[Carta a la redacción] Conciencia apócrifa Vs. Conciencia revolucionaria

Escrito por: 

Darío Netli, Quintana Roo

En la postmoderna sociedad burguesa, no se pude hablar de conciencia revolucionaria excluyendo su génesis: la conciencia de clase. Asimismo, sin valorar su carácter dialéctico-materialista. Esto es porque no se puede adquirir plena conciencia revolucionaria sin conciencia de clase, o lo que es lo mismo, sin el pleno reconocimiento y comprensión de la posición que se ocupa dentro de las relaciones sociales de producción —respecto a los medios fundamentales de producción y el régimen de propiedad— y la firme disposición a luchar por abolirlas. Por tanto, hablar de conciencia revolucionaria implica reconocer el carácter histórico y revolucionario de la lucha de clases.

Negar la realidad histórica de la lucha de clases como el motor impulsor de los cambios socio-económicos y culturales, desde la posición de clase oprimida, es una actitud pasiva y conservadora, al grado de llegar, en determinados casos, a constituir un freno rotundo al avance revolucionario. El conservadurismo obrero-campesino e intelectual le es inherente a la sociedad burguesa: es un producto de la falsa conciencia que emana del carácter mistificador de su economía política e ideología, promovidas a través de los instrumentos de transmisión ideológica con los que cuenta la clase dominante —legitimados y respaldados por el Estado burgués y sus aparatos institucionales—, que actúan como agentes deformadores de la conciencia y reguladores del comportamiento social, cuyo principal objetivo es perpetuar las relaciones sociales de sojuzgamiento-sumisión sobre las que se erigen su status económico privilegiado y hegemonía política.

En consecuencia, la conciencia revolucionaria se despliega en aras de asumir el control de la estructura económica de la sociedad (en este caso capitalista), con el inmediato propósito de instaurar un nuevo modelo económico y nuevas relaciones de propiedad sobre los medios fundamentales de producción, financieros y el establecimiento de una nueva superestructura política, ideológica y jurídica, que permitan la instauración de nuevos valores, principios y leyes que rijan la nueva sociedad.

¡En el papel todo parece muy sencillo, pero, en la práctica, la realidad es otra!

No debemos olvidar que en la sociedad burguesa las relaciones sociales se deslizan en el oscuro laberinto de una falsa representación de la realidad objetiva, la cual encubre su carácter de clase, adonde una explota a otras de manera fantasmagórica e encubierta, apropiándose de un plustrabajo sobre el cual no se tiene ni idea de su existencia. Así de simple: en la sociedad dividida en clases están los que trabajan y producen (obreros asalariados, campesinos, empleados públicos y de los servicios, etc.) y los que viven del trabajo ajeno. Sin embargo, esta contradicción, que atenta contra la sociedad, es muy difícil de percibir en la cotidianeidad, sólo se alcanza a visualizar que mientras unos pocos se hacen excesivamente ricos sin doblar el lomo una mayoría cae en la miseria económica y espiritual más atroz.

Por lo tanto, es una realidad que el primer destello de la conciencia revolucionaria no se basa en el conocimiento preciso de la posición que se ocupa dentro de las relaciones sociales de producción ni del régimen de propiedad. O sea, en un primer momento, no se reconoce que el carácter social de la producción y el carácter privado de la ganancia es la fuente (contradicción) principal propulsora del antagonismo revolucionario: el detonante principal de la lucha de clases.

La conciencia revolucionaria, por parte de la clase dominada (el obrero industrial, el bancario, el de los servicios, el agrícola, el campesino, etc.), comienza a darse de manera espontánea en la célula básica del modo de producción: la unidad productiva (fábrica, empresa, banco, fundo agropecuario, entre otros) ¿Qué la hace detonar? Increíblemente, la confluencia de varias situaciones adversas, tales como: una reducción salarial, una crisis económica, el desplazamiento del capital, el quiebre de una empresa, el paro indefinido, la eliminación de prestaciones y servicios, entre otros.

El ambiente de enajenación y alineación impuesto por el sistema capitalista, adonde se desenvuelve el trabajador, está desprovisto generalmente de un espíritu de colectivismo y camaradería consecuente con nuestra condición humana. Todo permanece de tal modo mientras las condiciones tanto internas como externas —de la unidad productiva— marchen conforme a la correspondiente satisfacción de las necesidades y expectativas de los obreros: buenos sueldos; prestaciones y vacaciones.

En estas circunstancias, salvo contadísimas excepciones, durante el proceso productivo campea el sentimiento individualista promovido por el carácter mistificante de la producción capitalista y los valores morales contrarios al carácter social de esta, inculcados por el modelo de educación burguesa. Inicialmente, ningún obrero sabe que la ganancia de su patrón no se basa en las operaciones del mercado, como los economistas se afanan en defender, sino en la repetición constante del proceso productivo, adonde su pellejo ha sido y seguirá siendo curtido muy por debajo de su valor real. Esto es lógico porque la economía e ideología burguesas enseñan y defienden la tesis de que la fuerza de trabajo es sólo un factor más del proceso productivo, encubriendo la ley del valor de la manera más pedante y engañosa posibles, por tanto, los obreros desconocen el carácter social de la producción. En determinada fase del sistema, los trabajadores sólo alcanzan a ver que mientras su patrón se hace cada vez más rico, ellos, al mismo tiempo, se hunden en la miseria.

Así, desgraciadamente, lo que viene a unir al grupo no es la afinidad técnica, laboral o afectiva, sino un problema de fuerza mayor que afecte al conjunto. Sólo entonces empezarán a verse y luchar como tal: como un colectivo humano con intereses comunes; como una fuerza social. Los bajos salarios y determinadas condiciones laborales adversas serán los principales provocadores del conflicto y, por ende, el germen de la conciencia de clase. Así empieza la lucha: los obreros defenderán su sustento y los capitalistas sus ganancias.

De la misma forma sucede a nivel nacional y global. Puede darse el caso de la explosión de un determinado sector, el minero, por ejemplo, y que los obreros de la industria energética o del turismo se muestren indiferentes, porque sus condiciones laborales todavía son favorables, incluso, pueden hasta criticar a sus colegas asalariados por su actitud insurrecta. De ese modo, veremos una huelga sectorial, llena de carteles que identifican a los huelguistas no como clase sino como lo que son: mineros.

La conciencia revolucionaria es ante todo humanista

El humanismo es un sistema de ideas que expresan respeto por la dignidad humana, vela por la justicia y la igualdad, se preocupa por el bien de los demás y por condiciones sociales favorables.
De ahí que la conciencia revolucionara signifique una ruptura en el pensamiento y en la actitud del sujeto ante la vida, antes regulada por el sistema de valores promovidos institucionalmente por la clase en el poder: es una nueva conciencia moral que rechaza cualquier forma de explotación u opresión del hombre por el hombre. Del mismo modo, el engaño y la manipulación.

¿Se pude ser sensible ante las injusticias y no tener conciencia revolucionaria?

Es un hecho, aunque hay injusticias sobredimensionadas y otras imperceptibles. En el capitalismo, la clase obrera —y todas las demás— perciben una realidad falseada, por lo tanto, predomina una conciencia moral individualista hasta en los casos de injusticia extrema. Por ejemplo, podemos ver a trabajadores del turismo —unificados en una especie de aristocracia obrera, gracias a sus buenos ingresos y los estímulos materiales otorgados por las corporaciones y sociedades anónimas— formando comitivas para recabar fondos en apoyo a las comunidades indígenas. Sin embargo, no se identifican con los maestros en huelga y los recriminan por no acatar los designios del Estado burgués, el cual lanza reformas privatizadoras y les recorta el presupuesto constantemente.

Los indígenas, por ejemplo, constituyen en la actualidad la mayor parte de la población que padece el cáncer del rezago educativo, por razones obviamente económicas y estructurales del sistema. Nada resuelven las dádivas de los que tienen mejores ingresos o las políticas asistencialistas del Estado y los gobiernos, por el contrario, empeoran la situación. Se necesita un sistema de educación pública eficiente y científicamente actualizado, cosa materialmente palpable en sentido opuesto en la realidad (los indígenas, en algunas zonas de México, constituyen la mayor fuerza de trabajo en sectores como la construcción: producto de su bajo nivel cultural y educativo, es comprada muy por debajo de su valor).

En muchos casos, vemos como se acopian donaciones de vestuario, alimentos y juguetes para ser entregados a las comunidades, en un acto de purificación del alma, de la conciencia, pero, cuando a estos elementos de «clase media» se les exhorta a protestar por la imposición de nuevos gravámenes a los alimentos o a unirse en la lucha por la reivindicación de los derechos de los campesinos, todo el mundo quieto en base, porque son causas ajenas a los intereses individuales. «Que cada cual luche por lo suyo» o «que se pongan a trabajar y no protesten tanto»: constituyen frases comunes no sólo entre personas clase medieras, sino entre obreros asalariados, también afectados de algún modo.

Se sobredimensiona la pobreza como un producto de la mala gestión gubernamental de ciertos políticos o partidos en turno, no se percibe como un efecto inevitable y necesario del modo de producción capitalista. Los procesos de acumulación, concentración y centralización de capitales van en dirección opuesta al bienestar de toda la sociedad, porque es matemáticamente imposible que todos tengan oportunidad de inserción a las operaciones empresariales y del capital. Esas leyes inobjetables de la reproducción de capitales producen, por una parte, los monopolios y, por otra, la concentración social de la miseria. No hay nada más inhumano e injusto que la centralización de capitales, última fase del proceso de acumulación, sin embargo, el desconocimiento de esta realidad mantiene a la mayor parte de la clase obrera con los ojos vendados, sólo percibe el efecto: la pobreza extrema; el desempleo; la inflación o el estancamiento económico.

De lo que si no hay duda es que un grado superior de conciencia revolucionaria implica necesariamente un compromiso moral elevado, adonde la sensibilidad humana es lo que regula el comportamiento individual. La conciencia revolucionaria significa un salto cualitativo en la esfera moral de la personalidad: es la constante preocupación por los demás; el compromiso irrevocable de hacer el bien y la firme convicción de la necesidad de luchar por alcanzar la justicia y la dignidad plenas del ser humano, sin distinción de raza, credo o procedencia. Cosas que en el capitalismo monopolista de estado son material y espiritualmente imposibles de lograr.

¿Es imprescindible el estudio del marxismo u otras teorías revolucionarias para formarnos una conciencia revolucionaria?

Diríamos que no, pero, sí sería necesario para alcanzar un grado superior. ¿Por qué? Existe mucha confusión al respecto. La conciencia es la realidad objetiva circundante sensorialmente percibida e inscrita en el plano intrapsicológico. Por lo tanto, la experiencia personal nos puede conducir hacia ciertos puntos clave del conocimiento de nuestro entorno y, por consiguiente, a mostrar disposición a cambiarlo. O sea, aquello que es evidentemente perceptible como nefasto (la pobreza, el desempleo, el abuso de autoridad, la corrupción, el fraude electoral, la demagogia, etc.) es suficiente, en algunos casos, para adoptar una postura crítica, revolucionaria, que quiere decir: aspirar a un cambio de circunstancias en beneficio de la comunidad.

Sin embargo, eso no implica que las personas entiendan las circunstancias ni que sepan cuál es el cambio que se necesita, porque el análisis concreto de una situación concreta amerita procedimientos mentales desarrollados y herramientas teóricas específicas que no se venden en el mercado. A saber: la burguesía distribuye la bibliografía que le conviene en aras de perpetuar su dominación, procurando desaparecer de las bibliotecas y mercados las fuentes del conocimiento científico que le darían sepultura (como la hacía la Santa Inquisición). Además, recordemos que la educación institucionalizada, en el sistema de dominación capitalista, es el instrumento estructural más eficiente de transmisión ideológica al servicio de la clase en el poder, por ende, la generalidad pragmática y programática implica el adoctrinamiento burgués, el cual básicamente se reduce a que: en la prosperidad individual está el progreso social. De ese modo, afianza su poder económico y político, lanzando al resto de la sociedad a la encrucijada del «sálvese quien pueda».

A esto le favorece el hecho de que la conciencia va rezagada a las condiciones materiales del individuo, ya que al ser una representación mental del entorno y, más aún, siendo los humanos seres hijos de la fuerza de la costumbre, la conciencia busca adaptarse y justificar su permanencia en el ambiente que le rodea, por tanto, la conciencia humana no es por naturaleza revolucionaria, sino todo lo contrario: conservadora. Por eso, las circunstancias adversas del entorno y la naturaleza conservadora de la conciencia producen un conflicto interno psíquico, subjetivo, moral.

Cuando hablamos de falsa conciencia, debemos recordar la profundidad del problema, o sea, hay cosas objetivamente comprobables a simple vista, como el desempleo o la pobreza, pero, lo que las genera es lo que presupone la representación falsa o inconclusa. Sabemos que el capitalista obtiene ganancias, no obstante su más que evidente objetividad, según los estados de cuentas, se desconoce cuál es la verdadera fuente de ella (la producción de plusvalía, el trabajo no retribuido al obrero).

En ese sentido, podemos plantear que la conciencia revolucionaria representa un impulso interior, derivado de un conflicto intrapsicológico e interpsicológico, entre nuestra postura tradicionalmente conservadora y la acumulación de circunstancias externas adversas, perceptibles en nuestro entorno.

¿Es suficiente la agudización de determinadas contradicciones externas para alcanzar un grado superior de conciencia revolucionaria?

Consideramos que no. Esto es porque primero hay que salir de la falsa conciencia impuesta por las relaciones de dominación capitalistas. Pero, ¿cómo? Adentrándonos en el funcionamiento sistémico-estructural del modo de producción, conociendo cómo funciona el sistema en aras de fijar las causas concretas y los métodos necesarios para combatirlas. Es aquí donde se materializa lo que muchos revolucionarios han aseverado, como Lenin, por ejemplo: «No hay teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria y viceversa»: no hay revolución sin teoría revolucionaria.

Todo proyecto alternativo que no contemple cambiar la estructura económica de la sociedad es un proyecto reformista o socialdemócrata, o sea, no es revolucionario, por lo general, es propulsado por sectores de la aristocracia obrera, intelectuales de clase media que aspiran al poder político y pequeño burgueses que anhelan a un mejor estatus económico, antes arrebatado por sus competidores monopolistas.

Pero esto también es típico en la sociedad burguesa, los procesos de concentración y centralización de capitales implican el despojo masivo de los capitales pequeños, o sea, la expropiación capitalista de gran parte de la pequeña y mediana propiedad. Llegado a este extremo, la misma sociedad burguesa, en su fase monopólica, lleva el germen de dos revoluciones: la de los pequeños burgueses desplazados (económica y políticamente) y la del proletariado-campesinado (excluidos y condenados a la miseria).

Ahora bien, ¿dónde conseguimos esos libros? Claro, no podemos olvidar que la clase hegemónica conoce sus debilidades, por lo tanto, como en otras épocas, se excluye todo cuanto estimule el estudio de las verdaderas leyes por las que se rige el sistema. Toda teoría revolucionaria queda excluida de la enseñanza normal y universitaria, salvo el caso de algunos pedagogos y centros universitarios que apuestan por la vía científica, desechando la apología burguesa, a pesar de los dictámenes oficiales. Obras del estante marxista, como El Capital y el Manifiesto del Partido Comunista, son suficientes para salir del marasmo conservador que llevamos dentro. No obstante, la formación integral se dará en la sistematización de varios contenidos, entre los que se destacan, aparte de la economía política marxista, los de historia, filosofía, cultura política, ética y valores morales, entre otros de actualidad nacional e internacional.

Por tanto, inferimos que el grado de conciencia revolucionaria superior se alcanza a través de un proceso de interconexión dialéctica dado en una fase transitoria de la práctica a la teoría (pensamiento revolucionario), y de la teoría a la práctica (praxis revolucionaria). En todos los casos, es imprescindible el estudio y la formación para alcanzar un grado de conciencia superior que nos permita no sólo avanzar a la par de los cambios, sino adelantarnos a ellos. Sólo así, se podrá luchar contra el capitalismo y cerrarle el paso a las tendencias reformistas y socialdemócratas, estupefacientes apaciguadores de la rebeldía social, el lápiz labial del capitalismo, la marihuana de la conciencia de clase, el evangelio moral pequeño burgués, el lobo disfrazado de oveja que frena los cambios por la vía revolucionaria, negando y combatiendo ideológicamente la lucha de clases.

¿La conciencia revolucionaria implica asumir como único camino la lucha armada?

En cuanto a esta histórica interrogante también se tiende a la tergiversación, producto de la propaganda capitalista y su guerra ideológica. Primero hay que definir que no es lo mismo métodos y fines. El fin de una revolución no es el enfrentamiento en sí mismo, sino el cambio de un modo de producción por otro más avanzado, la transformación radical de la sociedad que implica, transitoriamente, la toma del poder por parte de la clase antes dominada y la instauración de nuevos valores, leyes y objetivos. Lucha armada o pacífica constituyen vías para la concreción de un proceso revolucionario, el fin sería abolir las relaciones económicas basadas en la propiedad privada sobre los medios fundamentales de producción, financieros y de comunicación, lo que implica la necesaria expropiación de estos. O sea, estamos ante la histórica lucha: poder burgués (monopolios, consorcios transnacionales, capital financiero, etc.) vs poder popular-comunitario (proletario, campesino, comunidades indígenas, estudiantes, profesores, médicos, etc.). Un grado de conciencia revolucionaria superior nos indicaría el fin, pero, los métodos, aunque sean bien conocidos y estudiados, serán un producto de condiciones objetivas concretas, derivadas de circunstancias específicas propias del lugar adonde se geste un proceso revolucionario. En todos los casos han sido las circunstancias las que le han despejado el camino a la clase oprimida hacia la toma del poder, por una u otra vía.

No nos queda duda de que «… la revolución es imposible sin una situación revolucionaria; además, no toda situación revolucionaria desemboca en una revolución. ¿Cuáles son, en términos generales, los síntomas distintivos de una situación revolucionaria? Seguramente no incurrimos en error si señalamos estos tres síntomas principales: 1) La imposibilidad para las clases dominantes de mantener inmutable su dominación; tal o cual crisis de las “alturas”, una crisis en la política de la clase dominante que abre una grieta por la que irrumpe el descontento y la indignación de las clases oprimidas. Para que estalle la revolución no suele bastar que “los de abajo no quieran”, sino que hace falta, además, que “los de arriba no puedan” seguir viviendo como hasta entonces. 2) Una agravación, fuera de lo común, de la miseria y de los sufrimientos de las clases oprimidas. 3) Una intensificación considerable, por estas causas, de la actividad de las masas, que en tiempos de “paz” se dejan expoliar tranquilamente, pero que en épocas turbulentas son empujadas, tanto por toda la situación de crisis, como por los mismos “de arriba”, a una acción histórica independiente.

»Sin estos cambios objetivos, no sólo independientes de la voluntad de los distintos grupos y partidos, sino también de la voluntad de las diferentes clases, la revolución es, por regla general, imposible. El conjunto de estos cambios objetivos es precisamente lo que se denomina situación revolucionaria. Esta situación se dio en 1905 en Rusia y en todas las épocas revolucionarias en Occidente; pero también existió en la década del 60 del siglo pasado en Alemania, en 1859-1861 y en 1879-1880 en Rusia, a pesar de lo cual no hubo revolución en esos casos. ¿Por qué? Porque no toda situación revolucionaria origina una revolución, sino tan sólo la situación en que a los cambios objetivos arriba enumerados se agrega un cambio subjetivo, a saber: la capacidad de la clase revolucionaria de lleva a cabo acciones revolucionarias de masas lo suficientemente fuertes para romper (o quebrantar) el viejo gobierno, que nunca, ni siquiera en las épocas de crisis, “caerá” si no se le “hace caer”».1

Sería un graso error no considerar el componente militar, aunque se opte por la vía electoral, debido a que la clase hegemónica en el poder cuenta con los aparatos represivos del viejo Estado burgués: ejército, policía, cárceles. No así la oprimida, la cual sólo cuenta con suficiente indignación, problemas económicos y aspiraciones.

En Venezuela, por ejemplo, se lleva a cabo una transformación revolucionaria del país, cuyo ascenso al poder fue por la vía electoral, pero, contando con el apoyo militar del ejército. No obstante, hubo un golpe de Estado apoyado por el imperialismo yanqui, que fue destruido finalmente gracias a la rebeldía popular y la lealtad de un grupo de soldados y oficiales comprometidos con la revolución bolivariana.

Si nos remontamos a 1973, cuando el golpe de Estado dado al presidente electo Salvador Allende, se corrobora este factor preponderante: el componente militar. Si los obreros que tomaron las fábricas hubiesen sido organizados y entrenados militarmente, es muy probable que la burguesía y sus estandartes militares lo hubiesen pensado dos veces antes de abalanzarse contra el gobierno constitucional y reprimir brutalmente a los obreros y estudiantes.

En dirección contraria, citamos el ejemplo de la revolución española de 1936, la cual mostró una vez más que una revolución, cuando estalla, no deja espacio para el mero anhelo de abolir el estado, sino que exige, irrestrictamente, su conquista. La tesis central del anarquismo: pasar del estado capitalista a la anarquía, disolviendo el Estado, diluyendo todo poder, sin transición alguna, es decir, hacer la revolución sin tomar el poder, quedó enterrada en medio del drama español de 1936.

El avance hacia el socialismo implica radicalmente una ruptura con el parlamentarismo burgués, asimismo con el modelo de democracia burguesa y su carcomido pluripartidismo. Por lo tanto, en aras de la construcción de una sociedad socialista es imprescindible modificar el aparato estatal completo: disolver el parlamento e instaurar una asamblea nacional del poder popular o comunal (con elecciones desde la base, adonde el pueblo sea quien poronga y elija a sus candidatos, no ningún partido político); disolver los aparatos represivos y dotar militarmente a la clase trabajadora (con su respectivo entrenamiento y organización) en aras de proteger y garantizar el avance del proceso revolucionario; reestablecer la soberanía económica, financiera y comunicacional, mediante la intransigente nacionalización de los recursos naturales estratégicos, y la expropiación socialista de los medios fundamentales de producción, financieros y de comunicación. La historia nos ha enseñado que el aparato burocrático estatal no se puede abolir de un plumazo, sino que se extinguirá una vez que hayan desaparecido las clases sociales. Eso exige un complejo y arduo proceso de transición, históricamente denominado: Socialismo.

Una persona con conciencia revolucionaria sabría diferenciar entre el populismo demagógico —reformismo y socialdemocracia electorera— y un verdadero proceso de cambios revolucionarios que implique el tránsito hacia el Socialismo. No obstante, volvemos a ratificar que en el papel todo parece muy sencillo, pero, en la práctica, es un proceso bastante complejo y demorado. Una infinidad de factores frenan la efectiva y consecuente formación de la conciencia revolucionaria en la clase obrero-campesina, a pesar de existir circunstancias de extrema adversidad al ser humano en la actualidad, aunque, la mayoría de ellos se derivan de la falsa conciencia inherente a la sociedad (burguesa) dividida en clases.

Por eso, no se podrá acelerar el funeral del modo de producción y dominación capitalista sin antes asumir la objetividad de la lucha: conciencia revolucionaria vs falsa conciencia. Todo lo cual implica una efectiva batalla de ideas y un exhaustivo trabajo político-ideológico en todos los frentes, lo que incluye también a los sectores más progresistas de la pequeña burguesía, a los cuales se deben ganar para la causa revolucionaria del proletariado-campesinado.

De aquí se concluye, tal y como nos lo legara el Comandante en Jefe Fidel Castro, que: «UNA REVOLUCIÓN SÓLO PUEDE SER HIJA DE LA CULTURA Y LAS IDEAS»2.

¿La conciencia revolucionaria implica reconocer a los adinerados como enemigos de la revolución?

Esto es carne de picadillo capitalista. La ideología promovida por la élite dominante nos ha acostumbrado a echar en un mismo saco a todo el que tiene o el que no tiene dinero acumulado. A cada rato escuchamos que fulano es de clase media alta, o que perencejo es de clase baja. O sea, la división socio-clasista se reduce a los ingresos que poseamos, a la cantidad de lujos que nos granjeemos o al puesto empresarial en el que nos desempeñemos. En todos los casos, desde esta perspectiva, el ingreso monetario fija la clase social en el que se encuentra la persona.

Sin embargo, esto es una falsa representación de una realidad que ha sido mistificada, en la cual son víctimas todas las gradaciones sociales existentes en la sociedad burguesa regida por las relaciones de sojuzgamiento-sumisión.

No es nuestro propósito abundar sobre tan importante tema en el presente análisis, mas, hacemos una síntesis en aras de concretar una respuesta adecuada a esta parte sensible que mide el nivel de conciencia adquirida durante un proceso revolucionario.

¿Cómo se determinan entonces las calases sociales?

Las clases sociales se definen por la posición que ocupamos dentro de las relaciones de producción y respecto al régimen de propiedad. El modo de producción capitalista se basa en la propiedad privada de los medios de producción, financieros y de comunicación. O sea, cuando hablamos de propiedad privada, no estamos ante el carro, el terreno o la vivienda que hayamos adquirido mediante el ahorro derivado de nuestro esfuerzo personal, físico o intelectual, sino ante una expresión jurídica, fijada históricamente por la ley burguesa, que caracteriza específicas relaciones entre las personas durante el proceso productivo, la cual permite que unos vivan y se enriquezcan extraordinariamente a costa del trabajo de otros gracias a su condición de ser propietarios de medios de producción.

Cuando se habla de abolir la propiedad privada, no se trata del simple acto de la expropiación física, sino de la abolición definitiva de las relaciones sociales de producción basadas en la explotación del hombre por el hombre, y sus nefastas consecuencias económicas, espirituales y culturales en los seres humanos, así como sus efectos nocivos y depredadores en la naturaleza, la sociedad y el medio ambiente.  

En el proceso productivo intervienen varios factores: los medios de producción (máquinas, instrumentos, fábricas, tecnología, etc.) y la fuerza de trabajo (obreros asalariados, campesinos, etc.). La unidad de ambos constituyen las fuerzas productivas de una sociedad, básicamente, componen la estructura económica de esta. El cambio de estructura representa la verdadera revolución. Al cambiarla, cambia paulatinamente la superestructura política, jurídica e ideológica que sobre ella se erige.

El kit de la cuestión estriba, como se planteó antes, en que dichas relaciones de producción están los que son propietarios de los medios y los que no son propietarios más que de su capacidad física e intelectual de producir bienes, por ello, se ven obligados a venderle a aquellos su fuerza de trabajo, siempre por debajo de su valor, por la fuerza de las necesidades. La repetición constante del proceso productivo permite la valorización del capital inicial desembolsado (gracias al sistema del crédito bancario, proveniente de los ahorros de la sociedad) y, por ende, se incrementa a medida que se autovaloriza, convirtiendo al emprendedor en capitalista (burgués) y al desposeído de medios de producción en esclavo asalariado del sistema. La clasificación marxista concreta su análisis, apartando todas las gradaciones sociales que la sociedad burguesa genera —y seguirá generando a medida que avanza—, en dos clases fundamentales, de cuyo antagonismo resulta el estallido revolucionario: la burguesía y el proletariado (al que se le deben sumar el sector público y amplios sectores estudiantiles). Aunque, dada la nueva configuración del mapa geopolítico mundial, y toda la experiencia acumulada, debemos considerar el elevado protagonismo de las fuerzas campesina e indígena en los países menos industrializados, sobre todo, en América Latina.

Clase alta, media y baja son clasificaciones de mercado, amañadas y promotoras de una confusión a gran escala que genera mayor divisionismo en las masas oprimidas —incluso, en los sectores magisterial e intelectual—; pone a unos a pelear con otros, cada cual velando por sus ingresos, «no se los vayan a expropiar». Lo mismo podemos toparnos con un gerente del turismo internacional que percibe un ingreso más alto que un empresario nacional, como a un capitalista que genera menos ingresos que un obrero de un consorcio transnacional de la industria petrolera, por tan solo citar un ejemplo bastante común hoy en día. Un senador del parlamento percibe ingresos más altos que el dueño de una pequeña empresa de artesanías locales. El senador no es dueño de nada, más que de la demagogia que defiende, y el pequeño capitalista tiene máquinas y obreros a su disposición. Pero este caso es diferente, porque aquí un político corrupto, a este nivel, es más dañino a la sociedad que el pequeño productor, quien, en una proceso de transición al socialismo, sería de gran ayuda en el sector minorista, pero aquel, constituye un parásito a sacar de la palestra pública.

Para alcanzar un grado superior de conciencia revolucionaria es preciso saber contra quienes nos enfrentamos, cuáles son los verdaderos enemigos de la revolución. La élite burguesa monopolista, siendo generalmente el 1% del total de la población, necesita cierto respaldo popular para prolongar su poderío sobre la sociedad, así que promueve la falsa teoría de la expropiación comunista de la toda la propiedad privada al estilo Robin Hood: quitarles a los ricos para dárselo a los pobres. De esa forma, se distrae la atención, se tergiversa el verdadero sentido revolucionario del proceso, ganando a amplios sectores de las clases medias, quienes ven en la revolución socialista una eminente amenaza a sus privilegios, provocando fieros enfrentamientos y disturbios sociales. Pero, además, también son víctimas de esta manipulación ideológica amplios sectores de la clase obrera, la parte que más está enajenada y alineada hasta la médula a sus verdugos capitalistas. En esto juegan un papel decisivo los medios de comunicación masiva y la prensa, estructuralmente insertados al capitalismo monopolista de estado.

Una revolución socialista se basa en la toma del poder económico y político (el Estado) —por parte de las clases antes oprimidas por la élite burguesa—, el control del sistema bancario, los medios de comunicación y de los recursos naturales estratégicos. A pesar de que históricamente se ha señalado al proletariado como la clase revolucionaria vanguardia de los cambios, la actual configuración del mapa geopolítico mundial advierte el papel esencial de los sectores campesinos, indígenas, públicos (como los maestros, médicos, bomberos, etc.) y estudiantiles universitarios en la lucha general contra el sistema.

La expropiación de la propiedad fruto del trabajo ha sido obra del capitalismo, a través de los procesos de acumulación, concentración y centralización de capitales, basados en el despojo masivo de los capitales pequeños por parte del capital financiero y monopolista y la incesante producción de plusvalía, basada en la apropiación descarada de la mayor parte del trabajo concretado por la clase obrera y campesina. Los ahorros de la clase media no son vapuleados por los infelices campesinos, ni por lo obreros industriales, sino por los grandes banqueros que especulan constantemente con ellos a través de los sistemas de crédito y reserva fraccionaria, las oscuras operaciones de bolsa y de apalancamiento.

Esta realidad forma parte del acervo temático que nos permitirá identificar el objetivo material y los enemigos más poderosos de la lucha y la transformación revolucionaria de la sociedad, lo demás, forma parte de la perenne batalla de ideas que debemos librar en la práctica cotidiana, en el campo del debate agudo, la propaganda y la difusión.

Por lo tanto, desde esta óptica, tener conciencia revolucionaria significa saber determinar con certeza a quiénes debemos combatir con argumentos y a quiénes con acciones contundentes, aunque, en todos los casos, movidos no por el odio hacia las personas, sino por un profundo humanismo y amor a la naturaleza, asimismo, impulsados por el rechazo más radical al sistema capitalista, generador de todas las miserias humanas más perversas e insólitas nunca antes experimentadas por la especie humana, hoy en peligro de extinción.

NOTAS
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1 http://www.quehacer.com.uy/Aportes/Tactica%20y%20Estrategia.htm

2 Véase Discurso pronunciado por el ex-Presidente del Consejo de Estado de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz, en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, el 3 de febrero de 1999. (Versiones Taquigráficas – Consejo de Estado) www.cuba.cu/gobierno/discursos/1999/esp/f030299e.html  
 

Fecha: 

octubre de 2013

Periódico: