Historia del 1° de Mayo: Explotación capitalista y la lucha por las 8 horas

Escrito por: 

Evert Beltrán González

Hace a penas unos meses atrás se hizo pedazos la idea del fin de la historia, cuándo la revolución árabe barrió con algunos gobiernos y cimbró otros tantos, vimos además cómo la pólvora árabe se esparció por todo el mundo, llegando a Europa y a los Estados Unidos, lo que demostró que lo que esta en el orden del día es la revolución, es decir, que la historia apenas se empieza a escribir, sobre todo por las luchas que están por venir.
Sin embargo el movimiento no ha llegado a su punto más álgido, el papel del factor subjetivo y otros factores inciden en el desarrollo del movimiento, incluso en algunos países como el nuestro los sucesos están por venir, ya que las tradiciones son diferentes, además de que el movimiento obrero ha sido duramente golpeado estos últimos años y aún no sé recupera al cien por ciento, pero ya se ven muestras del poderío de la clase trabajadora.
Por lo mismo siempre es bueno recurrir a la historia y de vital importancia sacar las lecciones correctas para enfrentar el futuro, ya que a lo largo de los años grandes sucesos han marcado la memoria de los trabajadores, sin embargo en ocasiones éstos son desconocidos para la mayoría de jóvenes trabajadores e incluso para muchas personas, es por eso que el presente trabajo es un esbozo de los orígenes de la marcha del 1ero de Mayo, si bien no es un artículo muy ambicioso, si pretendo hacer memoria de la lucha por las 8 horas, ya que ahora mismo vemos como éste derecho que se logro sólo con el derramamiento de sangre trabajadora nos quiere ser arrebatado por la vía legal, cuando ya se nos ha ido eliminando por la vía de los hechos.

Los mártires de Chicago
Recordemos que en los primeros años del naciente capitalismo la jornada laboral era de 14, 16 e incluso de 18 horas al día, bajo las peores condiciones de trabajo, en pocas palabras era una verdadera pesadilla vivir bajo tales circunstancias, en las que cómo ahora, un pequeño grupo se enriquece mientras la gran mayoría se empobrece. Hacinados con sus familias los trabajadores vivían cerca de las fábricas, con un mísero salario y en condiciones infrahumanas.
Desde mediados del siglo XIX en los Estados Unidos una de las reivindicaciones básicas de los trabajadores era la jornada de 8 horas. El hacer valer la máxima “ocho horas para el trabajo, ocho horas para el sueño y ocho horas para la casa”. En este contexto se produjeron varios movimientos, en 1829 se formó un movimiento en Nueva York para solicitar la jornada de ocho horas. Anteriormente existía una ley que prohibía trabajar más de 18 horas, salvo caso de necesidad. Si no había tal necesidad, cualquier funcionario de una compañía de ferrocarril que hubiese obligado a un maquinista o fogonero a trabajar jornadas de 18 horas diarias debía pagar una multa.
La mayoría de los obreros estaban afiliados a la Noble Orden de los Caballeros del Trabajo, pero tenía más preponderancia la American Federation of Labor (Federación Estadounidense del Trabajo). En 1884, ésta había resuelto que desde el 1 de mayo de 1886 la duración legal de la jornada de trabajo debería ser de ocho horas, yéndose a la huelga si no se obtenía esta reivindicación. La “Noble Orden de los Caballeros del Trabajo” ( principal organización de trabajadores en EE.UU.) remitió una circular a todas las organizaciones adheridas a ella donde manifestaba que: “Ningún trabajador adherido a esta central debe hacer huelga el 1° de mayo ya que no hemos dado ninguna orden al respecto”. Este comunicado fue rechazado por los trabajadores de EE.UU. y Canadá, quienes repudiaron a los dirigentes por traidores al movimiento obrero.
El día de la huelga llego y en la cabeza de los trabajadores había una idea clara ¡A partir de hoy, ningún obrero debe trabajar más de 8 horas por día! ¡8 horas de trabajo! ¡8 horas de reposo! ¡8 horas de recreación!, al mismo tiempo se declararon 5.000 huelgas y 340.000 huelguistas dejaron las fábricas, para salir las calles y exigir su demanda.
En distintas ciudades de Estados Unidos se conquistaron las 8 horas, en otros 10 horas con aumento de salario. En total, 125.000 obreros conquistaron la jornada de 8 horas el mismo 1° de mayo. A fin de mes serían 200.000, y antes que terminara el año, un millón.
Sin embargo en Chicago, los sucesos tomaron un giro particularmente conflictivo, pues los trabajadores vivían en peores condiciones que los de otros Estados. Muchos debían trabajar todavía 13 y 14 horas diarias. No era extraño que en ese cuadro Chicago fuese el centro más activo de la agitación revolucionaria en los Estados Unidos.
Pese a los éxitos parciales de algunos sindicatos, la huelga en Chicago continuaba. Una sola fábrica  seguía laborando la de maquinaria agrícola McCormik, al Norte de Chicago. El fundador Cyrus McCormik, había muerto y dejado en el testamento una suma considerable de dinero para levantar una iglesia. Pero su heredero resolvió construir el templo sacando los fondos de un descuento obligatorio a sus obreros, que lo rechazaron. El 16 de febrero de 1886 estalló la huelga. Entonces, McCormik  contrató cientos de rompehuelgas a través de los hermanos Pinkerton y desalojaron en medio día la fábrica, que estaba ocupada por los trabajadores.
Cuando estalló la huelga general del 1° de mayo, McCormik seguía funcionando con el trabajo de los rompehuelgas, y no tardaron en producirse choques entre los restantes trabajadores de la ciudad y los“amarillos”. El ambiente ya estaba caldeado, porque la policía había disuelto violentamente un mitin de 50.000 huelguistas en el centro de Chicago, el 2 de mayo. El día 3 se hizo una nueva manifestación, esta vez frente a la fábrica McCormik, organizada por la Unión de los Trabajadores de la Madera. Injurias y pedradas volaban hacia los traidores, cuando una compañía de policías cayó sobre la muchedumbre desarmada y, sin aviso alguno, procedió a disparar a quemarropa sobre ella. 6 muertos y varias decenas de heridos fue el saldo de la acción policial. Ante tal brutalidad se convoco a una gran concentración de protesta para el 4 de mayo, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket, en la que se reunieron unas 15.000 personas. Los discursos eran moderados y la muchedumbre se comportaba con tranquilidad, pese a la gravedad de la masacre del día anterior frente a McCormik.
El alcalde de Chicago dio la orden de retirar a la tropa. En la plaza, la muchedumbre ya estaba reducida a unos pocos miles por la lluvia, cuando 180 policías avanzaron de pronto sobre los manifestantes que ordenaron terminar el mitin de inmediato y tomaron posiciones de disparar. Ya se alzaban los fusiles cuando, desde los manifestantes se vio salir un objeto humeante que cayó entre dos filas de los policías, levantando un poderoso estruendo. Sesenta policías quedaron heridos de inmediato y uno muerto. Rehechos en sus filas y apoyados por refuerzos, los policías cargaron salvajemente sobre la multitud, disparando y golpeando a diestra y siniestra. El balance dejó un total de 38 obreros muertos y 115 heridos. Otros 6 policías alcanzados por la bomba murieron en el hospital.
En la noche Chicago se declaro en estado de sitio, se estableció el toque de queda y la tropa ocupó militarmente los barrios obreros. El 5 de mayo, había conmoción por los sucesos y la prensa no reparó en nada para calumniar a radicales, anarquistas, socialistas y trabajadores extranjeros. La policía estaba más interesada en conseguir pruebas en contra de los detenidos que en localizar al que había arrojado la bomba. Se ofreció dinero y trabajo a cuantos se ofrecieron a testificar a favor del Estado.
Los locales sindicales, los diarios obreros y los domicilios de los dirigentes fueron allanados, salvajemente golpeados ellos y sus familiares, destruidos sus bibliotecas y enseres, escarnecidos y, finalmente, acusados en falso de ser ellos quienes habían confeccionado, transportado hasta la plaza de Haymarket y arrojado la bomba que desencadenó la matanza. Ninguno de los cargos pudo ser probado, pero todo el poder del gran capital, su prensa y su justicia, se volcaron para aplicar una sanción ejemplar a quienes dirigían la agitación por la jornada de 8 horas. Spies, Parsons, Fielden, Fischer, Engel, Schwab, Lingg y Neebe pagaron con la cárcel o con sus vidas, el crimen de tratar de poner un límite horario a la explotación del trabajo humano.
El 11 de noviembre de 1887, fueron ahorcados en la cárcel de Chicago August Spies, Albert Parsons, Adolf Fischer y George Engel, Louis Lingg, se había suicidado el día anterior. La pena de Samuel Fielden y Michael Schwab fue conmutada por la de cadena perpetua, y Oscar W. Neebe estaba condenado a quince años de trabajos forzados. El proceso había estremecido a Norteamérica y la injusta condena (sin probárseles ningún cargo) conmovió al mundo. Cuando Spies, Parsons, Fischer y Engel fueron colgados, la indignación no pudo contenerse, y hubo manifestaciones en contra del capitalismo y de sus jueces en las principales ciudades del mundo. De allí empezó a celebrarse cada 1° de mayo el “Día Internacional de los Trabajadores”, conmemorando exactamente el inicio de la huelga por las 8 horas.
Como hemos visto la conmemoración del 1° de mayo a nivel internacional tiene sus orígenes en la lucha por la jornada de ocho horas, y en estos momentos en que a la clase trabajadora se le quiere arrebatar este derecho, conseguido no sin el derramamiento de sangre obrera significa lo que dice Marx en el Manifiesto Comunista de 1848: los trabajadores no tienen nada que perder, más que sus cadenas y si un mundo que ganar.

Fecha: 

abril de 2012

Teoría Marxista: