La Santa de Cabora y la revolución en Tomochic, la revuelta olvidada de hace 123 años

Escrito por: 

David Rodrigo García Colín Carrillo

Teresa Urrea_3.jpgComo eventos precursores de la Revolución mexicana resuenan Cananea y Río Blanco, sin embargo, es justo agregar a estos heroicos episodios la revuelta de un pueblo de Chihuahua. Hoy, 20 de octubre, se cumplen 123 años de que, en el año 1892, el régimen de Díaz redujera a escombros, sangre y cenizas el remoto pueblo de Tomochic ubicado -a decir de Mario Gill- en “las arrugas” de la sierra de Chihuahua, para aplastar la rebelión de sus 300 habitantes que se habían levantado en armas en defensa de la tierra y, por tanto, en contra de la minera, la iglesia católica y el mismo régimen. Lo peculiar de esta insurrección fue que la lucha se canalizó a través del culto a una adolescente de 18 años llamada Teresa Urrea, a quien aclamaron como santa no sólo por obrar supuestos milagros sino porque la niña se pronunció en contra de la opresión. Lo que demuestra que las revoluciones pueden desencadenarse por los accidentes más insospechados.  

 
El porfiriato fue un régimen que se apoyó en la gran propiedad terrateniente (las haciendas); en el capital trasnacional (sobre todo ingles y francés), invertido en los ferrocarriles y la minería; en el apoyo de la iglesia católica, y sostenido por el poder militar y civil tejido en una maraña de favores y lealtades. Para fines del siglo XIX, el porfiriato se tornaba cada vez más anacrónico, decrépito e injusto; las rebeliones de los Yaquis y Mayos y la oposición liberal demostraban que la lava hervía debajo de la superficie.
 
En estas condiciones el magma acumulado podía brotar en cualquier momento y por los motivos aparentemente más inverosímiles, muchas veces los procesos revolucionarios se desencadenan “por vías misteriosas”, sobre todo en lugares rurales y aislados donde la vida religiosa domina la mente de los hombres y en donde la pobreza y la opresión hacen desear a la gente la existencia de milagros salvadores. La forma mística y religiosa en que se manifestaron viejas revoluciones burguesas como la inglesa y holandesa vino a repetirse a su manera en un lejano pueblo de Chihuahua aparentemente olvidado de Dios y del porfiriato.
 
Teresa Urrea era la hija de un ranchero mediano -llamado Tomás Urrea- que comerciaba en la región Yaqui y Mayo con leche, el queso y la carne que producía el rancho La Cabora; Teresita enfermó de ataques catalépticos y aparentemente murió para luego revivir “milagrosamente”; difundiéndose la noticia, los lugareños acudían para ser supuestamente curados de toda clase de enfermedades. El periódico El Monitor difundía prodigios como que los peregrinos calvos “salían del despacho de la santa luciendo el esbozo de una abundante cabellera”. Pronto el padre de Teresa se percató que tenía entre las manos un jugoso negocio, organizaba actos de magia consistentes en matar reses que “milagrosamente” aparecían vivas y toda clase de actos de prestidigitación; el lugar se convirtió en un centro de culto con feria incluida, donde los devotos  podían obtener, además de milagros,  fritangas y jugar loterías. 
 
Pero la Santa no sólo vendía milagros, también difundía un mensaje de protesta- he aquí su peculiaridad notable desde el punto de vista social- afirmaba que “todos los actos del gobierno y del clero eran malos”. Puede que el mensaje fuera muy sencillo y elemental pero era el mensaje de una “Santa”, el tipo de mensaje que conectaba con el pueblo y expresaba los sentimientos profundos de  una población fanáticamente religiosa. 
 
El pueblo de Tomochic había sufrido agravios del gobierno, la iglesia católica y la minera que los despojaba de sus tierras por medio de las deslindadoras; el gobernador Lauro Carrillo había intentado mutilar una imagen de la iglesia por el simple capricho de llevársela a un mejor lugar pues le había gustado, una estupidez que le costará muy caro; la minera de Pinos Altos había intentado esclavizar a los pobladores por medio de la leva y ante el rechazo de la población y la insistencia de los administradores de la mina, el gobierno envío una expedición punitiva justo el día en que la población realizaba un peregrinación rumbo al santuario de la Santa de Cabora. Para sorpresa del gobierno, la expedición fue rechazada, los habitantes de Tomochic eran pequeños rancheros que sabían utilizar armas que empleaban para repeler los asaltos de los apaches. 
 
Los acontecimientos se sucedieron rápidamente, combinando la histeria religiosa, eventos chuscos y la rebelión: un peregrino de Tomochic, José Carranza, creyó ser la encarnación de San José pues Teresita le había dicho “cómo se parece usted a San José”, cuando este nuevo “San José” llegó al pueblo fue recibido con efusión religiosa y metido a la iglesia como un verdadero santo vivo. El cura Manuel Castelo acusó a los feligreses de herejes y blasfemos negando la santidad de Teresa de Urrea -por no hablar de la legitimidad del nuevo San José- pero los tamochitecos expulsaron al cura -quien se convirtió en el hereje- posteriormente el pueblo eligió a su líder Cruz Chávez como nuevo ministro del culto. Ya aparecido San José, los milagros no se detuvieron ahí: “aparecieron” dos santas más -denominadas así por el pueblo- : Carmen María y Barbarita e incluso el mismo Jesucristo que se apareció en Chopeque. Había nacido una herejía antiporfiriana de tintes igualitarios, los habitantes insurrectos compartían todo lo que tenían incluso con los prisioneros: dos tortillas en la mañana y dos en la noche, también carne cuando disponían de ella. 
 
Ya respaldados por todos los santos y por el mismísimo Cristo de Chopeque, los tomonchitecos mandan cobrar dos yuntas de bueyes que debía al nuevo pastor de la comunidad el cura que había huido, éste paga su deuda pero el régimen que representaba no se quedará con los brazos cruzados. El gobierno envía el 2 de septiembre una expedición de 200 soldados y para sorpresa del régimen, nuevamente es derrotada en el valle de Tomochic. La situación se tornaba peligrosa y potencialmente contagiosa. Unos 300 mayos se sublevaron al grito de “¡Viva la Santa de Cabora!”, otras insurrecciones se sucedían en Michoacán, Oaxaca y Tehuantepec. La insurrección de Tomochic debía ser aplastada ejemplarmente si el régimen quería imponerse. 
 
La primera medida del gobierno es despojar al pueblo de su estandarte vivo, expulsa del país a Tomás Urrea y a su hija: una adolescente de 18 años que – a decir de Mario Gill-“tenía en jaque al dictador omnipotente”. Mientras el régimen preparaba una matanza, los tomochitecos muestran una humana indulgencia, dejando libre al teniente coronel Ramírez quien había sido tomado preso en la batalla del 2 de septiembre.  
 
La masacre y la resistencia comenzaron el 20 de octubre de 1892, nada menos que cinco batallones, con 1,500 hombres, son puestos al mando del general José María Rangel;  los soldados tienen prohibido retroceder so pena de ser acribillados por sus propios compañeros; 1,500 soldados  frente a 65 tomochitecos  armados más mujeres, niños y ancianos.  El general ordena quemar y saquear casa por casa desde la periferia hacia el centro pero incluso así la toma de los puntos claves del pueblo -como el cerro de la Cueva- duró varios días, para el quinto día los insurrectos se resguardaban en la iglesia y en la casa fortificada del líder del pueblo Cruz Chávez.  Incluso durante el sitio, los insurrectos dan muestras de una humanidad ejemplar al no disparar a las mujeres que los sitiadores enviaban para abastecerse de agua en los ríos ubicados en la línea de fuego y liberan a los soldados prisioneros pues consideraron que ellos “no tenían por qué participar en el sacrificio colectivo del pueblo”. 
 
Pero los opresores no mostraron la misma indulgencia. La capilla es incendiada, los que intentaban salir de la horrible hoguera gritaban “Viva la Santa de Cabora” mientras morían acribillados. El último reducto era la casa de Cruz Chávez  quien logra la salida de 40 mujeres y 71 niños. De la matanza sólo sobreviven heridos siete prisioneros entre ellos Cruz Chávez quien pidió ser fusilado en el mismo sitio en el que había caído su hermano con seis balas en el pecho pero todavía pudo clavar su puñal en un soldado; sin embargo, los siete sobrevivientes fueron rematados sin ceremonia alguna, aquéllos que pudieron murieron gritando el nombre de la Santa de Cabora. Dos niños de 14 años murieron luchando: Pedro Medrano cayó encima de los cadáveres de 5 soldados a los que había matado y Nicolás Mendía, quien murió después de matar a 17 soldados. Los insurrectos, aún en minoría, pelearon con heroísmo: las pérdidas federales se calculan en 600 hombres, de los insurrectos murieron unas 100 personas.
 
El pueblo fue arrasado por completo con sus casas e iglesia reducidos a cenizas. En la parte oficial  se afirmaba: “En vista del enérgico castigo sufrido por los fanáticos de Tomochic, creo que será difícil una nueva revolución [...]”; sin embargo, distaban menos de 20 años para que la revolución, tan temida por el porfiriato, derribara al régimen como un castillo de naipes y para que rancheros y campesinos, ahora bajo el mando de Zapata y Villa, cobraran su venganza contra décadas de opresión, saqueo y despojo. Y si bien es cierto que la revolución en nuestros días no precisa de santos ni de milagros, la misma lava que terminó por derribar un régimen bulle hoy bajo la superficie con fuerza aún mayor, amenazando derribar al régimen de nuestros tiempos sacudiendo nuestra sociedad hasta sus cimientos mismos. Los santos revolucionarios han desaparecido con la vida urbana y la alfabetización -está bien que así sea- pero la inminencia de la revolución es ahora tan latente como lo fue hace 123 años, ayer como ahora cualquier incidente amenaza provocar el terremoto. 
 
PD. En el 2011 el Congreso de Chihuahua otorgó el título a Tomochic de “Pueblo Heroico” y lo rebautizó como Heroico Pueblo de Tomochi, pero el pueblo no necesita el reconocimiento de los actuales herederos de don Porfirio -el verdadero homenaje es la lucha no los nombres oficiales-, es mejor visitar el museo comunitario dedicado a la insurrección de 1892. 
 
Como prueba de la sinceridad revolucionaria de Teresa Urrea -más allá de los dudosos negocios que su padre había montado con ella- desde el destierro siguió llamando a la insurrección e intentando organizar el alzamiento de los pueblos Yaquis y si bien abandonó los intentos insurreccionales cuando logró la nacionalidad norteamericana -el gobierno gringo puso como condición para ello que Teresa abandonara estos intentos-, participó en la prensa opositora desde el exilio, "Murió en Clifton Arizona el 12 de febrero de 1906 -nos informa Mario Gill- a la edad de Cristo al ser crucificado".  
 
Bibliografía: 
 
-Gill, Mario; Teresa Urrea, La Santa de Cabora; México, Brigada para leer en libertad; 2014. http://brigadaparaleerenlibertad.com/programas/teresa-urrea-la-santa-de-...
}
- Frías, Heriberto; Tomochic, México, Casa editorial Maucci, 1899.
cdigital.dgb.uanl.mx/la/1080029795/1080029795.PDF

Fecha: 

20 de octubre de 2015

Teoría Marxista: