Las bases sociales del pensamiento náhuatl

Escrito por: 

David Rodrigo García Colín Carrillo

Cuando se busca información sobre el pensamiento mesoamericano y más específicamente sobre “filosofía náhuatl” es frecuente encontrar libelos esotéricos de superación personal, se trata de una forma burguesa, individualista y bastante barata de entender el pensamiento de aquellos pueblos, una verdadera falta de respeto a nuestros ancestros. También es posible encontrar interpretaciones mexicanistas que abordan los códices antiguos como los rabinos ortodoxos el Viejo Testamento: de forma literal, intentando convertirse a la religión de los antiguos. Esto último es imposible puesto que se trataba de un pensamiento que surgía de un modo de producción totalmente diferente al capitalista. Por el contrario, los pueblos indígenas que practican aún sus viejas tradiciones –los verdaderos herederos y continuadores del pensamiento mesoamericano- pueden darnos una atisbo del tipo de pensamiento mágico y filosófico de los pueblos prehispánicos; debe tomarse en cuenta, sin embargo, que en los pueblos actuales que sobreviven éste se encuentra mezclado con la influencia católica y, sobre todo, que la filosofía náhuatl era en realidad la ideología de un imperio que ha desaparecido y que no se confundía totalmente con las tradiciones de los pueblos aldeanos.

Por lo anterior, la mejor manera de entender de una forma honesta y seria a la filosofía náhuatl es enlazando lo que conocemos de las fuentes, testimonios y datos etnográficos en el marco del contexto histórico y de un modo de producción concreto; para esta tarea el Materialismo Histórico es una herramienta teórica imprescindible, sólo así es posible comprender al pensamiento náhuatl lo más fielmente posible y recuperar lo que sigue siendo valioso en la actualidad, por ejemplo, su núcleo dialéctico (además de sus conocimiento matemáticos y astronómicos, entre otros). Es seguro que nuestra interpretación no gustará a los esotéricos y a los que creen que los pueblos mesoamericanos fueron el “paraíso perdido” que contenía todas las respuestas, pero nos anima lo que afirmó Aristóteles: “soy amigo de Platón pero soy más amigo de la verdad”.   

Es complicado hablar de una única religión y cultura espiritual mesoamericanas; ni siquiera una fuente frecuentemente citada –como el Popol Vuh- es inequívoca, pues se trata de una versión del pensamiento maya escrita bajo la dirección de frailes después de la conquista y cuyo objetivo era la evangelización; es decir, es una fuente contaminada por la ideología católica.  Existen, sin embargo, elementos comunes, deidades compartidas desde el preclásico hasta el posclásico (por ejemplo las deidades del maíz y el culto a la “serpiente emplumada” pueden rastrearse hasta la Cultura Olmeca) pero éstas tienen significados diferentes, los mitos conservados presentan variaciones. “Por ejemplo Tezcatlipoca, con el nombre de Mixcóatl o Camaxtli, es patrón de varios pueblos chichimecas. Quetzalcóatl es también dios del viento, sacerdote-rey de la legendaria Tula y patrón de sacerdotes y artesanos. De este modo se puede pensar que los dioses creadores Hutizilopochtli y Quetzalcóatl adquirieron nueva personalidad […] A falta de datos históricos detallados es difícil trazar las vicisitudes de las distintas deidades, aunque es evidente que la multiplicidad de aspectos de todas ellas es a la vez causa y resultado de las transformación de sus atributos y funciones a través del tiempo.” [Pedro Carrasco “Cultura y Sociedad en el México antiguo” en Historia General de México]. De esta forma existe continuidad y discontinuidad en el legado cultural.

Esto se debe a que el México prehispánico era un conglomerado de señoríos y tribus que hablaban diferentes lenguas, tenían sus particularidades culturales y que, a pesar de compartir dioses, mitos y relaciones históricas, estos elementos eran modificados por diversas necesidades sociales. A despecho de lo que creían los liberales del siglo XIX –tratando de apuntalar sus intereses- México no ha existido a través de los siglos. Como nación nuestro país es resultado de la influencia del desarrollo capitalista y se ha forjado a través de las guerras antiimperialistas de los tiempos de Juárez e incluso hasta el Cardenismo. Antes de la guerra de independencia no existía México como nación sino un crisol de tribus y civilizaciones más o menos autosuficientes. La cultura de los pueblos mesoamericanos no la podemos abordar desde una postura metafísica en donde se supone que nuestro tipo de sociedad –capitalista con su respectivo Estado Nación- ha existido siempre, sino en virtud de un análisis concreto de el contexto histórico, sólo así es posible entender su significado y legado.

La cosmovisión mejor estudiada y documentada –desde el punto de vista filosófico- es la de las tribus o reinos de lengua náhuatl que fueron hegemonizadas por los mexicas, o mejor dicho quizá sólo la versión de los mexicas y a través de ésta la de los pueblos de los que tomaron ideas y mitos. Como apunta León Portilla, los pueblos de habla náhuatl comprendían a algunos enemigos de los mexicas como los tlaxcaltecas y cholultecas y otros que estaban en alianza con éstos como los texcocanos y tepanecas, es natural entonces que la versión ideológica dominante fuera la del pueblo hegemónico que se consideraba el “ombligo del universo” y que dominaba todo el centro de México de costa a costa. Así pues, la cosmovisión que someteremos a consideración es la variante mexica en la etapa inmediatamente anterior a la conquista y, en lo fundamental, como es presentada por uno de sus mejores y más serios estudiosos –que la ha interpretado en sus fuentes y códices- Don Miguel León Portilla cuyo libro “La filosofía náhuatl” es referencia obligada. Lo que aquí trataremos de resaltar no es tanto la explicación del significado de la cosmovisión mexica –lo que ya ha sido cuidadosamente hecho por Portilla, mucho mejor de lo que nosotros podemos hacer- sino la vinculación entre esta cultura espiritual, su contexto social y material con el objetivo de encontrar la vinculación de su riqueza con su entorno social.  

¿Filosofía o teología?

En sentido estricto la filosofía empieza con la Escuela Jónica Griega porque aquí, por primera vez (a pesar que algunos filósofos jónicos aún creen en los dioses), se prescinde –en lo fundamental- de los dioses para interpretar la realidad y se apela a la naturaleza misma. Así, el nacimiento de la filosofía y el materialismo filosófico coinciden. Se trataba de un cambio metodológico fundamental que marca el paso de la religión a la filosofía. Posteriormente, frente a la Escuela Materialista original, se desarrolla el idealismo filosófico vinculado de nuevo al pensamiento teológico; sin embargo, en su lucha polémica contra el materialismo el pensamiento teológico se volvió filosófico porque trató de fundamentarse en la razón y en los argumentos, en ello radica la diferencia entre el idealismo –siempre vinculado de una u otra manera a la religión- y la religión a secas. Pero en un sentido laxo podemos afirmar que hay filosofía en donde hay algún intento sistemático de explicar la realidad aunque éste sea en los marcos religiosos. En este sentido las antiguas civilizaciones egipcia, india, china y mesoamericana tienen filosofía. Lo que pretendemos afirmar no es que los pueblos antiguos no pensaran –nada más lejos de nuestras intenciones- sino tratamos de aclarar a qué tipo de sistema de pensamiento nos estamos refiriendo, asunto útil para no generar confusiones que no ayudan a la comprensión de lo que estudiamos. La filosofía náhuatl, su ciencia matemática y astronómica, estaba fundida en un todo más o menos único con el pensamiento religioso, sólo advirtiendo esta característica es posible hablar de filosofía náhuatl. Lo más preciso es decir que la filosofía y la religión era una y la misma cosa.

Miguel León Portilla afirma que en los códices conservados y en las profundas reflexiones de Nezahualcóyotl y otros sabios nahuas encontramos “[…] evidencia de que hubo en el México originario quienes se plantearon preguntas acerca del destino del hombre en la tierra y el más allá, el misterio de la divinidad y la posibilidad de decir palabras verdaderas. En su pensamiento afloró así una forma de discurrir filosófico, al menos al nivel de los presocráticos (no menos que el de un Heráclito o un Parménides).” Es indudable que los mexicas tenían una rica cosmovisión que intentaba dar respuesta a preguntas profundamente filosóficas –sobre la estructura del universo, sobre el lugar del ser humano en él, sobre el significado de la muerte, etc.- pero es necesario advertir que entre el método de los pensadores de lengua náhuatl y los primeros filósofos griegos existían grandes diferencias. Es verdad que en todas las civilizaciones de la antigüedad se encuentran esbozos de un pensamiento materialista e incluso la duda sobre la existencia de los dioses. En un bello poema de un sabio nahua se duda de la existencia de los dioses o al menos su lugar en el mundo:

“¿A dónde iré?
¿A dónde iré?
El camino del Dios de la dualidad.
¿Acaso es tu casa en el sitio de los descarnados?
¿En el interior del cielo?
¿O solamente aquí en la tierra
Es el sitio de los descarnados?”

Pero es necesario reconocer que se trataba de esbozos no desarrollados de una perspectiva que rompe con la religión, esto no se debe a causas subjetivas sino a un contexto específico en el que se desarrolló el pensamiento náhuatl y, por otra parte, el pensamiento de los primeros filósofos griegos. Los primeros filósofos griegos fueron fundamentalmente materialistas –hicieron a un lado a la religión para explicar la realidad- porque vivieron en una sociedad donde el esclavismo se había generalizado, donde los “hombres libres” polemizaban sobre todo tipo de cuestiones políticas, morales y sociales en asambleas públicas; donde existía un comercio emancipado del templo y la religión, donde el artesano y el pensador se habían emancipado de la subordinación al rey, tlatoani o faraón; donde los horizontes intelectuales estaban influidos y permeados –virtud de los contactos comerciales y los viajes de los navegantes- por el pensamiento de los egipcios, fenicios, micénicos, etc.; además el uso de alfabeto permitía que la cultura se ampliara a un grupo relativamente mayor de hombres libres –gracias, nuevamente, a la generalización de la esclavitud como fuente principal de la producción-. Por ello la Escuela Jónica – la primera escuela filosófica en sentido estricto- encontró el origen del cosmos ya no en los dioses sino en la naturaleza, ya fuera en la forma de agua, aire, fuego o tierra. En el mundo dominado por los mexicas, por el contrario, el comercio aún dependía del Estado, los mercaderes (pochtecas) eran una casta relativamente pequeña de la sociedad, dependiente del Huey Tlatoani (máximo emperador), los pueblos aldeanos vivían encorsetados por los horizontes de su pequeña aldea; los artesanos estaban organizados militarmente para servir a los intereses del Tlatoani, la escritura no estaba generalizada y la principal actividad económica era el tributo producido por comunidades agrarias con una forma de vida estática y fuertemente jerarquizada; por ello los mexicas no se desprendieron de una visión teológica del mundo ni podían hacerlo. Con todo, podemos hablar de pensamiento filosófico siempre y cuando aclaremos los términos.

Los dos aspectos de la filosofía mexica

La combinación peculiar entre una vida fundamentalmente agraria -donde la propiedad privada de la tierra no jugaba un papel fundamental-, una vida que en su base se parecía mucho al “comunismo primitivo” –lo que ha llevado a algunos interpretes, como Romero Vargas, a considerar que vivían bajo algún tipo de socialismo-; con, por otra parte, la existencia de un estado, una gran burocracia, una vida fuertemente jerarquizada en estamentos, es decir, la existencia de todas las características superestructurales de una civilización, nos da los elementos fundamentales para comprender los rasgos más característicos del de la  filosofía náhuatl: la combinación de “pensamiento mágico” propio de las sociedades del comunismo primitivo –donde la naturaleza se diviniza, está dotada de espíritu y vida propia-, con una religión jerarquizada –propia de las civilizaciones- que expresaba en el terreno espiritual las jerarquías de la vida social.  El aspecto del “pensamiento mágico” propio de las sociedades aldeanas puede explicar el aspecto profundamente dialéctico del pensamiento náhuatl, que convive  y se fusiona –dada la división social, que es el segundo aspecto- con una visión jerarquizada, estratificada y rígida.  Lo dialéctico y lo estático formal se combinan de forma peculiar. Lo uno expresa la unidad ingenua con la naturaleza, lo otro expresa la división de la sociedad en explotados y explotadores.

Dialéctica y pensamiento mágico

Un concepción dialéctica, expresada en términos religiosos, está en la base de la filosofía náhuatl, la creencia en una naturaleza     viviente, dotada de voluntad y espíritu: el universo es Ometeotl o Tloque Nahuaque, el dios de la dualidad, con su elemento femenino (Omecíhuatl –diosa de la dualidad)  y masculino (Ometecuhtli –dios de la dualidad). Aquí tenemos a los opuestos vinculados orgánicamente como base del todo, Tloque Nahuaque se manifiesta en todas partes, es dios (hombre y mujer) y el universo al mismo tiempo. La oposición y vinculación de los opuestos: lo femenino y lo masculino, la vida y la muerte, es la característica central de la cosmovisión náhuatl, se simboliza frecuentemente por la oposición de dos serpientes emplumadas que son representadas en relieves de piedra enfrentando sus cabezas. Es una naturaleza viviente que fluye incesantemente como en la filosofía de Heráclito, esta concepción dinámica fue expresada hermosamente en la poesía de Nezahualcóyotl (uno de los fragmentos poéticos más bellos de la historia):   

“¿Acaso de veras se sirve con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.
Aunque sea jade se quiebra,
Aunque sea oro se desgasta,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra.
No para siempre en la tierra:
Sólo un poco aquí.”

El conocimiento poético –podríamos decir filosófico- era expresado con las palabras “in xóchitl, in cuícatl” que significan  “flor y canto”, en donde el poeta habla desde el corazón. Al igual que Heráclito –quien vivió en un periodo turbulento de guerras donde las ciudades pobres se hacían ricas y las ricas pobres, donde los gobernantes eran derrocados- Nezahualcóyotl expresó, con un dejo de nostalgia, lo inestable de la vida social –quizá la inestabilidad de la Triple Alianza y su inevitable final.

“Si el jade y el oro se quiebran y rompen, los rostros y los corazones, más frágiles aún, por muy
nobles que hayan sido, como flores secas se desvanecen:
Sólo un instante dura la reunión, por breve tiempo hay gloria [...]
Ninguno de tus amigos tiene raíz,
Sólo un poco aquí nos damos en préstamo;
Tus flores hermosas
Sólo son secas flores.
(Cantares mexicanos)”

“Sólo un instante dura la reunión, por breve tiempo hay gloria [...]
Ninguno de tus amigos tiene raíz,
Sólo un poco aquí nos damos en préstamo;
Tus flores hermosas
Sólo son secas flores.”
Esta idea era eco de una sociedad donde los imperios y señoríos son sustituidos por imperios más poderosos –expresa la lucha de castas y dinastías. Sabemos que Nezahualcóyotl era el emperador del reino de Texcoco, uno de los reinos que formaban, con Tlacopan y los mexicas, la famosa Triple Alianza: confederación dominada militarmente por los mexicas que derrocó la hegemonía de Azcapotzalco.
Para las sociedades que viven en bandas y aldeas la naturaleza está dotada de espíritu y detrás de cada fenómeno natural está oculta una fuerza espiritual que se confunde con la propia naturaleza, en muchas ocasiones el dios de un fenómeno natural es este mismo fenómeno. Esta es la esencia del llamado “pensamiento mágico” dominado por chamanes ritos y conjuros, por fuerzas naturales divinizadas. Así, el viento es Ehécatl y Tlaloc la lluvia; Tlaloc habita en un templo dividido en 4 patios  -las cuatro direcciones del universo- en cada uno de los cuales existen los diferentes tipos de agua: las que producen buenas cosechas, las que producen inundaciones, heladas y sequías. Los Tlaloque eran los diosecillos que acarrean el agua en cántaros de barro y riegan el agua por el mundo, el estruendo del barro rompiéndose es el origen de los truenos.

Otro mito habla de Mayahuel, la diosa del pulque –que al mismo tiempo es el maguey en que se convirtió la diosa-, esta es una deidad de 400 pechos cuyas mamas, según una interpretación bastante llamativa, explicarían las diferentes maneras de embriagarse de acuerdo al pecho del cual provenga el pulque. Para los mexicas el alma reside en el corazón (yóllotl), el alma es representada por un nahual o espíritu animal que todo hombre posee y que lo vincula a la naturaleza, el hombre es en sí mismo naturaleza; por ello los chamanes prehispánicos solían conectarse con la naturaleza por algunos canales sagrados –utilizando como medio el peyote- como lo son los árboles a los que el chamán se abraza para conectarse con el Ometeotl o universo.  Las tribus que bordean al grado de civilización suelen representar su linaje por medio de tótems representados por animales reales o mitológicos, el nahual expresa una idea totémica en una forma peculiar.

La unidad del hombre con la naturaleza es expresada, también, por la trágica leyenda mexica de los orígenes de los volcanes Popocatépetl  (la montaña humeante) e Iztaccíhuatl (la mujer dormida). Esta hermosa leyenda refleja, así mismo, la estirpe guerrera del pueblo mexica.  Después de que el guerrero Popocatépetl regresa de la guerra para pedir la mano de su amada Iztaccíhuatl –que era la hija del Tlatoani, quien envió a Popocatépetl a una batalla prometiéndole la mano de su hija si regresaba victorioso con la cabeza decapitada de su enemigo en la lanza- y se entera de la muerte de ésta, lleva su cuerpo al monte, velándola con una antorcha; fruto de su amor, los Dioses los transforman en volcanes para que Popocatépetl vele eternamente el cuerpo de su amada con el fuego eterno de su fumarola. Así, las almas de los muertos habitan la naturaleza y comparten por temporadas el mundo de los vivos.

La sustitución de lo femenino por lo masculino

Los posibles orígenes matriarcales de las civilizaciones mesoamericanas pueden estar representados en los primeros dioses creados por la dualidad Ometeotl : Tonantzin o Coatlicue (la de las “naguas de serpiente”, madre de los dioses que será convertida por los invasores en La Virgen de Guadalupe) o Chicomecóatl (patrona de los mantenimientos, diosa de la tierra). La importancia de esta diosa se revela por el hecho de que es madre de Hutzilopochtli, el dios de la guerra, quien se convertirá en el dios principal de los mexicas. Aunque en otras versiones –que parecen expresar la versión patriarcal predominante de los mexicas- la dualidad crea a los primeros dioses: Tonacatecuhtli y Tonacacíhuatl que a su vez crean a los cuatro Tezcatlipoca que reinan en los cuatro rumbos del universo. Es llamativo que Tonacatecuhtli es el dios de la fertilidad que normalmente es deidad femenina pero aquí se presenta como varón,  y Tonacacíhuatl (diosa de lo inerte o inherente) se presenta en un plano aparentemente más pasivo; esta característica quizá simboliza el cambio hacia una sociedad patriarcal y guerrera dominada por los mexicas.

La confusa diversidad de la genealogía divina del mundo nahua refleja el hecho de que la jerarquía divina se reconfiguraba conforme a los intereses de los señoríos dominantes. Las deidades que habían estado en primer plano pasan a un segundo lugar. Existen pocas dudas, sin embargo, de que las diosas relacionadas con la fertilidad y el maíz y otras plantas comestibles (Chicomecóatl) tuvieron un lugar predominante en las primeras civilizaciones o protoestados mesoamericanos. La “madre tierra” como diosa de la fertilidad expresa la importancia de la tierra en las primeras sociedades sedentarias y tal vez la representación del importante papel de la mujer en la producción (como recolectora y horticultora). Es muy probable que mientras la casta dominante promoviera el culto al dios de la guerra las aldeas siguieran profesando, en mayor medida, el culto a Tonantzin (diosa de la fertilidad, madre tierra) como lo demuestra el hecho de que los conquistadores tuvieran que usar esta imagen para introducir la ideología cristiana entre los macehuales y de que inventaran la aparición de la Virgen en el mismo cerro (tépetl, en donde mora el dios de la lluvia) donde los pobladores la veneraban: Xichitlalpan, la tierra florida o tierra del sustento, morada de la diosa de la fertilidad donde hoy en día se asienta la Basílica de Guadalupe.

Estas diosas primigenias serán sustituidas gradualmente conforme crece la importancia de la guerra y el papel del macho en ella.  La sustitución del “derecho materno” por el patriarcado es simbolizado en el desmembramiento de la Coyolxauqui (diosa lunar relacionada con lo femenino) cuando su hermano Huitzilopochtli (dios de la guerra) salva a su madre Coatlicue de ser derrocada por Coyolxauqui, arrojando a ésta del cerro de Coatepec. Así, la supremacía del dios de la guerra expresa la supremacía del dios principal de los mexicas sobre otras sociedades más orientadas a la agricultura que a la guerra (u obligadas a dedicarse únicamente a la agricultura para el pago de tributo). Lo mismo se puede decir de la leyenda de la tierra elegida para los mexicas por su dios Huitzilopochtli, tierra señalada por el águila devorando a la serpiente; se trata de la representación simbólica del dios de la guerra –relacionado con el águila, símbolo del poderío mexica- devorando a las sociedades agrarias de las que extraían el tributo. Hutzilopochtli es la representación de un antiguo jefe tribal que guió a los aztecas hacia la tierra prometida en su viaje desde Aztlán.

La creencia en Quetzalcóatl como “serpiente emplumada” –que proviene de la Cultura Maya (llamado Kukulcán), incluso más atrás con los olmecas - expresa la vinculación de dos elementos: las plumas de ave vinculadas con el Sol y la serpiente vinculada con la tierra, puede significar el dominio del dios de la guerra tanto en la tierra como en el cielo. Este dios principal en la cultura mesoamericana es también la simbolización de jefes y sabios ancestrales. No es extraño, como hemos visto en el caso de Hutzilopochtli, que los grandes jefes tribales se conviertan en los dioses de las futuras civilizaciones. Para los mexicas Quetzalcóatl, además de ser el dios de la sabiduría y las artes relacionado con Venus, era un antiguo jefe tolteca que les había legado su sabiduría y forma de vida (Toltecayotl); así mismo, para los mayas Kukulcán fue un gran jefe guerrero.

Los estamentos filosóficos

Pero a diferencia del pensamiento mágico –donde prácticamente no hay jerarquías sociales más allá de la importancia de los fenómenos naturales por sí mismos- los dioses mexicas tienen sirvientes, una corte palaciega que les sirve y hace el trabajo; así, los tlaloques son los servidores del dios Tlaloc, los Ehecatotontin (vientecillos) servían al dios Ehécatl (dios del viento) y le abrían camino, mientras que Ehécatl es, a la vez, sirviente de Tlaloc porque con su escoba de viento le abre el camino al Dios de la lluvia.

La sociedad mexica –como toda sociedad tributaria- era una sociedad fuertemente jerarquizada en estamentos, que sirven a diferentes funciones sociales y de producción; cada estamento era educado de acuerdo a determinados valores propios de su casta (el Calmecac  para los nobles –pipiltin- y el Tepochcalli donde se educaba a los jóvenes del pueblo –macehuales- que servirían en la guerra). Cada casta tenía su Dios protector que santificaba su oficio, posición o profesión, la única posibilidad de ascenso social era la guerra o el comercio, ambas tareas sometidas a los designios del Tlatoani. El comercio estaba muy controlado y estaba prohibido fuera de los mercados establecidos, los mercaderes eran una casta especial (pochtecas) que servía al Tlatoani incluso como espías y embajadores. Cada estamento estaba a su vez jerarquizado; así, había mercaderes nobles y guerreros nobles (guerreros águila y jaguar) que encabezaban los rituales y enseñanzas propias de su gremio. Los artesanos tenían sus propios dioses dependiendo de su oficio, los mercaderes también. La regimentación de las mujeres se establecía por medio de un consejo de mujeres –con su propia jerarquía y tribunales llamado Cihuatlatocan—que gobernaba los gremios “propios” de su género como el del tejido e hilado, regía la preparación de alimentos que debían prepararse para las festividades religiosas, “igualmente debían preparar pinole y preparar los bastimentos de los guerreros cuando iban a la guerra” [Vargas Iturbide “Los gobiernos socialistas de Anáhuac”]. El machismo, como hemos visto, estaba fuertemente instalado en la sociedad mexica –incluso esto se evidencia en el texto de Romero Vargas Iturbide que tendía a idealizar a la sociedad de Anáhuac-, según un dicho atribuido a Moctezuma “el magnífico”: “A la mujer hay que tratarla bien y honrarla mucho. La mujer no tiene más valor del que el hombre le da; pero debe apreciarse que se debe mucho a las mujeres por el trabajo que en el parir y criar padecen y como compañeras del hombre en la vida” [Ibid.]. Este aspecto se expresa en el lado estático formal y poco dialéctico del pensamiento mexica.

La rígida diferenciación social continuaba después de la muerte, el Tlatoani se unía al Sol (Hutzilopochtli) –dios principal-, los guerreros muertos en combate y las mujeres muertas en parto –muerte equiparable a la muerte de guerra- se unían como corte palaciega del Sol a quien acompañaban en su viaje hacia el alba. Los sacerdotes principales se confundían con el dios al que reverenciaban, así, por ejemplo, el sacerdote que encabezaba el sacrificio se podía convertir en Xipe Totec (nuestro señor desollado) al vestirse con la piel del hombre sacrificado – sacrificio que alimentaba al Sol y garantizaba la siembra puesto que el despellejamiento del sacrificado representaba, probablemente, la cubierta del maíz que se quita después de la cosecha. No abundaremos más acerca del sacrificio y el canibalismo ritual porque este tema lo hemos tocado ampliamente en otro artículo (Ver El sacrificio humano de los pueblos mesoaméricanos). El destino después de la muerta también estaba dividido en estancos, existiendo nueve niveles celestes y nueve en el inframundo. Así como el tipo de actividad determinaba el tipo de dios patrón, el tipo de muerte y vida, determinaba el lugar que se ocuparía en el inframundo; el descanso final sólo se alcanza tras una serie de pruebas–tales como las que se presentan en cada estamento- que duran hasta cuatro años.

Así como el imperio mexica era administrado mediante la división territorial en altéptl –pueblo o unidad administrativa o étnica, base económica de la producción agraria-, el mundo, situado como una isla en el agua, estaba dividido en cuatro cuadrantes o rumbos cada uno de los cuales tenía características especiales –colores específicos, por ejemplo- , era gobernado por un dios y en su centro estaba el ombligo del universo, ombligo ocupado, claro está, por el Templo Mayor de los mexicas. La división espacial de la tierra y el cielo debía ser importante también para la producción agraria y la correcta predicción de los ciclos agrícolas. El cuadrante donde se pone el Sol es la casa del Sol y está simbolizado por el color blanco (gobernado por Tezcatlipoca blanco), el cuadrante sur está simbolizado por el azul (Tezcatlipoca azul), el cuadrante del este es el de la fertilidad y la vida (Tezcatlipoca rojo); a la derecha del camino del Sol está el cuadrante negro vinculado con la muerte (Tezcatlipoca nego). El inframundo (donde reina Mictlantecuhtli, dios de la muerte) y el cielo tienen nueve niveles (en algunas versiones el cielo tiene trece niveles), probablemente -como señala Eduardo Matos Moctezuma- como expresión de los nueve meses de gestación.

El mito del Quinto Sol

Probablemente el ascenso y caída de las civilizaciones mesoamericanas es la base de la creencia en una sucesión de las 5 edades solares –los mexicas vivían en el “Quinto Sol”- que se sucedían catastróficamente por la acción de los dioses. Así, en una de las variantes de este mito, el primer Sol estuvo dominado por Tezcatlipoca y una tierra de gigantes –quienes moraban en las pirámides de Teotihuacan y la de Cholula- tan poderosos que podían arrancar los arboles con sus manos. Luego, Quetzalcóatl derrocó al Sol (Tezcatlipoca) de un bastonazo convirtiéndolo en un tigre que devoró a los gigantes, sus propias criaturas. Quetzalcóatl se hace Sol y domina una era en donde los hombres se alimentaban de piñones; el tercer Sol surge cuando Tezcatlipoca (en forma de tigre) derrumba a Quetzaolcoatl de un sarpazo y los hombres sobrevivientes se convierten en monos. Quetzalcóatl destruye a la era de los monos con una lluvia de fuego y los hombres se convierten en pájaros, durante esta era los hombres se alimentaron de un maíz divino, un maíz silvestre, pero un diluvio convirtió a los hombres en peces. Es posible ver en este mito el sucesivo derrocamiento de señoríos que colapsan por fuerzas que sobrepasan la comprensión y el control de sus habitantes.

La creación del quito Sol tiene multitud de variantes que explican la creación del Sol y la Luna. Los dioses se reunieron en Teotihuacan  para discutir quién de ellos debía sacrificarse para convertirse en el nuevo Sol. Para ello se ofrecieron Tecuciztécatl “el señor de los caracoles” y Nanahuatzin “el purulento”, quienes debían lanzarse al fuego para convertirse en el Sol. El más suntuoso, Tecuciztécatl intenta lanzarse en cuatro ocasiones pero el miedo se lo impide, llega el turno de Nanahuatzin quien se lanza en la primera oportunidad, Tecuciztécatl, presa de la vergüenza, se lanza al fuego después. Por su valentía Nanahuatzin se convierte en el Sol, mientras que los dioses castigan a Tecuciztécatl aventándole un conejo en el rostro para que no brillara con la misma intensidad. Así nacieron el Sol y la Luna.

De nuevo encontramos simbolizado el derrocamiento de unas civilizaciones por otras en la forma de dioses que se destrona para convertirse en el Sol dios principal, aquellas civilizaciones que fueron “purulentas” se convierten en los nuevos “señores del caracol” (con el que se convoca a los ejércitos para la guerra). La sucesión de dioses –patrones de los reinos- expresan  la caída y asenso de nuevos señoríos o imperios.

La caída abrupta y aparentemente misteriosa de civilizaciones como la olmeca, la maya y la teotihuacana es ahora más o menos clara aunque sea en rasgos generales. Las sofisticadas civilizaciones mesoamericanas estaban sostenidas con “pies de barro”; se basaban en la tecnología de la edad de piedra, en la intensificación del trabajo de grandes masas de trabajadores tributarios  -la palabra tequio significa tributo y todo miembro de la comunidad debe tributar- utilizados en la construcción de grandes obras como templos, acequias y pirámides.

Las características del modo de producción mesoamericano se ajustan más o menos a lo que Marx llamó “despotismo tributario” y que otros estudiosos llaman “modo de producción tributario”. Ya hemos descrito este sistema en otros artículos (Ver Los pueblos prehispánicos en Mesoamérica), baste decir que la concentración de la riqueza en pocas manos se base en la extracción del tributo –en trabajo y en especie- a aldeas agrarias; el papel relativamente progresista de la casta dominante se basa en su capacidad para organizar una masa de trabajadores en la construcción de obras públicas necesarias para aumentar la producción y garantizar la vida civilizada. El talón de Aquiles de este sistema socioeconómico está en que la intensificación de la producción –con la tecnología de las sociedades aldeanas- tiene un límite más allá del cual la sustentabilidad del medio decae; estas civilizaciones se sostienen en la medida en que son capaces de extraer tributo de las comunidades y colapsa en cuanto esto se torna imposible; quizá uno de los catalizadores del colapso es el declive de la sustentabilidad del medio; se presenta crisis social, guerras, revueltas y el derrumbamiento final de la civilización hasta que otra vuelve a surgir más o menos sobre las mismas bases –muchas veces construida por los sobrevivientes del colapso social anterior- por eso encontramos un hilo conductor en las tradiciones culturales de los pueblos mesoamericanos porque éstas se levantan sobre las experiencias y conocimientos de las anteriores. Así los mayas talaron los árboles y selvas que daban sustento a los cenotes –para, por ejemplo, producir la cal con la que se construían sus maravillosos templos-  y con ello generaron las condiciones de su propia caída; luego, algunos poblamientos de origen maya fundaron Teotihuacan y, a su vez, tribus expulsadas desde el norte –algunas de ella de origen tolteca- fundaron la Gran Tenochtitlan.

La caída de una civilización deja su impronta en la que le sucede, las más brillantes civilizaciones del clásico que construyeron las pirámides de Teotihuacan (lugar de los Dioses como fue bautizado por los mexicas y que hacía ochocientos años estaba abandonada) se convirtieron en los lugares mitológicos donde no sólo habitaban los dioses sino donde se encontraban los ancestros que los designaban los nuevos señores del universo. Así, el saber ancestral “Toltecayotl” se remontaba hacia el Imperio Tolteca y al Teotihuacano donde surge mitológicamente el conocimiento de los sabios (Tlamatimine) o casta sacerdotal normalmente ocupada por los ancianos pertenecientes a la aristocracia –también en las aldeas existían los sabios o viejos quienes eran chamanes.
Conclusión.

Sin duda son muchos los aspectos culturales que podríamos rescatar de los pueblos mesomericanos –su arquitectura, su astronomía, sus conocimientos matemáticos y calendáricos éstos últimos más precisos aún que nuestro calendario gregoriano. Lo que nos ha interesado destacar en este ensayo, no obstante, es la vinculación de la bella cosmovisión náhuatl con sus condiciones materiales e históricas. La vinculación entre su forma de pensamiento y su estructura social. Sólo de esta manera, nos parece, es posible aquilatar en toda su profundidad el fascinante mundo cultural de los pueblos originarios de  Mesoamérica, viendo todos los aspectos de su cultura como un todo orgánico, arrojando nuevas perspectivas sobre una de las culturas más sorprendentes de la historia, que es parte del legado cultural que debemos rescatar para que sea patrimonio de todos los trabajadores. Hemos querido rescatar el aspecto dialéctico de su pensamiento porque esta forma de ver el mundo sigue siendo totalmente vigente.  Sólo comprendiendo la historia de una forma objetiva es posible hacer lo mismo con nuestro propio presente y preparar las condiciones para el porvenir de una forma consciente y organizada.
 
Bibliografía:

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Romero Vargas Iturbide, “Los gobiernos socialistas de Anáhuac”, Sociedad Cultural In Tlilli in Tlapalli, México, 2000.
 

Fecha: 

10 de octubre de 2013

Teoría Marxista: