Del comunismo primitivo a las primeras seis civilizaciones de la historia. Marx y Engels tenían razón

Escrito por: 

David Rodrigo García Colín Carrillo.

Introducción

El capitalismo está en una de las crisis más profunda de su historia. Para todo aquél que busque una alternativa más allá del esoterismo, la superstición o las modas individualistas, queda la comprensión de la historia y la intervención consciente y colectiva en ella. Esta alternativa no es sencilla de asimilar y de adoptar pero es la única posible aparte de la evasión y la pornografía. El marxismo es una herramienta teórica y de lucha que nos da la clave para comprender la historia desde un punto de vista científico. Esta afirmación puede parecer chocante cuando está de moda el estéril posmodernismo, pero es imposible comprender la evolución y sucesión de los distintos tipos de sociedad sin estudiar a Marx y aplicar su teoría al estudio concreto de la historia. Trataremos de demostrar este hecho en el estudio de la evolución y surgimiento de los primeros Estados, sobre todo para entender la sociedad en la que vivimos y los fantasmas que la acosan. Estudiaremos a pueblos que aún viven bajo un modo de vida comunista de cazadores recolectores; veremos cómo y porqué estas sociedades igualitarias comienzan a presentar diferencias de status para convertirse en jefaturas; estudiaremos bajo qué condiciones, ciertas jefaturas se convirtieron en las seis primeras civilizaciones de la historia; y analizaremos algunos de sus aportes en el marco de su modo de producción. Veremos que  el surgimiento de la civilización implica un proceso irreversible que se desarrolla de manera turbulenta y contradictoria.

Para la reconstrucción anterior  -además de Engels y Marx-nos hemos apoyado en los textos de dos de los antropólogos más importantes y serios del siglo XX: Vere Gordon Childe y Marvin Harris cuyas posturas materialistas son coincidentes, en lo fundamental, con la teoría de Marx.

Marx explicó que la clave para comprender la historia y las relaciones sociales humanas está en el desarrollo de las fuerzas productivas: “En la producción social de su vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forman la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la estructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina sus ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella.” [Carlos  Marx, Prologo de la contribución a la crítica de la economía política, Obras escogidas en tres tomos, pp. 517-518]

Lo que trataremos de demostrar en este texto es que Marx tenía razón y que la única forma de entender la transición de las pasadas sociedades cazadoras recolectoras al surgimiento de los primeros Estados y civilizaciones de la historia (en Sumeria, El Indo, en China, con los mayas e incas) es, en última instancia, el desarrollo de las fuerzas productivas.

Con este texto queremos rendir un homenaje a Engels y su libro “El origen de la familia la propiedad privada y el Estado” agregando elementos y datos adicionales y con la incorporación del concepto de “Modo de producción tributario” o “Modo de producción asiático” –fundamental para entender a las primeras seis civilizaciones de la historia-que Marx esbozó pero que no fue retomado por Engels en virtud de que su estudio clásico  pretendía estudiar la rama histórica que lleva al esclavismo y a la llamada “sociedad occidental” que desemboca en el capitalismo. Este texto retoma y desarrolla parte de lo que argumentamos en  “El marxismo y el proceso de hominización” http://laizquierdasocialista.org/node/1837

El capitalismo no ha existido desde siempre ni existirá por siempre; como culminación de la sociedad dividida en clases, apenas ocupa un suspiro en la historia de la humanidad y una fracción de tiempo muy corta si lo comparamos con las civilizaciones antiguas tributarias, y, sin embargo, estas últimas fueron derribadas. La comprensión del marxismo es clave porque no sólo nos permite escudriñar el pasado sino da herramientas para entender nuestro presente y luchar por un mejor futuro. Las antiguas civilizaciones surgieron y colapsaron –después de miles de años de desarrollo- en virtud de sus contradicciones; el estudio de la historia nos da la certeza de que la civilización capitalista no será la excepción y colapsará por la acción revolucionaria de los trabajadores para dejar su lugar a nuevas y más altas formas de organización social, dejará su lugar –tenemos la certeza- al socialismo como forma de civilización más humana y justa.

El comunismo primitivo

“Cuando Richard Lee preguntó a los ¡Kung san si tenían cabecillas, en sentido de un poderoso jefe, éstos le dijeron ¡por supuesto que tenemos cabecillas¡ de hecho todos somos cabecillas(…)”

En general los fundadores de la filosofía política burguesa clásica (Locke, Hobbes y Rousseau- siendo éste un caso especial aún cuando naturalmente acepta al Estado democrático burgués como el propio de la naturaleza humana-) consideraban al Estado –junto con una división social en líneas de clase- como el producto de un contrato social entre propietarios orientado a preservar la propiedad privada y acabar con la guerra de todos contra todos propia de las sociedades sin Estado. La totalidad de los teóricos políticos burgueses consideran al Estado como un árbitro imparcial ineludible a las sociedades humanas y lo dan por sentado así como damos por sentada la respiración. Es un prejuicio generalizado pensar que sin el Estado, sin las instituciones estatales, sin ejército, sin policía, sin tribunales, sin cárceles, etc., la vida del hombre en sociedad sería imposible debido a la “naturaleza humana” egoísta, abusiva y avariciosa. Es probable que si hiciéramos un catálogo de lugares comunes éste último estaría entre los primeros. Entonces debemos aceptar al monstruoso Leviatán como nuestro eterno compañero y limitarnos a maquillarle el rostro de la manera más amigable posible, mantener sus dientes lo más blancos y brillantes que se pueda, evitar su fétido aliento y condenar las ideas sobre sociedades igualitarias o comunistas como locuras infantiles. ¿Pero en realidad es así?

El estudio de las sociedades anteriores a la revolución neolítica, nos dice que quizás no exista otro prejuicio más mezquino y estrecho que aquél que ve en el Estado y en las clases sociales instituciones eternas. Aunque no les guste a los teóricos burgueses y aunque resulte increíble para la mayoría de las personas, por lo menos desde que el homo sapiens-sapiens apareció sobre la faz de la tierra (hace unos 200 mil años hasta hace unos 10 mil años), las sociedades humanas se las arreglaron bastante bien sin presidentes, reyes, faraones o monarcas; sin cárceles, policías, ejercito; sin tribunales, ministerios, iglesias; y, prácticamente, las guerras sólo se daban ante crisis ecológicas en relación con la densidad de población (en función de fuerzas productivas muy limitadas) y, muy esporádicamente, porque no habían clases sociales, ni ricos ni pobres, ni princesas, ni prostitutas. Como señala  Marvin Harris:

“El observador que hubiera contemplado la vida humana al poco de arrancar el despegue cultural habría concluido fácilmente que nuestra especie estaba irremediablemente destinada al igualitarismo salvo en las distinciones de sexo y edad. Que un día el mundo iba a verse dividido en aristócratas y plebeyos, amos y esclavos, millonarios y mendigos, le hubiera parecido algo totalmente contrario a la naturaleza humana a juzgar por el estado de cosas imperantes en las sociedades humanas que por aquel entonces poblaban la Tierra.” [Marvin Harris, “Nuestra especie”.  p. 318.]

En un periodo que comprende la mayor parte de la historia del hombre sobre la faz de la tierra –desde hace más de 150,000 años hasta apenas unos 12 mil si consideramos al Sapien sapiens o más de 3 millones de años si partimos desde el Erectus- el modo de producción básico de la humanidad se basó en la caza, la pesca y la recolección; en general los hombres eran nómadas, vivían en bandas, clanes y tribus de un máximo de unos cuantos cientos de personas; su modo de pensar se ajustaba a lo que conocemos como pensamiento mágico y vivían sometidos a los caprichos de la naturaleza. No había clases sociales, ni ricos, ni pobres, ni existía Estado, ni familia nuclear; el individuo se encontraba subsumido a la colectividad de la misma forma en que una abeja se subsume a la colmena, destacando individualmente en función de necesidades colectivas, religiosas, bélicas o de otra índole bajo la soberanía de la asamblea general. No existían ni podían existir desigualdades sociales: todos eran igualmente pobres o ricos porque todos estaban sometidos a la naturaleza. Incluso en las sociedades salvajes que penosamente sobreviven en nuestros días y que aún no son disueltas o totalmente deformadas por las fuerzas corrosivas y corruptoras del capitalismo, nos encontramos con relaciones igualitarias. Al respecto nos dice Marvin Harris que:

“Las sociedades cazadoras-recolectoras como los Esquimales, los ¡kung san del Kalahari y los aborígenes australianos gozan de un alto grado de seguridad personal sin necesidad de tener soberanos o especialistas en la ley y el orden. Carecen de reyes, reinas, dictadores, presidentes, gobernadores o comandantes; de fuerzas policiales, soldados, marineros o marines; de CIA, FBI, inspectores de hacienda o jefes de la policía federal. No hay códigos de leyes escritas ni tribunales de justicia formales; ni abogados, alguaciles, jueces, fiscales, jurados o funcionarios de tribunales; ni tampoco coches patrulla, tanques, cárceles o penitenciarías. Esto también es así en muchas sociedades de aldeas.” [Marvin Harris, Introducción a la antropología general. p.451.]

La existencia de ese monstruoso y horrendo Leviatán  llamado Estado (incluso en su bonita forma democrático-burguesa) requiere de condiciones materiales para existir.  Este monstruo es inviable en sociedades basadas en la caza, pesca y recolección porque en ellas es imposible la desigualdad de la riqueza ya que no existe propiedad privada sobre los medios de producción fundamentales. No existe un excedente sobre las necesidades elementales susceptible de ser acumulado y usado para explotar a otros seres humanos, por eso son imposibles las clases sociales o privilegios basados en el trabajo ajeno. Incluso en el periodo de mayor esplendor del comunismo primitivo (hace 40 mil años durante el paleolítico superior) los excedentes y el tiempo libre que efectivamente se obtenían no eran susceptibles de ser usados para explotar a otros y obligarlos a trabajar para uno; en primer lugar porque se trataba, en la mayoría de los casos, de un excedente no acumulable (la carne de mamut se echa a perder) y la recolección de semillas no daba para crear excedentes considerables (hay excepciones en aquellos casos en donde el excedente se puede acumular dando lugar a jefaturas). Las herramientas de caza y adornos personales (susceptibles de atesoramiento) podían ser obtenidos por cualquiera, puesto que las materias primas, los bosques, las rocas, etc.; no eran propiedad privada y cualquiera podía aprender a hacerse su propios adornos y armas; no tiene sentido atesorar objetos que sólo serán un estorbo en sociedades nómadas y que carecen de la capacidad de subyugar a otros. Además las sociedades de este periodo eran numéricamente reducidas (alrededor de unas 30 hasta 150 personas), todos se conocían y se trataban como una gran familia.

De los cinco mil pueblos que habitan nuestro planeta sólo una decena continúa viviendo de la caza y la recolección. [Arias, P. Armendáriz, A. El neolítico, pp. 18-19]: Los Pigmeos del África Central, los ¡Khun San del desierto del Kalahari (se escribe con el signo de admiración que representa los chasquidos con los que inician las palabras de la lengua bosquimana), los Khoisán en África Austral, los Hadza del África Oriental, los Aborígenes australianos, los Onge de las islas Andamán, los Inuit del Ártico, los Semais de Malasia, y algunas tribus del Amazonas, no conocen las desigualdades sociales, sus patrones de conducta se basan en el igualitarismo, la reciprocidad y la generosidad y, por si fuera poco, ¡trabajan un promedio de dos horas diarias! Ningún despreciable capataz les dice cuándo deben dejar de descansar y reincorporarse al trabajo, ningún “cerdo” policía les hace respetar la moral pública –una moral que está muy por encima de la de la sociedad de mercado-. Las excepciones en cuanto a igualitarismo, como los Kwakiult de Vancouver, confirman la regla: se trata de sociedades recolectoras que por la naturaleza de lo que cazan o recolectan pueden darse el lujo de acumular excedentes y, en virtud de ello, presentar cierta estratificación parecida a la de las jefaturas. Los individuos destacados en las bandas igualitarias son conocidos por los antropólogos como “cabecillas”, éstos no gozan de ningún privilegio y, como saben algunos dirigentes sindicales o sociales de movimientos democráticos y de base,  muchas veces ser el representante o “cabecilla” no acarrea más que mayores responsabilidades y trabajos, tal como lo explica Marvin Harris:

“Ser cabecilla puede resultar una responsabilidad frustrante y tediosa. Los cabecillas de los grupos indios brasileños como los mehinacus del Parque Nacional Xingu nos traen a la memoria la fervorosa actuación de los jefes de tropa de los boy-sacouts durante una acampada de fin de semana. El primero en levantarse por la mañana, el cabecilla intenta despabilar a sus compañeros gritándoles desde la plaza de la aldea. Si hay que hacer algo, es él quien acomete la tarea y trabaja en ella con más ahínco que nadie. Da ejemplo no sólo de trabajador infatigable, sino también de generosidad. A la vuelta de una expedición de pesca o de caza, cede una mayor porción de la captura que cualquier otro, y cuando comercia con otros grupos, pone gran cuidado en no quedarse con lo mejor.  Al anochecer reúne a la gente en el centro de la aldea y les exhorta a ser buenos. Hace llamamientos para que controlen sus apetitos sexuales, se esfuercen en el cultivo de sus huertos y tomen frecuentes baños en el río. Le dice que no duerman durante el día y que no sean rencorosos. Y siempre evitará formular acusaciones contra individuos en concreto.” [Harris, M. Nuestra especie, pp. 318-319]

¡Los cabecillas del “comunismo primitivo” son un ejemplo de una entereza moral que se parece a la de un Che Guevara trabajando en las plantaciones de caña!

 En estas sociedades no existen bases materiales para generar un sentimiento tan mezquino como el egoísmo; los miembros del clan o la banda obtienen más siendo generosos o igualitarios que intentando la locura de atesorar e imponerse como reyes. “La gente ofrecía porque esperaba recibir y recibía porque esperaba ofrecer. Dado que el azar intervenía de forma tan importante en la captura de animales, en la recolecta de alimentos silvestres y en el éxito de las rudimentarias formas de agricultura, los individuos que estaban de suerte un día, al día siguiente necesitaban pedir. Así, la mejor manera de asegurarse contra el inevitable día adverso consistía en ser generoso.” [Ibid, p.315] Si a algún miembro lunático de algún clan se le hubiera ocurrido comportarse como se supone debería hacerlo alguien que tiene la naturaleza humana que nos atribuyen los pensadores burgueses, reproduciendo la ridícula representación teatral que se supone creó al Estado cuando alguien dijo “¡esto es mío¡ o “les propongo un contrato para crear al Estado”, seguramente le habría sucedido algo similar o peor –probablemente lo hubieran expulsado de la tribu- a lo que nos cuenta Marvin Harris:

“Supongamos que un ¡Kung con ansia de poder como la descrita por Hobbes se levantara un buen día y le dijera al campamento: a partir de ahora, todas estas tierras y todo lo que hay en ellas es mío. Os, dejaré usarlo, pero sólo con mi permiso y a condición de que yo reciba lo más selecto de todo cuanto capturéis, recolectéis. Sus compañeros, seguramente pensando que se habría vuelto loco, recogerían sus escasas pertenencias, se pondrían en camino y, cuarenta o cincuenta kilómetros más allá, erigirían un nuevo campamento para reanudar su vida habitual de reciprocidad igualitaria, dejando al hombre que quería ser rey ejercer su inútil soberanía a solas” [ Ibid, p.317]

Por otro lado, los cabecillas y jefes de la Tribu no tenían  poder sobre los medios de producción; su autoridad se fundaba en la autoridad moral, en el ejemplo y en habilidades sobresalientes en alguna esfera de importancia para el clan; se trataba de individuos con autoridad moral que tenían capacidad de persuadir, pero nunca de imponer; dicho reconocimiento no les daba poder para obligar y explotar a otros y, salvo las cualidades en las que se destacaban las cabecillas, en todo lo demás eran como cualquier otro miembro sometido a la asamblea y al juicio “popular” y a revocabilidad inmediata. Frecuentemente, el poder de los cabecillas o jefes de la tribu (frecuentemente los ancianos) se limitaban a presidir las ceremonias religiosas y en todos los casos a expresar de mejor manera la voluntad colectiva. Si actuaban de otra manera eran ya revocados, ya aislados, expulsados o incluso asesinados. Los ¡Kung san del Kalahari son un ejemplo notable de el tipo de liderazgo propio del comunismo primitivo pues “Cuando Richard Lee preguntó a los ¡Kung san si tenían cabecillas , en el sentido de un poderoso jefe, éstos le dijeron ¡por supuesto que tenemos cabecillas¡ de hecho todos somos cabecillas(…) [Marvin Harris, Introducción a la antropología general, p. 458.] ¡Qué asombrosa lección de los que significan la verdadera democracia comunista¡ ¡Uno pensaría que los ¡Kung san leyeron El estado y la revolución de Lenin sino fuera porque esta es la esencia democrática del comunismo! De la misma forma, Lenin describió el régimen político que debía imperar ya en la primea fase de la revolución socialista (la dictadura de los trabajadores) diciendo que cuando todo mundo es burócrata nadie es burócrata. Si los ¡Kung san logran esto con la tecnología de la edad de piedra, imaginemos lo que se podría lograr con las fuerzas productivas modernas dentro de una sociedad socialista!

Todavía hoy, los pueblos cazadores y recolectores comunistas (por ejemplo los ¡Kung san) detestan cualquier tipo de ostentación y muestra de lujo. Los esquimales expresan su temor a aquellos que hacen ostentación de lujo de la siguiente manera: “Los regalos hacen esclavos como los latigazos hacen perros”. [Marvin Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas, p.119.] Los bosquimanos ven con desconfianza a todo aquel que hace regalos ostentosos (sobre todo los forasteros que son los únicos que pueden hacer algo así) por temor a que el que regala se sienta jefe. Marvin Harris cuenta un caso llamativo en el que un antropólogo quiso agradecer a los bosquimanos regalándoles un buey excepcionalmente grande y gordo, para su sorpresa el profesor de Toronto se encontró ante la siguiente respuesta:

“¿Has comprado este animal sin ningún valor? Naturalmente nos lo comeremos pero no nos saciará. Comeremos y nos iremos a casa a dormir con las tripas rugiendo”, más tarde un nativo le confesó lo siguiente “Sí, claro supimos desde el principio cómo era realmente el buey. Pero cuando un joven sacrifica mucha carne llega a creerse un hombre importante o un Jefe, y considera a todos los demás como sus servidores o sus inferiores. No podemos aceptar esto. Rechazamos al que se jacta porque algún día su orgullo le llevará a matar a alguien. De allí que siempre hablemos de la carne que aporta como si fuera despreciable. De esta manera ablandamos su corazón y lo hacemos amable” [Marvin Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas, Alianza Editorial, Madrid, 2006, p.119].

Por esta razón en los pueblos cazadores recolectores, a diferencia de nuestra sociedad de “libre empresa”, es de mala educación dar la gracias, pues el cazador que comparte la presa sabe que lo que obtiene es común y no hay que agradecer por la generosidad ni sorprenderse con el hecho de compartir. Dar las gracias implica un cálculo: el que se ha recibido más de lo que se esperaba, y que el que recibe le debe algo al que dona; en las sociedades comunistas nadie calcula lo que da y lo que recibe.

El estudio de pueblos cazadores recolectores como los Bosquimanos (¡Kung san) de la Kalahari, revela que en promedio trabajan de diez a quince horas por semana, apenas unas dos horas diarias [Ibid. p.120] (una jornada semanal equivalente al tiempo de trabajo diario de un obrero del siglo XIX, jornada que la burguesía pretende reimplantar en pleno siglo XXI). Este descubrimiento notable (al menos en lo que respecta a los Bosquimanos) nos sugiere preguntas interesantes.

Constituía una idea común para teóricos marxistas la hipótesis de que los pueblos del comunismo primitivo trabajaban desesperadamente para sobrevivir y que por ello era imposible que surgieran fenómenos como la filosofía y la ciencia. Nos parece que el tiempo libre no es, con todo, el factor principal que explica la diversificación de la cultura civilizada frente a la homogeneidad del pensamiento mágico y que la explicación a este enigma sólo se puede encontrar en la forma de vida de los pueblos cazadores recolectores que gozan de un tiempo libre considerable: los bosquimanos no conocen la filosofía, ni la escritura, ni la ciencia porque no la necesitan, su forma de vida, su actividad cotidiana no requiere estas formas de pensamiento. La razón de ello radica en la casi inexistencia de la división del trabajo, en la sorprendente simplicidad de su técnica; el pensamiento mágico basta para explicar su mundo, un pensamiento que nace de su propia actividad. Pero, ¿porqué los cazadores recolectores comunistas no trabajan más y aumenta así su producción y su población? Dada su forma de vida, basada en la caza y la recolección, y la sustentabilidad del medio, es imposible aumentar la caza y la pesca sin sobrepasar los límites de sustentabilidad de su entorno y arriesgar a toda la comunidad al hambre y la muerte; sería necesaria una revolución en el modo de producción antes de que el hombre se pudiera dar el lujo de arrancarle a la naturaleza más productos de los que de otra forma lo hubieran llevado a la destrucción de su forma de vida, aunque para ello tuviera que pagar el costo de la esclavización y la explotación de una mayoría obligada a trabajar como nunca antes en la historia. Engels escribió: “El poderío de esas comunidades primitivas tenía que quebrantarse, y así ha sido. Pero se deshizo por influencias que desde un principio se nos aparecen como una degradación, como una caída desde lo alto de la sencillez y de la moralidad de la antigua sociedad de las gentes [clanes]. Los intereses más viles, la baja codicia, la brutal avidez por los goces, la sórdida avaricia, el robo egoísta de la propiedad común, son los que inauguran la nueva sociedad civilizada; los medios más vergonzosos, el robo, la violencia, la perfidia, la traición, son los que minan la antigua sociedad de la gens (donde son desconocidas las clases) y la conducen a su perdición. Y la nueva sociedad […] no ha sido nunca más que el desarrollo de una ínfima minoría a expensas de la gran mayoría de explotados y oprimidos; y eso es hoy más que nunca. [Engels, “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”. Pp. 110-111]. 

                                                                           Las causas del neolítico

“Las revoluciones son la locomotora de la historia.” (C. Marx)

A pesar de los inmensos logros de los pueblos salvajes comunistas como los Magdalenienses (que florecieron en el paleolítico superior, hace unos 40 mil años y que plasmaron las famosas pinturas rupestres en Francia y España), seguían dependiendo de la “voluntad de la madre tierra” para sobrevivir, y aunque su potencial cerebral era idéntico al de los hombres del renacimiento, sus fuerzas productivas se encontraban a años luz de distancia; esta era una diferencia que determinaba todo lo demás. En realidad su supervivencia, su densidad de población, sus periodos de crisis y decadencia estaban determinados por factores que escapaban totalmente a su control; como señala el célebre profesor Gordon Childe:

“La suerte de las sociedades salvajes más brillantes del pasado-las culturas magdalenienses de Francia- bastará para revelarnos las limitaciones biológicas de esa economía. Una feliz conjunción de circunstancias, ajenas en absoluto a su dominio, brindó a los magdalenienses alimentos suficientes para mantener a una población numerosa y tan fáciles de conseguir que, gracias a ello dispusieron de tiempo para embellecer su vida con una magnífica cultura espiritual.  Pero la superestructura mágica en nada contribuyó a aumentar los víveres que, después de todo, no eran inagotables. Por consiguiente la población se limitó y disminuyó al desaparecer las condiciones especialmente favorables […] Esto condujo a un atolladero (una contradicción), y si esa contradicción no hubiera sido superada, el Homo sapiens habría seguido siendo un animal raro, como lo es en realidad el salvaje.” [Gordon Childe “Que sucedió en la historia” p.59]

 Podemos afirmar que la contradicción fundamental que impulsó el desarrollo de las fuerzas productivas en todas las fases del comunismo primitivo, fue la tensión desigual entre fuerzas productivas enanas y una naturaleza frecuentemente implacable y cambiante.

Las estepas, en donde hace 40 mil años las culturas del paleolítico superior encontraron las condiciones ecológicas ideales para un modo de vida basado en la caza de grandes presas y la recolección, representaban un fenómeno climático transitorio:

“Las praderas eurasiáticas eran simplemente una fase ecológica temporal. Hace unos 12 000 años, los árboles empezaron a invadir las praderas. Bajo el dosel frondoso de los bosques no podía crecer la hierba. Hacia el año 10 000 a. C. gran parte de la llamada megafaunapleistocénica (mega=enorme; fauna: animales) se había extinguido en Europa. El rinoceronte y el mamut lanudo, el bisonte de las estepas, el alce gigante y el asno salvaje desaparecieron. Sin duda alguna, los cazadores, extraordinariamente hábiles del paleolítico superior, contribuyeron a esta catástrofe ecológica (…) En Europa, el mesolítico fue una época de intenso cambio ecológico local. Bosques de abedules y pinos se extendieron por la tierra, y los cazadores instalaron sus campamentos en calveros junto a los márgenes de los ríos, a orillas de los lagos y estuarios y en las costas” [Marvin Harris, Introducción a la antropología.  p. 234]

Si bien los hombres del paleolítico superior eran magníficos cazadores y su actividad podría haber tenido una repercusión significativa sobre su medio, al grado de contribuir a la extinción de algunas especies, aún seguían estando sometidos a los factores climáticos, y su tecnología tenía limitaciones naturales muy concretas: “Una tecnología producía un alto nivel de vida cuando había una gran abundancia de plantas y animales, mientras que las tecnologías y técnicas de caza y recolección más eficientes no evitaban el hambre cuando escaseaban los recursos cinegéticos y vegetales” [Ibid. p.233.]

 En estas condiciones, frente a la desaparición de las grandes presas, los cazadores tuvieron que capturar animales pequeños como jabalíes, venados, etc. en hábitats boscosos que eran más difíciles de cazar y era muy complicado obtener las cantidades necesarias de carne. Estas condiciones adversas para la caza empujaron a algunos pueblos (Inglaterra 9.500 a. C.) a procurarse la ayuda del perro en las tareas de la caza. “El mejor amigo del hombre” significó también el primer experimento de domesticación de animales; su domesticación no significó ningún capricho doméstico sino un recurso importante orientado a la supervivencia.

La alimentación tuvo que orientarse hacia lo que los antropólogos llaman una dieta de espectro amplio compuestas por alimentos vegetales, pescados, molusco y otras fuentes costeras y fluviales. Ello tuvo un impacto en el desarrollo de las fuerzas productivas que se hacen más variadas y especializadas: una increíble cantidad de instrumentos de pesca: redes, cañas, anzuelos, arpones; aparecen por primera vez instrumentos de piedra como son las hachas; se desarrollan medios de transporte como pequeñas embarcaciones, canoas, trineos, remos; los asentamientos crecen en tamaño y duración. Durante el periodo comprendido entre 13 000 y 7 000 años a. C. se dio una tendencia recurrente en todas partes del mundo a sociedades cazadoras y recolectoras de espectro amplio en todas partes del mundo “No es fácil evitar la conclusión de que esta tendencia recurrente parece reflejar factores como cambios medioambientales inducidos por la recesión y fundición de los glaciares continentales, la consiguiente elevación del nivel del mar y la extinción de la megafauna del pleistoceno” [Ibid. p. 237]. Esta tendencia es una muestra de cómo el desarrollo de las fuerzas productivas influye directamente sobre el control que el hombre tiene de su medio, y ese control repercute directamente en la forma de vida y en las relaciones sociales de los hombres. En este caso representa un ejemplo del limitado control del hombre frente a la naturaleza durante el comunismo primitivo, al mismo tiempo muestra que poblaciones con modos de producción similares en condiciones climáticas similares presentan manifestaciones similares. No es casualidad que durante esta etapa desaparecieran las pinturas rupestres ocupando su lugar representaciones geométricas y símbolos sobre armas y artefactos, probablemente manifestaciones abstractas y rituales de semillas y conchas. Con ello es evidente, una vez más, que el arte no es obra del libre arbitrio del artista sometido a limitaciones materiales y sociales muy concretas.

El mesolítico fue una etapa preparatoria para le revolución neolítica (domesticación de plantas y animales). La necesidad es la madre de la invención y la situación de relativa crisis de recursos que representó el mesolítico era un suelo fértil para una revolución. La contradicción dialéctica entre el medio y las limitadas fuerzas productivas debía resolver si el hombre debía llegar a la cumbre de la civilización o continuar en un grado considerable de animalidad. La agricultura, como toda revolución de relevancia, no es producto de las ideas puras sino de las contradicciones materiales que se manifiestan en forma de necesidades a superar. Lo cazadores-recolectores no inventaron la agricultura porque a algún cabecilla de la tribu se le ocurriera una gran idea, sino porque la crisis del mesolítico generó el potencial que tenía que convertirse en acto más tarde o más temprano. Era imposible un salto similar en las condiciones de abundancia del paleolítico superior. Además de la necesidad desesperada de recursos de los pueblos del mesolítico, los poblados estaban en mejores condiciones para realizar el salto: eran relativamente poblados estables en torno a sus fuentes habituales de recursos (siempre y cuando sus fuentes estuvieran concentradas en una zona determinada) y estaban obligados a poner atención a los ciclos de las plantas que recolectaban; el sedentarismo preagrícola era estimulado por la necesidad de almacenar los granos recolectados. “Los cazadores-recolectores de espectro amplio levantaron las primeras aldeas permanentes para contar con un lugar para almacenar el grano, molerlo en forma de harina y convertirlo en tortas o gachas” [Marvin Harris, Caníbales y reyes, p.44]

No es casualidad que la revolución neolítica se realizara, por primera vez en la historia de la humanidad, en la zona conocida como Creciente Fértil ubicada en el Oriente Medio en donde los pueblos mesolíticos recolectaban en esta región trigo, cebada, guisantes, lentejas y las cabras y ovejas se encontraban en estado salvaje. No es difícil representarse el salto de la recolección selectiva de plantas a la domesticación selectiva de plantas. Además el excedente del sobrante de la cosecha (comenzando con experimentos con el sobrante de la recolección) es materia prima para la domesticación de animales, la cual requiere de bases materiales porque un animal no se puede domesticar si no se le puede alimentar. Efectivamente, la causa de que los hombres del comunismo primitivo no hayan inventado con anterioridad la ganadería no se debe a que fueran estúpidos sino a que no podrían alimentar a los animales domesticados en una proporción que implicara una ventaja comparativa frente a la caza.  Con la agricultura, los cazadores recolectores se dieron cuenta que ya no tenían que ir en busca de su presa sino que las presas podía ir al cazador al mismo tiempo que se cultivaban y se concentraban los alimentos de los ancestros de las cabras, ovejas, vacas y cerdos domésticos.

El Neolítico

                “El Estado no existe desde toda la eternidad.  Hubo sociedades que se pasaron sin él (…) Las clases sociales desaparecerán tan fatalmente como surgieron. La sociedad, que organizará de nuevo la producción sobre las bases de una asociación libre e igualitaria de los productores, transportará toda la maquinaria del Estado allí donde desde entonces le corresponde tener su puesto: al museo de antigüedades, junto al torno de hilar y junto al hacha de bronce” (F. Engels)

Las contradicciones generadas por la crisis de recursos del mesolítico, fueron resueltas temporalmente por un modo de subsistencia de espectro amplio; esa nueva situación generó, en la región conocida como Creciente Fértil, una dependencia hacia la recolección selectiva de los ancestros silvestres del trigo y la cebada, que posibilitaron un relativo sedentarismo (asociado al almacenamiento) que precedió unos 2 mil años a la revolución neolítica. Eventualmente, la recolección selectiva dio paso a la siembra selectiva generando una reacción en cadena hacia la domesticación de los animales que se alimentaban de dichas gramíneas (ovejas, cabras salvajes, vacas, cerdos). Los primeros pueblos sedentarios de Oriente Medio tuvieron el enorme privilegio de contar con las condiciones ideales para la caza  y la agricultura simultáneamente; ello tendría importantes consecuencias en el ritmo de desarrollo de las sociedades en el viejo mundo y podría explicar, en parte, por qué el viejo mundo conquistó al nuevo y no a la inversa.

El descubrimiento de la agricultura y la ganadería (hace unos 12 mil años) representó el salto revolucionario más grande hasta ese momento que superaría cualitativamente los millones de años anteriores de evolución histórica. La agricultura hizo posible la domesticación de animales porque existía rastrojo suficiente para poder alimentarlos. Ello generó una explosión demográfica brusca y repentina sin precedentes; con la explosión demográfica y el crecimiento de la densidad de población, se hicieron necesarias obras de regadío y la existencia de un poder administrativo central que excedía las posibilidades de gestión de los clanes o gens comunistas los cuales cristalizaron en el surgimiento de jefaturas y reinos precursores de los Estados; las facultades administrativas y de almacenamiento de las jefaturas, originalmente surgidas por la asamblea popular, favorecieron el surgimiento de privilegios posibilitados por la existencia de un excedente considerable en manos de una casta privilegiada. Al mismo tiempo, a una velocidad vertiginosa, surgieron las primeras ciudades con casas, templos, fortificaciones, palacios; con la ciudades nace la arquitectura; el sentido de pertenencia a un pueblo determinado se comienza a establecer, no con respecto a los lazos consanguíneos propios de los clanes, gens y tribus, sino por las propiedades y el territorio; la bíblica Jericó en Jordania es un ejemplo clásico de las primeras ciudades, con una extensión de 4 hectáreas y con 2000 habitantes. Con Jericó nacen las “murallas de Jericó”, los fosos y las torres o el testimonio más temprano de que la guerra resulta de la propiedad y las diferencias de clase; el compañero inseparable de la opulencia es la ambición de la propiedad ajena y los métodos más crueles para obtenerla. Junto con la opresión surge la necesidad de mantenerla, cada vez se vuelve más necesaria la creación de un ejército permanente vinculado a la clase dominante en sustitución de la tribu armada; nace la religión institucionalizada como justificación divina del poderoso y consuelo patético del oprimido; junto con el ocio, privilegio del rico, surgió la filosofía, el arte, la ciencia y la base de necesidades materiales que les da sustento. La ideología se divide en tantas partes como clases y grupos parten a la sociedad, dominando la ideología de la clase dominante. Con el excedente nace también la posibilidad del comercio regular, aunque es, en un comienzo, de artículos de lujo, y con él la división del trabajo: “En Beida, Jordania, existían talleres divididos en áreas separadas dedicados a la manufactura de útiles de hueso, de puntas de flecha y la fabricación de abalorios, lo que sugiere que diferentes individuos se centraban en la producción de un excedente de artefactos que luego intercambiaban con otras familias o con otras comunidades” [Marvin Harris, Introducción a la antropología general,  p 256.]; con el comercio surge la necesidad del transporte y se inventan los vehículos de ruedas y los barcos de vela; con la domesticación de las ovejas también se domestica su lana y surge el hilado y el tejido; con una mayor necesidad de almacenamiento surge la alfarería, la cerámica y el torno del alfarero junto con una nueva división del trabajo (el artesano); el cocimiento del barro es el punto de partida para la fundición del cobre; con el almacenamiento surge la contabilidad, las matemáticas, los pesos, las medidas y la escritura; con la necesidad de prever los ciclos agrícolas, nace la astrología (que es a la astronomía como la alquimia a la química) y los calendarios (algunos, como el maya, más precisos que los modernos). Con este salto, la sociedad se dividió para muchos milenios entre reyes y plebeyos, sacerdotes y herejes, millonarios y mendigos, doncellas y prostitutas, ideas y materia, doctores e ignorantes; no obstante, dicho salto tenía que darse antes de que el hombre pudiera liberarse definitivamente de esas lacras sociales y enviarlas definitivamente, como señaló Engels, al museo de antigüedades.

El neolítico es un fenómeno que se extiende a nivel global desde el 12000 a C. hasta el 2000 a C. empezando por el Oriente Medio y extendiéndose a Europa por una combinación de difusión y desarrollo independiente. La revolución neolítica surgió independientemente en China y el sudeste asiático (5000 a C.) así como en el oeste de África (8000 y 6000 a C.). Por supuesto que la revolución neolítica en América (7000 a C.) se dio con absoluta independencia de cualquier influencia del “viejo continente”. Estos datos resultan importantes porque la asombrosa similitud de fenómenos asociados a la revolución neolítica, en poblaciones sin ningún tipo de influencia, representa un grandioso experimento histórico involuntario que confirma de manera incontrovertible al materialismo histórico; como señala Marvin Harris: “Los orígenes independientes de la agricultura del Nuevo Mundo avalan la hipótesis de que las culturas humanas tienen mayores probabilidades de evolucionar en unas direcciones que en otras. Indican, además, que hay que buscar la explicación de las convergencias y divergencias de la historia humana en el estudio de los procesos materiales que tienden a producir consecuencias similares bajo condiciones similares.” [Ibid, p. 279]. En efecto, el surgimiento en el nuevo mundo del sedentarismo, las ciudades, Estados, imperios, arquitectura monumental, escritura, metalurgia, etc., no pueden ser obra del todopoderoso, de los grandes hombres, de la casualidad o de la influencia de alguna civilización extraterrestre (los crédulos idealistas están dispuestos a aceptar cualquier explicación, por absurda que esta sea, antes de acudir a explicaciones científicas); tiene que obedecer a leyes que sólo el materialismo histórico puede explicar científicamente. Incluso las diferencias y los retrasos relativos en el desarrollo encuentran su explicación desde la perspectiva materialista de la historia.

El caso de los “Grandes hombres”.

Aunque ya hemos bosquejado el proceso, debemos preguntarnos lo siguiente: ¿Cuáles son las formas en que se transformaron las sociedades comunistas que vivían en bandas y aldeas, sociedades que desconocían las desigualdades sociales, la explotación y al monstruoso aparato estatal?  ¿Cómo es posible que en un periodo de tiempo extraordinariamente corto los igualitarios natufienses del Oriente Medio se convirtieran en violentas tribus fuertemente jerarquizadas y posteriormente (apenas unos miles de años) en el primer Estado sobre la faz de la tierra (los sumerios)? La siguiente reconstrucción es una síntesis del recuento hecho por Marvin Harris en varios de sus libros como: Introducción a la antropología general; Nuestras especie; Caníbales y reyes; y Vacas cerdos guerras y brujas. Esta reconstrucción nos permite seguir el posible desarrollo de la estratificación social que llevó al surgimiento de los primeros Estados. La lectura de estos libros es muy provechosa porque da ejemplos concretos de pueblos contemporáneos en diferentes etapas de estratificación social, desde el igualitarismo hasta el umbral del Estado. Pocos antropólogos han reunido un estudio como éste desde un punto de vista materialista. De ahí su referencia obligada.

Hemos visto que en las sociedades del comunismo primitivo, los liderazgos que adquieren ciertos individuos (individuos llamados por autores como Marvin Harris: “cabecillas”) son liderazgos morales despojados de cualquier posibilidad coercitiva. El cabecilla de la banda no cuenta con un cuerpo de hombres armados elevado por encima de su clan que le permita imponer su voluntad; ésta se impone sólo porque el cabecilla se ha ganado ante los ojos de sus iguales, una autoridad moral derivada de su talento especial en alguna esfera de importancia para el clan; fuera de esta esfera especial, la opinión del cabecilla cuenta como la de cualquier otro miembro de la gens. Entre los Semais de Malasia, los cabecillas no son más que individuos con autoridad dentro de un grupo de iguales. Robert Dentan describe su liderazgo de la siguiente manera: “mantienen la paz mediante la conciliación antes que recurrir a la coerción. Tienen que ser persona respetada […]. De lo contrario la gente se apartará de él o va dejando de prestarle atención […]. Además, la mayoría de la veces un buen cabecilla evalúa el sentimiento generalizado sobre un asunto y basa en ello sus decisiones, de manera que es más portavoz que formador de la opinión pública” [Harris, M. Nuestra especie. p.319].

El factor material fundamental que transforma a estos pueblos comunistas en sociedades jerarquizadas primero y en Estados después es, sin duda, la producción de un excedente capaz de ser acumulado en las manos de una naciente casta privilegiada; la revolución neolítica es el cambio revolucionario que posibilita, de manera estable y permanentemente creciente, estas desigualdades que cristalizan jefaturas, primero, y pueden dar lugar, bajo ciertas condiciones, al surgimiento del Estado y la explotación de clase.

Una de las evidencias más palpables de que entre todos los factores que catalizan el surgimiento de las desigualdades, es la producción regular de un excedente el elemento central, la dan los Kwakiult de Vancouver, que a pesar de ser cazadores recolectores presentan diferencias jerárquicas (empero no existen clases sociales). La razón de la existencia anómala de sociedades cazadoras recolectoras con diferencias de rango no la encontramos en la avariciosa “alma humana”, como lo pudiera pensar un espíritu simple y superficial, sino en condiciones ecológicas excepcionalmente favorables que permiten el aumento de la producción hasta el punto en que son posibles las diferencias de riqueza y poder: “la mayoría de estas sociedades cazadoras-recolectoras no igualitarias”, nos dice Harris, “parecen haberse desarrollado a lo largo de las costas marítimas y los cursos fluviales, donde abundan los bancos de moluscos, se concentran las migraciones piscícolas o las colonias de mamíferos marinos favorecían las construcción de asentamientos estables y donde la mano de obra excedente se podía aprovechar para aumentar la producción del hábitat” [Ibid. 327-328]

El excedente así producido favorece el surgimiento de lo que algunos antropólogos llaman “grandes hombres”. Se trata de cabecillas exacerbados  que concentran los recursos excedentarios, promoviendo la producción por medio de la realización de festines redistributivos con los cuales el “gran hombre” justifica su prestigio; lo relevante de la existencia de rangos en estas sociedades, es la prueba químicamente pura de que es en el excedente de producción donde debemos buscar la causa de la reacción en cadena que nos lleva del comunismo primitivo al surgimiento del Estado. Con todo, los “grandes hombres” no tiene aún poder coercitivo, ni constituyen una clase social desde el punto de vista marxista porque su relación con los medios de producción no les da un control sobre ellos (acceso a ríos, bosques, etc.) ni mucho menos los hace dueños privados de dichos medios de producción.

En un principio, los excedentes producidos se distribuyen de una manera igualitaria que, sin embargo, ya esconde en su seno el potencial para las diferencias de rango y poder; inicialmente, el excedente –concentrado en el centro de la aldea- se consumía en forma de grandes banquetes al que todos los miembros del clan podían acceder y contribuir; el excedente se acumulaba en una suerte de despensa colectiva cuya organización estaba a cargo del “gran hombre”. En estas sociedades los mecanismos de redistribución aún se rigen bajo pautas de igualitarismo, los banquetes y las concentraciones de excedentes -promovidas por “los grandes hombres”- procuran un flujo de productos de los clanes o aldeas más favorecidas hacia las menos favorecidas. Sin embargo, el “gran hombre” presenta ya un patrón de comportamiento que es temido por los ¡Khun san  –temen la jactancia del presumido que “le puede llevar a matar a alguien”- el “gran hombre” presume de sus banquetes y se siente superior al resto.

  Los Siuais de una de las islas Salomón (Bouganville) del Pacífico Sur constituyen un ejemplo. Con la producción incipiente pero regular del excedente, posibilitado por la agricultura en pequeña escala y la domesticación de animales no susceptibles de explotar en labores del campo (en este caso nueces, cocos y cerdos), surge una forma de liderazgo que nace directamente de la existencia previa de “cabecillas” y que, como hemos visto, los antropólogos llaman “los grandes hombres”. El prestigio de los “grandes hombres” (llamados mumis por los Siuais) se adquiere cuando éstos convencen a una parte de su clan a producir y a donar parte de sus cosechas y animales para un gran festín en el que son convidados algunos miembros del clan y eventualmente otros clanes; con la concentración de estos excedentes, algunos de los miembros del clan que apoyan al aspirante pueden darse ciertos lujos como “clubs especiales” para hombres donde éstos son agasajados con comida y sexo; a medida que crece la fama del mumi, éste desafía a los mumis anteriores con banquetes de dimensiones cada vez mayores. Con el prestigio obtenido, el mumi ganaba el derecho de encabezar a una coalición de bandas en guerras cuyo probable propósito constituía la rapiña y el acceso a mejores tierras de cultivo.

Los “grandes hombres” Kwakiwtl se jactan de su poder de formas impensables en las sociedades cazadoras-recolectoras comunistas:

“Soy el gran jefe que avergüenza a la gente […] Llevo la envidia a sus miradas. Hago que las gentes se cubran las caras al ver lo que continuamente hago en este mundo. Una y otra vez invito a todas las tribus a fiestas de aceite [de pescado], soy el único árbol grande […]. Tribus, me debéis obediencia […]. Tribus, regalando propiedades soy el primero. Tribus, soy vuestra águila. Traed a vuestro contador de la propiedad, tribus, para que traten en vano de contar las propiedades que entrega el gran hacedor de cobres, el jefe.” [Harris, M. Nuestra especie, p. 326.] Esta actitud es manifestación de una larva de desigualdad.

No obstante, los privilegios del grupo que apoya al “gran hombre” son tan inestables que dependen de la capacidad del “gran hombre” para organizar banquetes y donaciones a su propio clan; en muchas ocasiones, el “gran hombre” se queda con la peor parte ya que su prestigio depende de la fastuosidad y prodigalidad del banquete; no es raro que “el hombre que ofrece el banquete se queda con los huesos y los pasteles secos; la carne y el tocino son para los demás”.

De acuerdo con Harris, estos festines sirven para “transferir alimentos y otros objetos de valor de centros de alta productividad a aldeas menos afortunadas” [Marvín Harris, Vacas, cerdos, guerras y brujas, p. 113]; Además, los festines redistributivos expresan ante todo el germen de un modo de producción tributario. El fenómeno social de los grandes hombres revela el germen de una corte palaciega que es comprada con pequeños privilegios especiales y el fenómeno nunca antes visto en sociedades comunistas de hombres haciendo gala de poder y ansiando prestigio de manera obsesiva. A pesar de ello, los “grandes hombres” juegan un papel económico como promotores de la producción y como redistribuidores del incipiente excedente; adicionalmente, su prestigio sigue estando bajo control democrático de la aldea, son poco más que cabecillas exacerbados.

Los cazadores recolectores –que, como hemos observado, trabajan un promedio de dos horas diarias- no suelen trabajar más horas al día o no intentan intensificar la caza o la recolección –dando así la posibilidad de organizar grandes banquetes como hacen los Siuais o Kwakiul- porque de hacerlo correrían el riesgo de agotar las fuentes de alimento y morir de inanición. Los banquetes en los cazadores recolectores están ligados a temporadas de caza que les dan un carácter excepcional. Por ello, con la excepción de pueblos cazadores recolectores en situaciones ecológicamente privilegiadas, el surgimiento de los fanfarrones y presumidos “grandes hombres” es imposible en un contexto de producción basado en la caza y recolección.

Los Jefes. Nacen los privilegios de casta

Las jefaturas constituyen un paso más en el camino que lleva al surgimiento del Estado. A diferencia de los “grandes hombres”, los Jefes ya heredan su cargo y mantienen ciertos privilegios que los sitúan por encima del conjunto de la tribu, además suelen liderar un conjunto de aldeas y no sólo la propia como “los grandes hombres”. Ejemplos de esta estructura social son los Trobriandeses de Nueva Guinea, los Tikopia de las islas Salomón y los Cherokee. Los Trobriandeses de Nueva Guinea –al menos en los años en que los visitó Malinowsky (1920)- cosechaban un tubérculo llamado ñame, el Jefe gobernaba en más de una docena de aldeas y sólo podía ser depuesto mediante derrota militar, la presencia de un jefe importante era motivo para que la aldea se dejara caer a sus pies, el Jefe podía tener una docena de esposas. La existencia misma del penacho de Moctezuma es muestra de una fuerte jerarquización social. Sin embargo, el poder de los jefes es limitado puesto que los ñames se pudren rápidamente y el jefe no puede impedir el libre acceso a los recursos naturales que son aún una importante fuente de alimento, la corte del Jefe es parte de su clan o familia y es tan reducida que no puede competir con una verdadera estructura estatal, además el jefe debe refrendar periódicamente su puesto mediante triunfos militares –que aumentan las aldeas tributarias y, por ende, los campos de cultivo- y mediante la organización de festines redistributivos. En realidad el Jefe no es más que un “gran hombre” con más privilegios y “delirios de grandeza”.

El elemento de coordinación y centralización en la dirección del trabajo es la semilla de los regímenes tributarios constructores de pirámides. En este contexto deben insertarse también el surgimiento de las primeras estructuras megalíticas como Stonehenge, Carnac, los gigantes de Pascua e incluso las cabezas Olmecas. Estas construcciones, que implican el traslado de bloques de piedra de varias toneladas de peso, suponen la coordinación de varios clanes y aldeas, lo que sugiere la existencia de una jefatura coordinadora y centralizadora. Sugerente en este sentido es que los Cherokee construían estructuras circulares donde se depositaban las ofrendas y el excedente de la producción. También los ñames de los Trobriandeses eran exhibidos en sitios especiales. Quizá algunas de las estructuras megalíticas de la antigüedad tienen sus orígenes en estos rituales redistributivos y propiciadores de la fertilidad. “Determinados bienes de consumo estaban reservados para los jefes […] cierto tipo de ornamentos (plumas, cuerdas, pintadas, etc.) era de uso exclusivo de los jefes” [“Las sociedades primitivas”, p. 89].

Pero a pesar de sus desplantes de grandeza, ni los “grandes hombres” ni los jefes tribales son verdaderos reyes ni sus poblados verdaderas civilizaciones. La producción de alimentos no supera el nivel pastoril y el de la horticultura de azada (en general se desconocen técnicas de roturado); los campos siguen siendo colectivos o, a lo mucho, son cedidos en usufructo a unidades familiares que las trabajan. Los jefes no pueden aún impedir el acceso a los recursos naturales. No obstante, la incipiente agricultura permite la formación de poblados permanentes, la formación de protociudades (grandes poblados) y el mantenimiento periódico y la coordinación de unidades de trabajadores que se encargan de la construcción de grandes obras públicas –viviendas, templos, murallas- que serían imposibles para poblados que desconocen la agricultura.

Por ejemplo, la mítica ciudad de Jericó (Palestina) –con sus increíbles 11,500 años de antigüedad- es, en realidad, un poblado  de unas dos mil personas que fue rodeado de una muralla de dos metros de altura y dotado de una torre de 9 metros de altura. Se trata de la primera fortificación conocida de la historia cuyo interés es mayor porque está relacionada con los primeros seres humanos que descubrieron la agricultura  y se hicieron sedentarios (los natufienses); esto muestra de manera nítida los escalones que van del igualitarismo aldeano al surgimiento de las primeras civilizaciones con sus inevitables divisiones de clase. La existencia de una ciudad amurallada atestigua la necesidad de proteger un excedente de la amenaza de pueblos “bárbaros”.

 Olmecas, un ejemplo de jefatura.

Los Olmecas son probablemente un ejemplo de jefatura, precursora ésta de los Estados mesoamericanos. La cultura Olmeca es considerada la civilización madre mesoamericana aunque probablemente no llegó a conformar un verdadero Estado. Esta jefatura se desarrolló hace unos 3,200 años hasta hace 2,800 en el sureste de Veracruz y el oeste de Tabasco en torno a tres grandes centros ceremoniales: San Lorenzo, la Venta y Tres Zapotes. Destaca por la construcción de monumentales cabezas de basalto de varias toneladas de peso y de tres y cuatro metros de altura. La cultura Olmeca se desarrolló en torno a caudalosos ríos y construyó estructuras de adobe y montículos con templos en la parte superior precursoras de las pirámides. Se estima que, en su apogeo, el centro ceremonial la Venta llegó a albergar a 18000 habitantes. La construcción de los montículos y el traslado de cientos de kilómetros de las enormes piedras basálticas sugieren el grado de organización necesaria para realizar tales empresas; sin embargo, a pesar de su notable cantidad de población, la dispersión de las proto-ciudades olmecas, la baja densidad poblacional, el hecho de que complementaran su dieta con la caza y la pesca de mariscos sugiere que representaban un ejemplo de una jefatura avanzada en la cual grandes jefes militares y religiosos concentraban y monopolizaban el excedente de las cosechas y el comercio de artículos de lujo (jade, Obsidiana), sin llegar a alcanzar el grado de civilización (Estado y grandes centros urbanos). La función de la naciente casta privilegiada era organizar a los miembros de las aldeas en la realización de obras públicas. Muy probablemente, las cabezas olmecas sean la consagración de esa casta militar sacerdotal  que se había erigido por encima de su propia tribu gracias a la intensificación de la producción agrícola por medio de la tala y la quema (la interpretación de que eran representación de jugadores de pelota parece menos probable). Este modelo de estructura social sería el prototipo primigenio de los pueblos mesoamericanos que se profundizaría en calidad y extensión durante el periodo clásico (Mayas) llegando al grado de civilización y llegaría a su punto culminante en cuanto agresividad en el posclásico con el Imperio Mexica. En otros artículos hemos abordado el desarrollo de las culturas mesoamericanas con mayor detenimiento: http://www.marxist.com/los-pueblos-prehispanicos-mesoamerica.htm

El legado técnico del neolítico y la “revolución de los productos secundarios”

El legado del neolítico, además de la domesticación, lo constituyen importantes descubrimientos que impulsarán la división del trabajo –factores sin los cuales la revolución urbana hubiera sido imposible. El más importante, sin duda, es la generalización de la técnica donde el barro cocido se endurece, es decir, el descubrimiento de la alfarería. La existencia de la alfarería es un criterio casi inequívoco de neolitización, pero la correspondencia entre ambos fenómenos no es perfecta: los natufienses que ya conocían la agricultura hace 12 mil años, tienen su etapa “precerámica” y hay pueblos cazadores recolectores en Japón que fabrican alfarería. En Mesoamérica las primeras evidencias de cerámica con una antigüedad de 4,600 años en la costa de Guerrero (Puerto Marqués) y de 4,400 años en el Valle de Tehuacán Puebla. El barro cocido ya se usaba para fabricar “venus primitivas” (figurillas de mujeres símbolo de la fertilidad) en el paleolítico superior hace unos 29 mil años. Pero la fabricación de cerámica se hace regular y sistemática durante el neolítico. La relación entre agricultura y la existencia de alfarería no es difícil de develar; la vida sedentaria y la existencia de excedentes acumulables requirieron la manufactura de vasijas y contenedores que serían imposibles para pueblos nómadas. Con la alfarería surgen los alfareros y, con ello, la artesanía separada hasta cierto punto de la agricultura. Será la primera división del trabajo desde la existencia de los chamanes a tiempo parcial. Gordon Childe subraya la relevancia simbólica del oficio del alfarero: “Éste puede dar forma a su masa en la medida de sus deseos […] La libre actividad del alfarero al producir forma donde no existe forma, repite constantemente al entendimiento humano el pensamiento de la creación; las comparaciones que se hacen en la Biblia con el arte del alfarero, ilustran este punto.” [Gordon Childe, “Los orígenes de la civilización”, p. 117]. En el Timeo de Platón el demiurgo crea la realidad de forma muy similar a un alfarero que trabaja el barro; la mitología de varias religiones conserva en su memoria deformada, la consciencia de la importancia de los primeros artesanos profesionales.

Los hornos para cocer el barro –los cuales alcanzan temperaturas desde 600°C hasta 1000°C- son la base de la metalurgia. Probablemente, los hombres prehistóricos observaban de vez en vez, gotas de metal derretido entremezclada con la arenisca con la que se endurece (temple) la cerámica, descubriendo eventualmente el cobre –de los pocos metales que pueden encontrarse en estado nativo- y sus propiedades superiores sobre la piedra. Pero la fundición de algo más que pequeñas gotas de cobre se requiere temperaturas de 1,600 °C por lo que hubo la necesidad de inventar el fuelle, crisoles y tenazas. El cobre se comenzó a fundir deliberadamente hace unos 9 mil años en Turquía, es probable –como sugiere Gordon Childe-que la consolidación de jefaturas y la demanda de la élite de materiales de lujo, como malaquita y turquesa (el primero un carbonato de cobre y el segundo un fosfato de aluminio mesclado con cobre) haya impulsado el descubrimiento del primer metal. El cobre se comenzó a fundir en Oriente Medio hace unos 8 mil años; en China hace unos 6 mil años; en el Perú hace unos 3,500 años; y en Mesoamérica hace unos 1,400 años. En la India, el cobre y el bronce se funden al mismo tiempo hace unos 5 mil años. En todo caso, la fundición del cobre marca el surgimiento de otra rama más de la división del trabajo: el forjador, oficio que a diferencia del alfarero debe emplearse casi a tiempo completo lo que supone un aumento en el excedente de producción necesario para mantener a artesanos profesionales.

Los antropólogos definen el inicio de la fundición del cobre como la etapa Calocolítica que caracteriza a sociedades mayormente estratificadas cercanas a convertirse en civilizaciones. En Oriente Medio, ya obtenían hierro en pequeñas cantidades como un subproducto de la fundición del cobre o utilizando hierro meteórico, pero era un procedimiento tan caro que incluso superaba el valor del oro y tampoco se conocía la técnica del forje (es decir, moldearlo a martillazos con el hierro calentado a temperaturas superiores a los 1000 °C). La ventaja técnica de la producción del hierro barato –mucho más barato que el cobre- que se daría con el imperio hitita hace unos 3,500 años, explica el poder militar de éstos, pero la técnica era un secreto de Estado; la posterior difusión del hierro a los oficios artesanales –combinado con la generalización de la esclavitud y el crecimiento del comercio- explica el nivel de independencia que lograron los artesanos y pequeños productores en la antigua Grecia. El uso de armas de hierro sería un poderoso instrumento de los señores feudales. A decir de Engels: “El hierro hizo posible la agricultura en grandes superficies, el descuaje de las más extensas comarcas selváticas; dio al obrero un instrumento de una dureza y un filo que ninguna otra piedra y ningún otro metal podía resistir. [Engels, “El Origen de la familia la propiedad privada y el Estado” pp. 186-187] Pero la fundición y el temple del hierro se dieron bastante después del surgimiento de las primeras civilizaciones por lo que nos estamos adelantando.

La industria textil fue otro de los importantes legados del neolítico. Los pueblos cazadores ya empleaban tejidos con fibras vegetales pero predominaba la piel. El sedentarismo y la domesticación de las plantas posibilitaron una mayor experimentación con tejidos como el lino, esparto, cáñamo, algodón (la India y Perú y Mesoamérica); para posteriormente descubrir las bondades de la lana (incluida la lana de la Llama Inca) y procurarla mediante la cría selectiva de ovejas para tales fines (los grandes herbívoros domesticados eran desconocidos en Mesoamérica). El algodón ya se cultivaba en Perú hace unos 5 mil años.

La necesidad de estructuras permanentes mejorará los métodos de construcción –hasta entonces las casas eran provisionales, hechas de madera y piel- en algún momento los pueblos natufienses (yacimiento de Catal Huyuk) aprenderán a apisonar el barro dejándolo secar al Sol para formar tabiques. Gracias este descubrimiento los vestigios de poblados como Catal Huyuk y Jericó han llegado hasta nosotros.

La piedra pulimentada, necesaria para fabricar utensilios agrícolas como azadas y hachas de manera más eficiente, es otro legado del neolítico –que literalmente significa “nueva piedra”- esta manera de trabajar la piedra tampoco es privativa del neolítico aunque es aquí donde se generaliza. El descubrimiento de la agricultura y el crecimiento de la población exigen el mejoramiento de las técnicas agrícolas desde la simple azada de mano, la rotación de cultivos, la tala y quema, al arado de tracción humana, el abono, el arado con tracción animal y finalmente los complejos sistemas de regadíos con sus presas, canales, etc. Este último sistema –junto con la fundición del cobre y bronce- nos orienta al surgimiento del Estado.

La fundición de los metales es signo no sólo de una mayor división del trabajo, sino de una mayor jerarquización social. La intensificación de la producción por medio de técnicas para la roturación e irrigación de la tierra conlleva al descubrimiento en cadena de otros procesos técnicos revolucionarios; uno de ellos es el uso de la tracción animal y posteriormente la revolucionaria invención de la rueda; además, la mayor domesticación de los grandes herbívoros que implica la tracción permite, en cierto punto, el aprovechamiento –además de la carne y la fuerza animal  -de la leche y sus derivados como el queso y el yogurt; factores que en su conjunto estimulan aún más la diferenciación social y el comercio. La vida sedentaria y el arraigo territorial permiten la domesticación de otro tipo de cultivos como el olivo, la vid y nuevos procesos de fermentación. Así, los babilónicos inventarán la cerveza (bebida de los dioses que probablemente proviene del nombre de la diosa romana del trigo: Ceres) y tribus neolíticas del monte Zagros, el vino.  Al conjunto de revoluciones técnicas que hemos descrito se le conoce como “revolución de los productos secundarios”, evento que coincide –poco más o menos- con el surgimiento de las primeras civilizaciones de Oriente Medio. En el caso de Mesoamérica, la “revolución de los productos secundarios” tuvo limitaciones objetivas que escapaban de la voluntad de sus habitantes: no existían grandes animales para tracción ni para ordeña. La llama peruana no servía para la tracción y aunque en abstracto puede ser ordeñada no se sabe a ciencia cierta si los Incas consumían su leche (quizá no la ordeñaron porque no dieron el paso previo de someterla al arnés). Dada la falta de tracción animal, tampoco se utilizaba la rueda –otra limitación más-, sin embargo, la fermentación de cultivos –en este caso el maguey- nos legó de Mesoamérica el pulque, el tequila y el mezcal aunque es evidente que estos “productos secundarios” no influyeron mayormente– salvo el comercio de este producto- en el desarrollo de las fuerzas productivas como sucedió en Oriente Medio. Por ejemplo, la tracción animal trajo repercusiones revolucionarias en el “Viejo Mundo”: mientras que en los inicios de la revolución neolítica las labores del campo se hacen con azadas de mano que pueden ser utilizadas igual de eficientemente por hombres y mujeres, la introducción del arado de tracción animal relega a las mujeres de las labores del campo y devalúa su papel y valoración social ya que “con dos bueyes y un arado un hombre puede cultivar en un día una superficie mucho mayor que una mujer con una azada” [Gordon Childe, Los orígenes de la Civilización, p.152]. Así, en los pueblos horticultores de África, que utilizan azadas de mano, la mujer tiene una alta valoración social; mientras que en los pueblos agrícolas de la India, que utilizan tracción animal, tienen una relación de género bastante desventajosa para el género femenino a tal grado que las mujeres son obligadas socialmente a arrojarse a la pilas funerarias de sus maridos. Marvin Harris señala la asombrosa reacción en cadena que hace que la tracción animal en las labores del campo aumente el status del varón en detrimento de la mujer:

“Donde quiera que consiguieron el control sobre los arados consiguieron el control de los grandes animales de tiro. Dondequiera que uncieron estos animales al arado también lo hicieron a toda clase de carretas y vehículos. Por consiguiente, con la invención de la rueda por Eurasia los hombres acoplaron a los animales a los principales medios de transporte terrestre. Esto le proporcionó el control sobre el transporte de la cosechas a los mercados y a partir de ahí no había más que un corto paso hacia el dominio del comercio y los intercambios tanto locales como a larga distancia. Con la invención del dinero los hombres se convirtieron en los principales mercaderes. A medida que los intercambios y el comercio aumentaron en importancia tuvieron que ir anotándose y fue a estos hombres dedicados al comercio y al intercambio a los que correspondió la tarea de realizarlos. Y con la invención de la escritura y las matemáticas los hombres hicieron su aparición en la escena como los primeros escribas y contables. Por extensión, los hombres se convirtieron en el sexo ilustrado: podían leer, escribir y efectuar cálculos. En consecuencia fueron los hombres, y no las mujeres, los primero filósofos, teólogos y matemáticos históricamente conocidos en los primeros Estados agrarios de Europa, Asia suroccidental, India y China” [Marvin Harris, Antropología general, p. 556.]

Una vez logradas una serie de revoluciones técnicas que consolidaron la acumulación de un excedente en pocas manos, manifestada en cierta diferenciación social, no faltaba más que una cosa, de acuerdo a Engels “[…] una institución que, no sólo asegurase las nuevas riquezas de los individuos contra las tradiciones comunistas de la organización de la gens [clan], que no sólo consagrase la propiedad individual tan poco estimada primitivamente e hiciese de esta santificación el fin más elevado de la sociedad humana, sino que, además, legitimase en nombre de la sociedad en general las nuevas formas de adquirir la propiedad que se desarrollasen unas después de otras, es decir, el crecimiento cada vez más acelerado de las riquezas; en una palabra, una institución que no sólo perpetuase la naciente división de la sociedad en clases, sino también el derecho de la clase poseedora de explotara a la que no poseyese nada y la preponderancia de la primera sobre la segunda. Y vino esa institución. Y se inventó el Estado” [Engels, “El origen de la familia la propiedad privada y el Estado” p. 122] Aunque ese surgimiento no fue automático, trataremos de explicar las condiciones adicionales que lo hicieron surgir.

Qué es la civilización

Las primeras civilizaciones se distinguen de las sociedades tribales por la existencia de grandes centros urbanos de varios miles de habitantes, por la existencia de aparatos burocráticos que llamamos Estado, por la existencia de algún tipo de escritura –criterio que los historiadores utilizan para diferenciar la etapa “histórica” de la prehistoria-. Todo lo anterior es la expresión de una sociedad dividida en clases o estamentos fuertemente establecidos, de una capa privilegiada que vive del plusproducto de los trabajadores y se eleva por encima de la mayoría de la población y de una creciente división del trabajo. De acuerdo con la definición clásica de Engels, el Estado es “[…] un producto de la sociedad cuando llega a un grado de desarrollo determinado; es la confesión de que esa sociedad se pone  en una irremediable contradicción consigo misma, y está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar. Pero a fin de que las clases antagonistas, de opuestos intereses económicos, no se consuman a sí mismas y a la sociedad con luchas estériles, hácese necesario un poder que domine ostensiblemente a la sociedad y se encargue de dirimir el conflicto o mantenerlo dentro de los límites del orden. Y ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se hace cada vez más extraño, es el Estado.” [Engels, “El origen de la familia la propiedad privada y el Estado”, pp. 195-196] Trataremos de explorar las condiciones que hicieron surgir las primeras civilizaciones de la historia. Sin duda la producción de un excedente –es decir la agricultura y la ganadería- es una condición indispensable pero no suficiente por sí misma.  

Como hemos señalado, se requieren de condiciones adicionales a la revolución neolítica para que surja una verdadera civilización. Los primeros cultivos de Oriente Medio datan de hace unos 12 mil años y la civilización sumeria comienza hace unos 6 mil años. Son más de 5 mil años los que separan a las primeras sociedades neolíticas del surgimiento de la primera civilización de la historia. El neolítico abre el camino a la civilización, pero no es un factor suficiente ni automático. Son muchas las sociedades que conocen la agricultura y la domesticación de animales pero no superaron el nivel de tribus y aldeas. Si una población puede mantener un nivel de vida “aceptable” no tiene motivación alguna para vivir de otra manera, si los recursos naturales son suficientes no existe razón para intensificar la producción. Pero este no fue el caso de los pueblos prehistóricos que habitaron las riveras del río Nilo, de los ríos Tigris y Éufrates, del río Indo, del río Amarillo, cerca en los márgenes de los cenotes en la península de Yucatán y en las franjas costeras de Sudamérica. Y estas condiciones adicionales harán surgir-respectivamente- a los egipcios, sumerios, indios, chinos, mayas e incas: las primeras civilizaciones prístinas de la historia.

Dada la revolución neolítica y una cierta jerarquización social, el primer factor que cristaliza el surgimiento de la vida civilizada es el aumento de la población. Este proceso abarcó varios miles de años hasta el punto en que la presión poblacional obligó a algunos pueblos a encontrar nuevos asentamiento. Una vez agotados los más benignos se vieron obligados a revolucionar sus métodos de producción.  Además de ello las plantas domesticables deben ser relativamente imperecederas, es decir, fácilmente acumulables; por ello no es casual que las primeras civilizaciones se basaran en cereales como el trigo, la cebada, el maíz y el arroz. Otro factor importante es la llamada “circunscripción” o el que el medio ecológico en el que se inserta la población esté rodeada de barreras ecológicas (como desiertos, montañas, pantanos o simplemente entornos donde la fertilidad decaiga progresivamente) que impidan o dificulten el que los pobladores puedan emigrar fácilmente de su ciudad -trasladando su modus vivendi- y que hagan absolutamente indispensable obras públicas y el trabajo mancomunado de grandes grupos para su supervivencia o mantenimiento de su modo de vida. La necesidad de intensificar la producción mediante obras de regadío y agricultura intensiva  (ya sea en forma de irrigación a gran escala, arado y animales de tiro, bancales escalonados, “chinampas”, etc.) tiende a centralizar la dirección del trabajo y  aumentar el poder y privilegios de las jefaturas hasta el punto de convertirlas en verdaderos Estados. Además, la circunscripción y la dependencia de los canales y represas para la producción permiten métodos de coerción social sin precedentes. La casta privilegiada puede impedir el acceso a las aguas de regadío a aquellas comunidades que se resistan al pago de tributo. De esta forma, los inconformes no tienen más opción que aceptar las jerarquías y explotación o emigrar convirtiéndose en pueblos expulsados orillados a un contexto donde ya no les es posible sobrevivir (quizá porque están tan acostumbrados a una vida basada en la agricultura que han olvidado cómo cazar y recolectar).

Las primeras seis civilizaciones de la antigüedad –que surgieron de manera independiente- parecen ajustarse a lo que Marx denominó Modo de Producción Asiático, o “Despotismo Tributario”. Algunos historiadores han recuperado (¿plagiado?) parte de esta explicación con el término “Civilizaciones hidráulicas”, aunque este término puede empobrecer el análisis marxista pues sólo se refiere a un aspecto de estas civilizaciones, mientras que el marxismo estudia el proceso como un todo orgánico. Con respecto a este tipo de civilizaciones, Marx escribió: “Desde tiempos inmemoriales, en Asia no existían, por regla general, más que tres ramos de la hacienda pública: el de la finanzas, o pillaje interior; el de la guerra, o pillaje exterior, y, por último, el de las obras públicas. El clima y las condiciones del suelo, particularmente en los vastos espacios desérticos que se extienden desde el Sahara, a través de Arabia, Persia, la India y Tartaria, hasta las regiones más elevadas de la meseta asiática, convirtieron al sistema de irrigación artificial por medio de canales y otras obras de riego en la base de la agricultura oriental. Al igual que en Egipto y en la India, las inundaciones son utilizadas para fertilizar el suelo en Mesopotamia, Persia y otros lugares: el alto nivel de las aguas sirve para llenar los canales de riego. Esta necesidad elemental de un uso económico y común del agua […] impuso en Oriente, donde el nivel de la civilización era demasiado bajo, y los territorios demasiado vastos para impedir que surgiesen asociaciones voluntarias, la intervención del Poder centralizador del gobierno. De aquí que todos los gobiernos asiáticos tuviesen que desempeñar esa función económica: la organización de las obras públicas. Esta fertilización artificial del suelo, función de un gobierno central, y en decadencia inmediata cada vez que éste descuida las obras de riego y avenamiento, explica el hecho, de otro modo inexplicable, de que encontremos ahora territorios enteros estériles y desérticos que antes habían sido excelentemente cultivados, como Palmira, Petra, las ruinas que se encuentran en Yemen y grandes provincias de Egipto, Persia y el Indostán. Así se explica también el que una sola guerra devastadora fuese capaz de despoblar un país durante siglos enteros y destruir toda su civilización.” [Marx, “La dominación británica de la India”, Obras escogidas, Tomo I, pp. 500-501.]

En el modo de producción tributario (o “despotismo asiático”) el Estado, como un todo, se erige como gran terrateniente expoliando a las comunidades aldeanas por medio del tributo en trabajo o en especie (lo que Marx llamaba pillaje interior y exterior). En estas sociedades, la propiedad privada de la tierra, en sentido general, no existe o no es la forma dominante de propiedad. Las comunidades aldeanas siguen conservando la propiedad colectiva de la tierra pero éstas son explotadas por el Estado y una casta privilegiada, cuya existencia se justifica porque se encarga de organizar a las dispersas comunidades en la realización de obras públicas tales como canales de riego, centros ceremoniales, etc. Un breve repaso de las condiciones en las que surgieron las primeras civilizaciones: mesopotámica, egipcia, india, china, maya e inca puede mostrar que todas las condiciones para el surgimiento del Estado estaban presentes, que éstas surgieron de bases tribales en las líneas que hemos explicado más arriba y que éstas se ajustan al modo de producción descrito por primera vez por Marx.

Mesopotamia. (Hace 6 mil años)

El aumento de la población como factor catalizador de la primera civilización de la historia está más allá de cualquier duda: “[…] en el neolítico se produjo un rápido incremento en la población. Comenzando con 100,000 personas en torno al 10,000 a. C; poco antes del 6000 a. C. la población de Oriente medio había alcanzado probablemente los 3,2 millones, se multiplicó por treinta, en el plazo de 4.000 años” [Marvin Harris, Introducción a la antropología, p. 256.]. Ya hemos señalado a los primeros poblados neolíticos natufienses que son el punto de partida para esta primera civilización, el “cordón umbilical” entre los igualitarios pobladores de Erech prehistórica, las primeras jefaturas y la primera civilización del mundo es evidente; los nudos que marcan ese “cordón” están hechos de revoluciones repentinas. Las excavaciones arqueológicas demuestran estas transiciones abruptas. Las excavaciones del poblado neolítico Erech muestra en sus estratos más profundos “ruinas de chozas de carrizo o casas de adobe […] muestran el empleo creciente del metal, la introducción del torno del alfarero y otras cosas semejantes. El poblado fue creciendo en magnitud y en riqueza, pero siguió siendo un poblado. [Después, repentinamente] aparecen los cimientos de construcciones verdaderamente monumentales […] el prototipo de los zigurat, o torre escalonada, el cual era parte indispensable, de un templo sumerio histórico.” [Gordon Childe, “Los orígenes de las civilizaciones” p. 178]

Los griegos llamaban a la zona en la que hace 6 mil años floreció la primera civilización como “Mesopotamia” o “tierra entre dos ríos”. Efectivamente, sería el control de las aguas de los ríos Tigris y Éufrates la que haría surgir a la también conocida civilización sumeria (nombre surgido del rey de Sumer). La presión del aumento de la población se veía acrecentada por el hecho de que las inmediaciones de los ríos se componían de un contraste entre pantanos fértiles pero hostiles y estepas áridas, por lo que la población sólo podía mantenerse mediante la creciente progresión de obras de regadío. Se trata de un espacio fértil circunscrito por ambientes hostiles que sólo puede ser explotado mediante inmensos trabajos de desecación  de los pantanos y tala de los frondosos cañaverales que rodean a los ríos. Gordon Childe explica la inmensidad de la tarea y sus trascendentes repercusiones. “El terreno sobre el cual se erigieron las grandes ciudades de Babilonia, tuvo que ser, literalmente, creado; la antecesora prehistórica de la Erech bíblica, fue construida sobre una plataforma de carrizos entrelazados, colocados sobre el fango aluvial. El libro hebreo del Génesis nos ha familiarizado con las más antiguas tradiciones de la condición primordial del Sumer: un caos en el cual todavía eran fluidos los límites entre el agua y la tierra enjunta. Uno de los incidentes fundamentales de la creación es la separación de estos elementos. Pero, no fue un Dios, sino los proto-sumerios quienes crearon la tierra; ellos excavaron canales para regar los campos y drenar los pantanos; construyeron diques y erigieron plataformas para proteger a hombres y ganados, manteniéndoles a un nivel superior al de la avenidas; hicieron los primeros desmontes entre los cañaverales y exploraron los causes existentes entre ellos. La tenacidad con la cual persiste en la tradición el recuerdo de esta lucha, da idea en cierta medida y del esfuerzo que se impusieron los antiguos sumerios. Su recompensa consistió en asegurarse el abastecimiento de dátiles nutritivos, la generosa cosecha de los campos y los pastos permanentes para sus rebaños y manadas” [Gordon Childe “Los orígenes de la civilización”, p. 134].

Fue en torno a la producción de un excedente –gracias a la domesticación del trigo, la cebada, las ovejas, cabras, cerdos, bovinos-  que se erigieron las primeras ciudades, templos y palacios para concentrar ese excedente. Verdaderas ciudades como Ur, Eridu y Eruk superarán al antiguo poblado de Jericó-; Uruk ocupaba unas colosales 450 hectáreas que ensombrecen a las modestas 4 hectáreas del poblado Jericó. Sumeria se dividía en una docena de Ciudades Estado, cada una gobernada por un rey que organizaba la recolección del tributo. Los sumerios fueron sucedidos por los babilónicos y los asirios conformando el conjunto cultural que se conoce como civilización mesopotámica que duraría –al igual que los egipcios- unos tres mil años hasta ser aplastados por el imperio Persa. La necesidad concreta de contabilizar la riqueza del templo dará origen a la primera forma de escritura –cuneiforme-. Esta forma de escritura “[…] se empleó durante un milenio antes de servir a cualquier otro fin que no fuera la contabilidad o propósitos educativos afines.” [Whitehouse, R. Wilkins, J. “Los orígenes de las civilizaciones”, p. 9] Este hecho muestra el origen práctico de la escritura.

Al igual que en Egipto, las capacidades organizativas y tributarias de los reyes –como el rey Sargón, rey de Agade, quien logró por primera vez unificar a toda Babilonia- eran representadas en la construcción de colosales monumentos de dimensiones sin precedentes: los míticos Zigurats. “El templo era uno de los principales terratenientes, y servía como centro de acumulación y redistribución de la mayor parte de la producción alimentaria de la tierra. Era también un centro de concentración y redistribución de materia prima proveniente del comercio exterior. Igualmente importante era un centro de concentración y organización de la mano de obra, que hacía posible realizar obras a gran escala que estaban fuera del alcance de las pequeñas comunidades, como la construcción de los templos mismos, y la construcción de los canales de irrigación.” [Whitehouse, R. Wilkins, J. “Los orígenes de las civilizaciones”, p. 9]

Estos increíbles Zigurats y las ciudades sumerias quedarían inmortalizados en la lista de Antipatro de Sidón –cuyo poema es la fuente más antigua de las siete maravillas del mundo - como la Puerta de Istar o los “jardines colgantes de Babilonia”.  También en la bíblica “Torre de Babel”, tan majestuosa que un Jehová envidioso separó a los hombres en lenguas diferentes para que no se pusieran de acuerdo y alcanzaran el cielo con sus construcciones. Quizá el Antiguo Testamento ubica -de manera mística- en Babilonia, la división de los hombres en lenguas diferentes porque fue Mesopotamia la primera civilización que puso en contacto a culturas de lenguas diferentes. El hecho es que el impacto causado por estas primeras construcciones monumentales –que superan por mucho las estructuras megalíticas tribales- quedará grabado en los mitos y ha perdurado hasta la actualidad.

Si bien el comercio nunca fue una actividad que definiera intrínsecamente a las sociedades de la antigüedad –dado que se trataba, sobre todo, del comercio de artículos de lujo bajo el control estatal- no dejaba de ser necesario, en tanto existía “necesariamente”, una casta privilegiada que exigía productos de lujo. Dice Gordón Childe que esta necesidad suntuaria explica en buena medida la domesticación de los primeros metales y el impulso del comercio, la invención del carro de ruedas y el barco de vela (esta última invención hecha, al parecer, por los egipcios).

Fue la necesidad del comercio la que llevó a los mesopotámicos a la revolucionaria invención de la rueda, aunque en sus inicios esta fuera tan tosca que el eje de madera estaba unido en una sola pieza a las ruedas atadas al carro con cueros. Quizá la invención de la rueda sugirió su uso peculiar en la artesanía, con la invención del torno del alfarero –otro legado de los sumerios, aunque en otras sociedades primero fue el torno y luego la rueda-. El entorno ecológico era tan pobre que carecía casi por completo de materias primas (carecía de simples árboles) y artículos de lujo como el jade, la malaquita y minas, lo que impulsó un comercio que dentro de los marcos de la antigüedad tuvo notable desarrollo uniendo a los sumerios con los egipcios –hacia el norte- y con tribus que habitaban tierras tan lejanas como Afganistán en el sur.

Egipto (Hace 5,500 años)

El Estado egipcio surgió a partir de prehistóricas bases tribales, en la etapa llamada predinástica (hace unos siete mil o seis mil años). El valle del Nilo estaba habitado por unas veinte tribus de distintas procedencias llamadas “Nomos.” “Cada uno de los nomos tenía un animal que lo representaba, acaso el primitivo tótem del clan, que después se identificó con uno de los dioses del panteón egipcio. [Historia Universal, Tomo 2, p. 15. p. 15] Uno de estos tótems era el Dios Horus (Halcón) con el que se identificarán los futuros faraones. Estas tribus provenían o habían sustituido a las primeras aldeas neolíticas que asentaron pequeños poblados hace unos 8 mil años.

Es probable que el cambio climático que convirtió a antiguos bosques en el desierto que caracteriza el paisaje egipcio, haya obligado a estos pueblos a intensificar sus métodos de agricultura (para la siembra de avena, trigo, cebada y sorgo), convirtiéndose, así, en agresivas jefaturas; dando, además, el elemento de “circunscripción” que aceleró el proceso de conformación de esta civilización: “el sinuoso curso del río es una franja muy larga pero estrecha de terreno aprovechable que corre de sur a norte a lo largo de unos 1.200 kilómteros.” [Los orígenes de las civilizaciones p. 10]. El trabajo exigido para aprovechar las crecidas del río Nilo explica la necesaria centralización de las tribus bajo un solo mando para trabajos mancomunados. Así es como, probablemente, se formaron las primeras confederaciones tribales de las que surgiría la civilización: “A cada crecida seguía una época de actividad intensa, dedicada en su mayor parte a la preparación de las áreas aptas para el cultivo. Si bien en general se daba menos uso a los canales de irrigación que en Mesopotamia, había que limpiar y dar mantenimiento constante a las acequias […] no dejaba de ser necesarios un intenso trabajo y una amplia cooperación y organización para hacer frente al calendario estacional [Los orígenes de las civilizaciones p. 11.]. Las luchas intestinas entre las distintas tribus por la hegemonía y el control de las aguas caracterizan al periodo “predinástico” y “protodinástico”. Seguramente expresan la presión por el control de las obras de regadío que crecía conforme la población aumentaba. El hecho es que justo antes de la etapa “histórica” –hace unos 5 mil años, etapa conocida como de los “adoradores de Horus”- estas tribus estaban agrupadas en alianzas en cuya cumbre se alzaban jefes que poco se distinguían de los primeros faraones registrados; estas jefaturas había heredado de las culturas del Creciente Fértil la domesticación del buey, cerdo, oveja, cabra, además del perro y contribuyeron al arsenal ganadero con la domesticación del asno; producían una compleja artesanía, los enterramientos ya revelan diferencias jerárquicas en forma de ofrendas y el trabajo con metales preciosos (cobre, oro, plata).

El proceso de consolidación de reinos cristaliza en la conformación de dos confederaciones –que debemos suponer ya estaban jerarquizadas en su interior de forma similar a como los mexicas dominaban la “Triple alianza”-: el “Alto Egipto” en el sur y el bajo Egipto en el delta (que define al periodo “protodinástico”). Según las tradiciones egipcias, fue el rey tribal Nemes el que logra la unificación del imperio hace 5 mil años, erigiéndose como el primer faraón registrado, que integrará la primera de las cerca de 30 dinastías que rigieron al Estado durante más de 3 mil años. Dice Gordon Childe que “La unificación de Egipto significó, por lo tanto, la victoria de Horus, personificado ahora en el caudillo del clan del halcón, sobre todos los otros tótems; estos últimos fueron al rango de dioses de segunda o deidades locales” [Gordon Childe, Los orígenes de la civilización, p. 194]. Las tradiciones tribales se niegan y se superan por etapas históricas sucesivas, pero sus huellas se conservan en la civilización en formas que a veces resultan cómicas: “Los monarcas del Alto Egipto se distinguieron por llevar una especie de tiara alta; la corona del Bajo Egipto fue más bien un bonete circular. Al unirse los dos reinos, los faraones se ciñeron las dos coronas, una dentro de la otra.” [Historia Universal, Tomo 2, p. 16.].

La jerarquización tribal había alcanzado el grado de Estado con toda una serie tareas reales que componían a la corte y oficios que se organizaban militarmente. Los antiguos nomos clánicos sirvieron como base para la división administrativa del imperio y la extracción de tributos. La necesidad de consagrar y ostentar riqueza y poder y sobre todo la de demostrar la capacidad de organizar a todo un ejército de trabajadores tributarios, explica la construcción de obras monumentales como las pirámides. Las primeras dinastías construyeron sus templos con tabiques de adobe por lo que éstas han sido barridas por el viento, pero sabemos que se construían desde el imperio antiguo por las plegarias que se han descifrado. En una de ellas se lee:

“Oh Atum, pon tus brazos alrededor de este gran rey, alrededor de esta construcción, y alrededor de esta pirámide como los brazos del símbolo ka, para que la esencia del rey pueda estar en ésta, perdurando para siempre.”

Efectivamente, en las pirámides encontramos la esencia social del faraón -aunque no en la forma mística que éste suponía-: concentrador del excedente, organizador del trabajo y las obras públicas, clarividente de los periodos agrícolas –ya que los conocimientos calendáricos eran secretos de Estado-. La posición astronómica exacta de las Pirámides expresa el papel del faraón como presunto “propiciador divino” de las crecidas del Nilo, cuyo secreto se podía encontrar en la observación del cielo, conocimiento que daba la impresión a la masa campesina de poderes sobrenaturales. Estas funciones tributarias, agrícolas e ideológicas pueden explicar porqué casi todas las civilizaciones tributarias de la antigüedad fueron, al mismo tiempo, constructoras de pirámides; acaso también porque la pirámide es una estructura estable que es buena candidata para ser la primera estructura verdaderamente monumental. Fue con la construcción de la pirámide de Zoser (III dinastía), bajo la dirección del arquitecto real Imhotep, que el arte de la construcción de pirámides alcanzó dimensiones colosales sólo superadas por la célebre pirámide de Keops construida doscientos años después durante la IV dinastía (5,500 a.C.). La obsesión por la vida eterna y la comunión aristocrática con los dioses encontró su canalización simbólica por la sugerente forma en que los cuerpos muertos se secan al Sol en el desierto, convirtiendo a la momificación en toda una industria artesanal subordinada al faraón.

Hemos señalado que de la aparición e importancia relativa del comercio –aún con sus limitaciones-, las características desérticas de la civilización egipcia explican que fuera más fácil el transporte por barco de vela –donde se inventó o al menos se generalizó su uso- que el transporte terrestre y que la rueda –y por ende los animales de tiro- fueran en realidad poco utilizados por esta civilización- en contraste con lo sucedido en Mesopotamia-.

El Indo (Hace 4,500 años)

La antigua civilización india también se desarrolló en torno a un río: el Indo y sus tributarios, hace unos 4,500 años. Hace 8 mil años se encuentran las primeras evidencias de poblados neolíticos con sus casas de adobe e instrumentos de molienda. Las inundaciones periódicas del Indo permitían el cultivo de cebada, trigo, algodón, frutas y verduras; domesticaron el ganado con joroba, el buey, el asno y los elefantes –que hasta hoy siguen siendo un símbolo de la cultura y la religión hindú-. La necesidad de contener las desastrosas crecidas del río Indo impulsó la unificación de las tribus y la construcción de las ciudades imperiales Mohenjo-Daro y Harappa. Fue quizá la combinación de la revolución neolítica con un acceso mucho más amplio al mar que otras civilizaciones de la antigüedad –con una reserva más grande de recursos y excedentes- lo que explica que estas dos ciudades hayan sido habitadas por unas 40,000 personas y la civilización en su conjunto haya ocupado un millón de kilómetros cuadrados, mucho más grande que Mesopotamia y Egipto. La centralización del trabajo por los reyes se expresaba en la construcción de ciudades asombrosamente planificadas y cuadriculadas en donde por primera vez en las historia se hace uso de desagües y cañerías. La antigua civilización del Indo es la menos conocida de las primeras civilizaciones de la antigüedad porque su escritura aún no ha sido descifrada y porque fue la menos longeva, “apenas” unos 2 mil años hasta su derrumbamiento final. Pero las huellas de esta civilización pueden encontrarse en el posterior periodo védico que daría las bases del hinduismo. Por ejemplo, la literatura “posvédica” contiene huellas claras de luchas dinásticas por tierras y tributos; el Mahabharata narra la lucha por tierras y la hegemonía entre dos dinastías rivales del norte de la India; ambas dinastías tienen un antecesor común, un dios con cabeza de caballo (Vyasa), no es difícil imaginarse aquí al antepasado tribal totémico de las dinastías rivales.

China (Hace 4 mil años)

La civilización china se desarrolló a partir del control de las aguas del Río Amarillo. El aprovechamiento intensivo de sus aguas para la siembra de arroz y mijo requirió de la construcción y renovación constante de represas ante el hecho de que el río puede cambiar repentinamente de curso o elevar su nivel por la excesiva acumulación de fango. Debajo de la primera capital de China  –Chengchow- se han escavado los restos de poblados neolíticos de la edad de bronce. Es presumible que antiguas tribus hayan sido unificadas por Chang –comenzando así la primera dinastía- hace unos 4 mil años y fundado la primera ciudad china conocida: Anyang.

El equivalente chino de las pirámides de Egipto fueron las colosales murallas que se comenzaron a construir desde la primera dinastía. La muralla que rodeaba a Chengchow tenía 20 metros de espesor en la base, una altura de más de 10 metros y rodeaba una superficie de 320 hectáreas –comparable a las ciudades más grandes de Mesopotamia-. Para aquilatar el nivel de organización que demostraba el poder del emperador en la construcción de las murallas, se calcula que esta antigua muralla fue construida por unos 10 mil hombres en un periodo de 20 años. El poder del emperador se demostraba también en el control de una producción artesanal especializada con materiales de arcilla, hueso, laca, jade y la fundición de metales –especialmente bronce- más avanzada del mundo, con una técnica de vaciado en barro y la precoz fundición del hierro casi al mismo tiempo que los hititas. Los Chinos eran capaces de forjar el hierro, una técnica que en Europa no se dominó sino hasta la Edad Media. “La sociedad era netamente jerárquica, con un rey divino, una aristocracia afín, plebeyos y esclavos […] Bajo los Zhou, la civilización china se expandió a lo largo del norte de China y empezó a abarcar el área del río Yangtsé hacia el sur. El rey delegaba poder a los miembros de la familia real y de la aristocracia, resultando en un sistema feudal de gobierno que abarcaba muchos pequeños Estados, unificados únicamente por su relación con el rey. Los nobles controlaban al campesinado agrícola, que producía la comida y proporcionaba el trabajo no remunerado en la construcción y otras obras públicas […]” (“Los orígenes de las civilizaciones,” p. 15). Bajo el imperio Qin se construyó la Gran Muralla para contener a los bárbaros del norte y, por si no fuera claro el poder del emperador, fue enterrado con un colosal ejército de terracota y bronce compuesto por 7 mil piezas de tamaño real con caballos y carros incluidos.

Dado su aislamiento, la civilización china fue el imperio tributario más longevo de la historia: se extiende unos asombrosos 4 mil años en el tiempo. Aún con la introducción del capitalismo y el derrocamiento de la dinastía Manchú por la Revolución China de 1911, la cultura china es la que más elementos culturales conserva de su cercano pasado tributario El hecho es que la escritura china sigue utilizando los complicados y característicos ideogramas que se inventaron hace miles de años. Quizá fue la cultura tributaria que más inventos técnicos logró, inventos que en occidente tendrían efectos revolucionarios. Veamos algunos ejemplos llamativos: como hemos visto China ya dominaba la forja del hierro hace unos 3,500 años, de hecho los artesanos eran capaces de producirlo en cantidades industriales, pero el hierro no significó la revolución que éste significaría en civilizaciones como la griega o, sobre todo, dentro del capitalismo. Esto se explica porque en Grecia la esclavitud se había generalizado, existían mayores relaciones comerciales por lo que el hierro se utilizó más en la producción artesanal. El caso del hierro en el capitalismo es más claro. Los rieles de hierro del ferrocarril fueron los nervios iníciales la revolución industrial; con el hierro se construyó la Torre Eiffel y el esqueleto de los rascacielos (símbolo del poderío industrial de la burguesía). La máquina de vapor jamás hubiera impulsado una locomotora sin el hierro. La aleación de hierro y carbono da el acero y con éste se pueden construir submarinos y acorazados. Pero la utilización del metal en este sentido sólo podía darse dentro del capitalismo y gracias a su loca búsqueda de beneficio. La antigua China, por el contrario, basaba su producción en el trabajo tributario, en la producción de valores de uso y no en la producción de mercancías; las dinastías no tenían mayor interés en aumentar la producción de bienes de los que sólo gozaban la aristocracia; esta tendencia a un autoconsumo limitado se veía reforzada por el hecho de que China estaba aislada del resto del mundo por desiertos y cadenas montañosas y alimentaba deliberadamente el aislamiento considerando a los forasteros como “diablos extranjeros”.

Aquí tenemos un notable ejemplo de que lo decisivo desde el punto de vista del desarrollo histórico no es el conocimiento abstracto o incluso la producción real de artefactos, sino la inserción de los conocimientos y artefactos en un modo de producción determinado y la forma en que éste puede o no absorber determinada tecnología en la producción. De la misma forma, no importó que Herón de Alejandría haya sido el primer inventor de la máquina de vapor (era sólo un juguete curioso) y que, en abstracto, la revolución industrial –que se daría realmente muchos siglos después- haya sido posible desde la antigüedad griega, sino el hecho de que la máquina de vapor nunca fue utilizada en la producción porque la clase dominante tenía una mano de obra esclava barata y abundante. Los chinos conocían el papel, la brújula y la pólvora; sin embargo, la lectura y escritura no se generalizó a amplias capas de la población; a pesar de la brújula, fue Marco Polo el que estaba interesado en la seda y té chinos y no al revés, y los ejércitos ingleses occidentales pudieron traspasar la Gran Muralla con la pólvora inventada por los chinos pero sobre todo con el peso del comercio mundial del opio.

El modo de producción tributario impedía una generalización del conocimiento –por lo menos relativa como se dio en el Renacimiento europeo- y el limitado desarrollo del comercio no impulsó grandes viajes de descubrimiento. El conocimiento y la técnica son indiferentes en sí mismos al margen de un modo de producción y un contexto social. En un contexto pueden ser revolucionarios, en otro ser simples juguetes curiosos.

Mayas (Hace 2,300 años)

Las aldeas mayas más antiguas se sitúan cerca de los ríos Usumacinta y el Belice en tiempos tan antiguos como mil años a.C. (probablemente los primeros habitantes fueron producto de migraciones Olmecas). Conforme dichas poblaciones se fueron desarrollando y la densidad de población fue creciendo (producto de la domesticación del maíz, la calabaza, el tomate, el frijol, etc.) las aldeas tuvieron que internarse en la selva del Petén en un entorno paradójico de “selva” en donde hay meses completos en que no cae una sola gota de lluvia y en donde al agua se filtra en el subsuelo de roca caliza; aquí tenemos el elementos de circunscripción. Las poblaciones que se internaron en la selva se vieron en la necesidad de revolucionar su modo de subsistencia, superar la técnica simple de la tala y quema, de tal modo que dicha revolución implicó el surgimiento del Estado. En la selva de Petén, algunos estudios han contabilizado 83 emplazamientos separados por una distancia media de 15 kilómetros. A finales de los setenta, se descubrieron una red de fosos y canales que se extendían a partir de los centros ceremoniales los cuales, a su vez, están ubicados cerca de cenotes o lagos subterráneos. La mecánica del surgimiento de la civilización Maya baja ya del cielo a la tierra y su mecanismo es, en términos muy generales, clara: la organización de grandes ejércitos de hombres en la construcción de estas grandes obras hidráulicas, el subsecuente aumento de la densidad de población producto de sistemas de riego más eficientes, además del control del comercio desde las tierras altas de materias primas inexistentes en la selva; todo ello permitió el ascenso de los jefes de la tribu por encima de las aldeas y permitió también que la densidad de población en el apogeo clásico fuera igual a la Europa moderna (250 personas por milla cuadrada) y alcanzara el grado de civilización. De este modo, los mayas inventaron un complejo sistema de escritura jeroglífica y complejos conocimientos matemáticos (los mayas inventaron el cero); realizaron observaciones astronómicas extraordinarias y contaban con un calendario incluso más exacto que el Gregoriano. Su arquitectura fue extraordinaria, así, por ejemplo, las pirámides truncadas de Tikal alcanzan los 57 metros de altura con ciudades planificadas y complejas. En otros textos hemos estudiado la riqueza del pensamiento mesoamericano y otros aspectos enigmáticos de su cultura: http://www.laizquierdasocialista.org/node/3086,  http://www.marxist.com/el-sacrificio-humano-en-los-pueblos-mesoamericanos.htm

Incas (Hace 2,200 años)

Los antecedentes del imperio Incaico, así mismo, parecen confirmar la hipótesis tributaria. Para satisfacer las necesidades de irrigación de una población en crecimiento, alrededor del año 200 a.C., se desarrolló un complejo sistema de regadío –para la siembra del maíz, quinua, kiwicha, Kañiwa, etc.- que tendió a la formación de una serie de Estados o protoestados –quizá el equivalente Olmeca de las culturas sudamericanas- más o menos independientes y con cierta unidad cultural (cultura Chavín que comienza a utilizar la cerámica); dos de estos Estados o protoestados fueron la cultura Moche y la Nazca.  Luego de la decadencia de estas culturas, el dominio de las etnias cuzqueñas frente a la confederación Chanca en el año de 1438, dio como resultado el surgimiento del imperio Inca –la hipótesis de Marx, señalada en “Formas de propiedad precapitalista”, acerca del surgimiento de la civilización Inca como producto de la guerra parece ser correcta. Creando uno de los imperios tributarios más grandes de la historia, abarcó más de 2 millones de kilómetros cuadrados.

No cabe duda que la sociedad Inca se basaba en la tributación en trabajo de comunidades que por base seguían siendo étnicas y tribales.  La base de la pirámide tributaria Inca estaba en el Ayllu (equivalente, al parecer, al altepetl mexica) o comunidad étnica agraria basada en los lazos de parentesco. Cada comunidad poseía tierras en común (equivalente del calpulli azteca) y ganado; unidades familiares podían poseer en usufructo tierras y ganado como cesión de parte del Ayllu; los miembros del Ayllu debían entregar tributo en trabajo para la construcción y mantenimiento de los canales y construcciones estatales; el tributo en trabajo también incluía la obligación de trabajar en las tierras estatales, los cuidados de los rebaños estatales, la prestación de servicios en el ejército y la producción artesana. Estos trabajos eran dirigidos por el Curaca o jefe, que, a su vez, dependía de las órdenes de un virrey (Suyuyuc Apu), el cual administraba una de las 4 regiones o territorios (llamados Suyos) en los que estaba dividido administrativamente el imperio; y dependía también de una casta noble (Panacas, sumo sacerdote, la cúpula militar). En la punta de la pirámide estaba el Inca –descendiente directo de Dios-, su esposa (La Coya –más las concubinas del rey-) y el hijo heredero (Auqui). Los registros de los tributos y los censos de población eran tomados por el Quipucamayoc en un sistema de notación llamado Quipu (cordeles de colores anudados en forma precisa). El sistema de control social y contabilidad parece no tener parangón entre los pueblos prehispánicos del continente.

Civilizaciones “madre” y civilizaciones “secundarias”.

Las primeras civilizaciones fungieron como un foco para el surgimiento de civilizaciones “secundarias” que derivaron de aquéllas a partir de nudos comerciales, fuentes de materias primas, productos artesanales, tributarios, etc. Aquéllos pueblos que no pudieron asimilarse a las necesidades de estos imperios y estorbaban a sus intereses, fueron exterminados; muchos pueblos cazadores recolectores fueron masacrados o convertidos en esclavos si sus territorios eran de interés. Pero además de exterminar, la civilización impulsó el desarrollo de algunos pueblos al mismo tiempo que estancó el de otros. Algunas tribus nómadas se convirtieron en enlaces comerciales y fuente de fuerzas militares para los imperios, abandonaron la agricultura porque podían obtener los productos agrícolas del comercio y aún de la rapiña. El declive de una civilización era la oportunidad para invadir y saquear. Las tribus mongolas vivieron en la periferia de la civilización China como los bárbaros germanos y bretones en la del Imperio Romano. Cuando el uso del hierro fue apropiado por estas tribus bárbaras, éstas se convertirán en catalizadores del colapso y decadencia del imperio más grande del mundo antiguo. Pero otros pueblos fueron impulsados para adelante: la civilización Minoica-Mecénica  de la isla de Creta, por ejemplo, fue un puerto comercial que conectaba a las civilizaciones de Oriente Medio con el Egeo y Asia; su carácter de puerto comercial le permitió desarrollarse al margen de los ríos y dedicarse a la creación de la famosa triada mediterránea (el trigo, la vid y el olivo); sus enormes palacios en forma de laberinto –como por ejemplo el Palacio Cnosos del mítico rey Minos- y su culto al toro, son la fuente del mito griego del minotauro; es muy probable, así también, que el colapso final de esta civilización, tras la explosión del monte Santorini, hace 3,700 años, sea el origen del mito griego sobre la Atlántida.

Tribus expulsadas de esta civilización darán origen a la prehistoria griega –relatada por Homero-que heredará, varios siglos después, la vocación comercial de los micénicos y la famosa triada mediterránea. Aquí tenemos un nexo claro entre el origen de la llamada civilización “occidental” y el “oriente” supuestamente incompatibles. Los Hititas de la península de Anatolia se desarrollaron en virtud de la necesidad de materias primas preciosas requeridas por los sumerios de los que tomaron su escritura, y si bien son deudores de las primeras civilizaciones pagaron el precio con la fundición del hierro; los hititas fueron derrocados por los lidios, quienes inventaron la moneda. La presión tributaria de los asirios babilónicos obligó a las tribus del norte del actual Irán a unificarse para formar el imperio Persa.

Así, una vez surgida la civilización, ésta se hace irreversible y se expande por una serie de convulsiones y de una forma contradictoria que conoce periodos de ascenso, decadencia, colapso y rupturas revolucionarias. Los griegos marcarán un punto de inflexión en el que se aglutinan todos los logros de las civilizaciones tributarias, se aprovecha la existencia de éstas para el desarrollo sin precedentes del comercio y se generaliza, por primera vez en la historia, la esclavitud en la producción -y no sólo en la vida doméstica improductiva como antes había sucedido- y se generaliza entre los “hombres libres” el uso de la escritura alfabética que dotó de mucha mayor flexibilidad al lenguaje escrito y la difusión de las ideas. Nace, con los griegos, un nuevo modo de producción: el esclavismo. La “cultura occidental” no es, por tanto, producto de ningún destino racial, espiritual o ideológico sino el legado de la antigüedad oriental, sin el cual hubiera sido imposible el salto revolucionario. Los griegos fueron una civilización “secundaria” excepcional. La falsa oposición entre “occidente” y “oriente”, así como el surgimiento de la civilización griega son temas que hemos discutido en otro texto: http://www.marxist.com/la-rama-historica-que-nos-lleva-al-capitalismo.htm

Los ritmos de desarrollo histórico entre el “viejo” y “nuevo mundo”.

Los primeros pueblos sedentarios del Creciente Fértil en Oriente Medio tuvieron la enorme ventaja fortuita de que los ancestros silvestres cereales del trigo y la cebada compartían el mismo nicho ecológico con los ancestros silvestres de los cerdos, las vacas y ovejas; por lo que la domesticación de cereales y animales se dio casi de forma simultánea. La domesticación de plantas y animales son dos fenómenos que se alimentan e impulsan mutuamente. La domesticación de los cereales permitió alimentar a los primeros herbívoros domesticados y la domesticación de los animales impulsó la agricultura con abono y, posteriormente, con animales de tiro y el arado; entre el descubrimiento técnico del arado a tracción animal, al descubrimiento del la rueda de tracción animal sólo hay un paso y con esto una inmensa ventaja para la acumulación y el comercio del excedente.

Los factores anteriores son un estímulo importante para el surgimiento de la primera civilización de la historia: la civilización Sumeria surgida hace unos 6 mil años. Esta ventaja histórica de los primeros pueblos sedentarios en el territorio que hoy conocemos como Irak explica en buena medida porqué fue el “viejo mundo” el que conquistó al “nuevo” y no a la inversa; y también explica el relativo retraso del ritmo de desarrollo de los pueblos del “nuevo mundo”. Cuando hablamos de retraso, debemos aclarar algo: nos referimos al desarrollo de las fuerzas productivas; es evidente, sin embargo, que los pueblos mesoamericanos estaban mucho más adelantados en temas “espirituales” como su conocimiento calendárico, matemático y astronómico que muestran que no existe un determinismo mecánico entre lo que los marxistas llamamos infraestructura y superestructura; sin embargo creemos, con Marx, que el desarrollo de las fuerzas productivas resulta, en última instancia decisivo.

En Mesoamérica no hubo grandes animales herbívoros capaces de ser domesticados –se extinguieron durante la etapa Clovis hace unos 12 mil años-; en Sudamérica la Llama, Vicuña y la Alpaca sirvieron como animales de carga pero eran inútiles como animales de tiro –quizá porque “las muy necias” no caminan si la carga supera los 50 kilos-, por ello en Mesoamérica era desconocida la rueda –excepto en juguetes- ya que era inútil para efectos productivos porque no existían animales para tirar carros (excepto los perros de tiro para los Inuit del Ártico pero este hecho no tiene relevancia para nuestro tema). Esto muestra que si los pueblos americanos no descubrieron la rueda no fue porque fueran estúpidos sino por la sencilla razón de que no la requerían. En biología, como en historia, “la necesidad crea el órgano”. Quizá sea la existencia de animales de carga en Sudamérica (lo que promueve el comercio y la acumulación de riqueza) lo que explique que fue aquí el primer lugar en el continente donde se inició la fundición del cobre hace unos 3,500 mil años; además de lo anterior, las condiciones geográficas en Oriente Medio permitieron una mayor interrelación y difusión cultural en el “viejo mundo”. En general, no existen tantas barreas geográficas entre el Creciente Fértil, el norte de África y el mundo mediterráneo, regiones que estaban unidas por relaciones comerciales, camellos que podían cruzar desiertos y tribus nómadas; Mesoamérica, por el contrario, es un medio dividido por valles, cadenas montañosas y desiertos –las tribus nómadas de Norteamérica no conectaban a Mesoamérica con alguna otra civilización- a tal punto que entre las civilizaciones mesoamericanas y los Incas no hubo ninguna interacción evidente o relevante; por el contrario, entre Babilonia y Egipto existían relaciones culturales y comerciales aunque fueran en virtud de la necesidad de artículos de lujo.

El motor principal para el proceso de surgimiento de los primeros Estados y civilizaciones en Mesoamérica fue la domesticación del maíz, factor que no se vio fortalecido e impulsado con animales domesticados que pudieran utilizarse en la producción y que limitó la llamada “revolución de los productos secundarios” en estas tierras. Ello explica la relativa dilatación entre la domesticación del teocintle hace 8 mil años –que abre el periodo formativo mesoamericano- y las primeras jefaturas megalíticas (Olmecas) hace unos 3 mil años, mientras que la neolitización en Oriente Medio impulsó las primeras jefaturas y estructuras megalíticas (Gobekli Tepe de hace unos 11 mil años –véase: http://www.laizquierdasocialista.org/node/2826 ). Casi de forma inmediata, hay que agregar que la neolitización comenzó aquí –por factores ecológicos muy benévolos- casi cuatro mil años antes que en el “nuevo mundo”. La utilización de animales de tiro en la agricultura constituye un aliciente importante para el descubrimiento de mejores técnicas para la fundición del hierro hecho por los Hititas (en la península de Anatolia hace unos 3,800 años) mientras que el hierro jamás fue utilizado en el continente americano. La generalización del hierro en la producción artesana combinada con la generalización de la esclavitud y el fortalecimiento de las relaciones comerciales explican, en buena medida, las características de la civilización griega y el nacimiento de la llamada “cultura occidental”. La razón de que el hierro jamás se utilizó en Mesoamérica se debe, quizá, a que la casta dominante estaba muy poco interesada en la producción de un metal barato que pudiera independizar a los artesanos del templo; el comercio no se desarrolló lo suficiente como para impulsar una mayor producción artesanal. Así, el relativo retraso histórico en el desarrollo de las fuerzas productivas de los pueblos mesoamericanos y andinos con respecto a las civilizaciones de Oriente Medio se debe a una serie de condiciones materiales y ecológicas fortuitas que las impulsaron de manera diferencial. Ninguna teoría racista puede explicar ni remotamente este fenómeno; el Materialismo Histórico, por el contrario, da elementos objetivos que arrojan luz y revelan que estas desigualdades no tienen nada que ver con una mayor inteligencia o destino racial sino con factores objetivos que fueron ajenos a la voluntad e inteligencia de estas primeras civilizaciones. 

Conclusión

Si la historia humana, el surgimiento de la humanidad y la civilización, constituyen enigmas indescifrables dominados por la irracionalidad, el azar y el capricho (tal como sostienen las modas posmodernas) ya podemos renunciar a explicar fenómenos de importancia fundamental para la mayor parte de la humanidad como la explotación, la desigualdad, la pobreza, la destrucción del ambiente, la opresión de género, etc. Las modas posmodernas, a pesar de su superficial radicalismo, resultan muy convenientes para la pequeña élite que se ve beneficiada por la situación actual – y de la cual se benefician también los posmodernos encerrados en sus torres de marfil- porque evitan cualquier explicación que amenace su estatus y poder. Es verdad que las consecuencias prácticas indeseables de la teoría no pueden constituir el criterio de su veracidad; si los posmodernos tienen razón en la imposibilidad de entender la historia, no hay nada que podamos hacer al respecto (llama la atención que aquellos que hablan sobre la imposibilidad de la comprensión racional hayan escrito infinidad de  libros –pesados y aburridos- para explicar la imposibilidad de explicar nada). Sin embargo, los posmodernos se equivocan. Creemos que su reinado empieza donde existe la oscuridad y finaliza donde empieza el conocimiento. Con todo y la imperfección de nuestros conocimientos (que por lo demás jamás pueden ser absolutos), estamos de acuerdo con Marvin Harris cuando señala que “por imperfectas que puedan ser, las soluciones probables deben tener prioridad sobre esa inexistencia de soluciones (…)” [“Vacas, cerdos, guerras y brujas”, Marvin Harris, p.14].

Hemos subrayado con insistencia el hecho de que durante la mayor parte de la historia humana, los seres humanos se las arreglaron bastante bien sin leyes escritas, sin Estado, sin castas, sin ejército y sin desigualdades en status y poder, sobre todo, sin explotación y sin clases sociales. Se diría que la supuesta naturaleza humana que la burguesía proyecta a todos los tiempos e incluso a todas la galaxias, es un hecho bastante reciente; con más razón podríamos decir – a la vista de la moral dominante en los pueblos cazadores recolectores- que el ser humano tiende más al cooperativismo que al individualismo y a la generosidad que al egoísmo. Esa supuesta “naturaleza humana”, tan plástica y cambiante, lo único que demuestra es que existe la posibilidad de configurarla transformando las relaciones sociales y el contexto material que le sirve de base. Hemos tratado de mostrar que la guerra no es una actividad impresa en los genes del hombre sino que surge en la prehistoria en virtud de la necesidad de dispersar a las bandas de cazadores y recolectores (hay que recordar, sin embargo, que no hay evidencias contundentes de guerra durante el paleolítico). 

La revolución neolítica no fue, simplemente, una gran idea que hubiera podido suceder en cualquier momento. Como suele suceder en la historia, una crisis histórica fue resuelta mediante una revolución; el cambio climático del fin del pleistoceno obligó a los pueblos cazadores y recolectores a emprender una de las revoluciones más radicales de la humanidad. Es sorprendente que el mesolítico (como fenómeno cultural) se presentó en sociedades sin ningún tipo de relación (en Mesoamérica al mesolítico, por ejemplo, se le conoce como periodo arcaico) aún cuando sus ritmos fueran diferentes. Sus repercusiones cambiarían el modo de vida de los últimos 200 mil años -incluso más si incluimos a los homínidos que antecedieron al sapiens-sapiens.

La producción de un excedente catalizó el surgimiento de castas privilegiadas, jefaturas, guerras regulares y en última instancia el Estado y la civilización; una transformación de este calado en apenas unos cuantos miles de años no tiene precedentes. El proceso de jerarquización va desde los cabecillas propios del comunismo primitivo, pasando por los “grandes hombres”, para llegar a las jefaturas y finalmente a los Estados con sus reyes, faraones y tlatoanis.

Es una muestra clara de la existencia de leyes subyacentes en la historia el hecho de que en las llamadas “civilizaciones prístinas”, -civilizaciones que surgieron de manera independiente (Mesoamérica, Sudamérica, Medio oriente, India, China, África)-, se dieran fenómenos sorprendentemente similares (aunque divergentes en su forma y contenido) como el surgimiento de las clase sociales, el Estado, la arquitectura monumental, la escritura jeroglífica, la metalurgia, la astronomía, las matemáticas, etc. Incluso en cuanto a su contenido, las similitudes no dejan de llamar la atención; los modos de producción tributarios que organizaban la construcción de grandes obras públicas (sobre todo hidráulicas) que se manifestaron en la construcción de monumentales estructuras piramidales orientadas de acuerdo a fenómenos celestes de importancia para los ciclos agrícolas (En Mesoamérica desde los montículos de la cultura Olmeca hasta las impresionantes pirámides de Teotihuacán y los mexicas, lo mismo en Sudamérica antes de los Incas; en Mesopotamia encontramos los Zigurats, en Egipto las famosas pirámides, etc.).

El capitalismo no es más que la última etapa de la sociedad dividida en clases, factores invisibles y subterráneos “conspiraron” para que las civilizaciones de la antigüedad colapsaran a pesar de que en estas sociedades la historia solía avanzar a “paso de tortuga”. El capitalismo, con su vertiginoso y anárquico desarrollo, está condenado a desaparecer en un plazo mucho más corto. El “topo de la historia” sigue haciendo su “túnel” y socavando las bases del sistema de una forma directamente proporcional al desarrollo de las fuerzas productivas. Lo que en el pasado se gestaba bajo la superficie está saliendo a la luz del día. Estamos viviendo los estertores agonizantes del capitalismo que amenazan a la civilización misma en la forma de barbarie, guerras, crisis, desempleo e incertidumbre; pero también lucha de clases a un nivel sin precedentes. Las sociedades antiguas solían colapsar sin que ninguna clase fuera portadora de relaciones sociales más altas. El capitalismo ha interconectado a todo el planeta y creado una clase social capaz de derribar el sistema y organizar nuevas formas de relación y producción social, eso nos da derecho a ser optimistas.

 

La civilización se halla al borde de una etapa de transición, es necesario que la clase obrera empuje al vejestorio más allá del abismo –la fruta podrida del capitalismo no caerá sola-. Como lo dijo Marx- retomando una frase de Esopo- “Hic Rhodus, hic salta” (¡Aquí está tu destino, salta aquí!).

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Fecha: 

20 de Noviembre de 2013

Teoría Marxista: