Entre el conflicto del campo y la lucha de clases

Entre el conflicto del campo y la lucha de clasesEscrito por El Militante Argentina

El conflicto del campo ha sacado a la luz la inestabilidad social subyacente que pervive en nuestro país desde la erupción del Argentinazo. Pese al tiempo transcurrido, la sociedad sigue sin encontrar su punto de equilibrio.

La economía real

Las cifras oficiales muestran una economía con un crecimiento vigoroso, pero los problemas fundamentales de la sociedad están lejos de resolverse. Este crecimiento descansa en la sobreexplotación de la clase obrera, que no ve un avance sustancial en sus condiciones de vida, y en la acumulación de la riqueza en cada vez menos manos.

Aunque la riqueza creada, el PBI, acumuló un crecimiento del 45% desde el 2003, no debe olvidarse que durante la crisis de 1998-2002 se redujo un 25%. De manera que, en una década (1998-2008), el PBI real del país sólo creció un 20%, que da una tasa promedio anual del 2%, una de las más bajas de Latinoamericana en este período.

Esto se ve acompañado por un nivel de inversiones empresariales insuficiente y la persistencia del parasitismo que caracteriza a la burguesía argentina, con su adicción a los subsidios estatales.

El pago de la deuda externa, estimada en 144.000 millones de dólares, lastra el desarrollo del país. Succiona como un parásito el flujo vital de la sociedad, y obstaculiza la modernización de las infraestructuras y la resolución de los graves problemas sociales.

Por eso, las variables de ajuste del gasto estatal son los salarios bajos de los empleados públicos y la clase trabajadora en su conjunto, que sufre la degradación de los servicios sociales (salud, educación) y la carencia de infraestructuras adecuadas en transporte, rutas, cloacas, etc.

Además, el crecimiento económico es completamente anárquico, con un desarrollo hipertrofiado del sector agroexportador que introduce enormes contradicciones: subidas desbocadas de precios y faltante de alimentos, sojización del campo, etc., alimentadas por la codicia irrefrenable de los terratenientes y capitalistas agroindustriales, y de una amplia capa de medianos propietarios y contratistas, vinculada con aquéllos por la división del trabajo operada en el campo (“pools” de siembra, alquileres de campos, subcontratación de actividades, etc.).

La clase trabajadora sufre la arrogancia patronal ante la inacción de los dirigentes sindicales que, particularmente en el caso de la CGT, actúan la mayoría de las veces como agentes patronales. Pero lo que más golpea a los trabajadores es la subida de precios que supone una confiscación del salario estimada en el 30% anual. Esta es la base del malestar social que afecta a las masas de la clase trabajadora.

Estas contradicciones irresolubles del actual modelo económico: las “heridas” dejadas por el conflicto del campo, inflación desbocada, parasitismo empresarial indomesticable, presión asfixiante para pagar la deuda, etc. fueron las que provocaron la dimisión del ex-ministro de economía, Martín Lousteau.

El conflicto del campo

El lockout agropecuario fue promovido por la burguesía agroindustrial y la derecha para defender sus ganancias e intereses políticos, manipulando la bronca de pequeños productores por la caída en la rentabilidad de sus explotaciones.
La pretensión del kirchnerismo de arbitrar entre las clases, su lenguaje “setentista” y su intento de amortiguar las profundas contradicciones sociales “regulando” la ganancia capitalista de los sectores más parásitos de la economía (agroexportadores, bancos, servicios públicos privatizados), siempre generó malestar en la clase dominante. Por eso ésta aprovecha cada oportunidad que se le presenta para debilitarlo y apuntalar, hasta ahora sin éxito, una oposición creíble a su derecha.

Los medios de comunicación burgueses jugaran un papel muy activo agitando a favor de la protesta, lo que llevó al gobierno a denunciar la manipulación informativa del conflicto del campo. Este “descubrimiento” del gobierno no es novedad para los socialistas ni los activistas sindicales combativos. Los medios no son libres ni informativos, sino empresas privadas que monopolizan la difusión de información para moldear la opinión pública y defender los intereses de la clase dominante. El silenciamiento o la manipulación informativa de las luchas obreras son algo cotidiano. Pero en estos casos, el gobierno de Cristina, como antes el de Kirchner, no encuentran motivos para denunciar a los patrones ni a los dueños de los diarios.

Los trabajadores sacan conclusiones

El conflicto del campo provocó una polarización enorme en la sociedad. Es verdad que, inicialmente, los “reclamos del campo” encontraron algún eco en los trabajadores (más acusado en el entorno rural) porque el trabajador extrapolaba su propio malestar al del pequeño productor.

Pero la presencia de los terratenientes y la Sociedad Rural, el desabastecimiento y el incremento de los precios, más el apoyo explícito de la derecha a la protesta, despertó instintivamente en la mayoría de los trabajadores sospechas sobre el contenido real del conflicto. Fue sobre esta desconfianza de la mayoría de los trabajadores donde Cristina tuvo que apoyarse para recuperar una parte del apoyo social perdido, hasta inclinar finalmente la balanza de la opinión pública a su favor.

El conflicto del campo está estimulando el debate político y la reflexión de los trabajadores, que están recibiendo una clase magistral sobre el contenido real del concepto de “soberanía nacional”.

Muchos descubrieron que su país no les pertenece, que el dueño de Argentina no es su pueblo, sino una minoría de multimillonarios que viven a costa del trabajo ajeno. La mayor parte de la tierra cultivable pertenece a unos pocos miles de terratenientes. Lo mismo que el trigo, las vacas, el aceite y, por supuesto, la soja. Están dándose cuenta de que esta gente es la que retiene los alimentos y sube los precios a placer para mejor incrementar sus ganancias, no importa que las familias trabajadoras no puedan llegar a fin de mes o pasen necesidades. Pero lo mismo pasa con la industria, el comercio, los bancos, el petróleo, el gas, la electricidad o el transporte.

La auténtica soberanía nacional pasa por recuperar Argentina para la mayoría del pueblo, que somos los trabajadores y nuestras familias. Y esto sólo puede hacerse expropiando a los grandes propietarios de la ciudad y el campo para que la riqueza nacional sea propiedad común del pueblo trabajador bajo su control democrático. Así podríamos planificar los recursos del país en interés de las necesidades de la mayoría y no, como ocurre ahora, para satisfacer los intereses de una minoría opulenta.

Qué alternativa política

El conflicto del campo también desnudó el armado artificial de la “Concertación” kirchnerista, dividida entre quienes están a favor y en contra de las protestas del campo. Esto nos indica que, mañana, cuando los conflictos sociales se disparen y la presión de la burguesía sobre el gobierno se redoble, el kirchnerismo saltará por los aires.

Esto se complementa con la debilidad de la oposición a la derecha de Kirchner, donde sus distintas variantes (Carrió, Macri, UCR) siguen sin hacer pie en la sociedad.

La debilidad política de la burguesía refleja su debilidad social. Demuestra que si surgiera una alternativa de clase, bien delimitada con el kirchnerismo pero arrebatándole a éste la bandera del combate a la derecha, podría encontrar un gran eco popular.

De momento, la oposición de izquierda al gobierno está muy desarticulada. Es una tragedia, porque hay decenas de miles de trabajadores y de jóvenes revolucionarios que están demandando una alternativa política para encauzar su anhelo de transformación social.

En medio de un conflicto que agitó todo el andamiaje social, el sector mayoritario de la dirigencia de la CTA, supuestamente antikirchnerista (Lozano, Micheli, De Gennaro), permaneció prácticamente mudo. Lejos de impulsar una voz independiente a la izquierda del kirchnerismo, como llevan anunciando desde hace meses, aceptaron el chantaje del ala kirchnerista de la central (Depetris, D’Elía) de aminorar sus críticas al gobierno “para no aparecer pegado a la derecha”. Se aplazó, sin fecha a la vista, la Marcha Federal por la Paritaria Social prevista inicialmente para el 22 de abril; y se congeló la constitución del movimiento político de la CTA. Tampoco se tomaron iniciativas concretas para mostrar su anunciada oposición al Pacto Social que impulsan la dirección de la CGT, el gobierno y la patronal.

A la izquierda de la CTA, el panorama es más desolador. La incapacidad de los diferentes grupos de izquierda para articular políticas de frente único causa una repulsa general. A esto se suma las posiciones políticas lunáticas exhibidas por algunos grupos, que combinan en la misma medida ultraizquierdismo y oportunismo, en cada acontecimiento nacional e internacional importante. Durante el conflicto del campo casi todos apoyaron crítica o acríticamente el lock-out o los cacerolazos reaccionarios en Buenos Aires. En el referéndum venezolano, su odio a Chávez llevó a muchos de ellos a alinearse en la misma vereda que el imperialismo y la burguesía. Por esta vía, no hay salida.

Desde la Corriente Socialista El Militante seguimos apelando a la unidad del activismo de izquierda sin condicionamientos previos, sobre la base de un programa común acordado. Estamos dispuestos a confluir con todos aquellos que anhelen el mismo objetivo. Esto es lo que demanda la militancia social de izquierda y cientos de miles de trabajadores y jóvenes en todo el país.

Como declaramos después de las elecciones de Octubre, apelamos a la izquierda socialista no sectaria, a Proyecto Sur y a los sectores de la CTA que delimitaron con el kirchnerismo a confluir en un espacio político común, de clase y de masas, para poner en pie la herramienta política que necesitamos los trabajadores y demás sectores populares oprimidos. No hay otra salida.

Internacional: