempre, la clave es el factor subjetivo el Partido y su dirección. La reacción general de las masas rusas contra el capitalismo debería suponer un rápido giro hacia el comunismo. Rusia estaría ahora en vísperas de un nuevo Octubre si el Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR) fuera auténticamente comunista. Pero éste es precisamente el problema. En el frente político, la desilusión con el “mercado” —en especial tras el colapso económico de agosto de 1998— se expresó inicialmente en un creciente apoyo a los partidos comunistas, especialmente al PCFR. Sin embargo, los dirigentes del PCFR no tienen nada en común con el marxismo y el leninismo. Una y otra vez han claudicado ante la contrarrevolución burguesa, prefiriendo agarrarse a sus privilegios y cómodos escaños en la Duma, en lugar de basarse en las masas. Por eso han perdido apoyo. En el momento de escribir este prólogo, Ziugánov y los dirigentes del PCFR han llegado a un acuerdo con el Partido de la “Unidad”, de Putin, para repartirse las comisiones de la Duma. Esta conducta es mil veces peor que la de los dirigentes mencheviques en febrero de 1917.
 
A pesar de todo, la actual situación no puede durar indefinidamente. Los acontecimientos están preparando una nueva revolución. Si continúa profundizándose la crisis y es inevitable, en cierta etapa todo el panorama se verá transformado por un movimiento de masas de la clase obrera rusa. En ausencia de una alternativa, Ziugánov y los dirigentes del PCFR, a pesar de sus intenciones, podrían llegar al poder. Pero después de la experiencia del estalinismo la clase obrera no aceptará un regreso a un régimen totalitario. Estallarán crisis y escisiones en los partidos comunistas. Y también se desarrollarán las fuerzas que están luchando para restablecer las genuinas tradiciones del bolchevismo, las tradiciones de Lenin y Trotsky. Una nueva revolución rusa transformaría el planeta incluso más que la Revolución de Octubre.
 
El proceso de restauración capitalista también ha llegado lejos en China. Pero aquí, a diferencia de Rusia, la burocracia controla el movimiento desde arriba, para garantizar que será ella la nueva clase dominante. Están luchando para evitar una crisis similar a la rusa, pero su objetivo es el mismo. La incorporación al mercado mundial y el giro hacia la “economía de mercado” han tenido como consecuencia una masiva migración del campo a las ciudades, en busca de trabajo. Millones están parados, mientras que decenas de millones trabajan en condiciones terribles que recuerdan las de la clase obrera rusa bajo el zarismo. Tales condiciones, unidas al hundimiento de los mercados del Sudeste Asiático, preparan una explosión social. El sistema capitalista ha entrado en un período tormentoso similar al de los años 20 y 30, que proporcionará muchas oportunidades a la clase obrera para conquistar el poder. Un factor esencial es el desarrollo de auténticos cuadros marxistas integrados en las organizaciones de masas tradicionales de la clase obrera. Las ideas de Lenin y Trotsky jugarán un papel vital en este proceso.
 

La apostasía final

 
Después del colapso de la URSS, los dirigentes de los partidos comunistas han demostrado ser totalmente incapaces de dar una explicación marxista a lo ocurrido. Desde 1989, muchos han roto formalmente con el estalinismo, y una parte cruzó el Rubicón y ahora repudia el marxismo. Sencillamente han terminado en el campo del reformismo incluso en su ala de derechas. Este ha sido el destino de Izquierda Democrática, el ala de izquierdas del CPGB, a la que se adhería Monty Johnstone. Dicen que tienen 800 militantes, casi 500 menos que en 1991. El Partido Comunista de Gran Bretaña tenía 4.600 militantes cuando desapareció, aunque sólo pagaban la cuota menos de una quinta parte. En diciembre de 1999, Izquierda Democrática acordó disolverse y convertirse en New Times Network. Esto fue demasiado incluso para Monty Johnstone, que “con tristeza” la abandonó.
 
Los dirigentes de New Times Network se consideran políticos “prácticos” que no necesitan la teoría marxista. Es decir, son reformistas políticamente en bancarrota que desvergonzadamente actúan como abogados de “izquierda” del ala de derechas de los dirigentes laboristas. Este está siendo el papel de personas como Eric Hobsbawm hace poco nombrado Companion of Honour*— o Martin Jacques, de la desaparecida Marxism Today. Según Nina Temple, coordinadora de New Times Network: “Queremos incorporar a personas de muy diferentes partidos o de ninguno, incluso personas que no se consideran socialistas demócratas liberales, demócratas radicales, libertarios, feministas, verdes, etc., y también personas dispuestas a trabajar” (New Times, diciembre 1999).
 
Los estatutos de Network no recogen el socialismo como uno de sus objetivos. ¿Qué proponen en su lugar? La “regulación” del capitalismo global, lo que no es nada original: es lo mismo que defiende el especulador George Soros. Es una solución tan “práctica” como persuadir a un tigre hambriento de que coma lechuga en vez de carne. No hace falta decir que ninguno de estas damas y caballeros tan “prácticos” son capaces de decirnos cómo se consigue el milagro.
 
Pero aunque no tienen ni la más mínima idea de qué quieren ni de cómo conseguirlo, lo que sí tienen bastante claro es lo que no quieren: no quieren regresar a una economía nacionalizada y planificada. Como recogía un editorial de New Times, su revista: “Deben aceptar que el péndulo no oscila de nuevo del mercado a la propiedad social. Ni debería hacerlo”. La conclusión es evidente: debemos a toda costa adherirnos al mercado el capitalismo. Para ello citan al “blairista” Charlie Leadbeater: “Nuestro objetivo debería ser aprovechar el poder del mercado y la comunidad para una meta más fundamental: la creación y extensión del conocimiento” (Ibíd. El subrayado es nuestro). Leadbeater es otro ex estalinista converso que ahora es un prominente consejero de Tony Blair. Todos estos individuos han abandonado el socialismo y se han pasado al campo de la reacción capitalista y del “libre mercado”.
 
Los ex estalinistas se han ganado la sonora aprobación de los reformistas de derechas. “Izquierda Democrática ha propuesto una nueva estructura, objetivos y valores que le permitirían basarse en sus considerables éxitos, como los Sindicatos 21. Espero con ilusión trabajar con aquellos que buscan un enfoque amplio y abierto de la política con el espíritu de construir asociaciones con una agenda más moderna y progresista”, dice John Monks, secretario general del TUC. Esta opinión es respaldada por Lord Sawyer, de la derecha laborista y ex secretario general del Partido: “New Times Network es una idea excelente” (Ibíd.).
 
Una tras otro, los antiguos ideólogos del estalinismo han terminado repudiando a Lenin y la Revolución de Octubre. Con frecuencia reniegan de la forma más repulsiva. Según Chris Myant, ex secretario general del CPGB, la Revolución de Octubre fue “un error de proporciones históricas (...). Sus consecuencias fueron graves”. Una reseña del New Times sobre la reaccionaria obra El libro negro del comunismo iba incluso más allá, aceptando todos los argumentos burgueses contra el comunismo. “El libro negro... es un libro informativo y servirá como una dosis saludable de medicación para aquellos todavía afligidos por el deseo de considerar la revolución bolchevique como un error, aunque monumental, o algo que ‘tuvo que ocurrir” (Ibíd.).
 
La conclusión de la revista se resume en el pesimismo de los intelectuales de la pequeña burguesía que apoyaban al estalinismo pero que ahora pisan la hierba más verde de la democracia liberal: “Para los muchos que pusieron sus esperanzas en el ‘proyecto’ comunista, hay cosas peores que un error o incluso un crimen. ¿Y si todo aquello no tuvo sentido?” (Ibíd.). ¡Este comentario demuestra el callejón sin salida en el que se han metido los mismos que, como Monty Johnstone, desdeñosamente rechazaban las opiniones de Trotsky y el trotskismo! Esta es la voz de la apostasía y la filosofía de la desesperación. La historia, al final, se ha vengado cruelmente del estalinismo.
 
A los estalinistas del ala dura que crearon el Partido Comunista Británico (CPB) no les ha ido mejor. Siguen con su amarga hostilidad hacia Trotsky y todavía califican a los antiguos regímenes estalinistas como países “socialistas”. Su órgano de difusión (Morning Star) justificó servilmente cada giro y crimen de la burocracia soviética. En enero, con motivo de la conmemoración del 70º aniversario de la creación de su precursor, el Daily Worker, John Haylett, el editor, publicó un artículo. En lugar de una aproximación honesta y un balance equilibrado de la historia del periódico, incluyendo sus errores, sencillamente fue un burdo encubrimiento. No aparecía ni una sola palabra sobre el “socialfascismo”, los juicios de Moscú, la revolución húngara de 1956 o la sumisión ante cada giro de Moscú. Mientras habla de políticas “socialistas” y “progresistas”, el CPB practica el seguidismo respecto a los reformistas de izquierda del Partido Laborista y el TUC y su programa es en realidad profundamente reformista. Su visión nacionalista le lleva a defender la “soberanía británica”, mientras promueven la colaboración de clases disfrazada de “alianza democrática antimonopolios” o “frente popular en defensa de la democracia nacional” (Morning Star, 1/1/2000). Mientras se oponen, correctamente, al imperialismo de la OTAN, se esconden detrás de la “cocina de ladrones” que representa las Naciones Unidas que también es una herramienta del imperialismo, como una especie de árbitro en los conflictos internacionales y la solución a los problemas del mundo. Esta manera de abordar la cuestión está a años luz de las opiniones y el programa de Lenin.
 

El trotskismo y el futuro

 
Durante décadas, Trotsky fue considerado persona “non grata” en el movimiento comunista. Fue acusado de contrarrevolucionario y fascista, sus escritos fueron prohibidos y todas las referencias a su papel en la Revolución Rusa fueron suprimidas de los libros de historia. Hasta Octubre, la película del genial director de cine soviético Eisenstein, fue censurada en un tercio de su metraje para eliminar toda referencia a Trotsky. El 7 de marzo de 1935, como preludio a los infames juicios de Moscú, el Comité Central del PCUS ordenó retirar las obras de Trotsky de las bibliotecas de toda la URSS. Más tarde la prohibición incluso se extendió ¡al material antitrotskista! Publicaciones como Los trotskistas: enemigos del pueblo y Bandidos trotskistas–bujarinistas fueron también proscritas. El libro de Stalin Sobre la Oposición fue prohibido porque contenía muchas citas de Trotsky. Esta prohibición continuó hasta finales de los años 80. Sólo en la última década los escritos de Trotsky empezaron a ser más accesibles para los rusos.
 
En el pasado, un foso abismal separaba al trotskismo de las organizaciones “comunistas”. Pero la verdad siempre se abre paso. En contraste con los que han renegado completamente del marxismo, cada vez son más los ex estalinistas honestos que miran hacia el trotskismo, como ya hubo algún precedente en el pasado. Ignace Reiss, oficial de la GPU, dirigió en 1937 una carta, que le costó la vida un mes después, al Comité Central del PCUS:
 
“La carta que os escribo hoy debí haberla escrito hace ya mucho tiempo, el mismo día en que los ‘dieciséis’ fueron masacrados en los sótanos de la Lubianka**** de acuerdo con las órdenes del ‘Padre de los Pueblos’.
 
“Entonces guardé silencio. Tampoco elevé mi voz para protestar en ocasión de los asesinatos que siguieron (...).
 
“Hasta entonces marché a vuestro lado, pero ya no daré un paso más en vuestra compañía. ¡Nuestros caminos se separan! ¡El que hoy se calla se convierte en cómplice de Stalin y traiciona la causa de la clase obrera y del socialismo! (...). Pues se trata de salvar el socialismo. Hace ya tiempo que la lucha está entablada. Deseo ocupar mi sitio en ella.
 
“(...) el movimiento obrero debe desembarazarse de Stalin y del estalinismo. Esa mezcla del peor de los oportunismos —un oportunismo sin principios—, de sangre y de mentiras, amenaza con emponzoñar el mundo entero y aniquilar los restos de movimiento obrero.
 
“¡Lucha sin tregua contra el estalinismo!
 
“¡No al frente popular, sí a la lucha de clases!
 
“¡Abajo la mentira del socialismo en un solo país! ¡Volvamos al internacionalismo de Lenin! (...). 
 
“No puedo más. Recobro mi libertad. Vuelvo a Lenin, a su enseñanza y a su acción. ¡Adelante hacia nuevos combates por el socialismo y la revolución proletaria!” (E. Poretski, Nuestra propia gente, pp. 9-11. Ed. Zyx. Madrid, 1972).
 
Y otros, como Leopold Trepper, organizador de la famosa Orquesta Roja, la red de espionaje soviético en Europa Occidental durante la Segunda Guerra Mundial, no pudieron menos que honrar la memoria de los torturados y asesinados:
 
“Todos los que no se alzaron contra la máquina estalinista son responsables, colectivamente responsables de sus crímenes. Tampoco yo me libro de este veredicto.
 
“Pero, ¿quién protestó en aquella época? ¿Quién se levantó para gritar su hastío?
 
“Los trotskistas pueden reivindicar este honor. A semejanza de su líder que pagó su obstinación con un pioletazo, los trotskistas combatieron totalmente el estalinismo y fueron los únicos que lo hicieron. En la época de las grandes purgas, ya sólo podían gritar su rebeldía en las inmensidades heladas a las que los habían conducido para mejor exterminarlos. En los campos de concentración, su conducta fue siempre digna e incluso ejemplar. Pero sus voces se perdieron en la tundra siberiana.
 
“Hoy día los trotskistas tienen el derecho de acusar a quienes antaño corearon los aullidos de muerte de los lobos. Que no olviden, sin embargo, que poseían sobre nosotros la inmensa ventaja de disponer de un sistema político coherente, susceptible de sustituir al estalinismo, y al que podían agarrarse en medio de la profunda miseria de la revolución traicionada. Los trotskistas no ‘confesaban’ porque sabían que sus confesiones no servirían ni al partido ni al socialismo” (El gran juego, pp. 67-68).
 
Muchos militantes comunistas de base que defendían las virtudes del “socialismo” en la URSS están ahora buscando una explicación marxista clara al estalinismo y las perspectivas para el socialismo mundial en la actualidad. Las ideas de Trotsky encontrarán un eco entre ellos.
 
Las cosas han cambiado radicalmente. En el último período, en la prensa del Partido Comunista de España han aparecido artículos favorables a la literatura trotskista. Alan Woods, coautor de este libro, ha tenido la oportunidad en diversas ocasiones de hablar en la fiesta anual del PCE. En Italia, los trotskistas están ganando influencia en Refundación Comunista. El comunista PRD, en Indonesia, incluye en la lista de formación para sus bases algunos escritos de Trotsky. En Rusia existe un creciente interés por las ideas de Trotsky en las filas de los partidos estalinistas, un proceso inevitable debido al creciente fermento en el seno de la sociedad, que se expresa en el descontento con la política de sus dirigentes.
 
El Partido Comunista de Sudáfrica (SACP) está estimulando la lectura de autores marxistas antes prohibidos. Los documentos del X Congreso del SACP recomendaban que “en la lucha por la renovación del proyecto socialista, el SACP debe estimular a su militancia y al movimiento obrero para que amplíen la lectura de teoría y escritos progresistas, incluidos aquellos que a menudo fueron prohibidos porque se les consideraba ‘disidentes’: Bujarin, Trotsky, Rosa Luxemburgo”. Esto está directamente vinculado a la caída del estalinismo y la afluencia de nuevos militantes. En 1990, la mitad del Comité Central del SACP dimitió. Sin embargo, al mismo tiempo, decenas de miles de nuevos miembros, sobre todo jóvenes, entraron en él con la legalización del partido.
 
Los temas que aparecen en esta obra son muy relevantes en la situación actual. En Sudáfrica, como en otras partes, hay un encendido debate entre la teoría trotskista de la revolución permanente y la teoría estalinista de las dos etapas. Según David Masondo, vicepresidente saliente del SASCO*****, la primera etapa resolvería la cuestión nacional sin alterar en lo fundamental las relaciones económicas, mientras que la segunda etapa sería cuando la clase obrera se emanciparía de la explotación capitalista. Masondo dice correctamente que “esto no es un debate nuevo, es el mismo que sostenían bolcheviques y mencheviques antes de la Revolución Rusa”.
 
Entre los jóvenes comunistas cada vez es mayor el rechazo a la teoría de las dos etapas y el interés por la de la revolución permanente. Masondo continúa: “El término ‘etapa’ está equivocado. Puede llevar a hacer creer que esto significa posponer la lucha de clases. Existe una relación dialéctica entre las cuestiones nacionales y las de clase (...) la lucha nacional y la socialista se entienden unidas”.
 
Más sorprendente todavía, el propio SACP está debatiendo abiertamente la validez de la teoría de las dos etapas, y parece que, al menos en palabras, la ha rechazado. Los documentos del X Congreso del SACP dicen: “Una lucha de clases anticapitalista no puede ser pospuesta a una etapa posterior de la lucha por la transformación. Por eso el SACP, desde nuestro IX Congreso en abril de 1995, planteó la consigna: ‘¡El socialismo es el futuro, hay que construirlo ahora!”. ¡Cómo han cambiado los tiempos! Estos son sólo unos pocos ejemplos. Se podrían dar muchos otros de cómo la base comunista se abre a las ideas de Trotsky. El viejo monolito estalinista está hecho añicos. Cuando cayó el Muro de Berlín, Nina Temple, entonces secretaria general del CPGB, fue más allá y llegó a declarar en el Comité Ejecutivo: “Los trotskistas tenían razón, en Europa del Este no había socialismo. Creo que deberíamos haberlo dicho hace tiempo”. Esta declaración de una dirigente comunista sería totalmente impensable en el pasado.
 
Entre los comunistas honestos de todo el mundo hay sed de ideas marxistas y explicaciones claras. Existe un cuestionamiento profundo de todo lo que ocurrió, lo que es absolutamente imprescindible para aprender todas las lecciones. Este proceso servirá para armar y fortalecer el movimiento marxista. Por nuestra parte, queremos comprometernos totalmente en este diálogo. En este 60º aniversario del asesinato de León Trotsky, creemos que la reedición de este libro ayudará a clarificar la cuestión del estalinismo desde una perspectiva marxista y a dejar claras las auténticas ideas de Lenin y Trotsky, que durante mucho tiempo han sido un libro sellado para los militantes comunistas.
 
Lejos de ser pesimistas, los marxistas entraremos en el nuevo milenio con absoluta confianza en el futuro. El capitalismo mundial está en un impasse. El siglo XX se despide con una insurrección en Ecuador. Habrá mas, en un país tras otro. El colapso de la URSS fue un revés para la clase obrera, pero no una derrota definitiva. Al mirar retrospectivamente, se ve que estamos en medio de un prolongado proceso que será todavía más decisivo: la crisis mundial del capitalismo. Ante nosotros se abre una nueva época revolucionaria que se extenderá más allá de la próxima década. Será el período más convulsivo de la Historia. Habrá muchas oportunidades para que la clase obrera derroque el capitalismo. Los militantes de los partidos comunistas podrán jugar un papel clave en los futuros acontecimientos, pero con una condición: que se armen y fortalezcan teórica y políticamente. La nueva generación tiene sobre sus hombros la enorme responsabilidad de restablecer internacionalmente el marxismo como una tendencia de masas.
 
Qué defendieron realmente Lenin y Trotsky no es una aportación a un debate académico, irrelevante, sobre ideas anticuadas. Representa la defensa del método, las ideas y el programa marxistas, armas indispensables para intervenir en las luchas que nos esperan. Este libro intenta animar a los militantes obreros y comunistas, y en especial a los jóvenes, a profundizar en las ideas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, un auténtico tesoro que la nueva generación tiene que aprender para estar preparada para los poderosos acontecimientos futuros. El objetivo, en palabras del filósofo materialista Spinoza, no es “ni reír ni llorar, sino comprender”. 
 
 
20 de marzo de 2000
 
 
* Campesinos ricos (Nota de la Editorial). 
** Trades Union Congress, la confederación sindical británica (N. de la E.).
*** Título menor de la aristocracia británica (N. de la E.).
**** Se refiere al primero de los juicios de Moscú, llamado “de los dieciséis” por el número de inculpados (entre ellos, Zinóviev y Kámenev). La Lubianka era la sede central de la GPU, la policía política, donde fueron ejecutados. Pravda reflejó así la noticia: “Desde que ocurrió, se respira mejor, el aire es más puro, nuestros músculos adquieren nueva vida, nuestras máquinas funcionan con más alegría, nuestras manos son más diestras” (N. de la E.).
***** Sindicato de estudiantes sudafricano (N. de la E.).
 
 

Prefacio de los autores a la edición inglesa de 1969 

 
Ted Grant y Alan Woods
 
 
“Desde hace mucho tiempo, los marxistas esperaban un debate a fondo sobre las posturas políticas y el papel político tanto de Stalin como de Trotsky. Y con él la valoración de las principales políticas y acontecimientos del movimiento obrero ruso e internacional durante cuatro décadas. Este debate será trascendental, complejo, pero profundamente instructivo” (Cogito, p. 2).
 
Esta es la promesa que Monty Johnstone hace a los lectores de Cogito, el periódico de la Liga Juvenil Comunista (YCL). Es una promesa que será bienvenida por todos los militantes sinceros de la YCL y del Partido Comunista de Gran Bretaña (CPGB), la mayoría de los cuales también se preguntan por qué un debate tan importante llega con tanto “retraso”. Para ser exactos, con un retraso superior a cuatro décadas.
 
Hasta hace poco era impensable un debate sobre el trotskismo en la YCL o el CPGB. Durante cuarenta años, a los militantes comunistas se les “prohibió” leer las obras de León Trotsky, y sus dudas y preguntas tropezaban con una constante sucesión de “denuncias” antitrotskistas basadas en falsas consideraciones de la historia del bolchevismo y de la Revolución Rusa. La última tentativa de tratar en público la cuestión del trotskismo fue el artículo de Betty Reid* publicado hace cuatro años en Marxism Today, que entre otras perlas afirmaba que los juicios de Moscú son ¡un tema destinado estrictamente a la investigación histórica soviética! Este tipo de material no puede satisfacer las exigencias de los comunistas que quieren informes veraces y un análisis riguroso de los acontecimientos. A estos compañeros les podemos decir, como hace Johnstone, que “esperamos (...) que no se contentarán sólo con aprender y sacar a relucir la resumida y muy selectiva historia del movimiento obrero internacional y la parcial información del comunismo utilizada en sus periódicos y charlas de formación política” (Cogito, p. 3).
 
Junto con el compañero Johnstone, podemos citar las palabras de Lenin a la Unión de Juventudes Comunistas de Rusia, insistiendo en la necesidad de considerar “toda la suma de conocimientos humanos (...) de tal modo que vuestro comunismo no sea algo aprendido de memoria, sino algo pensado por vosotros mismos, como una conclusión que se impone necesariamente desde el punto de vista de la instrucción moderna” (Lenin, Tareas de las organizaciones juveniles, p. 12. Ed. Progreso, 1979).
 
Un debate siempre presupone dos puntos de vista. Veremos hasta qué punto Johnstone y los dirigentes del CPGB y la YCL están dispuestos a permitir un debate “a fondo” y que las cuestiones teóricas básicas implícitas en él lleguen a la base de estas organizaciones.
 
A primera vista, la forma en que Monty Johnstone aborda el tema parece muy razonable y objetiva. Se esfuerza mucho en subrayar que él no tiene intereses “personales”, y para ello se sitúa entre los dos polos:
 
“Semejante tarea sería totalmente estéril si se lleva a cabo desde las antiguas e inamovibles posturas de adhesión a Stalin o Trotsky. Ni apología ni demonios; para conseguir hacer una valoración equilibrada es necesario aplicar el método marxista de la crítica objetiva y el análisis autocrítico a la luz de la experiencia histórica” (Cogito, p. 2).
 
Así de objetivo se nos presenta Monty Johnstone. Promete no sostener “las antiguas e inamovibles posturas de adhesión” a Stalin, de modo que, ¿por qué sus adversarios se empeñan en defender las ideas de Trotsky? Si seguimos la lógica del argumento de Johnstone llegaremos a la siguiente conclusión: si hoy nadie es partidario de las “antiguas ideas” de Dühring, ¿para qué apoyar las de Engels? Si nadie piensa que Dios creó el mundo en siete días, ¿para qué perpetuar el “culto” a Einstein o Darwin?
 
Lo cierto es que Johnstone aborda el tema de una forma totalmente antimarxista. La cuestión no es si nos “adherimos” a Trotsky, a Stalin o a cualquier otro individuo, sino si todavía defendemos las ideas fundamentales del marxismo, ideas elaboradas científicamente y enriquecidas con la experiencia histórica, pero que en sus principios permanecen hoy igual que en tiempos de Marx, Engels, Lenin o Trotsky. Aunque implícita en todos los argumentos que utiliza, el compañero Johnstone evita tocar la cuestión central, que no es otra que la de si siguen vigentes las “antiguas ideas” del marxismo: el internacionalismo, el papel de la clase obrera en la lucha por el socialismo, la naturaleza del capitalismo, etc. Todos los grandes marxistas defendieron estas ideas frente al intento de los oportunistas, disfrazados de “socialistas y “comunistas”, de diluirlas, revisarlas y dejarlas reducidas a un reformismo estéril. Bajo el disfraz de “moderno”, “científico” y “objetivo”, Monty Johnstone intenta presentar todas estas ideas como “trotskismo”, algo ajeno a las tradiciones y concepciones clásicas del marxismo. Pero al hacerlo sólo consigue regresar a las antiguas posiciones defendidas por Bernstein, Kautsky y los mencheviques.
 
La apelación que hace Monty Johnstone al método marxista carece de valor. El marxismo se basa ante todo en una sinceridad y veracidad escrupulosas, sobre todo en las polémicas con los adversarios. Marx, Engels, Lenin y Trotsky eran muy cuidadosos y precisos en sus polémicas, no utilizaban citas sacadas de contexto ni deformaciones. Para ellos la polémica siempre era una forma de sacar a la luz las cuestiones ideológicas básicas para, así, elevar el nivel político de la militancia. Por eso nunca se centraron en los aspectos insignificantes, ni sustituyeron los argumentos por las descalificaciones personales, aunque tampoco rehuyeron llamar a las cosas por su nombre porque no intentaban dar a sus escritos un halo de “imparcialidad” profesional.
 
En su artículo, Monty Johnstone escribe lo siguiente: “La motivación sólo es política. No hay lugar para la injuria personal directa o indirecta” (Cogito, p. 3. El subrayado es nuestro). La verdad es que no encontramos ningún rastro de la antigua inmundicia que durante décadas los colegas de Johnstone fabricaron en serie —trotsko-fascistas, degenerados políticos, agentes de Hitler y otras lindezas por el estilo—, pero veamos sólo algunos ejemplos de su olímpica objetividad:
 
“Los polémicos trabajos de Trotsky, magníficamente escritos pero sumamente parciales”, “los vuelos de la imaginación y la retórica bravucona [en vez de] un examen tranquilo de la postura de sus adversarios”, “añadiendo paternalmente”, “injuriando desde la barrera”, “razonamiento superficialmente verosímil”, “ilusiones y encaprichamiento con la fraseología revolucionaria”, “generalizaciones exageradas y ampulosas [en vez de un] balance equilibrado”, “el santo y seña dogmático de Trotsky”, etc.
 
El compañero Johnstone ha progresado desde los días del “análisis marxista equilibrado” sobre el trotsko-fascismo de Palme Dutt, Pollitt, Gollan y Campbell**. El avance consiste en sustituir el lenguaje del arroyo por la injuria empalagosa e indirecta del seminario.
 

El culto a la personalidad

 
“El XX Congreso acaba con el culto a Stalin, abre el camino para acercarse al movimiento comunista mundial (...) las antiguas costumbres sectarias, la actitud y la resistencia burocrática lo estimulaban, pero las cosas están cambiando ya en muchos partidos comunistas” (Cogito, p. 2).
 
Con estas pocas palabras, el compañero Johnstone “explica” el salto mortal que los dirigentes del movimiento “comunista” mundial dieron por encima de Stalin, al que durante treinta años defendieron fervientemente, exaltándolo y haciendo de él un objeto de culto y la piedra de toque para distinguir a un comunista de un “trotsko-fascista”. Una vez que Johnstone ha admitido que durante décadas se ahogó el debate en el movimiento, sin ningún tipo de rubor presenta el XX Congreso como una especie de llave mágica que abre todas las puertas que cerraban el camino al conocimiento.
 
Un momento, compañero Johnstone, ¿qué ocurre con el “método marxista, la crítica objetiva y el análisis autocrítico a la luz de la experiencia histórica”? ¿Y con las palabras de Lenin sobre la suma de conocimientos humanos y el aprendizaje memorístico? El XX Congreso sirvió para revelar al movimiento “comunista” mundial que durante treinta años —todo un período histórico— sus dirigentes, sus teóricos más destacados, sus periodistas más talentosos defendieron una posición que no sólo era incorrecta, sino criminal desde el punto de vista de la clase obrera rusa e internacional. ¿Y ahora pide a los comunistas que lo acepten todo sin protestar y sin hacer preguntas? ¿Es éste el método marxista? Es el error del que precavía Lenin hace cincuenta años a la Unión de Juventudes Comunistas de Rusia.
 
Las primeras preguntas que vendrán a la mente de cualquier comunista son: ¿Por qué ocurrió? ¿Cómo pudo ser? Sabemos que nadie es perfecto, incluso los más grandes marxistas en algún momento cometieron errores, pero cometer ese tipo de “errores” durante tanto tiempo es una monstruosidad. No sólo requiere, sino que exige una explicación.
 
Monty Johnstone no nos da ninguna. En su lugar nos remite al texto del discurso sobre Stalin que pronunció Jruschev en el XX Congreso. Pero no se puede encontrar en ruso. El discurso se pronunció a puerta cerrada y nunca se publicó en Rusia. Johnstone se ve obligado a tomar las citas de... ¡The Manchester Guardian!***
 
¿Qué tipo de “análisis” del estalinismo es posible encontrar en el material publicado por Moscú? La famosa “teoría” del culto a la personalidad. Da la impresión de que, durante toda una época histórica, el “Estado socialista” estuvo dominado por un dictador bonapartista que condenó a millones de personas a trabajos forzados en Siberia, liquidó pueblos enteros y exterminó a toda la vieja dirección bolchevique —después de poner en práctica la maquinación judicial más monstruosa de la historia— simplemente gracias a su personalidad. ¡Qué parodia del marxismo y del método de análisis marxista! Los militantes de la YCL y del CPGB no son niños. El compañero Johnstone piensa que todavía creen en cuentos de hadas aunque se inventen en el Kremlin o en King Street****.
 
Un marxista nunca abordaría el tema así. El marxismo no explica la historia en función del genio, la maldad o bondad, los caprichos o la “personalidad” de los individuos, sino por los intereses y relaciones entre los grupos y clases sociales. Es totalmente inconcebible que un hombre pueda imponer sus ideas a toda la sociedad. Marx ya explicó hace mucho tiempo que si una idea, aunque sea incorrecta, consigue apoyo, avanza y llega a convertirse en una fuerza social es porque representa el interés de una parte de la sociedad. Si las referencias de Johnstone al método marxista son algo más que un simple truco estilístico o una expresión amable, entonces debe responder a una pregunta concreta: ¿Qué intereses representaba Stalin? ¿Los suyos?
 
Ya hemos dicho que todo comunista sincero va a dar la bienvenida a un debate a fondo sobre el estalinismo y el trotskismo. Por esa razón también damos la bienvenida a la contribución que hace el compañero Johnstone. Pero, ¿qué clase de análisis marxista es aquél que, mientras hace pomposas referencias al método marxista, evita cualquier intento de analizar los procesos sociales fundamentales, que son los que podrían arrojar luz sobre las ideas de Lenin y Trotsky? Si no se explican estos procesos históricos, todo quedará reducido a algo completamente arbitrario, a una serie de citas aisladas —y sacadas de contexto— de las obras de Trotsky y Lenin yuxtapuestas artificialmente con la intención de “demostrar” tal aspecto o tal otro. Compañero Johnstone, esa esencia es la del “método marxista”, pero del que durante décadas usaron los estalinistas para justificar sus giros con la frase apropiada de Lenin. Este método guarda poca relación con el marxismo, aunque sí tiene una gran deuda con los métodos de... los jesuitas.
 
Octubre 1969
 
* En el momento de escribir este trabajo observamos que la señora Reid está ocupada una vez más con el “enriquecimiento creativo” del pensamiento marxista. Su último ataque al trotskismo es menos perverso que el del “razonable” Monty Johnstone, pero lo supera en ignorancia. 
** Dirigentes del Partido Comunista de Gran Bretaña (N. de la E.). 
*** Periódico liberal británico (N. de la E.).
**** Por aquel entonces, sede central del Partido Comunista de Gran Bretaña (N. de la E.).

Fecha: 

21 de agosto de 2015

Teoría Marxista: