Hace unos meses apenas, parecía que México era el país de “no pasa nada”, pues parecía que nada ocurría en verdad, a pesar del hartazgo y de la precariedad en la que vive la mayoría de la población, a pesar de los golpes tan duros hacia la clase trabajadora, de la cerrazón hacia el magisterio y los estudiantes, del abandono del campo; a pesar del incremento de la delincuencia en general y del narcotráfico en particular; a pesar de las vejaciones, de la burla, del cinismo, de la corrupción. Pero de nueva cuenta, como ya otras veces, la situación cambio y se tornó en su contrario, la lucha del IPN, que logró hacer que Osorio Chong diera la cara (aunque por supuesto fue una jugada del gobierno, nadie podrá negar que en otras condiciones jamás habría salido un lacayo de su nivel a enfrentarse con los politécnicos), la lucha por la aparición con vida de los normalistas de Ayotzinapa, que demostró que la unidad se puede lograr a un nivel más elevado que el del mero discurso, la lucha que estalló (y sigue vigente) y retumbó en todo el país, y que unió los gritos de ¡justicia!, fue ese momento en el que resurgieron las autodefensas, en el que los maestros de Guerrero salieron otra vez a la lucha, fue el momento preciso en el que el país se echó a andar, fue el momento en que ya nada fue igual, nada ya será igual, la lucha que se desató y que sigue vigente tomará diversos caminos, y ya los está tomado. Un ejemplo es la lucha de los jornaleros de San Quintín en Baja California, pusieron un alto y se fueron a paro.