El canibalismo tuvo su razón de ser

Escrito por: 

David García Colín Carrillo

110_3039-staden1.jpgDe acuerdo con el gran antropólogo Marvin Harris existen elementos para sostener que en muchas sociedades con un nivel de desarrollo de jefaturas, que están en el umbral de la civilización, se observa un aumento del fenómeno de sacrificios humanos y canibalismo bélico.  En este tipo de sociedades, como sucede en las sociedades cazadoras recolectoras –donde los enfrentamientos armados son escasos-, las guerras constituyen un medio para dispersar a las poblaciones y aliviar la presión sobre los cotos de caza, pesca o labranza. La productividad del trabajo en estas sociedades aún no alcanza el grado suficiente para que los prisioneros de guerra sean absorbidos como mano de obra esclava, el objetivo de las guerras intertribales no es obtener más fuerza de trabajo sino dispersar a las poblaciones sobre un territorio más amplio. Por ello los iroqueses arrancaban los cueros cabelludos de los vencidos o, incluso, se comían sus corazones; no tenía sentido llevarlos como prisioneros al ser simplemente más bocas para alimentar. Consumir la carne del enemigo era visto como una forma de incorporar el poder, la valentía y el arrojo del enemigo. Estas sociedades no hacían la guerra para sacrificar a los vencidos o comerlos, realizaban sacrificios porque no tenían otra cosa que hacer con los prisioneros de guerra. El desarrollo de la horticultura –labranza a pequeña escala, propia de las tribus o jefaturas- aumenta la presión sobre las tierras cultivables y, por ende, aumenta la frecuencia de los encuentros bélicos.  

 
Dada la tecnología primitiva, la dispersión de las bandas sobre un territorio más amplio es una necesidad económica una vez que la población ha llegado a cierto punto cuantitativo, si esto no se hace, las aldeas que compiten por un nicho ecológico se encontraran con un declive de la sostenibilidad del medio y la ruina de sus cosechas y de sus cotos de caza y pesca. En el marco del pensamiento mágico los enfrentamientos necesarios para dicha dispersión y la disposición sacrificial de algunos prisioneros de guerra, se interpretan como una exigencia de los dioses, exigencia que si no se cumple desencadenará la furia divina manifestada en una catástrofe social y ecológica, en el colapso de su producción agrícola; como las que solían azotar recurrentemente  a los pueblos mesoamericanos cuando agotaban las sostenibilidad de su medio. Sobre esta base material no es difícil imaginarse el surgimiento de los dioses sedientos de sacrificios y corazones humanos. Si la situación se tornaba difícil había que apaciguar a dioses o espíritus iracundos, la única forma de garantizar la fertilidad de la tierra. De cierta forma tenían razón, si no se dispersaba la población, su modo de vida podía correr peligro. Es la forma mística y ritualizada en la que se transfigura una necesidad económica real. Por tanto, no es la ideología la que determina una práctica concreta, sino la realidad concreta la que hace surgir dicha ideología.
 
Se han encontrado evidencias, en raspaduras de osamentas, de que el Homo antecessor  –el antecesor europeo del Neandertal , que habitó Europa hace unos 90 mil años- casaba miembros de sus especie, lo mismo se ha encontrado en algunos campamentos del Neandertal ; esto no debería sorprendernos, la limitación en las relaciones sociales en las bandas primitivas se expresaba en el hecho de que todo individuo fuera de la banda –o fuera de un grupo de bandas aliadas para la cacería- fuera visto como una presa buena para el alimento, lo mismo que bisontes y ciervos. Dejando de lado las evidencias en especies anteriores a la nuestra, Marvin Harris reporta ejemplos de sacrificio y canibalismo bélico, de la época de la llegada de los colonizadores europeos, en los pueblos de Nueva Guinea, del norte de Australia, la mayoría de las islas de Melanesia, los Maoríes de Nueva Zelanda, etc. Los sacrificios humanos, por supuesto, existieron también entre los pueblos de nivel de tribus en el “viejo mundo”:
 
“Se cree que el sacrificio humano en Egipto y Asia Occidental pudo existir en este territorio cuando era habitado por pueblos aldeanos […] los pueblos semitas (cananeos, arameos, fenicios y hebreos) que sacrificaban niños y jóvenes en momentos de crisis (guerras o calamidades naturales). Esta costumbre se extendió a los cartagineses quienes en el año 310 a.C. sacrificaron a 500 niños de familias nobles para evitar ser derrotados por Agatoche en Siracusa.” 
 
Semitas y cananeos sacrificaban humanos –niños incluidos- a su dios Moloch o Baal. Así mismo a Odín, dios escandinavo, se le ofrecían sacrificios humanos por estrangulamiento. Durante el neolítico europeo el canibalismo era una práctica común. Julio Cesar en su “Guerra de las Galias” afirmó que los Druidas quemaban vivos a sus víctimas, en honor del dios Taranis, dentro de grandes muñecos de mimbre. 
 
Los pueblos tribales del “nuevo mundo” -desde los Hurones Canadá, pasando por los Tupinamba de Brasil, hasta los Moches del Perú- practicaban algún tipo de sacrificio humano y canibalismo. Se han encontrado, en los coprolitos antiguos que contienen hemoglobina humana, evidencias de canibalismo entre los Anasazi de Norteamérica. El estudio de algunos restos óseos en tumbas de los pueblos nativos norteamericanos es muy sugerente al respecto.  Dice Marvin Harris que:
 
“Prácticamente todos los elementos del ritual azteca están prefigurados en las creencias y prácticas de las sociedades del nivel de bandas y aldeas. Hasta la preocupación por la extirpación quirúrgica del corazón tiene precedentes. Por ejemplo, los iroqueses competían entre sí por el privilegio de comer el corazón de un prisionero valiente a fin de poder adquirir parte de su coraje.” 
 
No se pretende afirmar que todos los pueblos tribales practiquen el canibalismo –lo que sería absolutamente falso-  sino que bajo ciertas condiciones objetivas algunos pueblos adoptaron esta costumbre. En la actualidad el consumo ritual de algunos partes calcinadas de los parientes muertos, practicado por algunas tribus en Papua y Brasil es, quizá, una sobrevivencia matizada de un pasado caníbal. Según el relato Paul Rafaelle - corresponsal del Instituto Smithsoniano-, los Korowai –cazadores y horticultores que viven en casas construidas en los árboles a 20 metros de altura, apenas contactados en los años setenta del siglo pasado- son la  única tribu que todavía practica el canibalismo, parece ser que los Korowai se comen a los individuos acusados de “Khakhua” o brujería.   
 
 El canibalismo bélico tendió a desaparecer con el surgimiento de la civilización, cuando la domesticación de animales y la agricultura a gran escala permitieron que la mano de obra de los vencidos fuera más útil viva que muerta, en el momento en que pudo ser absorbida productivamente –como esclavos- y cuando los grandes herbívoros domesticables remplazaron la tentación de comer carne humana. Los sacrificios humanos siguieron existiendo pero en forma modificada. Frecuentemente parte de la corte del rey era enterrada junto con el monarca, como lo fue en el caso de la antigua China, Egipto, Mesopotamia, Japón e India. La excepción fueron las grandes civilizaciones mesoamericanas –desde la maya hasta la azteca- donde el sacrificio humano y el canibalismo pervivieron al surgimiento de la civilización.  La explicación de esto no se encuentra en alguna presunta alma bárbara de los pueblos mesoamericanos, ni siquiera en su religión. 
 
Además de los relatos de los invasores españoles –que obviamente tenían razones para mentir o exagerar-, son los códices, la estelas y -sobre todo-, los enterramientos, los utensilios, el procesamiento de los restos prehispánicos, el estudio de isótopos, lo que nos permite afirmar más allá de la duda razonable que efectivamente la casta dominante mexica promovía, en beneficio de la aristocracia, no sólo el sacrificio ritual sino el canibalismo más o menos sistemático. En el artículo “El sacrificio humano en los pueblos mesoamericanos. Una interpretación marxista de un fenómeno tabú” (disponible en la red) hemos estudiado algunas evidencias, aquí nos limitaremos a retomar la interpretación del fenómeno desde un punto de vista marxista.
 
Si enfocamos el fenómeno del sacrificio humano y el canibalismo prehispánico en el contexto del modo de producción que media entre el hombre y su entorno, es posible explicarlo. Es sabido que el modo de producción de los pueblos mesoamericanos se ajusta a lo que Marx, en su estudio de pueblos como la India, llamara “Modo de producción asiático ”. En estas sociedades el Estado, como un todo, se erige como gran terrateniente expoliando a las comunidades aldeanas por medio del tributo en trabajo o en especie. En estas sociedades la propiedad privada de la tierra, en sentido general, no existe o no es la forma dominante de propiedad. Las comunidades aldeanas siguen conservando la propiedad colectiva de la tierra pero éstas son explotadas por el Estado y una casta privilegiada, cuya existencia se justifica porque se encarga de organizar a las dispersas comunidades en la realización de obras públicas tales como canales de riego, centros ceremoniales, etc. 
 
Para el aseguramiento del flujo de todo este plustrabajo desde las aldeas hasta la cúspide de la pirámide social se requería toda una estructura burocrática adicta al soberano y un ejército que mantuviera sometidas a las comunidades. Las guerras aseguraban el tributo, las imponentes obras públicas fungían como medios de legitimación de la casta dominante y formas de propaganda política, mientras que el sacrificio constituía un medio de control y sometimiento social. 
 
Sin embargo la estructura tributaria no explica todo el enigma del sacrificio humano y el canibalismo prehispánico. Los pueblos mesoamericanos no fueron las únicas civilizaciones tributarias; sin embargo, sí fueron las únicas culturas que no abandonaron el canibalismo y el sacrificio humano cuando alcanzaron el grado de civilización, aquél continuó en forma sistematizada, más o menos masiva y constante. Para la explicación del enigma no basta afirmar que la práctica estaba basada en la creencia de que sólo así se podría asegurar que el Sol surgiera del horizonte al día siguiente o que sólo así se podía asegurar que los dioses les favorecieran con lluvia y buenas cosechas. A esta explicación puramente idealista le hace falta explicarse a sí misma: ¿Por qué los mexicas creían esto? ¿Cuál es la base material que puede explicar el surgimiento de esta creencia? No necesitamos negar que los sacerdotes creyeran firmemente en su religión para afirmar que las creencias subjetivas obedecen a causas objetivas que escapan, la mayoría de la veces, a la consciencia de quienes las creen y de quienes las estudian (cuando el estudioso no busca las causas no evidentes y se convierte a la religión de su objeto de estudio o proyecta su falsa ideología –posmoderna, por ejemplo- a su campo de investigación).
 
La otra parte del armado del rompecabezas, de acuerdo a Marvin Harris , se encuentra en una peculiar adaptación al medio ecológico propio del norte y centro de América que favoreció a la casta dominante. A excepción de la llama sudamericana, en nuestro continente prácticamente todos los grandes herbívoros capaces de ser domesticados desaparecieron durante el periodo preneolítico. La cúpula prehispánica no perdió el gusto por la carne humana, que suele estar presente en los pueblos horticultores que practican la guerra, porque no hubo grandes herbívoros domesticados para sustituir la carne de los vencidos. Los animales domesticados por los pueblos mesoamericanos, como el perro y diversos tipos de gallináceas, no eran una fuente eficiente de proteína animal dado que los guajolotes se alimentan de granos y los perros de carne, compitiendo así por los mismos recursos alimentarios consumidos por los seres humanos. Estos pueblos no conocían las hormonas ni la producción industrial de la carne aviar. La gran variedad de alimentos de origen vegetal, acuático e insectívoro esgrimido por los críticos de Marvin Harris como argumento para refutar “el ansia de carne” demuestra, por el contrario, que los pueblos prehispánicos debían alimentarse con un espectro amplio de alimentos para suplir la falta de aminoácidos esenciales de los que dota la carne roja. Si bien los insectos pueden proporcionar todos los aminoácidos contenidos en la carne, no proporcionan paquetes eficientes de alimentación dada su baja concentración y el gasto de energía excesivo empleado en su recolección; mientras que los productos vegetales que contienen aminoácidos esenciales no estarán siempre disponibles en periodos de sequía o escasez. El espectro amplio, que incluye a insectos, es una muestra de búsqueda desesperada de proteína animal y muestra lo contrario de lo que pretenden los críticos de Harris. 
 
El argumento de Marvin Harris no señala, como han malentendido algunos críticos, que los mexicas fueran a la guerra para obtener carne humana, sino, al contrario: porque iban a la guerra –para obtener tributos- tenían la posibilidad de aprovechar la carne de los cautivos como alimento. Tampoco se trata de que todos los individuos de la sociedad comieran carne humana por igual. Como sucede en las sociedades explotadoras como la capitalista, los recursos alimenticios también se distribuían de forma desigual, como una manifestación de status y poder. La cantidad de individuos sacrificados no alcanzaba, seguramente, para alimentar a los 4 o 5 millones de habitantes del Valle de México; pero constituía un valioso privilegio, entre muchos otros, para la casta dominante y sus familias, lo suficientemente poderoso como para asegurar obediencia y lealtad al Tlatoani. El consumo de carne humana constituía, así, un subproducto valioso del tributo y de la guerra y un cemento social para la casta dominante, además de un poderoso instrumento de terror dirigido a las comunidades explotadas.  En un reciente estudio de isótopos en osamentas de un barrio prehispánico en Teotihuacán, se encontraron evidencias de consumo de carne humana que tienden a confirmar que se trataba de un privilegio de la casta dominante: “gracias a los análisis de isotopos estables [afirma la prestigiada arqueóloga, Linda Manzanilla Naim] descubrimos que había individuos que tenían varios niveles tróficos con nitrógeno muy negativo, lo que nos hace suponer que comían carne humana de manera constante; son pocos, pero algunos sí lo hacían. Se encontró en dos de los entierros más prestigiados de la elite del centro de barrio ”
 
Se cierra el último enigma: así como las antiguas civilizaciones europeas, durante sus festividades religiosas y agrícolas, sacrificaban cientos de animales a sus dioses, celebrando lujosos banquetes; los mexicas, en sus fiestas y celebraciones religiosas, ofrecían a sus dioses carne humana, compartiendo con ellos parte del banquete con el que se agasajaba la cúpula de la sociedad mexica. 
 
El sacrificio humano y el canibalismo resultan tan comprensibles, en el marco de la estructura social prehispánica, como ahora nos resulta comprensible la comunicación por twiter o facebook o como, a la mayoría de las personas, les parece normal y razonable el trabajo asalariado. En este terreno los enfoques sentimentales y místicos no sirven para nada más que para retrasar el estudio de la historia y la comprensión de la sociedad actual. Así como a las personas amadas hay que aceptarlas como un todo integrado es necesario valorar a las culturas ancestrales como un todo, explicando su rostro social “con todo y verrugas”. La comprensión cabal de la verdad es la única manera de preservar el legado y memoria histórica que tanto han sido oscurecidas por el mito y las historias manipuladas por prejuicios tanto de derecha como de “izquierda”.  El verdadero enfoque de izquierda está en la verdad histórica. Tenemos que valorar a las culturas pasadas en función de su propio desarrollo y no en función de proyecciones sentimentales y morales. Hoy, más que nuca, necesitamos un enfoque de la sociedad exenta de sentimentalismos pequeñoburgueses. Sólo así estaremos en condiciones de derrocar al más grande devorador de seres humanos de la historia: el sistema capitalista de nuestros días. Después de todo hace muchos siglos que los pueblos indígenas no practican el canibalismo ni el sacrificio ritual –que era promovido por la casta dominante, los Tlatoanis- actualmente los únicos que preparan pozole con carne humana y “entamalan” cuerpos humanos son los narcotraficantes vinculados con la clase dominante. En el México actual los “sacrificios humanos” se realizan por decenas de miles a causa de la decadencia del sistema. ¿Por qué habríamos de escandalizarnos porque una cultura ancestral sacrificara a algunos cientos en un contexto cultural totalmente diferente?

Fecha: 

Julio de 2014

Teoría Marxista: